La enfermedad del lado izquierdo

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Conferencia sobre "El cuento" en Jerez de la Frontera

Poli G. Navarro y Fernando Iwasaki dispararán sus balas breves en el patio maravilloso de Hojas de Bohemia (Jerez). El tercer villano, Juan Casa Mayor, demostrará que el cuento también es rentable para un editor.



Pincha sobre la imágen para ampliar la información.


sábado, 27 de febrero de 2010

Un cuento de Poli G. Navarro



JAMÓN EN ESCABECHE
Hipólito G. Navarro



Una historia pequeña debe necesariamente estar formada por una anécdota mínima con un gancho fuerte en la primera línea, un desarrollo posterior de dos o tres líneas a lo sumo, y otra línea ya más corta para cerrar con un portazo una sugerencia apenas dibujada.



A mí la historia pequeña que se me apetece ahora tendría que partir de un gancho clavado firmemente en el techo de la cocina, lo suficientemente agarrado como para soportar el peso de un buen jamón que habré comprado para sorprender a la parienta con un manjar no muy habitual en nuestra economía, continuar la pequeña historia con un taburete para colgar la pieza impresionante a una altura lo suficiente como para que sea un fastidio rebanar las lonchas y que el asunto nos dure un tiempecito, y procurarme un cuchillo bien afilado para separar las partes de tocino y catar en principio la calidad de curación de este arrebato. Luego, en una desesperación del paladar recién nacido a la abundancia y a la gula, abusar de las capacidades de mis tripas devorando la mitad del artefacto sin esperar a la parienta, que el jamón comido así como a escondidas sabe más y se cuela livianito como un caldo de gazpacho introductorio a las siestas del verano, y realizar una parada para el trago de cerveza cotidiana antes de atacar la cara oculta con ansias renovadas y la firme determinación de exterminar en diez minutos lo que aunque ya es medio jamón puede ser un argumento completísimo de bronca con la Ignacia, que vendrá reventada de apañar aceitunas para encima verme a mí vagueando en lo alto de un taburete agarrado ya tan sólo de una cuerda y limpiándome las grasas delatoras en la bocamanga del abrigo, que para entonces el hueso ya lo habré escondido en la alacena y habré terminado la faena farragosa de construir el lazo que me sirva de corbata, rodeándome el pescuezo con el aroma intenso todavía del jamoncito, antes de darle la patada definitiva al taburete que termine de una vez por todas con esta digestión tan indigesta.
Me apetecería una historia así de pequeñita, pero como no está el horno para bollos, con la Ignacia deslomada a la sombra de los olivos recogiendo los sustentos, me conformo con el culebrón de una historia más larga, con este carajo de lata de sardinas que no se quiere abrir y mira que ya tengo abierto el pan hace media hora y la cerveza sin espuma, que ya tengo claro que una tarde más me la tendré que beber sosa y sin fuerza por culpa de esta afición desmesurada y por obligación del escabeche, con lo bueno que estaría este bocadillo repleto de las lonchas de la otra historia, rebanadas con delicadeza de un jamón colgado en un gancho que pertenece a ésta y que me mira desde el techo cada tarde manejar peor el abrelatas.


[De Los tigres albinos. Editorial Pre-Textos, Valencia, 2000.
También recogido en Los últimos percances. Seix Barral, Barcelona, 2005]
Cuento cedido por el autor para su publicación en el Nº1 de AOLdE.
(¡Gracias, Maestro!)

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Un cuento de Hipólito G. Navarro

PONER PRECIO A LA NADA

El escritor de diarios acaba de pasarse con todas las armas y todas las consecuencias al enemigo. Aguantó firme durante años, quizá demasiados, pero al fin no ha tenido más remedio que claudicar. En el reducido espacio de su estudio conviven ahora la más rabiosa tecnología digital y el más lamentable estado que le pueda caber a la artesanía de la madera. Se trata del enésimo comienzo de un duelo contemporáneo bastante simple y conocido, en el que el escritor de diarios, por más que lo quiera, apenas podrá mediar.

(Prender esas velas sobre el mueble no deja de ser una idea bastante pintoresca. Casi tanto como conservar la boina.)

Los duelistas se vigilan ya: no tiene el dietarista que fijarse mucho para comprobar cómo la nueva computadora y el viejo bargueño-escritorio se observan mutuamente, estudiándose en aparente silencio.

Han sido cuatro horas de vasta configuración, después de haber dado de baja con todos los honores a una preciosa colección de plumas. Ya despedido el técnico instalador, el dietarista pone en marcha al enemigo, un clónico puro y duro muy ostentoso de las tecnologías de la autoedición y el internet. Pero no deja de sentir el escritor de diarios alguna tristeza cuando abandona el selecto club de los estilográficos, cuando se lanza de bruces en las líneas enemigas. Incluso se le hacen extraños sus propios dedos enredados en ese chaparrón de teclas más o menos grises. Alt, control, efesiete, escape, intro.

Los discos que hicieron falta para darle vida al aparato quedan distribuidos descuidadamente por algunos cajoncillos del bargueño. Así, los megas de información y los nudos de la madera conversan en la noche, mientras las plumas, que hacen como que duermen, son testigos mudos de esa conversación.

De soslayo mira el escritor de diarios al mueble tantos años compañero, intentando vislumbrar en él algún atisbo de celos. Hace demasiado tiempo que el bargueño viene mostrando a las claras sus pocas ganas de vivir, así que no estaría mal un pequeño revulsivo. Ya se sabe: los muebles viejos aceleran su tendencia suicida a darse como alimento de la carcoma, a regalarle el paladar a las termitas.

En el silencio nocturno, junto al bargueño (y el dietarista sabe escuchar), se oye la charla de los bichos con la celulosa, una inmisericorde y continua roedura que a la vez que socava las entrañas del mueble construye un triste túnel en el corazón del escritor de dietarios cada noche. Por él atraviesa el tiempo y puede fácilmente llegar hasta aquél en el que todavía era un niño, cuando el abuelo le enseñaba las combinaciones que abrían aquellos cajoncillos atiborrados de insólitos secretos, sus nostálgicos y melancólicos cachivaches ya también arruinados.

Lástima que ahora el mueble, en su decrépita vejez, no pueda disimular más su pasión por la carcoma, que reducidas ya las entrañas cientos de agujeros comiencen a adornar torpemente su fachada. Se está quedando en los huesos.

Sale súbitamente el escritor de diarios de todos los programas, desconecta el aparato. Acaba de tomar una difícil decisión.

* * *
Tres semanas hace que lo descubrió por casualidad. Han sido tres semanas de indecisas vueltas a la manzana cada tarde. Hoy es distinto.


El escritor de dietarios, después de un leve titubeo, entra en la tienda de antigüedades y pregunta por el bargueño que tienen expuesto en el escaparate, casi idéntico al que heredó del abuelo pero muy lustroso de barnices, con todos sus tiradores y bisagras, recién restaurado.
Enseguida se encarga el anticuario de sacarlo del error: el mueble es nuevo, fabricado hace tan sólo un mes; eso sí, envejecido con técnicas que dan el pego a menos que uno sea un experto. Como todo lo contemporáneo, explica, y sonríe. También advierte al dietarista que el ejemplar expuesto está vendido, pero que en dos semanas podría facilitarle otro igual, o con variaciones a la carta, a su gusto.

Piensa el dietarista que se refiere el anticuario, y así se lo hace saber, a la disposición de los cajones, a los relieves del frontal, a la sustitución de éstas o aquellas cerraduras, pero no. Las variaciones son en exclusiva de color, de apariencia de edad, del número de agujeros de carcoma que el escritor de diarios quiera simular, a cinco euros cada uno (tres con veinte en los laterales).Los agujeros simulados sacan al dietarista de la red que comenzaba a tenderle el anticuario. "Lo pensaré, lo pensaré muy seriamente", se excusa de forma atropellada, y sale de la tienda lleno de espanto.

* * *
De regreso en casa se encierra en el estudio. Mira al bargueño, luego al ordenador. El escritor de dietarios lo ignora, pero el aparato, que ya tiene un día, ha comenzado de manera irreversible a envejecer, a quedarse viejo. Le da igual de todas formas, pues presiente que la computadora va a quedarse hueca, llena de agujeros, vacía por completo de su inspiración.


Saca entonces de sus recónditos cajones la colección de plumas; les pone nuevas cargas, las calienta dibujando algunos garabatos.

Cuando llega la noche el escritor de diarios enciende unas velas, se calza la boina y se sienta junto al mueble a escuchar a la carcoma, emocionado.

HIPÓLITO G. NAVARRO

Cuento extraido del blog La ronda del libro
(Gracias, José Manuel, por permitir esta usurpación)
La Ronda del Libro, nº 8 mayo, 2004


martes, 17 de febrero de 2009

Dadá ha vuelto y un cuento de Poli (para celebrarlo)

DADÁ HA VUELTO
(mix de comentarios al post anterior)

Consulta dijo...
¿qué es "destadar"?
16 de febrero de 2009 15:02

BACO dijo...
Eso me pregunto yo
16 de febrero de 2009 18:35

BACO dijo...
Eso me pregunto yo
16 de febrero de 2009 18:35

La Biblioteca dijo...
¿Qué es una persona puntillosa?
Una erratilla la tiene cualquiera,
no empecemos el lunes retorcido.
Besos,Cris
16 de febrero de 2009 18:39

BACO dijo...
Eso me pregunto yo
16 de febrero de 2009 18:55

Miguel A. Zapata dijo...
Destadar: vocablo que, en individuos con el orificio bucal imprudentemente colmado de polvorones "La Estepeña", o bien con parálisis de ambos labios y la lengua severamente adherida al paladar, viene a significar lo que todos imaginábamos: desprender la tapa, abrir un recipiente sellado..., o séase destapar, coño, que hay que decirlo to.
16 de febrero de 2009 23:51

BACO dijo...
MAZ, la clave está en los polvorones. Una vez llegados a este punto, atrévete con un micro al respecto. Seguro que Poli de esto sacaba petróleo.
17 de febrero de 2009 9:18

La Biblioteca dijo...
Ja,ja,ja,ja!!! Chicos, me parto!
17 de febrero de 2009 18:57

Miguel A. Zapata dijo...
De polvorones (y otras fiebres)
"Ya en el servicio de urgencias, después del décimo lavado de estómago, aún en sus manos pálidas la caja familiar de La Estepeña colmada de envoltorios vacíos en celofán de colores, empezó él a adivinar, en las chanzas y risitas disimuladas de enfermeras y pacientes, el significado tan distinto que tenía la expresión "nos vamos a hinchar a polvorones" en los labios de aquella chica que se había deslizado en su cama ese sábado de diciembre por la noche"

Gracias, Miguel Ángel, por este micro. Ya decía yo que los polvorones daban para mucho.

Y ahora, los calvos de Poli.



“Enésima teoría de la relatividad. Y coda”

Somos doce, todos calvos. No porque se nos haya caído el pelo, que podría ser, sino porque somos calvos de nacimiento. Como la importancia de las cosas es siempre relativa, esto de la calvicie precisamente no nos quita el sueño. Quizá nos preocupe un poco el futuro, qué habrá más allá de estas paredes, si terminaremos juntos nuestros días o si finalmente acabará cada uno por su lado, sin acordarse de los otros para nada. Pero no nos peleamos por eso.
Somos doce, y todos blancos. No existen razones para que entre nosotros se den las trifulcas y los altercados de las razas o las etnias. Sabemos que en otro lugar estarán reuniéndose ahora mismo los que tienen otro color, igual da más claro o más oscuro, y que también ellos tendrán sus preocupaciones, quizá de orden radicalmente distinto de las nuestras. Lástima no haber alternado los tamaños, los colores..., hubiera sido todo mucho más divertido.
Leemos en una misma página del periódico noticias que hablan de felicidad junto a crónicas que relatan batallas y tristes sucedidos, enjundiosos artículos que pretenden arreglar de una vez por todas los problemas del mundo junto a otros que se ocupan de pequeñas menudencias, apenas un guiño de humor que pasa inadvertido. Con todos ellos sin distinción nos entretenemos ahora, a la espera de lo que tenga que llegar. El tiempo que a nosotros nos toca es de todas formas tan breve... Comparado con el tiempo total que lleva dando vueltas el universo, casi da un poco de vergüenza pensarlo. Apenas un segundo estuvieron sobre la piel de este planeta algunas especies temibles y portentosas, cómo vamos a ser importantes nosotros, tan calvos además.
Así que esperamos muy juntos, como digo, leyendo las noticias de esta hoja sobre la mesa de la cocina, teniendo claras tan sólo unas cuantas cosas esenciales. Saldremos del cartucho uno a uno o de dos en dos, unos para fritos, otros para cocidos o pasados por agua, quizá con suerte y con patatas dos o tres juntos y en tortilla. Y nada más.
* * *
Ellas, sin embargo, pretenden disentir. A su manera, quisieran pronunciarse, manifestar nuestra singularidad. Pero mi mayor volumen se impone y las aplasta. Además, ya se decidió en su momento: de las tres que habitamos este espacio, soy yo la yema portavoz.


(Hipólito G. NAVARRO, Los últimos percances, 2005)

Más sobre Poli

viernes, 30 de enero de 2009

Un cuento de Hipólito G. Navarro

Hipólito:
Estuviste tremendo, cachondo y apasionado. Lleno hasta la bandera en Tres Rosas Amarillas. No faltaron el vino y las tertulias interesantes. Todos los cuentistas blogueros estaban por allí (y los no blogueros también).

Fue un placer conocerte, Rey de Espadas, cuentista.





Los k

No es muy grande la mesa que aquí tengo. Justo lo suficiente para el ordenador y la impresora, un taco de hojillas para notas, la funda de las gafas..., el bote de los bolígrafos también, la macetilla con el cactus para absorber las radiaciones... y el teléfono éste desde el que le cuento.
Sí, en efecto, ya hace un rato largo que pasó, pero es que usted siempre comunica.
De aquí mismo salieron, de los agujeritos del auricular, uno a uno, muy despacio, como si disimularan. Luego fueron entrando por la rejilla de ventilación del aparato, también en fila india y en silencio, como la otra vez. Se pudo ver enseguida cómo algunos atravesaban por la pantalla apagada, escarbando desde dentro, con una intermitencia de iconos desquiciados, mientras otros aparecían de súbito, sin apenas transición, por la bandeja de salida de papel de la impresora.
Tan sólo unos cuantos, de intenciones menos cibernéticas, bajaron directamente a la mesa. Impunes y envalentonados, estuvieron recorriendo cada una de las púas del cactus, el interior de la funda de las gafas, la mullida y confortable brevedad de la gamuza amarilla que en otro tiempo utilicé para limpiar las lentes. Incluso un par de ellos se colaron por el agujerito del mechero, y a través de la rosa transparencia se los podía ver como nadando en el gas, que es líquido sin embargo, como sabe.
¿El total? Tres o cuatro docenas como mucho. No me explico cómo han logrado convencer a los millones que albergaba el aparato, y llevárselos a todos.
Así que esta vez, y por favor, nada de ampliaciones de memoria ni de placas añadidas. Mejor será que me instale un disco duro todavía mayor, si acaso un disco externo adicional para estas emergencias. Ya ve lo fácil que ha sido quedarse de nuevo sin los puñeteros megas. No es que el aparato se quede pequeño, desfasado, como usted profetizó; se ha quedado en blanco, encefalograma plano así ataque las teclas en plan Stravinsky intentando recuperar algún archivo.
Que con esos archivos pasa como con las abuelas, que más tarde o más temprano se queda uno sin ellas, eso también me lo dijo la otra vez. Se repite usted, amigo. Hace mucho ya que yo no tengo abuelas. A una no llegué ni a conocerla.
Y que me ponga del lado de los k. Eso también. No seré yo precisamente quien deje de considerar como bastante razonable y hasta justificado su abandono. Nadie mejor para conocer de primera mano mi producción, la que luego se hace pública..., y también la otra. Una novela entera perdí en la otra ocasión. ¿Se ríe? Bueno, sí, tendría que reírme de nuevo un poco yo también. La pérdida de una novela a medio escribir es la mejor oportunidad que se le presenta a uno para lloriquear por un motivo verdaderamente absurdo, una alegría exquisita que no se da todos los días. Transcurrido un tiempo, además, el suceso termina por convertirse en una lección soberbia, de lo más edificante: verifica uno que las novelas las pierde uno y sólo uno, y no, como en algunos momentos me hubiese cabido suponer, que las está perdiendo la historia de la literatura o, todavía más, la literatura misma...
Usted tardará semanas en poder atenderme. Me lo estaba viendo venir. De todas formas apúntelo en su agenda: fulanito ge punto de tal se quedó otra vez sin megas. Si usted, que es un buen técnico, en alguna de sus reparaciones se los encontrara y corrobora que en efecto son los míos y no otros, me los manda con una buena bronca, haciéndoles los cargos.
Vía módem, estamos okey, de acuerdo; dejo la línea abierta. Le pago con tarjeta.
Un momento, un momento: he llamado mesa a esta torpe composición, a su basto acabado: un tablero sin pulir sobre dos cajoneras macizadas de libros por un lado y un caballete a punto de vencerse por el otro. Es no obstante la mesa que me sirve. Diga a su hermano, pues, que se venga con la lija cuanto antes. La mesa ha quedado que da pena. Defecan mucho, encima, los malditos k.

miércoles, 28 de enero de 2009

Hipólito G. Navarro: Esta vez no me lo voy a perder













El próximo jueves 29 de enero, a las 20 horas, la Librería tres rosas amarillas y la editorial Páginas de Espuma te invitan a la presentación del libro EL PEZ VOLADOR del escritor HIPÓLITO G. NAVARRO, quien estará acompañado por Juan Casamayor, Javier Sáez de Ibarra y una tropa de incondicionales del mayor prestidigitador español del cuento. El cielo de Tres rosas amarillas surcado de peces voladores y, el suelo, de cuentistas nadando contracorriente en las aguas de la cordura. ¿Te lo vas a perder?

Librería tres rosas amarillas
San Vicente Ferrer, 34
915 228 108
Que se prepare, que nos vamos a reir un rato. Vamos a buscar al grafista del cartel hasta debajo de la palmera. De ésta no sale. Habráse visto. Pintar de azul a Poli. Vale que es algo extraño, vale lo del ga-ga, vale que hace falta meterse mucho en el mundo de sus cuentos, vale que nos de envidia (sana, por supuesto y, en ese caso, lo pintaríamos de verde), pero pintarlo de azul, como a un pitufo. Ya le vale.