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Francisco llegó agotado a casa. Nora lo había llamado a la universidad, medio histérica y sin parar de parlotear sobre un ladrillo que había roto la casa, que era una vergüenza y el barrio se estaba llenando de ladrones…la perorata de cada día, pero peor. Además, había tenido que suspender al 90 % de su clase de historia favorita y no conseguía comprender si era porque se explicaba demasiado mal, o porque eran demasiado estúpidos. Cuando pensaba que esos jóvenes sostendrían el futuro, se deprimía.
Bajó de su Fiat 500 con un suspiro, y cerró la portezuela muy lentamente. Casi temía subir a casa y tener que oír de nuevo a su mujer despotricar durante media hora. Quería a Nora, pero en verdad, no era recomendable estar cerca de ella cuando estaba tan enfadada. Se paró en el portal, rebuscando entre sus bolsillos la llave de entrada, y, tan concentrado estaba, que no se percató de la sombra que se movía detrás de él. Una mano gruesa y con olor a polvo le cubrió la boca para que no chillase, y cuando Francisco se volvió entre espasmos, intentando librarse de los brazos que lo aprisionaban, algo le golpeó en la cabeza, algo muy contundente. Cayó al suelo con un golpe seco, y Arturo casi se echa a reír. Que fácil había sido. Miró en todos sus bolsillos hasta que encontró la llave de la casa, y dejó el cuerpo ahí tirado. Llevaba un pasamontañas, así que no podría haberle reconocido.
¿Matarle? Nah. Llevaba una camisa nueva.
Observó la brillante llave y sonrió. Las cosas comenzaban a mejorar.
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Elicia miró preocupada al reloj.
—Mamá, ¿papá no debería haber vuelto ya del trabajo?—comentó mientras miraban la televisión aburridas. En la cocina, la cena descansaba fría e intacta, mientras ambas esperaban a Francisco. Nora asintió igualmente preocupada y suspiró cogiendo el teléfono. Lo llamaría de nuevo.
Elicia, por un impulso, se asomó a la ventana rota que daba a la calle principal, y sacó la cabeza fuera, mirando. Abrió los ojos desmesuradamente al ver el coche de su padre aparcado como siempre frente al portal, y junto al coche, un cuerpo arrebujado en el suelo, que se parecía ligeramente a su padre.
—¡Mamá, creo que a papá le ha pasado algo!
Antes de que su madre pudiese contestar, la chica salió corriendo del piso, escaleras abajo hacia el rellano, con el corazón en un puño. Salió al aire frío de la noche, sintiendo como el descenso de temperatura la golpeaba, pero ignoró eso y se abalanzó sobre el cuerpo inerte de su padre. Tenía la camisa manchada de rojo y una fea herida en la cabeza que sangraba. Con manos temblorosas, intentó levantarlo, pero se encontró a si misma sollozando muerta de miedo. ¿Aún respiraba? Le volteó con dificultad, manchándose las manos, y posó la cabeza sobre su pecho.
Respiraba.
Se giró cuando su madre por fin llegó hasta la calle resollando, y habló en voz trémula:
—Respira.
Nora corrió hacia el cuerpo de su marido intentando parecer fuerte, pese a lo asustada que estaba y le tomó el pulso mientras lo observaba.
—Está inconsciente. Llama a una ambulancia, esa herida necesitará puntos.
Elicia asintió de forma automática y corrió escaleras arriba en una exhalación.
Las cosas iban de mal en peor.
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Leo estaba tirado sobre su cama con las piernas cruzadas al final y las manos detrás de la cabeza. A su derecha estaba la minicadena, que sonaba a tope por toda la casa. Disfrutaba de la música. De repente, el insistente sonido de su teléfono móvil le obligó a bajar el volumen.
«¿Quién coño…?» miró la pantalla «Papá».
No tardó en responder. Si había alguien a quien apreciara era a su padre.
—Dime, papá.
—Hijo, voy a llegar tarde. Tenemos una urgencia.
Su padre trabajaba en el Samur y a veces debía llegar unas horas más tarde de lo normal. Leo adoraba el trabajo de su padre, le parecía tan emocionante… soñaba con ser como él de mayor y ganarse la vida con lo mismo, por eso, siempre que su padre llegaba a casa comenzaba a interrogarle sobre lo que había ocurrido aquel día.
— ¿Qué ha pasado?
—Han encontrado a un hombre herido en mitad de la calle. Dicen que ha sido otro, pero la calle estaba vacía y nadie ha visto nada. Cuando llegue te cuento.
Acto seguido ambos colgaron. El muchacho se vio en la responsabilidad de informar a su madre, que, probablemente, tendría el teléfono apagado.
—Mamá.
—Dime, cariño –Leo odiaba que le contestara de aquella manera tan melosa, pero ella era así y ante todo la quería, así que se limitaba a suspirar en lugar de echarle un grito.
—Papá se va a retrasar hoy.
La mujer torció el gesto.
—Espero que no sea nada grave… -Linette, la madre de Leo, era una mujer tremendamente altruista, y el trabajo de su marido a veces le resultaba cargante, pues todos los accidentes los vivía como si le hubiesen ocurrido a ella. Era una persona terriblemente empática, y eso era lo que había enamorado a su esposo.
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Otra vez, perdón por la tardanza, pero a veces nos atascamos y otras no tenemos tiempo... :) espero que os haya gustado esta nueva parte del capítulo y que sigáis leyéndonos :)