viernes, julio 29

Operaciones estéticas

Leo un texto en Maníasmías sobre la cirugía estética. Sentado en la sala de espera de una clínica con este giro, el narrador observa a un puñado de gente más bien atractiva, que no tendría razón de estar ahí: “Pensé, esta gente se aburre, están cansados de ser como son. Dos cosas seguramente les sobran, efectivamente: tiempo libre y dinero, y una les falta: no saber cómo emplear las dos que le sobran”.
En el multicitado capítulo de Sloterdijk sobre la emergencia de la esfera íntima interfacial, dentro de la multicitada “Teoría de las Esferas”, el autor asegura que el acto de "imprimir un antojo estético" en los rostros de los individuos es "renegar del rostro natural". En Sloterijk, el capricho de la cirugía estética nada tiene qué ver con la auténtica “operación plástica del rostro”, entendida como el movimiento evolutivo a través del cual fuimos reconociéndonos como seres singulares a medida que nuestros rostros se aclaraban y se volvían hermosos. Para Sloterdijk, nos fuimos convirtiendo en humanos al mismo tiempo que nuestros rostros emergían desde los rostros animales gracias a la mirada de los otros.
Por su parte, en sus comentarios a propósito de este capítulo de Sloterijk, Lukas considera que “el cuerpo se ha convertido en una superficie moldeable, no sólo por las plastias diversas, técnica mediante, sino también artísticas --piercings, tatuajes, etc.--, en un intento banal de recuperar el interior que se ha vaciado de sentido”.
En lo personal, tengo demasiadas dudas al respecto. Porque en ocasiones me pregunto si habrá un sentido de peso en la voluntad de construir el propio rostro, por ejemplo; me pregunto si estamos en nuestro derecho de tomar decisiones caprichosas sobre el cuerpo, nuestra posesión más importante. Me pregunto, también, si el acto de transformarnos posee un valor estético real, o se trata de un simple antojo, como dice Sloterdik, o de una consecuencia del vacío interior, como opina Lukas, o de un pasatiempo del capitalismo tardío, como se deja ver en Maníasmías o bien, se me ocurre ahora mismo, si estamos ante una manera de negarnos con fines de aceptación, borrándonos para existir socialmente. Aún no tengo una respuesta clara.
Sin embargo, y por lo pronto, dejo que el tiempo siga construyendo en mí. Me dejo hacer por ese invitado. Que opere singularidades en mi piel, que penetre hasta los huesos. El tiempo hasta en la última molécula y en el espejo del rostro, con toda su geografía de belleza humana.

martes, julio 26

Lección

Para El Perro Cansado

El Miki se vuelve loco cuando escucha el sonido de la cadena. La promesa del paseo es para él un asunto insoportable, intratable, inasible, incontrolable. Corre por toda la casa como si deseara escapar, como si no quisiera salir o le atrajera lo contrario. Y una sabe que disfruta de antemano, una distingue la urgencia en los ladridos, en el revolcón, en las pequeñas mordidas a las manos, las mismas a quienes ruega que le amarren, de una vez por todas, la cadena al cuello.“Voy a sacar al perro”, aviso a todos en la casa cuando estoy a punto de irme. Les encanta el momento y por eso se acercan, se emocionan junto con el Miki al atestiguar la locura de su enorme, tremenda felicidad.
Fue ayer por la tarde cuando caí en la cuenta: el espectáculo de nuestro perro es la metáfora perfecta del enamoramiento. Todo encaja de manera precisa: la cadena que se anhela y, por lo mismo, se evita. Las ganas de salir al sol, pero en calidad de preso. La emoción incontrolable que, paradójicamente, provoca la huída. Sí, pensé, todo es idéntico. Y el rato de euforia en el parque. Y el regreso a casa con la lengua de fuera.
Una aprende mucho de los perros.

lunes, julio 25

Día luminoso

Hoy me encontré con la sorpresa de que Magda Díaz y Morales publicó una reseña de "Mercedes luminosa" en su página. Es un honor leer palabras dedicadas a la Meche en Apostillas. Muchas gracias, Magda.
(La Mujer Loba está de malas desde que se enteró, la muy envidiosa)

domingo, julio 24

Escribir sin la familia

Dulce puede escribir debajo de un camión, dijo Anna Kullick hace tiempo, y a mí me pareció una frase exagerada, pero cierta. En otra ocasión, Ricardo Yáñez me contó que tuvo que rentar un estudio, pues en su casa había siempre mucho ruido; sin embargo, cuando al fin estuvo en medio del silencio deseado, no pudo trabajar. “Estaba todo tan calladito, que me daba sueño”. De manera que cada día iba al estudio a dormir un rato y regresaba a casa para continuar escribiendo.
Acostumbrada a trabajar con la familia encima, preguntando por un cinto, una toalla, o interrumpiendo para comentar cualquier cosa a cualquier hora del día o de la madrugada, llegué a pensar que yo misma era víctima del fenómeno Yáñez. Sin embargo, ahora que todos se fueron de vacaciones y me dejaron, al fin, en paz y, sobre todo, en silencio, descubrí que puedo escribir bajo cualquier circunstancia.
Lo que sí falló fue la fantasía de que, dueña de mi tiempo, avanzaría mucho más que de ordinario en la novela. Pues no, señores, avanzo exactamente igual, con la diferencia de que no me levanto de la comput para buscar cintos perdidos, sino para pasear al perro, rascarme el ombligo o cualquier otro tipo de distractor y/o pretexto.
Una se va al parque o se levanta para buscar una toalla y, oh sorpresa, encuentra la palabra que se le había escapado. Las palabras se esconden bajo los camiones o se van de paseo junto con el cinto de Pache. Así son las malditas.
De cualquier forma intento disfrutar la soledad, del mismo modo que intento disfrutar el caos cotidiano de la familia demandante que el destino tuvo a bien colocar no sólo frente a mí, sino por todos lados de mi pobre humanidad. Por lo pronto, tengo que ver las películas pendientes, ir a los lugares a los que nunca voy porque no dejan entrar a Marijose, mi adorado llaverito parlante, ausente por unos días, gracias al Cielo.

sábado, julio 23

Hoy, en el literespacio

Liter Espacio / El Poeta Hindú y los shandys de Vila-Matas
Por Dulce María González
El Norte
Me propuse leer la novela porque el asunto se había tornado ridículo. Muchos de mis antiguos amigos virtuales acudían desde siempre a ese código y su actitud, además de parecerme snob y ridícula, alimentaba en mí un fuerte sentimiento de rebeldía.
Sin embargo, cuando ya me había alejado de ese absurdo club de fans (así lo consideraba entonces), me sobrevino, además de una tremenda curiosidad, la sospecha de que me estaba perdiendo de algo interesante.Decidí empezar por su libro emblemático, "Historia abreviada de la literatura portátil" (Anagrama, 1985), donde encontré a un Enrique Vila-Matas que no esperaba. La novela, disfrazada de ensayo, hace referencia a una cofradía de escritores y artistas de la segunda década del Siglo 20. La conspiración shandy o sociedad secreta de la literatura portátil, fundada supuestamente en 1924 y disuelta 3 años después, agrupa a gente como César Vallejo, Rita Malú, Berta Bocado, Georgia O’Keefe, Scott Fitzgerald, Marcel Duchamp, Alberto Picabia, Walter Benjamin y Alistair Crowley.
Los shandys son solteros, solteras o mujeres fatales; poseen espíritu innovador y practican una sexualidad extrema; carecen de grandes propósitos y desdeñan todo tipo de distinción. Son insolentes, nómadas infatigables, amantes de la "negritud".
Su obra es antisolemne y ligera, de ahí su carácter portátil, ya que es posible transportarla en un maletín.
En "Historia abreviada…" Vila-Matas toma textos de estos escritores convertidos por él en personajes y les provoca decir lo que él desea. Y no sólo esto, sino que los pone a conversar. Una red de fragmentos reinterpretados, o interpretados de acuerdo a la propia conveniencia del autor, en un juego de textos dentro de textos, textos conversando con textos, textos multiplicándose y dando lugar a nuevos textos.
Mi primer asombro fue encontrar a Deleuze por todas partes: desde el asunto del nomadismo y la sexualidad, hasta la construcción misma del discurso; pasando por esas "máquinas solteras" que son los escritores y sus constantes líneas de fuga: los integrantes se dispersan a partir de algún evento escandaloso y se vuelven a encontrar en otra parte del mundo.
El segundo asombro se relaciona con el capítulo referente a la librería "Shakespeare and Company" de París, que alguien me había contado ya como cosa cierta. Aunque Vila-Matas se limita a narrar el surgimiento de la llamada "generación perdida", bautizada así nada menos que por Gertrude Stein (esto no se menciona en la novela), la historia de la librería, conocida como la más famosa del mundo, es mucho más larga e interesante.
Su legendaria dueña, Sylvia Beach, implantó un sistema de préstamo de libros por una pequeña cantidad, y eso provocó que se agruparan en torno a ella escritores pobres como Ernest Hemingway, James Joyce, Scott Fitzgerald, Ezra Pound o John Dos Passos, a quienes Sylvia ofrecía té y galletitas con el fin de atraerlos.
Pero lo que cuenta Vila-Matas en la novela es una especie de operación vagabundo, por medio de la cual algunos de los poetas shandy se dedican a rastrear la ciudad en busca de escritores portátiles, a quienes invitan a quedarse en el segundo piso, habitado por Sylvia, quien, dicho sea de paso, es famosa por haber publicado por vez primera el "Ulises", de Joyce. Dejémoslo ahí y vayamos a la anécdota de lo contado como cierto.
Se llama Carlos Torres y nació en Monterrey. Describirlo sería un desperdicio de palabras, ya que, ahora lo descubro, es un poeta shandy de cepa.
A lo de Vila-Matas agregaría que Carlos, quién ahora vive en Madrid, hasta el momento en que lo dejé de ver, nunca tuvo un empleo. De hecho, cuando su mamá se fue a estudiar una maestría y habiéndosele acabado el dinero, corrió la voz entre el gremio de que el Poeta Hindú (bautizado así por Eduardo Parra) estaba rematando los muebles. Patricia Laurent le compró uno de esos gimnasios, justamente, portátiles.
Carlos solía buscar palabras raras en el diccionario y, a partir de su significado, escribía poemas extraños, algunos de ellos francamente hermosos. Sus compañeros en el taller le criticaban, por ejemplo, que escribiera sobre pájaros que nunca había visto (vi la foto, argumentaba) o lugares jamás visitados, pero eso lo tenía sin cuidado.
En una de sus visitas a Monterrey, hace años, Carlos me contó que había estado viviendo durante meses en el segundo piso de una librería llamada "Shakespeare and Company" en París, que su dueño era un viejito, hijo de Walt Whitman, quien a su vez tenía una hija medio loca llamada Sylvia, en honor a Sylvia Beach, dueña en el pasado de una famosa librería con el mismo nombre.
Me contó que un vagabundo lo había abordado en la calle, hogar de Carlos en ese entonces, le había preguntado si era poeta y lo había invitado al segundo piso de "Shakespeare…", donde le daban hospedaje y alimentación, junto a otros vagabundos poetas, a cambio de trabajar en la librería.
Sin embargo, aseguró Carlos, el viejito lo hacía por buena gente, pues no había suficiente trabajo para todos.
Me contó de estrictas horas de entrada por las noches, de borracheras y orgías en ese segundo piso y una serie de historias alucinantes que creí surgidas de su imaginación, que siempre fue muy prolífica.
No sé si lo referido por nuestro Poeta Hindú sea verdad, pues, como buen escritor, es dado a la mentira. Sin embargo, la historia de ambas librerías es real (basta con hurgar un poco para comprobarlo) y la novela de Vila-Matas una de las mejores que haya leído.

Jesús Mario Lozano en la Muestra Internacional de Cine de Venecia

"Así", primer filme del regiomontano Jesús Mario Lozano, fue elegido para participar en la Muestra Internacional de Cine de Venecia, dentro de la Settimana Internazionale della Critica.
Nota de El Norte aquí
Nota del Hollywood reporter aquí
Nota de La jornada aquí

viernes, julio 22

Producción maquinal

Hoy ando con Deleuze:
Convertirnos en máquinas deseantes, romper hacia la producción del deseo.
La escritura extrema (libre, desbordada) como línea de fuga.
Yes!

jueves, julio 21

Los intrusos

Basta dar un paseo por la red para constatar que mis amigos blogueros andan desatados: Escriben a diario textos sustanciosos, reflexivos, interesantes, mientras yo me debato en una angustia sin motivo ni propósito. “Es la neurosis”, dijo ayer Andrés a mitad de película, y puso pausa. “¿La neurosis?”, pregunté, pensando que se refería a la trama. “La neurosis”, repitió, “la maldita neurosis”, y enseguida se puso de pie, tomó la maraña de cables que habíamos dejado al conectar los aparatos y la escondió detrás de los mismos. Después puso play de nuevo y continuamos viendo la película. En efecto, esta familia es autocontagiosa.
* * * *
Salió el sol.
Posiblemente se evaporen pronto estos extraños dobles anímicos.

martes, julio 19

La destrucción y la lluvia (cronología)

1. En septiembre del 2003 y gracias al Premio a las Artes de la Uni (de otra manera, la adquisición se hubiera postergado a lo largo de la eternidad), la Mujer Loba compró una sala de mullidos sillones y cojines confortables, misma que consagró a la lectura nocturnal, así como a innumerables sesiones de cine.
2. El 31 de diciembre del 2004 la pequeña Marijose completó un año de ejercicio ininterrumpido en el noble arte del lloriqueo y el berrinche con el fin de obtener una mascota.
3. Corrían los primeros días de enero del 2005 cuando la Mujer Loba tuvo a bien ceder a los chantajes mencionados.
4. A mediados de julio del 2005, Miki (el mal-llamado-animal producto del blackmailing a que se ha hecho referencia), indiferente a las características de su grupo familiar, cuyo inimaginable sostén económico es la literatura, terminó al fin de destruir los susodichos sillones de la susodicha sala de lectura y/o proyecciones fílmicas.
5. El 19 de julio del 2005, sentados en los maltrechos exsillones de la exsala de lectura y/o proyecciones, apertrechados con una docena de películas del blockbuster y una tonelada de palomitas de maiz, la familia lupina enfrentó los primeros embates del Fenómeno Pre-ciclón (supermercados abarrotados de gente alarmígena, suspensión de talleres y actividades, etcétera) mientras el Miki yacía castigado, sin juguetes, sin comida y sin agua, en una de las recámaras-calabozo de Palacio.
Fin

A sacar el paraguas

Mañana martes por la noche Emily tocará tierra en Tamaulipas, a poco menos de 200 kilómetros de esta ciudad. Viene la lluvia en serio. Una de las características de Monterrey es la ausencia de drenaje pluvial, la otra es poseer un impresionante cinturón de miseria, conformado por cientos de miles de desprotegidos.
La Mujer Loba no puede dormir nadamás de imaginar las inundaciones, los deslaves en las montañas; camina sin cesar, de un lado a otro de la casa, fumando y con el salvavidas puesto.
¿Por qué no se ha construido un sistema hidráulico en la ciudad? La respuesta es obvia: se trata de una obra de infraestructura sumamente cara, nada vistosa y absolutamente alejada de la sensibilidad ornamental de nuestros gobernantes. El drenaje pluvial no es redituable desde el punto de vista electoral. En cambio tenemos el consabido espectáculo que despliegan los de Protección Civil, instalando albergues y ayudando a los damnificados, lo cual es mucho más valioso en términos, digamos, publicitarios.

jueves, julio 14

Releyendo los últimos posts de este sitio

Una de dos: o me receto una buena dosis de Prozac, o me pongo a leer a Sloterdijk con ganas de “venir al mundo”; o de montarme en la "escalera eléctrica de la modernidad", sabiendo que nuestra situación es en realidad un trayecto, un mientras tanto donde cabe la esperanza; o bien, con deseos de hacer emerger una esfera íntima que contenga un único habitante: yo misma, yo y mi propia cara en el espejo, yo y la imagen de mi rostro integrado.
En Teoría de las Esferas, capítulo dedicado a la emergencia de la intimidad interfacial, Sloterdijk hace una cita afortunada de Michaux: “Eres autocontagioso, no lo olvides”.

Dos souvenirs, dos

De viaje por el ciberespacio encontré dos curiosidades que bien vale la pena anotar. La primera de ellas es una frase que encierra una gran verdad: “A los fantasmas les acomodan las temperaturas bajas” (como prueba aquí estoy, encerrada en el aire acondicionado) (¿quién lo dijo?) (yo) (¿cuál?) (pues yo) (basta).
Continuemos: La segunda es una entrevista que vaya usted a saber si es auténtica:
Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, en entrevista realizada en España por la Revista Cíclope, acerca de los platillos voladores:
P: ¿Qué opina usted sobre los Ovnis?
R/ Mi opinión sobre los Ovnis es de sentido común: creo que son naves procedentes de otros planetas, pero cuyo destino no es la Tierra.
P: ¿Cree en la posibilidad de existencia de vida en otros planetas?
R/ Es conmovedora la soberbia de quienes afirman que nuestro planeta es el único habitado. Creo más bien que somos algo así como una aldea perdida en la provincia menos interesante del universo y que los discos luminosos que vemos pasar, en la noche de los siglos, nos miran a nosotros como nosotros miramos a las gallinas.
P: ¿De dónde cree que procedan, o quién los dirige?
R/ Los Ovnis deben estar tripulados por seres cuyo ciclo biológico es desmesuradamente más amplio y fructífero que el nuestro. No se ocupan de nosotros porque acabaron de estudiarnos hace miles de años, cuando se hicieron las últimas exploraciones del Universo; saben tanto de nosotros mismos que inclusive conocen nuestro destino.
P: ¿Cree que se informa debidamente al gran público sobre el tema?
R/ No creo que haya una conspiración de las grandes potencias para ocultar la verdad de los Ovnis. Esto sería atribuirles a los dueños del mundo mas inteligencia de la que tienen.
P: ¿Por qué los científicos niegan el fenómeno?
R/ Son científicos regresivos que niegan la existencia de los marcianos porque no los pueden ver, sin preguntarse siquiera si los marcianos serán los microbios que nos hacen la guerra dentro del cuerpo.
García Márquez concluyó su entrevista así:
Seguiremos viendo con la boca abierta esos discos luminosos que ya eran familiares en las noches de la Biblia, seguiremos negando su existencia, aunque sus tripulantes se sienten a almorzar con nosotros, como ocurrió tantas veces en el pasado, porque somos los habitantes del planeta más provinciano, reaccionario y atrasado del Universo.
Adesso basta di schifeza inutile.
____________________________
Nota a las 11:30 a.m.
Para ser de García Márquez, las respuestas suenan un tanto frívolas, faltas de reflexión. Nótese la priorización que se hace de los espacios centrales sobre los periféricos en el tratamiento que se da a la plabra "provincia".

miércoles, julio 13

Ajum

La Mujer Loba tiene sueño y, oh dios, hambre de sangre, de luna, de plantas que estallen de verdes bajo las plantas de los pies. Y sin embargo qué fiaca, dice, qué flojera. Mejor soñar, acariciar el alma que ya duerme. Es entonces cuando se vuelve y mira la almohada tan suave, el libro tan abierto. Me dice ciao, Dulce, esta noche me voy sin el cuerpo, de juerga entre las páginas me voy hasta pronto, hasta mañana. Al despertar creerás que de verdad fue un espejismo esto del libro con su mujer marchándose, en busca de sangre mientras yo me echaba a dormir. Bona notte, murmura, dice, susurra bajo los párpados.

martes, julio 12

Una más sobre lo mismo (y basta)

Pensar en una posible crisis energética (esa idea romántica, dijo un amigo por ahí), provoca reflexionar acerca de nuestra forma de vida. Cada quién se preocupa por sus cosas cuando se tocan estos temas y de pronto me sorprende estar más interesada en las reacciones que en el supuesto problema apocalíptico. El hecho es que, para la mayoría, las cuestiones importantes de la vida (a perder) consisten en hacerse de objetos innecesarios y ver la televisión. Entonces me viene una imagen terrible: el sistema como una enorme solitaria, devorándonos.
En lo personal, me dolería que se alargaran de nuevo las distancias, el asunto de la comunicación, de la información. Fuera de eso, no es mala idea la formación de pequeñas comunidades socio-económicas ("relocalizarse", llaman los alarmistas a tal movimiento retro), tan alejadas de la forma de vida de los sistemas imperiales. (Ya sé, esto también es romántico).Un detalle que salta de inmediato a propósito del tema es la alimentación. En cada ensalada de fruta o de legumbres que comemos hay miles de kilómetros invertidos. Basta preguntarnos de dónde llegaron las fresas, el kiwi, el queso, la lechuga, el brócoli, etcétera. Hasta hace poco tiempo, este tipo de platillos con sus mezclas exóticas y abundantes era considerado “manjar de reyes”, precisamente por el viaje que debían realizar los alimentos antes de llegar a la mesa. Los humanos nos hemos convertido en monstruos hedonistas, pienso, y de pronto caigo en cuenta de que hablo solamente del 10 por ciento de la población mundial.
Asomarnos a ver el mundo con la conciencia que surge de la posibilidad de “perder” lo que tenemos, deprime. Hay quiénes no tiene nada qué perder y yo preocupada por los libros, los blogs, las películas, la información en la wikipedia, la oportunidad de leer las últimas conferencias de mis autores favoritos o de hojear los diarios del mundo.Vivir sin eso sería vivir sin pensar, pienso, mierda.

lunes, julio 11

El fin del mundo

La reunión familiar se ha tornado apocalíptica. Se habla de las predicciones de uno de mis hermanos, quien tiene meses investigando acerca del problema del petróleo. Que se agotaron las reservas, que en Irak los gringos no encontraron lo que esperaban, que en Irán el crudo está muy peleado: además de Estados Unidos, dicen, Alemania y Rusia ya le echaron el ojo. En caso de que encontraran petróleo en Irán, dicen que dijo mi hermano, eso sólo aplazaría un poco el derrumbe. Aseguran que la gran crisis es para dentro de 5 años. Se dice que mi hermano dice que, de acuerdo a los especialistas, la economía mundial se colapsará. Se hacen planes de comprar un ranchito con pozo de agua.
-El que quiera viajar tiene que hacerlo ahora mismo –aconseja mi hermana-, porque después, en carreta, va a resultar mucho más difícil.
-¿Y ya no iremos de compras a los moles? –pregunta mi sobrina de 10 años, alarmada.
-Claro que no –responde mi hermana-, ¿no te das cuenta que no va a haber luz ni aire acondicionado?
Mi sobrina se levanta de la mesa y, tomando el teléfono, llama de larga distancia a su papá, que está de trabajo en Ciudad Juárez.
-Dicen que se va a acabar el petróleo y que ya no voy a poder ir a los moles a comprar ropa –le dice, a punto de llorar.
Escucha la explicación del papá y sonríe hacia la reunión con cara de que nos acaba de ganar una partida.
-¿Qué te dijo? –le pregunto, apenas vuelve a la mesa.
-Dice que no me preocupe, que puedo pedir la ropa por internet y me la llevan a casa.
Estoy a punto de explicarle que, de suceder una catástrofe de ese tamaño, se caería el internet y el dinero no servirá de nada, pero me contengo.
-Esto de la crisis energética es terrible –murmura mi hermana-: no voy a poder ir al gimnasio.
-Por lo pronto, estás muy bonita –le dice mamá. Yo me tomaría unas fotos. Mi cuñada tiene ya un buen rato mirándome.
-Vas a tener que acostumbrarte a leer de día –me dice, como si el Apocalipsis empezara ahora mismo-, no voy a permitir que te acabes las velas de todos.
_______
Hoy es mi cumple. Me regalo la postergación de la catástrofe: lecturas nocturnas y delicioso vagabundeo por internet, en tanto llega el momento de que se acabe el mundo (tarde o temprano sucederá, por algún motivo) (me quedo en el mientras tanto).

sábado, julio 9

Hoy, en el literespacio

Liter Espacio / Conservar la memoria
Por Dulce María González
El Norte
Supe de Ray Loriga porque me prestaron un libro "que debía leer cuanto antes", con esa consigna me fui al café más cercano y me leí de corrido un centenar de páginas, sin respirar. Un libro no muy bien escrito en el sentido de construcciones fáciles o repeticiones innecesarias y, sin embargo, en contra de mi costumbre y de mi voluntad, seguí con la lectura hasta casi terminarla de una sentada.
"Tokio Ya No Nos Quiere" (Plaza & Janés, 1999) narra las andanzas de un vendedor de droga. Pero no se trata de un dealer común metido en el negocio de un químico cualquiera. Hablamos de una sustancia capaz de borrar recuerdos indeseables y de un personaje que debe soportar las historias de clientes inconformes con cierta parte de ellos mismos: escenas insoportables, acciones por desaparecer.
¿A quién se le ocurre escribir un texto con semejante selección de oscuridades, demonios internos y externos, paisajes de desolación?
Español, 38 años, tres o cuatro novelas publicadas. Un guión para Almodóvar (nada menos que el de "Carne Trémula"), otro para Saura ("El Séptimo Día"). Una película que pasó sin pena ni gloria y otra en producción. Principalmente odios, críticas negativas, rencores y envidias por doquier. Agreguemos a lo anterior su pose de escritor exitoso, su lucha contra la intolerancia, su cinismo en las entrevistas, sus cientos de lectores. Interesante.
Ahí estaba yo, en el cafecito, mi libro de "Tokio..." en las manos. El protagonista y narrador avanza a saltos, valiéndose de imágenes momentáneas, de retazos. La droga, que él mismo consume, le provoca olvidar gran parte de lo que sucede. Ese intento de deshacerse de la basura de los demás resulta contraproducente, ya que la cabeza se le llena de las historias de los otros a medida que la propia desaparece.
Antes de salir había hurgado un poco en internet. Además de las críticas negativas y los montones de groserías dedicadas al autor, leí entrevistas y un par de artículos publicados recientemente en El País, estos sí muy bien escritos y, sobre todo, inteligentes. En uno de ellos, Loriga aborda el tema de las metáforas, a propósito de las críticas por parte de la Iglesia a la aprobación en España de los matrimonios entre homosexuales.
El problema, dice, no está en los textos bíblicos, sino en su traducción. Y se lanza en primera contra la intolerancia. ¿Quién puede saber cuál es la manera correcta de vivir?, me pregunto, ¿qué autoridad inequívoca?, ¿cómo ser nosotros mismos cuando estamos sujetos a un juicio social cargado de certezas, de criterios totalitarios, de verdades inamovibles?
La necesidad de afecto y el miedo al rechazo parecieran ser las rejas detrás de las cuales los humanos en general, no sólo los homosexuales, enjaulamos nuestras singularidades, nuestra parte oscura, aquello que para otros puede resultar indeseable. En este sentido, y siendo realistas, una droga capaz de aniquilar cierta parte de nosotros significaría, además de adecuada socialmente, un negocio redituable.
Entonces sí el mundo sería perfecto en su artificialidad hollywoodense. Una película impecable donde los humanos, pulcros, sanos, rectos y bondadosos, cualquier cosa que lo anterior signifique, podríamos convivir sin "lastimarnos" emocionalmente unos a otros y, sobre todo, sin preocuparnos por el problema de la diversidad o, lo que es lo mismo, de la propia singularidad.
Pero sucede que, ni aun en las ficciones más optimistas desde el punto de vista puritano y, digamos, correcto, lo humano se salva de lo humano, o sea, de la imperfección. De ahí que, en la novela de Loriga, al acabar con lo supuestamente indeseable la droga se lleva de encuentro grandes cantidades de material humano, llamémosle así, "aceptable".
En "Tokio...", la intolerancia social se ha colado al terreno íntimo, de manera que, arriesgándose a perder recuerdos valiosos, es el mismo sujeto quien pide la "erosión" de su memoria, intentando con ello borrar una parte de su vida que sería importante integrar.
En el plano social, principalmente en el caso de ciudades como la nuestra, el asunto parece ser definir lo diverso, señalando con ello fronteras que, curiosamente, son aceptadas por todos con entusiasmo y sentido de agradecimiento.
Si la diversidad somos todos, puesto que los humanos contemporáneos construimos para nosotros individualidades cada vez más extremas, no veo a dónde vayamos a parar si continuamos estableciendo distancias o fingiendo que no somos como somos, o intentando borrar lo que somos ante las exigencias de una sociedad conservadora que pretende tener la verdad en la mano.
Al salir del café en cuestión, un tanto mareada por la lectura, caí en la cuenta de que, antes de internalizar este tipo de limitaciones y de miedos, habría que cuestionarnos si tiene verdadero valor la sensibilidad de quienes tratan de imponer su monopolio sobre la forma en que debemos experimentar nuestras vidas.
Sería necesario, también, preguntarnos por el significado personal e íntimo de cada singularidad nuestra, cada imperfección, cada huella hermosa o terrible.

jueves, julio 7

El naufragio y la lluvia

El naufragio:
Apenas subimos al barco se vino la tormenta. No hubo tiempo de abrir los camastros y tendernos al sol. Nada de piscinas ni de cenas de gala ni de conversaciones íntimas al anochecer. Sólo la tormenta, la tenacidad de las olas, el mar arrastrándonos a su antojo. Durante el naufragio fue el caos y después pescarnos de la susodicha tablita de salvación. Obvio decir que hemos nadado en direcciones contrarias, hasta alcanzar nuestras respectivas islas desiertas. Aquí estoy, construyendo mi casa de palma.

La lluvia:
Al desierto una se acomoda. Y empieza a verlo hermoso. Y hasta le toma cariño a la arena cuando golpea el rostro, al tremendo sol. Un buen día viene la lluvia y entonces una recuerda. La memoria se llena de humedades, de otras tierras. Que llueva en el desierto es un milagro y el fenómeno no dura mucho. Pero una termina por conformarse y agradece al Cielo por el agua derramada.

Más refrescante que la lluvia:
Estoy en mi isla desierta y en el desierto del Sahara al mismo tiempo, muy en paz. Y he aquí que abro el correo (en las islas desiertas también hay internet, lo mismo en el Sahara) y me encuentro con que Claudia Castillo me ha enviado una foto de su viaje a tierra Tarahumara. Aquí el desierto es real y sin embargo los rostros: esas sonrisas de los rarámuri asomando desde allá, desde la inaccesible sierra de Chihuahua.

sábado, julio 2

La suspensión del tiempo

Leo en Apostillas un texto delicioso, inteligente y poético, a propósito del libro “De la imperfección”, de Greimas. En él se alude a otro texto, de Tournier, en el cual, a partir de la experiencia sensible de la obra de arte, del texto, del mundo, se suspende el tiempo. Lo interesante es que al leer sobre tal suspensión, quedé suspendida: He ahí el motivo de que tantos nos enganchemos en este asunto de la lectura. Llamémosle milagro. Y sucede.
Se abrió una grieta en el texto.
-¿Qué tienes en el índice? –pregunta X.
-Es que me muerdo los pellejitos alrededor de las uñas –respondo.
-A mí me lastimó un perro este dedo –muestra el dicho dedo.
Estamos ensimismados, viéndonos pequeños detalles en los dedos de las manos.
Pienso en esa atmósfera, cerrada y cálida, que se crea entre dos al escudriñarse un granito, un rasguño, y caigo en la cuenta que estoy ahí de nuevo. Es entonces cuando recuerdo que en realidad estoy leyendo un texto, en Apostillas, sobre un libro de Greimas. E irremediablemente regreso.