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sábado, agosto 17

Buena estrella

¿Cómo es posible que un hombre vital y alegre escriba poemas tan desesperados? Eso me pregunté cuando, después de la presentación del poemario Vidrio Molido (Mantis Editores / BookThug, 2012), del poeta y narrador regio Luis Aguilar, evento que se realizó el jueves en la Capilla Alfonsina de la UANL con comentarios de Luis Armenta Malpica y Minerva Margarita Villarreal, me puse a repasar algunos de los textos del libro.

"Nada que haya sido roto encuentra otro destino", dice el poeta ante la pérdida, y más adelante define el miedo como un "corazón que se desborda en el ocre bocal del precipicio". Sin embargo, al avanzar en la lectura advierto que esas oscuridades sólo sirven para hablar de una especie de tránsito que, acorde con los viajes de nuestra tradición (Gilgamesh, Odiseo, Telémaco), termina en un regreso cargado de sentido: "Vengo, errabundo y mudo, del asombro".

Armenta Malpica, con quien Aguilar comparte desde hace años, además de la amistad y los viajes, múltiples proyectos editoriales, dice de la poesía de Aguilar que propone "nuevos tópicos", "diferentes maneras de decir", y la define como una escritura en la que "cada gesto es un arma". Villarreal dijo que se trata de una poesía "subversiva y sediciosa" y, al referirse al trabajo editorial conjunto de los Luises, los definió como "activistas de la poesía".

En lo personal, de Aguilar me gusta cierta faceta relacionada a textos en los que se acomoda a sus anchas en lo prodigioso. Durante la presentación mencionó la importancia que tiene en su trabajo el poeta español Antonio Gamoneda, y es justamente ese costado al que me refiero: "Practico el sosiego en mi levedad flotante", apunta en las primeras páginas y lo tomo en mi lectura como una introducción a ciertos textos donde el desasosiego o la desesperación son solamente la piel que envuelve al gozo.

Hay cierta luz por debajo del hastío: "Una se cansa de hacer cosas sin decirlas, como vivir la vida (que no es una manzana)"; un hálito de calidez en las escenas más tristes: "Dejo un foco encendido / para espantar el miedo / y un trasto sucio en la cocina"; cierta dulzura en la descripción de un viejo a punto de morir: "Un hombre duerme un gato entre las piernas / y el hombre ronronea". Hay, también, el anhelo de espantar la mala suerte: "Voy a sentarme a ver el mar mientras el día se duerme, a ver si la engañosa luz (o su marea) deshace este tumulto de aguamalas".

Me pregunto si ese trasfondo a que me refiero tiene relación con el deseo de magia que, también, se vislumbra en los textos.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx

sábado, agosto 3

Nuestros poetas

De la segunda entrega de la Colección Ráfagas de Poesía, editada por Conarte y Ediciones el Tucán de Virginia y presentada el pasado 31 de julio, deseaba con intensidad el libro de Carmen Alardín después de que una amiga lo llevó al café y, manejándolo con deleite, me leyó dos o tres poemas.
 
Más adelante, dos de los autores me regalaron sus libros y los puse de inmediato en mi lista de lecturas urgentes. Ahora que tengo el total de la entrega en mis manos, después de escuchar las palabras de María Belmonte, Gerardo Puertas y Minerva Margarita Villarreal, directora de la colección al lado de Víctor Manuel Mendiola, una vez sucedido este preámbulo y con los libros de la colección en abanico sobre mi mesa, no puedo evitar empezar por el primero.

 
 
Hablo de mi historia, de las palabras y textos que me marcaron cuando empezaba: "No fuimos personas comunes y corrientes. / Durante muchos años tuvimos diecinueve años", etcétera. En el principio fue el verbo, por supuesto, y ahí estaban los Jorges: Cantú y González. De Jorge Cantú dijo Minerva en la presentación que se trata de uno de nuestros poetas más altos. Estoy de acuerdo.
 
El de Jorge, junto con el de Carmen, es un libro que brilla en la colección. "Tanto andarme por las ramas / de la poesía / para que vinieras tú, de pronto / a desabrocharme la camisa, / abrirme el cinturón, / apagar la luz y las palabras, / a guiarme por el buen camino / con gestos, retrocesos, respiraciones, / balanceos, avances. // Un murmullo luego, una queja casi / y el pulso generoso de la consagración / florece..."
 
Pero lo impactante fue cuando tomé el libro y empecé a leer con distancia, es decir, haciendo a un lado el hecho de que algunos de esos poemas significaron la afirmación de la vida en mi adolescencia, el cristal detrás del cual me coloqué para ver el mundo. El resultado fue un extrañamiento que me sorprendió. Hay otro Jorge en el Jorge que fue mi maestro y amigo, hay un gran poeta.
 
"La temporada de caza ha terminado. / Nostálgico ya, por estos días, / el viejo Lord guarda su fusil. / El ojo del ciervo, último trofeo, / -¿por qué bajó hoy, precisamente / hasta el venero?- / no sale de su asombro...".
 
La inteligencia de Jorge era aguda, brillante, de ahí la ironía de los poemas que, sin embargo, avanzan hacia lo profundo guiados por su sensibilidad extrema. "Un espejo que viaja" (Conarte / El Tucán de Virginia, 2012), de Jorge Cantú de la Garza, nos brinda la oportunidad de leer a un grande entre los nuestros.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx

sábado, noviembre 27

Escritores regios


Últimamente he estado en el correo electrónico como quien pasa las horas filosofando en el café. Vivir entre los libros y el diálogo internético me está convirtiendo en ermitaña, pensé, y decidí tomar aire fresco: me desprendí del teclado y salí rumbo a la Galería Regia. Era miércoles y esa noche se presentaba Cuaderno de la nieve (Mantis Editores-Conarte, 2004), nuevo poemario de Guillermo Meléndez.

En la mesa de presentación, Xavier Araiza y Eduardo Zambrano hablaban de la poesía de Meléndez. Se mencionó a Sartre, a Merleau-Ponty, a Pessoa. En el poemario las referencias son interminables: Blake, Dante, Eliseo Diego, Pizarnik, Nietzsche, Safo, Miguel Hernández, Cavafis... La poesía de Guillermo Meléndez no es nada fácil; y sin embargo, con toda su ironía y sus intertextualidades, resulta muy disfrutable.

Recordé las palabras de un amigo escritor una ocasión en que conversábamos precisamente de Meléndez, del prestigio que éste se ha ganado a fuerza de trabajo, de persistencia, de haber apostado a la poesía un poco en silencio, sin pretensiones, asumiendo su oficio desde un anonimato que parecía tenerlo sin cuidado y que desapareció con los años, cuando se convirtió en un -poeta de la ciudad, alguien que, como dijo Araiza durante su presentación, habla de las calles de Monterrey, de los bares, de los rincones que de pronto descubre ante los ojos de quienes habitamos esta ciudad sin asomarnos, casi sin verla.

Alguien había dicho hace poco que el poeta de la ciudad tiene en este momento 15 años, ya que hasta ahora no ha habido nadie capaz de sintetizarla. Descalificó a nuestros poetas uno por uno, asegurando de unos cuantos que sus textos resultan -decentes, pero no poseen grandeza.

A los regios nos resulta difícil aceptar la importancia de quienes se dedican a expresar la otra parte que somos: nuestras fantasías y deseos, nuestros sueños y desencantos. Si un gran poeta es aquel capaz de establecer con el lector una comunicación íntima, alguien que hace sentir al otro que el poema es suyo, que dice sus cosas, entonces no me explico el motivo por el cual, para nosotros, los buenos escritores no se relacionan con nuestras experiencias de lectura, sino con las opiniones del Centro. Sólo por esta vía se reconoce el trabajo de un escritor regiomontano.

Cuando pienso en la relación que existe entre nuestra ciudad y la poesía de Guillermo Meléndez me viene a la mente Álvaro Mutis, los lazos profundos entre sus textos y la Ciudad de México.

Pero comparar a Mutis con uno de los nuestros es arriesgarse a hacer el ridículo si Krauze no lo ha legitimado con anterioridad.

Para los regiomontanos, el problema de nuestros poetas es que son de aquí; en consecuencia, no se puede esperar gran cosa de ellos. He aquí un buen ejemplo de baja autoestima, una típica actitud regia.


II. Los fabulosos veinte

Sucede que, no conforme, el jueves regresé a la misma galería; esta vez para escuchar la lectura de Óscar David López, poeta de 22 años. La presentadora era Gabriela Torres, narradora de la misma edad, y actual becaria del Centro de Escritores.

La seriedad se les nota a los muchachos desde el principio, pensé, el afán de profesionalismo que los distingue entre sus compañeros.

No podía evitar una sonrisa de orgullo al escuchar a la Gaby leer, con su voz fuerte y su apostura envidiable, las múltiples referencias a poetas y narradores, grupos de rock, juegos de Nintendo, programas de televisión y toda una serie de elementos con los cuales dibujó un mapa generacional como introducción a la poesía de Óscar.

¿Qué dicen ellos en su momento de arranque, cuando apenas se dirigen hacia sus propias definiciones? Óscar David inició su lectura con tres epígrafes: uno de Gerardo Denis, el siguiente de Laura León, y el último de José José. Enseguida leyó una serie de poemas de calidad desigual, pero todos ellos frescos, rebosantes de energía, de ganas de decir sus cosas. Hubo dos o tres verdaderamente hermosos.

Evoqué a los Óscar y Gaby preparatorianos, cuando Óscar no se había enfermado, ni soñaba que vendrían estos dos últimos años de hospitales; cuando Gaby era una niña tímida que apenas hablaba; cuando aún no imaginaban que alguna vez iniciarían el proyecto Harakiri, que actualmente reúne a muchos de los escritores jóvenes de nuestra ciudad.

"La generación actual de talleristas hace demasiadas concesiones con estos jóvenes", suelen decir algunos escritores que conozco, "los están chiflando". Sin embargo, apenas empezó a leer Óscar recordé el apoyo de nuestros maestros y coordinadores. ¿Qué sería de nosotros si no nos hubieran mostrado una confianza de ese tamaño?

Me vinieron a la mente los dos Jorges: Xorge Manuel González y Jorge Cantú de la Garza. Recordé también algunas opiniones de sus compañeros, idénticas a las de mis conocidos. En el caso de nuestra generación, el apoyo de éstos y de tantos otros escritores significó, más que condescendencia destructiva, un empuje fuerte, una seguridad, una manera de ayudarnos a pisar tierra firme.

Al salir esa noche de la galería caí en la cuenta de que había presenciado una especie de reseña. No era solamente la gente de las mesas en ambos eventos, o el público que en las dos ocasiones llenó la sala; era el fenómeno literario regiomontano manifestado a través de diferentes generaciones. Un proceso vivo, dinámico.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx