Cuando era el tiempo muy niño todavía,
no había en el mundo bicho más feo que el murciélago.
El murciélago subió al cielo en busca de
Dios y le dijo
—Estoy harto de ser horroroso. Dame
plumas de colores.
—No.
—Dame plumas, por favor, que me muero de
frío.
A Dios no le había sobrado ninguna
pluma.
—Cada ave te dará una
Así obtuvo el murciélago la pluma blanca
de la paloma y la verde del papagayo. La tornasolada pluma del colibrí y la
rosada del flamenco, la roja del penacho del cardenal y la pluma azul de la
espalda del Martín pescador, la pluma de arcilla del ala de águila y la pluma
del sol que arde en el pecho del tucán.
El murciélago, frondoso de colores y
suavidades, paseaba entre la tierra y las nubes. Por donde iba, quedaba alegre
el aire y las aves mudas de admiración.
Dicen los pueblos zapotecas que el arco
iris nació del eco de su vuelo.
La vanidad le hinchó el pecho.
Miraba con desdén y comentaba
ofendiendo. Se reunieron las aves. Juntas volaron hacia Dios.
—El murciélago se burla de nosotras.
Se quejaron
—Y además sentimos frío por las plumas
que nos faltan.
Al día siguiente, cuando el murciélago
agitó las alas en pleno vuelo, quedó súbitamente desnudo. Una lluvia de plumas
cayó sobre la tierra. Él anda buscándolas todavía.
Ciego y feo, enemigo de la luz, vive
escondido en las cuevas. Sale a perseguir las plumas perdidas cuando ha caído
la noche; y vuela muy veloz, sin detenerse nunca, porque le da vergüenza que lo
vean.
Eduardo Galeano
Yo tampoco tengo plumas y no me quejo. Y soy igual de ave que él.
ResponderEliminarUn abrazo.
No conocía esta historieta.
ResponderEliminarAh, mi Galeano. Gracias por traer al Maestro. Un abrazo desde Uruguay.
ResponderEliminar