Hace ya milenios que perdí la fe en los grandes museos de arte contemporáneo, en los que dejamos sin que nos pregunten muchísima pasta, a cambio de que nos ofrezcan escombros, basuras, muestras gratuitas de fluidos corporales, pajas mentales hechas realidad, o en el mejor de los casos, nada.
Por eso es una bocanada de aire fresco descubrir, de vez en cuando y casi siempre sin querer, pequeños y modestos museos que sorprenden gratamente y hacen recuperar la fe en la relación perdida entre el arte y el público.
Así descubrí, paseando por las preciosas calles de Sóller, en Mallorca, este Museo de Arte Modernista, situado en la casa Ca'n Prunera, en el que se puede ver una interesantísima colección de muy buenos artistas (Picasso, Miró, Matisse, Basquiat, Rusiñol, Magritte, Leger y Chillida, por citar algunos).
La casita en sí ya es preciosa, valga la muestra de esta escalera, y la visita hace que los tres euros que hay que pagar parezcan una miseria.
No voy a poner cuadros, esculturas ni muebles, que los hay y muy buenos en la colección de este museo...porque lo que más me ha llamado la atención ha sido la SALA DE LAS MUÑECAS. Si, amigos, allí puede verse, de muy cerca, respirando detrás de las vitrinas, EL HORROR...
Desde las niñas de El Resplandor tomando el té hasta esa niña poseída que teje su propio vestido en una máquina mucho más grande que ella...pasando por ciervos, perros, y demás animales de peluche, a cual más horrendo y atroz.
Las muñecas antiguas han sido siempre mi talón de aquiles...yo, que no le tengo miedo a casi nada, puedo ser reducido en segundos si alguien blande ante mí una de estas muñecas. Creo que esto me viene desde pequeño. Una vez, mi padre me llevó al cine a ver una película, que se llamaba El Diabólico triángulo de las Bermudas. La peli, como se puede ver en el enlace que se acompaña, era una auténtica mierda pinchada en un palo (en un mástil, para ser exactos). Ahora que la he visto de adulto, he comprobado que las escenas que me aterrorizaron durante años dan risa, y aún me pregunto cómo cojones engañaron a John Huston para que participara en esto.
Pero bueno, el caso es que esta película, y supongo que otras, han dejado en mí una maléfica huella que ha hecho que todavía me aterroricen las muñecas...excepto las Barbies, claro, que de pequeño robaba a mi hermana, para quitarle las bragas (a la muñeca), concluyendo decepcionado que debajo de ellas sólo tenían un plástico más recio y aburrido que el de mis Madelman.
Miserias aparte, es curioso cómo en una época de un arte tan estéticamente refinado como el modernismo, el prototipo de belleza infantil era tan espantoso y tan terrorífico.
No hay más que ver las fotos de niñas reales con sus muñecas (no mirar si se es aprehensivo) para captar ese extraña disociación entre el ideal de belleza pensada para los adultos y el aberrante ideal de belleza para los niños.
Posiblemente esto haya pasado en otras épocas, en las que se trataba de convertir a los niños en imágenes en miniatura de los adultos, ignorando el carácter especial y único de la infancia, y eso producía estampas bizarras, como las de estas muñecas.
Posiblemente esto haya pasado en otras épocas, en las que se trataba de convertir a los niños en imágenes en miniatura de los adultos, ignorando el carácter especial y único de la infancia, y eso producía estampas bizarras, como las de estas muñecas.
Ahora hemos mejorado un poco, y entendemos que el mundo de los niños y el de los mayores no es el mismo. Ya no hay monstruos, como Joselitos y similares, aunque cuando la verdad es que cuando veo algún programa de tv, de esos tipo "menudas estrellas", o algo así, me pongo enfermo...no hay nada más insano que no dejar a los niños ser niños...sólo lo van a ser una vez en la vida, los pobres...
Bueno, dejando ya el temita de los museos y los niños, pero sin dejar del todo el tema de los monstruitos, las aberraciones, lo bizarro y del arte contemporáneo, la verdad es que hay un tipo de turismo que a mí me mola mucho, no está nada masificado, es gratis, y tenemos un país muy pródigo en interesantísimas muestras.
Les hablo, amigos, del turismo KITCH. No estoy muy seguro si esta palabra se escribe así, pero la verdad es que da igual porque todo el mundo sabe de lo que hablo.
Lo kitch, queridos seguidores de este mi blog, está por todas partes. El arte contemporáneo se ha querido apropiar de este concepto sibilinamente, como se ha querido apropiar de otros muchos (como el mismo concepto de "contemporáneo", sin ir más lejos), y ha invertido e invierte muchos millones de euros (de todos) en artistas que se crean inventores de "un nuevo concepto de belleza asociado a lo feo, o a lo no-bello...", y en fín, todas esas patrañas.
Así, gastan nuestros cuartos en obras de artistas MALOS, que no es que hagan cosas feas porque quieren, sino porque no les sale otra cosa.
Pero eso, amigos, ni es "kitch" ni hostias, eso es no saber hacer la o con un canuto.
Yo creo, desde mi humilde opinión, que el arte es la búsqueda de la belleza, y que el KITCH, muy respetable él, está en un sitio mucho más auténtico que los museos: en la calle, en la realidad.
A mí, el mundo kitch y bizarro es algo que siempre me ha molao mucho (sí, yo también leía el CASO a escondidas- era pequeño y no me dejaban verlo) y por eso tengo un gran respeto por estos pequeños monumentos que, aunque no tienen nada que ver con el arte, son dignos de admiración para casos patológicos como el mío (que imagino deben ser muchos).
En este viaje que he hecho este verano he podido admirar, por segunda vez, el extraño castillo Bonavía, un sitio, bizarro donde los haya, enclavado en el recinto de una gasolinera cerca de Zaragoza.
Yo siempre había pensado, por su emplazamiento más que nada, que era un CLUB (ya me entienden), pero resulta que no, que es un castillo hecho para celebrar Bodas, nada menos, como la que se estaba celebrando en el momento en que hice las fotos. Un sitio que deja la palabra KITCH demasiado corta. Atención a las gárgolas.
Hace unos años, también tuve ocasión de admirar el MAZINGER Z de Tarragona. Había leído ríos de tinta virtual en la red sobre él, así que pasé cerca de allí, con mis greñas (véase la foto) fui a rendirle la pleitesía que merece. Está en una especie de urbanización a medio construir que se llama Mas de Plata. Increible.
En este mismo viaje he intentado también ir a admirar el Motel Azor, mucho más terrorífico que el Motel Bates, donde va a parar...porque este tiene como cartel nada menos que el yate de Franco..
No pude ir a verlo, porque mi novia dijo BASTA...no comparte conmigo esa admiración por lo kitch...ella se lo pierde.
Pero bueno, dejo una foto cogida en gugel de tan terrorífico lugar, que se encuentra en la población de Cogollos (se ve que allí le dan al fumeteo) en el kilómetro 222 de la Nacional 1 (el kilómetro también promete).
Algún día iré por allí, y allí nos encontraremos, amigos lectores.
Cuan ridículo es el arte cuando quiere imitar al mal gusto. Hasta para eso hay que ser un artista de verdad.