miércoles, 21 de agosto de 2013
Henry
jueves, 8 de noviembre de 2012
Ferré
Una aclaración, por último. Sé que le imagen que ilustra esta entrada poco tiene que ver con el asunto, pero, qué queréis, me ha hecho una gracia tremenda buscar algo apropiado poniendo "Premio Herralde" y que entre un aluvión de fotos de Ferré nos salga esta incomparable musa de los ochenta. En cualquier caso, no es por nada, pero fijaos, fijaos bien, un poquito más de pelo, unos rasgos más marcados... Ferré, cariño, te amo ;-)
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Nunca es tarde para nada
En este vídeo le hace la televisión chilena un pequeño homenaje, que hago mío también a propósito del premio, por su ochenta cumpleaños. Es regocijante sin duda.
Y pongo un poemita igualmente regocijante:
EPITAFIO
De estatura mediana
con una voz ni delgada ni gruesa,
hijo mayor de profesor primario
y de una modista de trastienda;
flaco de nacimiento
aunque devoto de la buena mesa;
de mejillas escuálidas
y de más bien abundantes orejas;
con un rostro cuadrado
en que los ojos se abren apenas
y una nariz de boxeador mulato
baja a la boca de ídolo azteca
–todo esto bañado
por una luz entre irónica y pérfida–
ni muy listo ni tonto de remate
fui lo que fui: na mezcla
de vinagre y de aceite de comer
¡un embutido de ángel y bestia!
lunes, 5 de diciembre de 2011
Lem again
Sigo con Lem. Solaris ahora. Y no he podido evitar que me asalte una inesperada sensación de extrañeza. A diferencia de Vacío perfecto, está claro que esto sí es una obra de género, una novela de ciencia-ficción. Encontramos aquí estaciones espaciales, viajes a distancias inimaginables, seres incomprensibles, artefactos irrealizables, mundos imposibles, civilizaciones desconocidas... Todo aquello, en fin, que nos sitúa en unas coordenadas literarias muy precisas, en un tiempo narrativo que identificamos enseguida con el futuro y sus avanzadillas tecnológicas. Por eso mi extrañeza ha sido enorme cuando reparo en que Kris Kelvin, el psicólogo enviado a la Estación Espacial de Solaris para intentar desentrañar el misterio que envuelve a su dotación, se sumerge una y otra vez en una biblioteca repleta de volúmenes dedicados al estudio del extraño planeta. ¿Pero es posible que existan los libros todavía en ese incierto futuro imaginado por Lem, que no sea capaz Lem, me pregunto, de prever que el papel no sería tal vez ya para entonces el soporte de esos conocimientos antiguos a los que apela y recrea sin afectación alguna en tantos lugares de la novela? Enciclopedias, opúsculos, folletos, legajos, incluso libros de lectura (la visitante Harey se entretiene en numerosas ocasiones leyéndolos, no se dice de qué clase de libros se trata, pero intuimos y aceptamos sin dificultad que son Literatura). De veras que en este punto de la cuestión sobre los soportes venideros del saber y la cultura y la cada vez mayor sensación de obsolescencia de bibliotecas bien surtidas de volúmenes encuadernados en cuarto, en piel, descuadernados, ajados por el manoseo, etc., etc., se hace difícil imaginar que pudieran conservarse aún, en el tiempo en que nos sitúa el texto, los libros tal y como los hemos conocido desde que podemos recordar. Jugamos con ventaja, desde luego, pero sorprende, insisto, no me lo nieguen, que ni se plantee aquí una alternativa al papel impreso. Y consuela también, qué duda cabe. No es un reproche a Lem, claro está, cuyo valor debemos buscar en otra parte, sólo trato de anotar una curiosidad. Como ésta otra además: cuando a Kris Kelvin le duela la cabeza y vacíe el botiquín buscando algo que le alivie, se lamentará de no encontrar en él ¡ni una sola aspirina! Sí, una aspirina vulgar y corriente. No deja de resultar enternecedor.
Por lo demás, Solaris nos plantea numerosas cuestiones altamente estimulantes. Tal vez destaque sobre todo la idea de Lem de la absoluta imposibilidad que tiene el ser humano de entender otras naturalezas en sí mismas si no son referidas a parámetros afines. El ansiado contacto con la intuida nueva civilización no podrá producirse nunca, viene a decirnos Lem, sin conculcar las estructuras físicas y psíquicas que nos sustentan, a lo cual podría ser (podría, sólo podría ser, claro) que no siempre se estuviera dispuesto. Pero ya no sólo entender otras naturalezas entraña para Lem serias dificultades, es que tampoco estamos en condiciones de interpretar la nuestra, lo que nos nutre desde lo más íntimo, lo que significan en realidad nuestros miedos, nuestra carga de emociones, recuerdos, fobias, filias... ¿Para qué entonces la conquista del espacio?, ¿para justificarnos como seres vivos inteligentes?, ¿para demostrarnos a nosotros mismos una supuesta heroicidad que nos llevaría tal vez sólo a constatar que no somos más que "la hierba del universo"? Quizás sean estas dos las cuestiones más relevantes que plantea la novela, pero no se queda atrás la lúcida crítica al afán entomológico y antropocentrista de nuestro conocimiento y de toda nuestra cultura en general. Y la naturaleza del amor y el origen del sufrimiento también están convocados aquí. Cuestiones todas de cierta gravedad desde luego que, no obstante, el autor logra filtrar con pericia en la novela de tal modo que evita siempre que se nos estrague la narración a base de soflamas, es importante tenerlo en cuenta.
Por otra parte, ya desde el punto de vista formal, Solaris recuerda bastante a Vacío perfecto. Los pasajes en los que hace recuento Kelvin de los estudios solarísticos y de las teorías de tantos sabios como se han ocupado del tema desde el descubrimiento del extraño planeta no deja de recordarnos a esa otra obra memorable con toda su finísima ironía incluida. Y encontramos igualmente muestras de la imaginación desbordante de este autor en la recreación de los fenómenos que tienen lugar en el planeta y las criaturas o lo que quiera que sean esas imágenes que se nos describen. Los mimoides (nótese el atinado toque de ternura en la elección del término), los agilus, las simetríadas y sus complementarias las asimetríadas, todos los sucesos de que se dan cuenta en "el volumen noveno de la monografía de Giese" y que nos detalla Kelvin en sus reflexiones, nos hacen gozar de nuevo de la gigantesca capacidad de invención de este escritor polaco en el que voy constatando que su enorme talento no reside, como creía, en la creación de mundos imposibles e inalcanzables sino en tratar de hacernos más habitable el nuestro...
martes, 6 de septiembre de 2011
Rafael Barret y su Historia de la humanidad
Dice Iván Lissorgues que en Asombro y búsqueda de Rafael Barret, el libro que Gregorio Morán escribió sobre este ignoto escritor hispano/paraguayo de finales del siglo XIX fascinado un buen día, casi casualmente, por el modo de pensar y la manera de escribir de esa borrosa figura, se coloca a Barret en una asombrosa constelación de referencias culturales y literarias, para que se cumpla, póstumo, su sueño: "transformar su obra en un ejercicio de honestidad y compromiso, para llegar con el tiempo a convertirse en uno de los escritores más coherentes de un periodo dominado por los hipócritas de la vida y la literatura". Y dice Lissorgues que apostilla Morán: "hay demasiada humanidad y cultura en Barret para que el esquema canónico del escritor hispano pudiera admitirle". Desde luego, a mí eso de "demasiada humanidad" me ha impresionado. Y su azarosa vida me ha recordado de paso a Alejandro Sawa, ese otro personaje intempestivo y difuso de nuestra literatura finisecular. Lo del "periodo dominado por los hipócritas de la vida y la literatura", también me ha impresionado, claro, aunque un poco menos ya si comparamos, etc...
Por lo pronto, el texto que dice Iván Lissorgues que provocó en Morán el deslumbramiento iniciático por este ignoto escritor no tiene desperdicio. Es una historia de la humanidad en veinticinco líneas poco más o menos:
"Mientras no poseí más que mi catre y mis libros fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecían criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo que empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver."
Qué lejos estamos ya de la "honestidad" y del "compromiso", qué desangelados, qué naif nos parecen hoy estos atributos... Tal vez no se pueda por ahí recuperar a Barret, tal vez no... Quedémonos entonces con su lucidez y su capacidad de síntesis para poder reducir el mundo que habitamos hoy a esas dos categorías rabiosamente vigentes que propone el paraguayo: "yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas."
jueves, 7 de octubre de 2010
El Nobel de Vargas
Digamos que hace no demasiado tiempo que yo podía considerarme sólo un lector ocasional de novelas. Leía novelas, claro está, y no pocas han caído a estas alturas, pero no dejaba de acompañarme casi siempre, y aun algo lo hace todavía, no crean, el pésimo juicio que sobre ese género tenía Cioran. Por cioraniano entonces (y ahora, ay), no pude, no podía considerarlo mi género predilecto, lo cual me sirvió también tal vez para ocultar mi pereza, no hace falta que nos engañemos. Ya no pienso igual. A pesar de no olvidar ese juicio negativo que tanto me influyó, reconozco que he sido muy feliz leyendo novelas, mucho más de lo que nunca hubiera podido imaginar en los tiempos de mi más acendrada negación. Uno de esos momentos de júbilo casi inexpresable me lo proporcionó precisamente Vargas. Ocurrió cuando leí hace cosa de cuatro veranos La fiesta del chivo. Leí esa novela absolutamente embebido por su asombrosa e hipnótica energía fabuladora. También lingüística. Literaria. A partir de esa lectura creo yo que pude considerarme rehabilitado del todo para la causa novelística que apoyo hoy con fruición (y manteniendo intacta mi admiración por Cioran, ¿eh?, que conste). Por eso tengo que estarle agradecido a Vargas. Y por eso me alegro tanto de que le hayan dado el premiazo de los premiazos, que, como muchas veces se dice (y no hay duda en esta ocasión), adorna más a quien lo da que a quien lo recibe.
Por cierto, una maldad: el duelo Vargas/García va por tablas. ¿A qué nivel se librará el próximo asalto?
Por cierto, después de leer ese verano La fiesta del chivo, me cargué Libra de Don De Lillo. Otro rendimiento. Pero eso lo cuento ya otro día...
miércoles, 25 de agosto de 2010
La possibilité de una isla
Hay en esta novela reflexión inteligente, y mucha provocación, estimulantes puyas a mitos de la literatura y la cultura en general, esas cosas que tan poco se prodigan casi siempre en las obras de ficción que más nos recomiendan... Y si bien el lenguaje lo he notado algo menos elaborado, más despreocupado, puesto al servicio de la narración tal vez, en todo caso, lo cual no es malo en sí mismo, sí resulta de verdad interesante la estructura de la que ha dotado Houellebecq a su novela. Ah, y las escenas de sexo son magníficas, diga lo que diga Germán Gullón. Y el Comentario final bellísimo con toda su desolación. No se lo pierdan.
viernes, 16 de julio de 2010
Recordatorio de Vicente Núñez
Hace poco se cumplía el octavo aniversario de la muerte de Vicente Núñez. El poeta de Aguilar de la Frontera nos dejó tristemente el 23 de junio de 2002. La buena noticia, de todas formas, es que desde entonces no han cesado de aparecer publicaciones, como suele decirse, de y sobre el autor. A nuestra modesta contribución con El suicidio de las literaturas, de 2003, donde recopilamos sus artículos de crítica literaria y sus textos en prosa, y que aunque no llegó a ver editada, preparábamos con su concurso en los últimos meses en que estuvo vivo, se unió al año siguiente otra aportación de nuestra editorial al conocimiento y difusión de la obra de Vicente Núñez con la recopilación de los artículos que sobre él había escrito hasta el momento Miguel Casado bajo el acertado título de El vehemente, el ermitaño (dos rasgos, qué duda cabe, definitorios de la personalidad de nuestro autor). Hasta ahí nuestra intervención directa (de apreciable grosor, digamos, ya que hubo antes alguna que otra pelusilla).
Pero en 2005 se constituyó ya por fin de manera oficial la Fundación Vicente Núñez, la cual, y gracias en buena parte a la inquebrantable voluntad de Vicenta Núñez, su directora, se ha ocupado desde entonces sin desfallecer de ir atizando y manteniendo en su apropiado punto de hervor la memoria de nuestro poeta. Tengo ahora sobre mi escritorio creo que todo lo que ha ido saliendo con su patrocinio o su intervención en estos cinco años de actividad. Y su recuento depara alguna sorpresa.
Este encomiable rosario de publicaciones a ella debidas se inició en 2007 con la edición en la editorial Visor de Rojo y sepia, el único libro de poesía que permanecía inédito aún, una colección de poemas breves e impresionistas en la línea de su anterior Teselas para un mosaico (1985), escrito además en esa misma época según las propias declaraciones del autor. Y también se publica, en Italia, una amplia antología de la obra poética de Vicente Núñez, con traducción e introducción de Marina Bianchi, una deliciosa italianita, por cierto, a quien conocí en el Congreso sobre el poeta celebrado en Córdoba ese mismo año. La nota preliminar de esta antología italiana está a cargo del afamado hispanista Gabrielli Morelli, lo que desde luego da idea de su importancia y de su posible trascendencia. Dos libros más aún salen en este año. Uno de estos quizás sea el que introduzca en primer lugar esa sorpresa a que me refería. Se trata de la antología El fervor y la melancolía, preparada por el antólogo mayor del reino Luis Antonio de Villena, y que lleva como subtítulo los poetas de Cántico y su trayectoria. Los poetas de Cántico, sí, pero en él se incluye (ah, sorpresa) a Vicente Núñez cuando es evidente y conocido que no formaba parte canónica de ese grupo. Como es lógico, señala Villena las diferencias estéticas entre éste y los otros. La inclusión de Núñez ahí la fundamenta entonces en razones de amistad, y tras el placet, claro está, de Pablo García Baena, ángel custodio del grupo, a la vez que arcángel protector de Núñez. No chirría aquí, no obstante, en exceso la iniciativa por la misma naturaleza subjetiva de la propuesta de Villena, sobre todo; tampoco, porque es desde luego manifiesta la gran afinidad personal entre Vicente Núñez y los componentes del histórico grupo. En cualquier caso, no deja de llamar la atención si nos ponemos a pensar en una posible maniobra literaria que permitiera la pervivencia de un autor por otras vías que no fueran estrictamente su propia obra. Como si Vicente Núñez en este caso necesitara de esa referencia historiográfica para refrendar su personalidad literaria, lo cual nos provoca (una vez más) cierta desconfianza en los criterios de elaboración de un posible canon, de cualquier canon, para que vamos a negarlo (esto lo sabe muy bien el crítico Miguel Casado, quien se dedica gloriosamente a pervertirlo desde hace mucho).
En esta ocasión el gesto de incluir a nuestro autor en la nómina de Cántico tal vez no pase de ser algo anecdótico y puede que lo que apunto no sea más que produzco de cierta inclinación maliciosa por mi parte. Pero sí causa mayor sorpresa ver cómo esta “inocente” iniciativa de Villena se pretende “institucionalizar” cuando Guillermo Carnero, con el patrocinio una vez más de la Fundación Vicente Núñez, incluye de nuevo al poeta en la reedición en 2009 de su muy afamado e inencontrable e institucional estudio de 1976 sobre Cántico y sus poetas. En esta obra, El grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española contemporánea, añade ahora Carnero un capítulo dedicado a Vicente Núñez y en sus primeras líneas intenta justificar, cómo no, la ampliación del grupo en términos objetivos, de lógica literaria. Pero la verdad es que no llega a convencer, puesto que para quien conozca la obra de Vicente Núñez, estos argumentos (bastante beligerantes, por cierto, y algo autosuficientes) caerán siempre más bien del lado de la constatación de las evidentes diferencias que de la apreciación de posibles confluencias estéticas. Que las hubo, no digo que no, sólo que éstas fueron iniciales, coyunturales tal vez. Adscribir A Vicente Núñez al grupo de Cántico queriendo aplicar un método científico me parece algo absurdo, cuando no erróneo. Y si quisiéramos hacerlo así, no deberíamos olvidar entonces, pongo por caso, a Juan Valencia en la próxima edición (e incluso a José María Pemán, si apuramos). No, Núñez no perteneció “científicamente” a Cántico, no debemos engañarnos. Otra cosa bien distinta es considerar suficiente para su adscripción el paralelismo en la peripecia vital (incluido, curiosamente, el periodo de silencio de cada uno de los poetas) o su afinidad personal fuera de toda duda. O eso, bastante más honesto, o admitir sin tapujos que para que una obra, una obra absolutamente singular, diga lo que diga Carnero, obtenga su justo aprecio debe ser suministrada con excipientes, con lo cual volvemos algo apenados a lo que decíamos antes sobre la elaboración del canon nuestro de cada día.
En cualquier caso, y dejando al margen las opiniones personales, es evidente que estas dos publicaciones propician a su modo un nuevo espacio de encuentro con la obra del poeta de Aguilar, ensanchan su espacio, si queremos verlo así, de lo cual no debemos sino alegrarnos los nuñecianos.
En 2009 se publicaron también, en la editorial Renacimiento, las actas del Congreso de 2007 sobre Vicente Núñez a que me he referido. En Vicente Núñez. Oralista, poeta, sofista, título del libro, encontramos muy interesantes acercamientos al poeta por parte de Miguel Casado, Juan Carlos Mestre, Celia Fernández, Juan Lamillar, Vicente Luis Mora, o por la mía propia (aunque menos interesante éste ya, claro).
Pero quizás lo más importante de todo esto haya sido la publicación en dos tomos por la editorial Visor de nuevo y a cargo de Miguel Casado, de la obra completa de Vicente Núñez. El primero de ellos salió en 2008 e incluye toda su obra poética conocida y algunos poemas desconocidos o casi. El segundo tomo lo he recibido hace escasos días. Está dedicado a los sofismas de Vicente. Ha sido el que ha provocado ya por fin este irrefrenable deseo de dejar constancia. No olvido Plaza octogonal, publicado en la Biblioteca de la Pléyade malagueña, en la colección Ciudad del Paraíso, quiero decir, que promueve el Ayuntamiento de Málaga. Tampoco olvido una edición en italiano de los Sofismas (sobre los que tengo intención de hablar otro día) a cargo de la italianita Marina Bianchi. Dejo constancia, pues, y me refreno.
viernes, 9 de julio de 2010
Herta Müller toma los mandos del Mundo
Apoteósico, rendido artículo de Sáenz de Saitegui hoy en El Cultural de El Mundo sobre el libro de Herta Müller Los pálidos señores con las tazas de moca que acabamos de publicar. ¡Doble página y libro de la semana! No se puede pedir más (por el momento, por el momento, sólo por el momento...).
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/27537/Los_palidos_senores_con_las_tazas_de_moca
sábado, 19 de junio de 2010
El asco
Resulta que El asco, la novelita en cuestión del hondureño, es en efecto un ejercicio bernhardiano, y así lo manifiesta el propio autor desde el principio, claramente, en la misma portada del libro, por si pudiera alguien albergar alguna duda. Imitar a Bernhard es una empresa bastante arriesgada, no hace falta a estas alturas, me parece, explicar por qué. Bernhard, con sus personalísimos recursos literarios y su feroz y omnipresente crítica a la sociedad y a la naturaleza del ser humano en general, y a su Austria natal en particular, ha creado un mundo propio de difícil homologación. Por eso mismo cualquier intento de seguir esa senda suya remarcada con absoluta nitidez se torna resbaladizo casi por necesidad. Javier Marías, por ejemplo, lo sabe bien. Castellanos Moya, en cambio, lo digo ya, sale airoso, muy airoso del desafío impuesto. Pone con honestidad todas sus armas a la vista y se lanza a despotricar sin freno sobre El Salvador en este caso, su país de residencia durante muchos años. Y no deja tampoco, como el infatigable austriaco, títere con cabeza. La familia, la religión, la política, la educación, la prensa, la música, la comida, la cerveza, los prostíbulos, los restaurantes, los transportes, la arquitectura, el fútbol (¡el fútbol, albricias, esperemos que sea igual de malo en toda la zona!) el clima incluso (pobrecitos los salvadoreños, qué culpa tendrán) son despedazados sin piedad por boca de Edgardo Vega, un profesor universitario emigrado a Canadá hace mucho tiempo y que vuelve al país, contra su voluntad, claro, para asistir al funeral de su madre. El profesor Vega se cita con el único amigo que mantiene en el país y desarrolla ante él, ante el así llamado Moya, mudo a todo lo largo del texto (tal vez atónito), su obsesivo, inquietante y a veces delirante monólogo. Y al igual que cualquier personaje de Bernhard con su infalible método especular, el profesor Vega nos provoca con su hiperbólico resentimiento la misma risa higiénica que tanto necesitamos.
Eso en lo que se refiere a la melodía de la novela. Pero podemos comprobar también que este laúd bernhardiano de Castellanos Moya está bien afinado pulsando las notas sueltas del asco (del asco, sobre todo, ninguna sensación más hiriente y despectiva, bernhardiana), de la mugre, la degradación, la calamidad, los energúmenos, los criminales, los esperpentos que transitan por sus páginas; o de la espeluznante, aterradora, horrenda, estúpida, imbécil, apestosa, repugnante, terrorífica, atroz, codiciosa realidad del país y sus habitantes que se nos describe en ellas. Puro Bernhard, no me lo negarán.
Yo creo que como con todos los textos del austriaco, podemos leer esta novela como una gran broma cósmica, siniestra, sí, pero broma después de todo. Sólo de ese modo deberíamos verlo tal vez. Pero se da la inquietante ciscunstancia de que Horacio Castellanos Moya provocó un gran escándalo en El Salvador cuando la publicó y que fue por ella realmente amenazado de muerte si volvía. En ese país quizás no se trate eso de una broma, me temo, según dicen. Por eso, por si acaso, todavía no ha vuelto.
En cualquier caso, ciñéndonos a cuestiones estrictamente literarias, y al contrario de lo que opina mi ya declarado antagonista Calabuig, a mí la novela me parece plenamente lograda a pesar de su servidumbre impuesta, un ejercicio de estilo (ah, mi querido Queneau) que ya quisiéramos muchos imitadores de voces superar con tan buena calificación. Calabuig, pues, no lleva razón en este caso, como tampoco la llevaba en el de Piñeiro. Así que, según he covenido, me saltaré olímpicamente su lectura recomendada de El cojo y el loco, de Jaime Bayly, e iré en busca de El don de la vida, de Fernando Vallejo, otro bernhardiano de pro a su modo y de quien echa pestes el tío.
sábado, 8 de mayo de 2010
Providence-Nivel 1
Yo creo que conocemos todos ya más o menos la trama de esta obra: un director de cine algo descreído, desengañado y con la autoestima por los suelos, un pacto diabólico, el guión por escribir de una película de encargo, sectas diabólicas, sexo, mucho sexo, sexo del bueno, ritos diabólicos, escritores malditos…, el guión por descubrir de un vídeojuego secreto, en el fondo de todo, muy en el fondo... Me ahorraré por tanto la sinopsis. Lo que sí quisiera destacar, y de ahí tal vez provenga la prevención anterior, son los momentos en los que yo me he sentido verdaderamente dichoso leyendo Providence al margen de otras conspicuas consideraciones. Son, a mi modo de ver, cinco momentos estelares de la novela porque en todos ellos la capacidad de persuasión del autor brilla a una altura extraordinaria que me ha recordado la misma gozosa intención (en apariencia, sólo en apariencia) de contar, de narrar sin otra perspectiva que no sea la propia historia y que podemos ver sin dificultad, por ejemplo, en Raymond Russell o en George Perec.
Son, por su orden, la disparatada prueba de adhesión al Régimen a que es sometido Alex Franco a su llegada a la terminal del aeropuerto JFK de Nueva York, con su magnífica conclusión por K.O., según algunas tendencias de la narrativa corta. Más tarde, la entrada del viernes 19 del diario que empieza a escribir Franco a su llegada a Providence, donde se nos cuenta (“se nos cuenta”, sí, no debemos perder de vista a Cervantes) el onírico estreno de la “sensacional” Magnolia, una cinta virgen de tres horas de duración, fíjense ustedes, al que asisten entusiasmados algunos de los más aclamados directores de cine de la historia, Buñuel, Kubrick, Tarantino, Linch, Sirk, Burton, Almodóvar, Pasolini, Resnais…, y en cuyo desarrollo asistimos nosotros a las hilarantes indicaciones de Buñuel a su atribulado director al término de la proyección; también a la conversación sin desperdicio que tiene lugar poco después entre éste y el taimado Spielberg, quien le elogia la cinta diciéndole, nada menos, no se rían, que “es el mejor remake no americano de Tiburón”.
El tercero de estos cinco movimientos, de estas cinco suites que quiero destacar, lo encontramos en la Sitcom que desarrolla Ferré en el Nivel 2, Toma 67 (página 376, línea 26). Otro alucinado duermevela de Franco en el que aburrido, como casi siempre, coge la cámara como casi siempre, la omnipresente cámara digital de última generación, para filmar en su propia casa el fantasmagórico deambular por las habitaciones de algunas de sus conquistas femeninas recientes y pasadas, Eva, Shirley, Tranny, Veronique… (aunque falte, para nuestra desdicha, Sam, la voluptuosa y descarada mujer policia que atrapa en su momento a Franco como a todos los que frecuentamos el porno gratuito de Internet nos gustaría que nos atrapasen...).
Enseguida el cuarto, la alucinante y escabrosa aventura del pseudohomosexual, mojigato y asesino en serie Howard Philips Lovecraft y su amigo del alma el inspector Legrasse, quien lo induce a limpiar, bien protegido, el país de indeseable escoria negra. Un relato donde el horror se entremezcla magistralmente con las más tiernas emociones en la desquiciada imaginación del afamado escritor americano. Y muy poco después (Nivel 3, Inserto 14) la quinta, la última de esas cinco perlitas que tanto me han subyugado, la de la página 425: otro sueño de Franco que transcribe como posible guión de una película que titularía El nazimiento de una nación (el nacimiento de esos nazis, El huevo de su serpiente, aún palpitante a lo que parece). Una apoteósica escena en la cual Eva, su amadísima Eva Dhalgren, aborda un autobús repleto de negros y se exhibe provocativa portando un chaleco repleto de explosivos que hace estallar mientras Franco, nuestro héroe Franco, lo filma como siempre todo con prurito documental.
Bien, como dice Barthes, el texto que el escritor escribe debe probarle al lector que lo desea, esa prueba existe: es la escritura. La escritura, sigue diciendo Barthes, es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su Kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma). Hasta aquí la cita de Barthes. Ferré con su escritura, pues, sólo ya con estas partículas, nos ha demostrado (a mí al menos me lo ha demostrado) que nos desea. De ahí tal vez el placer que me ha procurado, lo cual no es poca cosa según creo.
Hay más, bastantes más momentos reseñables, pero yo me quedo con estos. Como también hay muchos aspectos que comentar de esta infatigable novela, y de los cuales sólo nombro algunos de ellos porque no vería el momento de terminar su desarrollo y tengo, excusadme, muchas cosas que hacer: su corrosivo humor, su sarcasmo, sobre todo; la brutal crítica a gobiernos (o desgobiernos), corporaciones y multinacionales, al poder que se sustenta en el dominio mediático; su crítica a la mediocridad, a la impostura académica, la autocrítica del propio autor… Tendríamos que referirnos, claro está, al universo sexual de esta novela, a su androginia, su misoginia también, su feminismo a la vez, tendríamos que referirnos a la obsesiva y desvergonzada presencia del sexo en ella, lo cual me ha hecho pensar en lo poco frecuentada que sigue estando la estela dejada por nuestra ilustre Lozana andaluza. Tendríamos que referirnos por supuesto a la abrumadora presencia del cine aquí… Pero dejémoslo en esbozo.
Un último apunte me permitiré, no obstante. En eXistenZ, de Cronemberg, que deben apresurarse a ver si no lo han hecho todavía, dice uno de los personajes que “en la vida real no ocurre nada interesante”. Es por lo cual todos se aprestan a participar en el juego de realidad virtual creado por Allegrea Geller, a quien adoran los usuarios como a una diosa. Este juego les proporcionará sin mayor esfuerzo las excitantes aventuras y el ambiente sensual que tanto desean, de ahí su perniciosa adicción y los numerosos enemigos defensores de la realidad “real”con los que cuenta. Juan Francisco Ferré ha creado un artefacto similar en el que el protagonista Alex Franco está viviendo sin saberlo tal vez su realidad virtual de un modo realista. Pero quién sabe además si, como sugiere Cronemberg, Juan Francisco Ferré, su creador, no es también un personaje del juego, si nosotros mismos, incluido este libro que hemos leído, no somos más que códigos informáticos y formamos parte a nuestra vez de un universo virtual que ignoramos como buenos jugadores. Con esta novela tendremos la oportunidad de planteárnoslo al menos, lo cual no es poca cosa tampoco. Debemos saber, eso sí, que no hay objetivo, que sólo cabe jugar y hacer las preguntas adecuadas. Por nuestra parte entonces, sólo si por el momento sabemos disfrutar en el papel de lectores que nos hemos asignado en esta novela de aventuras habremos superado el primer nivel. Ah, y también cabe la posibilidad de pedir pausa si no nos sedujera continuar interrogándonos…
lunes, 1 de febrero de 2010
El hombre que quería ser Salinger
"Hacer feliz a Franz" habla así mismo de apasionados escritores que desean fervorosamente entregar su vida a esa espúrea actividad. Miguel Ángel Muñoz recrea aquí quizás la más perdurable y no poco conocida lección de sometimiento a la escritura que Kafka nos sugiere en sus diarios, por la cual todo lo que necesitaba para ser feliz en la vida era una pequeña habitación sin apenas mobiliario, papel y pluma en cantidad suficiente, y algún frugal sustento que alguien cercano le proporcionara a diario, sin intromisión alguna, mejor introduciendo ese sustento por debajo de la puerta bien cerrada. En este relato, el deseo de Kafka toma cuerpo en forma de apuesta con el hermano de Max Brod. Y se encierra Franz en el habitáculo y ve Brod cómo pasan los días y cómo va perdiendo la apuesta mientras aquél escribe sin parar y se solaza de vez en cuando con algún fragmento de Così fan tutte.
Leí el miercoles varios relatos más de este, insisto, magnífico libro. Entre ellos, claro está, el primero, uno cortito de los que alterna Miguel Ángel Muñoz con los de mayor extensión a modo de rellano, de isleta donde tomar el resuello suficiente que nos permita volver a sumergirnos de inmediato en la brumosa densidad de su media distancia, que hasta en esto parece que quiere cuidar al lector (él lo es, de los más voraces, desde luego). Este relato corto que abre el libro lleva por título "Quiero ser Salinger", y nos planta sin aviso un sonoro bofetón en el rostro cuando nos dice el narrador que quiere ser Salinger, "como lo oyen, escritor, pero Salinger". Vivir además retirado en la sierra de María, bajar de vez en cuando, eso sí, a Almería, agredir llegado el caso a algún periodista que quiera captar su imagen y, sobre todo, sobre todo, ser capaz de escribir una obra maestra (Amores impecables, propone como título para ella), "romper al primer intento la diana y luego diluirse en un par de libros añadidos", etc. Jerome David Salinger no es mala advocación, como no lo es tampoco la refencia a Kafka de antes. Es más, yo diría que son casi las dos únicas posibles si lo que se desea por encima de todo es llegar a ser un escritor, un escritor, digo, medianamente aceptable. Hay autores preferidos, mejores o peores, que gustan más o gustan menos, pero con estos dos (algún otro, claro, se podría añadir, dos, tres a lo sumo) sería suficiente para saber en qué diablos consiste la literatura y para poder amarla (y practicarla si se quiere) con toda la intensidad de la que somos capaces de disponer. Y eso es lo que encierra este libro en última instancia, un inusitado y profundísimo ejercicio de admiración por la Literatura, por la Literatura en su dimensión lectora tanto como en su versión práctica. Yo no sé si Miguel Ángel Muñoz romperá la diana con este libro, tal vez lo más probable sea que no, pero sí lo es que su religión ganará bastantes adeptos, muchos más, todos aquellos quizás que se acerquen a él, de eso sí estoy seguro.
En fin, todo esto lo leí, como digo, el miércoles. Al día siguiente se murió Salinger y se me ocurrió pensar que Miguel Ángel muy bien podría tener ahora la oportunidad que esperaba toda vez que la plaza ha quedado vacante. No es mal candidato, desde luego que no, sólo debe para ello esconderse un poquito más, lo otro casi, casi lo tiene ya hecho.
viernes, 8 de enero de 2010
Tres poemas de amor
Este primero de Anne Sexton es pura energía, arrebatada autoconsciencia corporal, material, palpable, de un casi primario, emocional, enfurecido y, sin embargo, sofisticado deseo carnal que apunta igualmente a la "realidad" de las más oscuras zonas de su intelectualidad. Con una estrofa última demoledora, donde tal vez, en ese "loca de nieve", podamos encontrar (disculpad, pero, aunque suene cursi, hablo de técnica) el secreto de la poesía y un verso último que nos hace aterrizar sin contemplaciones:
EL PECHO
Esta es su llave.
Esta es la llave para todo.
Preciosamente.
Soy peor que los hijos del guardabosques,
picoteando en busca de polvo y pan.
Aquí estoy intentando crear perfume.
Déjame tumbarme en tu alfombra,
en tu colchón de paja -lo que tengas a mano-
porque la niña en mí se está muriendo, muriendo.
No es que sea ganado para ser comida.
No es que sea una especie de calle.
Pero tus manos me encontraron como un arquitecto.
¡Jarra llena de leche! Fue tuya hace unos años
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos bobos en la ciénaga. Pequeñas bagatelas.
Un xilófono quizá, con piel
recubriéndolo todo, torpemente.
Sólo después se volvió algo real.
Después me comparé a estrellas de cine.
Y no estaba a la altura. Algo entre
mis hombros sí lo estaba. Pero nunca suficiente.
Claro, había una pradera,
pero sin ningún joven que cantara la verdad.
Nada con lo que poder distinguir la verdad.
Sabiendo nada de hombres me tumbé junto a mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas grité
¡mi sexo será traspasado!
Ahora soy tu madre, tu hija,
tu novedad -un caracol, un nido-.
Vivo cuando están vivos tus dedos.
Visto seda -cubierta para ser descubierta-
porque es en lo que quiero que tú pienses.
Pero para mi gusto es un tejido demasiado severo.
Así que dime lo que quieras pero recórreme como un escalador
pues aquí está el ojo, aquí la joya,
aquí la excitación que el pezón aprende.
Estoy desequilibrada -pero no estoy loca de nieve-.
Estoy loca en el modo en que las niñas están locas,
con una ofrenda, con una ofrenda...
Ardo del mismo modo que el dinero.
(En Poemas de amor, Editorial Linteo)
Nuno Judice ahora modula y contiene la voz que, en contraste con el poema de Sexton, nos sorprende por su escasa efervescencia, por su muy intelectualizada reflexión sobre el lugar del deseo en el poema mismo. Interpela en él candorosa, casi angelicalmente al ser amado para decirle, tal vez, y absolutamente consciente de lo inservible de los recursos lingüísticos, que de nada sirve escribir(le) un poema de amor, puesto que su "realidad" no podrá alcanzar nunca esa otra realidad que se pretende. Una idea desde luego algo tópica, dicho sea de paso, pero que Júdice sabe recrear de nuevo con bellísimas e inteligentísimas imágenes (esa "flor futura que habita en el centro del invierno", por ejemplo, o ese "final de la línea, donde te espero"):
FIGURA CON REALIDAD
Te escribo ahora, por dentro de este poema.
Podía soñar que vas a nacer dentro de él, o
que estás dentro de él
como la flor futura habita el centro del invierno.
La analogía es el punto adonde el poema va a beber,
como se va a la fuente, o como se oye, en el silencio
de la tierra, un rumor de aguas subterráneas.
Entonces, tu voz se abre, como si fuese
la propia flor. Entra en mí,
y recorre los espacios desiertos de mi alma,
como si un viento empujase las puertas y las ventanas,
atravesase las salas, y avivase el fuego
en las cenizas del corazón. Me limito
a oírte en el intervalo de los versos, mientras
la vida reemprende, despacio, su curso:
oraciones por dividir, una enunciación de figuras
de retórica, el paralelismo
de ciertas comparaciones. Todo esto desembocaría,
como es evidente, en el ritmo
al que el poema obedece si no te encontrase
en cada cesura, como si tu imagen insistiese
en llenar los vacíos de la palabra. Entonces,
dejo que entres dentro del poema; y te veo
avanzar por las frases, hasta el final de la línea,
donde te espero,
como si cada sueño no se deshiciese
con el aire.
(En Tú, a quien llamo amor, Editorial Hiperión)
Y Antonio Damasio, por último, nos sugiere...
UNA HIPÓTESIS EN FORMA DE DEFINICIÓN
Considerando los diversos tipos de emoción, puedo ofrecer ahora una hipótesis de trabajo sobre las emociones propiamente dichas en forma de definición:
1. Una emoción propiamente dicha, como felicidad, tristeza, vergüenza o simpatía, etc., es un conjunto complejo de respuestas químicas y neuronales que forman un patrón distintivo.
2. Las respuestas son producidas por el cerebro normal cuando éste detecta un estímulo emocionalmente competente (un EEC), esto es, el objeto o acontecimiento cuya presencia, real o en rememoración mental, desencadena la emoción. Las respuestas son automáticas.
3. El cerebro está preparado por la evolución para responder a determinados EEC con repertorios específicos de acción. Sin embargo, la lista de EEC no se halla confinada a los repertorios que prescribe la evolución. Incluye muchos otros aprendidos en toda una vida de experiencia.
4. El resultado inmediato de estas respuestas es un cambio temporal en el estado del propio cuerpo, y en el estado de las estructuras cerebrales que cartografían el cuerpo y sostienen el pensamiento.
5. El resultado último de las respuestas, directa o indirectamente, es situar al organismo en circunstancias propicias para la supervivencia y el bienestar.
(en En busca de Spinoza, Editorial Crítica)
A mí, particularmente, los tres poemas me sirven, me conmueven por igual. Y éste último, precisamente, viene a abonar esa duda que albergaba hace muchos, muchos años, y que casi hizo saltar por los aires (que lo hizo, después de todo) la relación con un antiguo amor, sobre si existía él o me lo inventaba yo....
jueves, 31 de diciembre de 2009
Por una cultura al alcance de todos en este inminente 2010
-Qué es esto?- exclamó el productor tras echar una ojeada a la primera página del guión-. ¿Está de pie y piensa? ¿Y por qué es de noche?
-Piensa, porque así empieza todo. Y tiene que ser de noche, porque él debe ver las estrellas. En el libro lo pone claramente: "El cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral en el fondo de mi corazón."
Se trataba de una adaptación cinematográfica de la Crítica de la razón pura de Immanuel Kant.
-¡Está de pie! Pero si en una película tiene que haber movimiento, ¿es usted un principiante o qué? Que camine, al menos, o mejor que corra, sin aliento, porque tal vez alguien le persigue. Eso da dinamismo y despierta el interés del espectador. Puede ser de noche, si quiere.
-Pero si corre no piensa, porque no tiene tiempo.
El productor se sumió en sus pensamientos, como Kant hiciera en otro tiempo.
-Ya lo sé. Cambiaremos la situación. Kant está de pie en la barra de un bar, sin afeitar, porque tiene problemas. A ver, a ver. ¿Por qué lleva esa peluca? ¿Era calvo o qué?
-Es una película de época, histórica.
-¿Se ha vuelto loco? ¿Quiere hacer Los tres mosqueteros o qué? Lo trasladaremos a los tiempos modernos. Noche, un bar, varios tipos alrededor, ¿comprende? La vida misma.
-Pero, ¿y qué pasa con las estrellas?
-Muy sencillo. En el bar hay un televisor, precisamente dan La guerra de las galaxias. Kant lo está mirando, o sea que ve las estrellas.
-¿Y la ley?
-¿Qué ley?
-"La ley moral en el fondo de mi corazón". Lo escribió claramente.
-No hay problema. el Sheriff entra en el bar y Kant tiene miedo porque no tiene la conciencia limpia. Lo mejor será la droga.
Hojeó unas cuantas páginas del guión
-¿"Imperativo categórico"? ¿Qué es eso? ¿Algo relacionado con el imperialismo? No estaría mal.
-No lo sé, pero me parece que se refiere a que se está obligado a hacer algo.
-Claro que se está obligado a hacer algo. A cambiar este guión. Aquí Kant dice: "Éste es mi imperativo categórico", inmediatamente después de haberle dicho que no se casará con ella. Esto no puede ser, es muy flojo.
-¿Por qué muy flojo? Pero si ella le dispara.
-Pero el sexo normal ya no interesa a nadie. Kant tiene que ser al menos bisexual. Le añadiremos un sobrino.
-¿Por qué un sobrino?
-Porque será menor de edad. Kant es su tío y de paso tendremos también incesto. Ahora todo cuadra: el sobrino es drogadicto, Kant le proporciona la droga y por eso tiene miedo del Sheriff.
Terminamos la película en dos semanas. Se llamaba Mi nombre es la existencia, porque desde el principio se trataba de una película intelectual, por eso nos basamos en Kant. Pero a pesar de ello tuvimos un gran éxito de público. La popularización de la cultura empieza a salir a cuenta.
(En El Árbol, de Slawomir Mrozek, Ed. Acantilado)
sábado, 19 de diciembre de 2009
El pensamiento cautivo
Al respecto de las implicaciones históricas no me resisto a copiar un párrafo extraído del libro Decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon, citado aquí por el propio Milosz:
Pero junto a esta cuestión, digamos, de propaganda, se quiera o no, lógicamente a la inversa, que no es desde luego baladí, se nos dispone en paralelo el minucioso análisis introspectivo de la propia conciencia del autor tratando de explicar, no de justificar, desde luego que no, cómo puede llegarse (y se puede, he ahí el horror) a semejante enajenación de toda realidad para hacerla congeniar con el espíritu de libertad que se cree estar ejercitando. Un portentoso ejercicio de lucidez extrema sin lugar a dudas, que unido al profundo dolor que nos transmite cuando deja entrever, sin sentimentalismos, lo que supone verse uno extirpados a lo vivo la propia lengua y los lugares que habita, hace que, como digo, el libro resulte hipnóticamente sobrecogedor sin tregua casi alguna a lo largo de cada una de sus páginas. Y un aviso para navegantes también desde luego de primera magnitud que conserva además ahora mismo, para el que quiera verlo, toda su vigencia
Y recuerdo, ahora que me he puesto, otro libro también absolutamente sobrecogedor, quizás bastante más brutal, mucho más enfurecido que este de Milosz, sobre la conservación de la lucidez, lo único que tal vez puede salvarnos, en situaciones extremas: Más allá de la culpa y la expiación, de Jean Emerich, donde se nos habla de lo que supuso la existencia intelectual, si la hubo, en un campo de exterminio nazi. Y otro, El cero y el infinito, de Arthur Koestler... El horror, el horror, como diría el Kurtz conradiano, el horror existe y puede que nos alcance. Exorcizémoslo con la mejor literatura .
sábado, 7 de noviembre de 2009
Bajo este sol tremendo
Aquí, pues, sólo hay una jungla poblada por una fauna monstruosa a la que todos los personajes pertenecen sin ser ni una cosa ni otra, ni mejores ni peores. Respirando sólo tal vez, y no muy bien. Una jungla por la que se pasean delante de nosotros, o, mejor, junto a nosotros, cucarachas gigantes, escarabajos venenosos, escorpiones gigantes (del telúrico), peces prehistóricos haciendo compañía a los humanos, elefantes asesinos, cebús enloquecidos, dogos enloquecidos también, serpientes gigantescas, insectos de todo pelaje muertos, resecos y amontonados. Y vemos obsesivamente pasar una y otra vez por esta ciénaga la sombra de la estrella indiscutible de la creación, al Architeutis dux, al calamar gigante que habita amenazadoramente en los abismos oceánicos, mientras alguno de los personajes, en la superficie, monta maquetas de aviones, fuma marihuana hasta la extenuación o alimenta o seda, según el caso, al secuestrado de la habitación contigua. Mientras se comenta con detalle alguna peli de porno duro o resuenan de fondo, en el televisor siempre encendido, las narraciones de Animals Planet, Discovery Channel o, en algún canal católico, se cuenta la historia de un cura italiano que tenía estigmas y hacía predicciones apocalípticas… Comprenderán que no se respire en este ambiente con facilidad…
Y entonces, se preguntará algún discapacitado que todavía no se ha dado cuenta, qué es lo que quiere contarnos el autor (con la aridez lingüística del mejor McCarthy o el más asombroso desapego carvertiano o con la ironía y desvergüenza de unos hermanos Cohen en estado de gracia), pues que este mundo es una mierda, dicho de una vez y claramente. Absténganse pues de esta lectura todos aquellos delicados espíritus que aún queden por ahí pensado quizás lo contrario.
Por cierto, este libro fue finalista del Premio Herralde de narrativa del año pasado. Buen tino dicen que tiene este certamen. Y tengo que corroborarlo, tras la lectura de este espléndido libro de Busqued. Y a la vista también de que ese mismo galardón lo ha obtenido este año mi amigo Juan Francisco Ferré con su novela Providence, que no me anticipó en lo más mínimo, dicho sea de paso, el muy canalla, y que tendré que comprar, qué remedio…