Encontré un texto sobre el enamoramiento. Lo escribí en el 2005 y es un buen ejemplo de que los humanos estamos al nivel de los perros, lo cual no es poca cosa, tomando en cuenta que los susodichos canes son muy sensibles e inteligentes (no puedo decir lo mismo de alguna gente que conozco).
El Miki se vuelve loco cuando escucha el sonido de la cadena. La promesa del paseo es para él un asunto insoportable, intratable, incontrolable. Corre por toda la casa como si deseara escapar, como si no quisiera salir o le atrajera lo contrario. Y una sabe que disfruta de antemano, una distingue la urgencia en los ladridos, en el revolcón, en las pequeñas mordidas a las manos, las mismas a quienes ruega que le amarren, de una vez por todas, la cadena al cuello.
“Voy a sacar al perro”, aviso a todos en la casa cuando estoy a punto de irme. Les encanta el momento y por eso se acercan, se emocionan junto con el Miki al atestiguar la locura de su enorme, tremenda felicidad.
Fue ayer por la tarde cuando caí en la cuenta: el espectáculo de nuestro perro es la metáfora perfecta del enamoramiento. Todo encaja de manera precisa: la cadena que se anhela y, por lo mismo, se evita. Las ganas de salir al sol, pero en calidad de preso. La emoción incontrolable que, paradójicamente, provoca la huída. Sí, pensé, todo es idéntico. Y el rato de euforia en el parque. Y el regreso a casa con la lengua de fuera.
Una aprende mucho de los perros.
El Miki se vuelve loco cuando escucha el sonido de la cadena. La promesa del paseo es para él un asunto insoportable, intratable, incontrolable. Corre por toda la casa como si deseara escapar, como si no quisiera salir o le atrajera lo contrario. Y una sabe que disfruta de antemano, una distingue la urgencia en los ladridos, en el revolcón, en las pequeñas mordidas a las manos, las mismas a quienes ruega que le amarren, de una vez por todas, la cadena al cuello.
“Voy a sacar al perro”, aviso a todos en la casa cuando estoy a punto de irme. Les encanta el momento y por eso se acercan, se emocionan junto con el Miki al atestiguar la locura de su enorme, tremenda felicidad.
Fue ayer por la tarde cuando caí en la cuenta: el espectáculo de nuestro perro es la metáfora perfecta del enamoramiento. Todo encaja de manera precisa: la cadena que se anhela y, por lo mismo, se evita. Las ganas de salir al sol, pero en calidad de preso. La emoción incontrolable que, paradójicamente, provoca la huída. Sí, pensé, todo es idéntico. Y el rato de euforia en el parque. Y el regreso a casa con la lengua de fuera.
Una aprende mucho de los perros.
1 comentario:
perdón, me refería a este.
guille
Publicar un comentario