24 Nov. 07
Con Coral Aguirre me sucede lo mismo que con mis amores. La admiración y el cariño se confunden y ya no sabe una cuál de las dos emociones es la más grande. La diferencia es que, al leer un texto de Coral, ella desaparece. Olvido que es la autora y me quedo en soledad, acompañada de palabras que me voy apropiando en la lectura.
Decidí iniciar la lectura de "Andar por los Aires", nuevo libro del proyecto Ediciones Intempestivas, con el cuento "Guernica", ya que el título coincide con ese Picasso que me encanta. Una entra a los cuentos de Coral como entrar a un museo, a una sala de conciertos, a un teatro. La historia del arte occidental es su paisaje más próximo.
El caso es que esa mañana, después de dejar a mi hija en la escuela y regresar a casa, puse a hervir la cafetera y me senté en la sala con el libro de Coral en las manos. Entonces sucedió: la sala, el café, los árboles a través del ventanal se dilataron y yo me fui de viaje. Es curioso viajar hacia un cuadro, pero cuando una lee ese texto es como si caminara entre las imágenes.
"El Código de Turín, el Vuelo de los Pájaros", cuento que abre el libro, lo leí en un café al día siguiente, durante uno de mis momentos de espera. Si tienes un libro entre las manos, las esperas se convierten en espacios provechosos y evitas la desagradable sensación de entrar en pausa. Los llamados "tiempos muertos" suelen ser los más vivos o, al menos, los más nutritivos que conozco.
Ese mediodía, el aroma del café y el humo del cigarro me provocaron sentir muy cerca a la extraña pareja del cuento. El personaje insultaba a su amiga en su interior. Ella trataba de molestarlo con sus teatros. "Nora lo sabe, la muy cretina", murmuraba él, "sabe que estoy terminando mi novela y quiere arruinarme el final".
Entre tanto, ella se acercó al ventanal, dispuesta a representar una escena de suicidio. "Se ha plantado frente al ventanal", exclamó él al advertirlo, "al espiarla atisbo una línea de sombra de apenas veinte centímetros de ancho por uno setenta de alto, desembocando en una suerte de globo con pelos". Y concluyó: "es ella a contraluz".
Era un mediodía espléndido y ahí estaba yo, leyendo ese cuento de Coral que me provocaba sonreír continuamente; no sé si por un sentimiento de complicidad o por el profundo amor que solemos sentir hacia las historias, los personajes y todo aquello que de nosotros mismos encontramos en ambos.
¿Quién no ha vivido ese tipo de relaciones salvajes?, ¿quién no ha experimentado una amistad grande, monumental, con un compañero al que detesta y, al mismo tiempo, necesita y ama?
En "Merecer a Schubert o la Tentación de la Pureza", Coral aborda el arte más abstracto, el más alejado de la tierra, y lo enlaza a la bestialidad más burda. Una pieza de Schubert y la tortura de un pobre muchachito afgano. La autora toma esos mundos, tan aparentemente distantes, y los entreteje con palabras.
La violencia concreta, tan concreta como la tortura de un hombre inocente, avanza con la música. Como si el cielo y la tierra se anudarán. Y es que en el origen es así, puesto que el cuento trata de una pieza por medio de la cual Schubert intentó representar los horrores humanos.
Curiosamente, leí este cuento mientras Marijose tomaba su clase de piano. Junto al ventanal de la Sala Bethoveen escuchaba los acordes de mi hija y, al mismo tiempo, leía la abstracción de esa abstracción que es la música. ¿Cómo hace Coral para abstraer algo tan abstracto?
Los cabalistas unen los números a las palabras para atisbar más allá, para que números y palabras desaparezcan y entonces, sólo entonces, seamos capaces de ver lo imposible. Coral pasa de los números (o sea, de la música) a las palabras y de nuevo a los números, pero lo que intenta revelar es otra cosa: la realidad de la tortura que dolorosamente se hace concreta en la mirada de un muchachito inocente, un hijo, un hermano, uno que podría ser cualquiera de nosotros.
Mi hija tocaba el piano y yo leía. Más allá del cristal la calle se iba quedando sola. Anochecía. Y en el sonido del piano que en ese momento escuchaba, enlazado al de los cantos de Schubert, un chico inocente me miró desde las palabras de Coral Aguirre. Eran la música, el adolescente afgano, mi hija adolescente y un anochecer cualquiera en Monterrey.
Hay quien dice que, cuando nos concentramos en la lectura de un libro como el de Coral Aguirre, el mundo desaparece. Yo no lo creo. Una se enfrasca en un texto y el mundo sigue ahí con sus olores, sus sabores y sus imágenes. Una grieta se abre de pronto en la realidad y entonces el mundo se dilata y se vuelve luminoso, apetecible.
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Nota de Abraham Vázquez en la sección Vida! de El Norte
AQUÍ"Merecer a Coral o la escritura de la ambrosía", artículo de Óscar David López sobre este mismo libro en el periódico digital Los Tubos,
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