Supongo que de una vez por todas
debe estar descansando
el esqueleto del abuelo hecho un revoltijo en la urna.
Cruzado de cicatrices de albañil
y la condecoración de un clavo
hundido en el húmero derecho.
Pero no estoy totalmente seguro de que la osamenta
no sufra sacudidas de vez en cuando:
cincuenta años de levantar paredes
quizás no hayan agotado su impulso y el abuelo no quiere
que oscurezca un resto de energía en el acumulador.
Pero todo está bien, abuelo.
Su largo sudor se ha evaporado, formó nubes
y retornó en la lluvia. Ningún asunto suyo
fue desperdicio. Por su causa
la obra continúa en construcción.
Por gente como usted, la mejor sustancia del planeta,
salió el sol todos los días. Por usted
valió la pena estar de pie y agradecido.
No haga ningún esfuerzo por resucitar, abuelo:
ya basta de trabajo.
Y que no se le ocurra
poner en orden sus propios escombros
ni ocupar sus vacaciones arrancando
el clavo de su hueso más heroico y personal.