...Si hay algo maravilloso de haber nacido en Venezuela es haber conocido a fondo esa fruta de los dioses que es el mango. A Europa llegan algunos frutos que no son para mí, sino remedos de aquellos que probé a lo largo de mi infancia y adultez. Los hay de miles de gustos y sabores que son producto de los injertos que evocan a los cócteles, como ese maravilloso, injertado con piña.
Hay uno pequeño, amarillo y redondo que le llamamos mango de bocao (bocado), de textura firme y carnosa y casi siempre dulces. El de hilacha, suele ser alargado, y fibroso (que suelen quedarse entre los dientes) y se encuentra de diferentes colores, el verde con tonos rosáceos y el amarillo (o los tres a la vez), puede dar sabores más cítricos, y muchos, cuando están muy maduros, simplemente abren un agujerito en la concha y van chupando cual batido por ahí. Otro clásico es la manga, ese que da tamaños inmensos que a veces supera al tamaño de los melones. Casi siempre firme de pulpa y con tonos cítricos.
Casi todos los colegios, de mi época, tenían alguna mata (árbol) en el patio, y estaban allí, es el mejor ejemplo de la abundancia del trópico; cualquier calle puede estar salpicada de esta fruta, que ya el árbol no aguanta sostener. Para mí, la más deliciosa del planeta, lo tiene todo, belleza: vaya colores que tiene su piel y su pulpa, generosa y firme, dulzor y cítrico en perfecto equilibrio...
Hubo una expresión, ya ahora en desuso, que para referirse a un tío bueno, como dicen España, decían: "Ese tipo es un mango", o "un mangazo" para decir que estaba para comérselo, y qué mejor símil.
Para terminar, les regalo este poema de mi amigo Daniel Molina, en el que une tan bien el amor a esta fruta maravillosa:
Romance
Contigo pasó
como comer mangos
lentamente entre mis dientes
hilas con la hebra de tu cuerpo
el manto amarillo de una estación.
Daniel Molina (1967, Caracas) extraído del libro Caricuao, D.F., (Caracas, Fundarte, 2002) ganador del Premio de Poesía Fundarte 2002.