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5.22.2010

Capítulo 2 - Parte IV

. . .

Francisco llegó agotado a casa. Nora lo había llamado a la universidad, medio histérica y sin parar de parlotear sobre un ladrillo que había roto la casa, que era una vergüenza y el barrio se estaba llenando de ladrones…la perorata de cada día, pero peor. Además, había tenido que suspender al 90 % de su clase de historia favorita y no conseguía comprender si era porque se explicaba demasiado mal, o porque eran demasiado estúpidos. Cuando pensaba que esos jóvenes sostendrían el futuro, se deprimía.

Bajó de su Fiat 500 con un suspiro, y cerró la portezuela muy lentamente. Casi temía subir a casa y tener que oír de nuevo a su mujer despotricar durante media hora. Quería a Nora, pero en verdad, no era recomendable estar cerca de ella cuando estaba tan enfadada. Se paró en el portal, rebuscando entre sus bolsillos la llave de entrada, y, tan concentrado estaba, que no se percató de la sombra que se movía detrás de él. Una mano gruesa y con olor a polvo le cubrió la boca para que no chillase, y cuando Francisco se volvió entre espasmos, intentando librarse de los brazos que lo aprisionaban, algo le golpeó en la cabeza, algo muy contundente. Cayó al suelo con un golpe seco, y Arturo casi se echa a reír. Que fácil había sido. Miró en todos sus bolsillos hasta que encontró la llave de la casa, y dejó el cuerpo ahí tirado. Llevaba un pasamontañas, así que no podría haberle reconocido.

¿Matarle? Nah. Llevaba una camisa nueva.

Observó la brillante llave y sonrió. Las cosas comenzaban a mejorar.

. . .

Elicia miró preocupada al reloj.

—Mamá, ¿papá no debería haber vuelto ya del trabajo?—comentó mientras miraban la televisión aburridas. En la cocina, la cena descansaba fría e intacta, mientras ambas esperaban a Francisco. Nora asintió igualmente preocupada y suspiró cogiendo el teléfono. Lo llamaría de nuevo.

Elicia, por un impulso, se asomó a la ventana rota que daba a la calle principal, y sacó la cabeza fuera, mirando. Abrió los ojos desmesuradamente al ver el coche de su padre aparcado como siempre frente al portal, y junto al coche, un cuerpo arrebujado en el suelo, que se parecía ligeramente a su padre.

—¡Mamá, creo que a papá le ha pasado algo!

Antes de que su madre pudiese contestar, la chica salió corriendo del piso, escaleras abajo hacia el rellano, con el corazón en un puño. Salió al aire frío de la noche, sintiendo como el descenso de temperatura la golpeaba, pero ignoró eso y se abalanzó sobre el cuerpo inerte de su padre. Tenía la camisa manchada de rojo y una fea herida en la cabeza que sangraba. Con manos temblorosas, intentó levantarlo, pero se encontró a si misma sollozando muerta de miedo. ¿Aún respiraba? Le volteó con dificultad, manchándose las manos, y posó la cabeza sobre su pecho.

Respiraba.

Se giró cuando su madre por fin llegó hasta la calle resollando, y habló en voz trémula:

—Respira.

Nora corrió hacia el cuerpo de su marido intentando parecer fuerte, pese a lo asustada que estaba y le tomó el pulso mientras lo observaba.

—Está inconsciente. Llama a una ambulancia, esa herida necesitará puntos.

Elicia asintió de forma automática y corrió escaleras arriba en una exhalación.

Las cosas iban de mal en peor.

. . .

Leo estaba tirado sobre su cama con las piernas cruzadas al final y las manos detrás de la cabeza. A su derecha estaba la minicadena, que sonaba a tope por toda la casa. Disfrutaba de la música. De repente, el insistente sonido de su teléfono móvil le obligó a bajar el volumen.

«¿Quién coño…?» miró la pantalla «Papá».

No tardó en responder. Si había alguien a quien apreciara era a su padre.

—Dime, papá.

—Hijo, voy a llegar tarde. Tenemos una urgencia.

Su padre trabajaba en el Samur y a veces debía llegar unas horas más tarde de lo normal. Leo adoraba el trabajo de su padre, le parecía tan emocionante… soñaba con ser como él de mayor y ganarse la vida con lo mismo, por eso, siempre que su padre llegaba a casa comenzaba a interrogarle sobre lo que había ocurrido aquel día.

— ¿Qué ha pasado?

—Han encontrado a un hombre herido en mitad de la calle. Dicen que ha sido otro, pero la calle estaba vacía y nadie ha visto nada. Cuando llegue te cuento.

Acto seguido ambos colgaron. El muchacho se vio en la responsabilidad de informar a su madre, que, probablemente, tendría el teléfono apagado.

—Mamá.

—Dime, cariño –Leo odiaba que le contestara de aquella manera tan melosa, pero ella era así y ante todo la quería, así que se limitaba a suspirar en lugar de echarle un grito.

—Papá se va a retrasar hoy.

La mujer torció el gesto.

—Espero que no sea nada grave… -Linette, la madre de Leo, era una mujer tremendamente altruista, y el trabajo de su marido a veces le resultaba cargante, pues todos los accidentes los vivía como si le hubiesen ocurrido a ella. Era una persona terriblemente empática, y eso era lo que había enamorado a su esposo.


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Otra vez, perdón por la tardanza, pero a veces nos atascamos y otras no tenemos tiempo... :) espero que os haya gustado esta nueva parte del capítulo y que sigáis leyéndonos :)

4.28.2010

Capítulo 2 - Parte III

Arturo echó a correr como alma que llevaba al diablo, había aprovechado aquellos momentos solitarios de la calle para lanzar un proyectil contra la ventana del primer piso, donde sabía que vivía quien le había visto la noche anterior mientras llevaba a cabo su asesinato. La dirección de la chica la había descubierto esa misma mañana cuando, mientras daba vueltas por el barrio en busca de ella (pues no debía andar muy lejos) vio al chico con una moto esperando cerca de un portal. Y justo. Apareció la chica. Le bastó sólo un poco más de tiempo para verla a ella pululando por su dormitorio y el salón. Y era el momento de lanzar una advertencia.

. . .

Nora se asomó al ladrillo, pero lo máximo que pudo distinguir fue una figura oscura que ya giraba la esquina.

—¿Qué demonios…? –su voz denotaba cierto enfado.

Elicia siento un repentino e irracional miedo y le flaquearon las piernas. Pero supo sostenerse en pie. Supuso que el susto de la noche anterior seguía afectándola y pasó del tema, no reparó en más.

—Bah, mamá, habrá sido un gamberro, tranquila –intentó calmarla.

Pero era imposible. El sudor de la mujer se extendía ahora por sus mejillas, y no hacía más que llevarse constantemente una mano a la cabeza y pasársela por su oscura cabellera en señal de preocupación.

—Llamaré a la policía y luego a tu padre –determinó por fin.

Elicia estaba preocupada. Su madre era una mujer nerviosa que se alteraba con lo más mínimo que pudiera modificar su rutina, y aún consciente de ello, no era capaz de auto controlarse. Además, después de descubrir que su hija había tenido una pequeña escapada nocturna y que no había tenido el valor de contárselo, los ánimos en casa estaban algo crispados.

— ¿Policía? Sí, llamo desde... –oyó Elicia decir a un agente mientras tomaba asiento en el sofá. La muchacha se evadió mientras sentía el aire fresquito que entraba por la ventana introducirse en su nariz y posteriormente en sus pulmones con energía. Veía a su madre pasear de un lado a otro de la estancia, sintiéndose por un momento culpable de no ser partícipe de sus nervios y de no ayudarla a combatirlos, pero también conocía demasiado bien a Nora y sabía que el simple hecho de proporcionarle un par de palabras de aliento haría saltar la chispa.

Tras al menos media hora, Nora por fin colgó el teléfono. Para Elicia había sido una eternidad. La miró interrogativa.

—Tu padre vendrá a la hora de siempre, le he dicho que yo me encargo -«como de costumbre» pensó Elicia para sí. Su madre siempre quería hacerlo todo ella, pues pensaba que los demás la estorbarían en su tarea. Ya sabes: “si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo” y sobre ese lema se regía su madre- y la policía viene hacia aquí. ¿Crees que lo tomarán por una chiquillada y lo dejarán de lado?

—No sé, mamá, no soy policía –se limitó a contestar Elicia, casi sonriendo porque su progenitora había olvidado la parte del cuerpo de la chica que tocaba el suelo.

—Bueno, en lo que vienen y no, explícame lo de anoche –dijo, mostrándose autoritaria mientras se sentaba a su lado.

A Elicia se le apagó su carcajada interna.

—Mamá, no creas que salí conscientemente –comenzó, para calmar las aguas- no… no sé cómo lo hice, de hecho, estaba dormida –se permitió bromear. Juraría haber arrancado una fugaz sonrisa a Nora- y… no sé, sólo sé que soñaba con algo muy agradable que de repente se tornó oscuro…

—Concreta más, hija –su madre no podía evitar querer saberlo todo e intentar psicoanalizar a la gente.

Elicia bufó exasperada. ¿Cómo podía explicarle a su madre el extraño sueño que había tenido? Hizo un intento que no salió bien.

—Lo único que recuerdo de mi sueño es que iba por un mundo muy extraño…entraba en un palacio de cristal…y avanzaba por un pasillo muy oscuro y…entonces vi un mar rojo…sangre—. Elicia palideció al recordar su sueño. No había sido agradable. El asesinato que vio en su sueño al parecer había sido real. Pero…pero en el fondo había sido un sueño, ¿no? La chica se sintió muy confundida.

Nora suspiró.

—Mañana irás de nuevo a la consulta de la señora Martín. Es una buena psicóloga y cobra poco. Voy a pedir cita.

—¡Mamá, no! ¡Otra vez no! ¡Desde lo del puticlub me prometiste que se acababan los psicólogos!

Nora la agarró por los hombros y la miró fijamente, intentando hacerla comprender.

—Lo hago por tu bien, Elicia. Me preocupa lo que pueda pasarte y está claro que esto del sonambulismo es aún más grave de lo que pensé. Vas a ir y no hay más que hablar.—terminó de forma autoritaria. Cualquier rastro de ternura que hubiera podido haber en su voz desapareció, y su hija le lanzó una mirada fulminante.

La adolescente se hundió en el sillón y Nora ya volvía a la cocina, pero cuando estaba en el marco de la puerta, se volvió.

—Y por cierto, estás castigada tres semanas sin salir.

Entre los gritos y las quejas, ambas se olvidaron momentáneamente del ladrillo.

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Perdonad la tardanza, pero la inspiración a veces cuesta lo suyo que aparezca y hemos estado algo ocupadas con el instituto >.<>

Y muchas gracias por los comentarios, sabéis que se agradecen muchísimo :D.

4.17.2010

Capítulo 2 - Parte II


. . .

Lo que le faltaba al bueno de Arturo. La chica había encontrado ayuda para escapar, y ahora su amigo lo sabría todo. Estaba convencido de que ella no habría dudado en relatarle lo que había visto al rubio, y estaba seguro también de que la policía no tardaría en ir a buscarle si no se daba prisa en asesinarlos a ambos. Una llamada al móvil interrumpió sus divagaciones.

—¿Arturo? –preguntó una voz áspera.

—¿Sí, señor?

—Lo hiciste bien, ¿no? –quiso saber el interlocutor.

—Todo salió perfecto –mintió. Sabía que si su jefe o el cliente para quien había llevado a cabo el asesinato se enteraban de algo, él era hombre muerto. Y no tenía ninguna gana de probar el filo de su propio cuchillo. Eso era cosa suya. Se encargaría de que sus dos corazones dejaran de latir y nadie se enteraría de nada. Para eso era un gran profesional y llevaba años en el oficio.

—¿Seguro? –al jefe le gustaba asegurarse de las cosas. La mayoría de las veces notaba cuándo algo iba mal y viceversa. La edad le había ayudado a identificar a los mentirosos, a los desastrosos, a los buenos y a los que no lo eran tanto. Era difícil engañar a alguien así.

—Seguro –mintió otra vez. Y tragó saliva.

. . .

Elicia se sentía mayormente confundida. Estaba despatarrada en la cama, leyendo el último tomo de su manga favorito, comiendo chetos, y pensando. ¿En qué pensaba? En muchas cosas. En Leo. En decirle a su madre sobre su pequeña aventura. En esa escena tan extraña que vio. En Leo. En hacer las paces con Alexis. Oh, y en Leo. Con un suspiro cerró el manga recién terminado, y en vez de coger el siguiente de la pila, escondió la cabeza bajo la almohada. Por alguna extraña razón, no se sacaba a ese chico de la cabeza. Era molesto, extraño.

Cogió el Mp3 que tenía en la mesita de noche y se puso los cascos para escuchar un poco de buen rock que le aclarara las ideas. Cuando tuvo la voz grave y ronca de Chad Kroeger martilleándole la cabeza, cogió el bloc de dibujo y se sentó con la espalda recostada a la pared. Pensó una vez en la escena que había visto de refilón. El cuchillo. La sangre. Empezó a dibujar. Su trazo era ligeramente tembloroso, y definitivamente podía hacerlo mejor. Arrancó la hoja, la arrugó y volvió a empezar.

En la próxima hora, haría eso casi diez veces.

Finalmente, cuando el dibujo empezaba a tomar forma, la música terminó. La habitación quedó en silencio, pero Elicia no se percató de ello, absorta en su dibujo. Cogió un lápiz rojo para remarcar los últimos detalles…y sonó el timbre. El insistente sonido la asustó, ocasionando que en un mal movimiento, el dibujo quedara adornado con un enorme rayón carmesí. Echa una furia, se quitó los cascos silenciosos, y fue a abrir la puerta.

Fuera quien fuera, iba a morir.

Era Alexis.

La furia de Elicia desapareció repentinamente, para ser sustituida por una extraña vergüenza e incomodidad que nunca antes había sentido. No se habían dirigido palabra en todo el día, así que la chica no supo cómo comenzar la conversación. Alexis, en cambio, parecía tener muy claro que quería. La abrazó.

Fue algo repentino, y Elicia soltó una exclamación ahogada. Alexis nunca la había abrazado de esa forma, como si temiera perderla. Era…era diferente. El abrazo la ahogaba, no la dejaba respirar, pero en cierta forma era cálido, reconfortante. Estuvieron así un par de minutos, hasta que Alexis se alejó. Tenía una mirada triste, pues no había pasado por alto que Elicia nunca respondió al abrazo. Aún así, esbozó una sonrisa.

—Me lo debías. Al menos esto.

La forma en la que lo dijo, hizo que Elicia se sintiera más y más culpable. Cómo si realmente estuviera haciendo algo mal. Había estado mirando el suelo como si fuera la cosa más interesante del mundo, pero en ese momento alzó la vista y le sonrió a Alexis.

—Me he comprado el último tomo de Naruto. ¿Quieres pasar y te lo presto? Nunca adivinarás quien ha llegado a Konoha—le dijo de forma burlona.

Él se echó a reír mientras entraban.

Quizá aún podían recuperar la amistad.

. . .

Esa noche, Elicia estaba radiante, feliz como unas castañuelas. Nora, que acababa de llegar del hospital, la miraba de forma curiosa, preguntándose qué habría pasado para que la tristona Elicia que desayunó sin ganas esa mañana, se hubiera convertido en la reina de “happylandia”.

—Elicia, cariño—la llamó su madre, llena de curiosidad. La chica bailoteó hasta la cocina—. ¿Te ha pasado algo bueno hoy? Pareces bastante más animada que esta mañana.

Ella asintió con una amplia sonrisa.

—Alexis ha venido y hemos estado discutiendo sobre Naruto.

Nora alzó una ceja sin comprender. ¿Y eso la había animado tanto? Nunca comprendería cómo podían gustarle esos muñecajos que veía. Con un suspiro, puso a freír croquetas pre-congeladas.

—Hazme un favor y ponte a pelar unas cuantas patatas. Hoy no tengo ganas de cocinar…dios, ha sido un día agotador.

—¿El señor Díaz ha vuelto a intentar ir al baño por si sólo?

—No, peor. Paciente nueva, que se niega a aceptar el tener que vivir en un hospital.

Elicia rió mientras seguía pelando las patatas.

—Esas son las peores. En fin, ya sabes lo que dicen: Hoy fue un mal día, mañana irá mejor.

Nora la miró una vez más sin comprender de dónde salía todo ese optimismo. Mientras observaba a su hija, bajo la vista y se fijó en sus pies. Parpadeó un par de segundos confundida. ¿Vendas? ¿Qué demonios…?

—Elicia, ¿te has hecho daño en los pies y no me lo has dicho?

Elicia paró de cortar las patatas repentinamente y tragó saliva. Oh, no.

—Sí, bueno…es que ayer por la noche salí. Y me hice daño—musitó.

Nora empezó a enfadarse.

—¿Cómo pudiste salir si cerré tu habitación con llave?

—Eh…no sé, cosas del sonambulismo, ya sabes. Uy, llaman a la puerta, voy a abrir.

Nora se encontraba muy cabreada mientras veía a su hija correr hacia la puerta.

—¡Elicia Ibáñez Cruz, a mi no me vengas con esas! ¡Nadie ha llamado a la puerta, y tú te vas a sentar aquí, y explicarme cómo saliste de tu habitación!—le chilló Nora.

Pero cuando la chica fue a hablar, un sonido las calló a ambas. Un ruido potente, cómo si se hubiera roto algo de cristal. Corrieron al salón, dónde vieron la ventana principal rota, y un ladrillo sucio descansando sobre el parqué.

. . .


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Sentimos que haya pasado casi una semana entera desde la última actualización, pero hemos estado muy ocupadas D:
¡Gracias a todos los que comentan/leen!

4.10.2010

Capítulo 2 - Parte 1

¡Gracias a todos por vuestros comentarios! Nos hacéis muy felices con ellos :D esperamos que os guste el capítulo dos más que el anterior ;D

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2

Huyamos

Cuando entraron en la tienda vieron a un chico desgarbado y lleno de granos desparramado en un asiento al lado de la caja registradora. Tenía los cascos puestos y estaba leyendo el último número de “Interviú”. Ni se percató de la presencia de los dos adolescentes que entraron escopetados en el que sería su refugio. Leo jadeó agotado y dejó a Elicia sobre una silla de plástico que costaba 13,99 €. No pasó mucho antes de que la chica se quejara suavemente y Leo se dio cuenta de que tenía los pies hechos un desastre. Suspiró, y fue hacia la zona de toallitas húmedas, compresas y vendas. ¿Cómo demonios se había metido en se lío? Ni siquiera él mismo lo sabía. Pero cuando miraba a la rubia, la veía tan frágil y desamparada que algo se le removía por dentro.

Sacudió la cabeza. Todo parecía por completo una película de acción, y de las malas, de esas en las que te quedas dormido a los quince minutos. Pero, ¿sabéis qué? No era una película de acción.

Se acercó a la chica sonámbula y le ofreció las toallitas Nenuco. Ella las cogió con cierto recelo y pesadumbre. Empezó a limpiarse los pies tranquilamente, quitando los vidrios y cristales. Casi parecía acostumbrada a ese tipo de labores. Mientras, mascullaba maldiciones por lo bajo, claramente enfada. Leo alzó una ceja.

— ¿Cómo te llamas?

Ella le miró alzando la vista.

—Elicia. ¿Y tú…?

—Leo. No eres de por aquí, ¿no?

Definitivamente no era cómo las chicas de ese barrio. Parecía algo estirada, como las que vivían en el barrio pijo de la ciudad.

—Me parece que no. Al menos yo soy de Rosas.

Bingo. Leo suspiró antes de tenderle las vendas que había cogido. Elicia trató de ponérselas ella misma, pero le costaba, quizá por el cansancio que llevaba encima, quizá porque estaba hartándose. Leo chasqueó la lengua.

—Déjame a mí.

Elicia se puso colorada, pero no dijo nada. Dejó que Leo le vendara con suavidad los pies, sintiendo extraños escalofríos recorrerla. Se sentía nerviosa. Normalmente le pasaban cosas extrañas, pero, ¿qué un asesino los persiguiera, y terminara dentro de una tienda 24 horas con un chico así de guapo? Acababa de batir su propio récord. Elicia se cogió de un cajón unas pantuflas a dos euros, pero no quería robar y se sintió mal por no llevar dinero encima. Leo se dio cuenta y suspiró.

Se acercó al chico de los granos y le quitó la Interviú con brusquedad. Por fin, este reaccionó con un quejido

— ¡Eh! ¿Se puede saber que estás haciendo?

Leo dejó diez euros sobre el mostrador.

—Espero que esto pague lo que hemos cogido—dijo señalando el pequeño estropicio que habían montado en la tienda. El chico los miró incrédulo, pero cuando ya iba a quejarse, habían desaparecido misteriosamente.

. . .

Ya en la calle, Elicia se dio cuenta de que el sol comenzaba a despuntar por el horizonte. Debían ser las seis o las siete. Tenía clase, y una vida a la que volver. Miró a Leo, que estaba caminando tranquilamente hacia calles que no conocía, y se miró a sí misma, cubierta simplemente por un pijamita. Sentía vergüenza y molestia. Quería llegar a casa y fingir que todo había ido bien.

Se puso al paso de Leo, siguiéndole, para preguntar dónde había una parada de autobús. Pero él sonrió.

—Tengo algo mucho mejor—fanfarroneó. La llevó arrastras hasta un viejo garaje no muy lejos de allí, que abrió a patadas por el mal estado de la puerta. Dentro, entre una nube de polvo, descansaba una Harley roja que tuvo mejores tiempos. Leo le ofreció un casco mientras sacaban la motocicleta fuera, a la calle. Elicia dudaba. Era su mejor oportunidad para llegar a casa a tiempo, y además… ¿por qué no fiarse de él? Técnicamente, le había salvado la vida al despertarla.

Se subió a la moto con cuidado, y arrancaron deprisa, perdiéndose entre las calles. El chico la dejó justo frente a la puerta de su casa, memorizando el número sin apenas darse cuenta. Elicia se despidió agradeciéndoselo profundamente y subió corriendo las escaleras del rellano hasta su piso. Entró sin hacer ruido, y sin hacer ruido se desplomó en la cama. Toda una aventura. Pero lo peor, es que había ocurrido de verdad.

Intentó dormirse, pero quince minutos después, sonó el despertador.

Elicia abrió los ojos y suspiró.

Menuda noche.

. . .

El timbre que anunciaba el fin de las clases resultó para Elicia un alivio. Durante la mañana había tratado de evitar las punzantes miradas de Alexis a lo largo de la clase de matemáticas, la de lengua, la de historia y la de biología, y dio gracias al cielo por inventar las asignaturas optativas. Por otro lado, otra de sus grandes luchas ese día había sido intentar mantener sus párpados levantados, y su atención en “on”, y aunque lo segundo estuvo permanentemente en “off”, logró al menos tener los ojos abiertos durante el ochenta y cinco por ciento de la mañana.

Sus amigos la encontraban rara, de hecho, invirtieron tiempo, sudor y lágrimas en averiguar qué le ocurría. Pero ella no quiso contarles nada. Nada de nada. Prefería mantenerlo en secreto.

Caminaba lentamente hacia su casa sintiendo ya los pies recalentados y algo doloridos. Las vendas no se habían canteado durante el día, y eso ayudaba a su rehabilitación. Elicia llegó al portal y metió la llave en la cerradura.

—¡Elicia! –gritó una voz masculina a sus espaldas.

Ella se giró, confusa. Aquel timbre le resultaba familiar, cercano. Entonces vio a un chico rubio acercarse. Llevaba un casco en la mano derecha y una chaqueta negra que la chica recordaba haber tocado.

—Eres Elicia ¿verdad? –preguntó el joven con el corazón latiendo fuerte por los nervios.

«Leo» fue lo único que pudo pensar ella «el chico de anoche… el que me ayudó» recordó. Sus mejillas se tornaron rojas al recordar el episodio.

—Es que hoy he salido antes del instituto –explicó– y como me acordaba del número he venido a ver qué tal estabas –se llevó una mano a la nuca, sintiéndose ridículo.

La chica le miró, sorprendida y agradecida al mismo tiempo. Nunca nadie se hubiera preocupado por ella de ese modo. Otro la hubiera dejado tirada en mitad de la calle tachándola de loca por salir en pijama en mitad de la noche y sin reparar en que era sonámbula. La hubieran abandonado a su suerte. Pero Leo resistió a la tentación de marcharse a su casa y la ayudó.

—Ah, eh… pues bien. Bueno, no he dormido nada y casi me duermo en clase, pero a fin de cuentas sana y salva. Gracias a ti –añadió, avergonzada de nuevo.

—No fue nada –restó importancia el chico– ¿y tus pies? –quiso saber.

—Me duelen un poco, pero van sanando. Tus vendas están muy bien puestas.

El chico se sintió halagado y también pudo sentir cómo sus mejillas se encendían ligeramente. Hasta ese día, él siempre había pensado de sí mismo que era un chico fuerte y que ninguna chica podía “tocarle la fibra”. Consideraba que los sentimientos eran cosa de débiles. Pero entonces se halló a si mismo en un mar de dudas. Confuso consigo mismo, con su comportamiento: se había saltado la última hora de clase por ver a Elicia.

—Bueno… eso es normal. Poco a poco se irá curando –sonrió.

—Eso espero. Oye, ¿te apetece entrar? –preguntó ella, señalando el portal.

—Gracias, pero no puedo. Tengo que ir a casa y esas cosas –dijo él, poniéndose el casco y abrochándoselo fuerte.

—Bueno, pues… hasta otra –se despidió Elicia, dejando ver una nota de tristeza en su voz.

—Adiós –se despidió él sin más. Mientras montaba en la moto reparó en el sonido de la voz de ella, y mientras avanzaba hacia el semáforo giró la cabeza, buscándola, pero ya había entrado en el portal. Quería volver a verla.