sábado, julio 20

Jueves de reseña

Llegué a la Casa de la Cultura, que en estos días celebra su 40 aniversario, por error. Pensaba que esa tarde se presentaría un libro que me interesaba y faltaba una hora para encontrarme con unos amigos.
 
Al llegar advertí mi error, pero al observar con detenimiento me di cuenta que el destino me había colocado justo enfrente de la exposición de arte joven que antes se llamaba "Reseña de la Plástica" y ahora, simplemente, "Reseña", con ese raro vacío al final del enunciado.
 
Dejé en la pequeña barra de la recepción el café que llevaba en la mano y me dispuse a recorrer las salas. Lo primero que llamó mi atención fue lo raquítico de la muestra. El visitante recorre el espacio en 5 minutos, en los cuales observa una serie de, digamos, "ocurrencias". ¿Era esto lo que pretendía Duchamp al exponer por vez primera un artículo de producción industrial como objeto artístico?
 
Aquella idea genial de Duchamp de proponer, precisamente, una idea como experiencia estética a través de un objeto cualquiera, había significado una revolución, una apertura del arte hacia infinitas posibilidades. Sin embargo, en la exposición que yo recorría cerca de un siglo después parecía suceder lo contrario: el vacío de ideas contundentes provocaba un vacío de significación en los objetos expuestos. ¿Quién había fallado?, ¿los artistas?, ¿los curadores que fungieron como jurados?
 
Lo único que me quedaba claro es que Duchamp no era culpable de nada. Entonces, cuando ya abandonaba el lugar, advertí una pieza que había pasado por alto en mi recorrido. El nombre de la autora es Alejandrina Herrera y se trata de un collage con dibujo y acuarela cuyo título no recuerdo.
 
Lo curioso es que tengo la sensación de haberla visto antes en alguna otra exposición. Una niña dibujada a lápiz intenta comunicarse con ella misma (se trata de dos niñas que en el fondo son una sola) a través de dos botes con un cordón a manera de teléfono rústico. La idea parece muy simple.
 
Sin embargo, por medio de un trozo de acuarela pegado al dibujo, su pecho se hunde hacia un espacio muy amplio, una especie de paisaje inmenso y profundo que ella misma parece no comprender. Es una niña de 13 años con un pozo adentro, pensé. Y recordé que los seres humanos somos así, que andamos por las calles con nuestra inmensa soledad, ese otro universo abriéndose. Quizá a eso mismo había querido llegar Leo Marz, otro de los artistas reseñados, con la proyección de su video de paisajes amplísimos. No lo sé. El caso es que de pronto valió la pena el equívoco de esa tarde.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx

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