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jueves, 30 de noviembre de 2023

SOBRE TODO DE NOCHE (Víctor Iriarte, 2023)

Ayer asistimos a la última jornada de un Festival que cumple veinte años con un certamen reducido, sin premios ni competición (de la ausencia de premios nos acabamos de enterar). La cinta que cerró nuestro recorrido por el festival fue Sobre todo de noche, otra película española de la Sección Oficial, que perdió mucho en comparación con la maravilla del día anterior, La estrella azul.

El debut del director vasco Víctor Iriarte en el largometraje, más que novedoso nos resulta anticuado casi antes de nacer por lo que luego comentaremos. Una historia de bebés robados en nuestro país, en concreto la que afecta a Vera (Lola Dueñas), que busca a su hijo al que dieron en adopción nada más nacer. Vera quiere conocer al niño y ver dónde y con quién vive, al tiempo que desea vengarse de los que la engañaron cuando dio a luz.

Tras una serie de investigaciones, Vera logra encontrar a su hijo Egoz (Manuel Egozkue) y conocer a Cora (Ana Torrent), la madre adoptiva. La vida de los tres personajes (casi los únicos del filme) cambia tras el encuentro. Lo que no se altera son las ganas de Vera por combatir a los responsables del secuestro de su hijo…



Si la trama de Sobre todo de noche es interesante y de cierta actualidad, la forma en la que Iriarte la lleva a la pantalla es algo decepcionante. La primera parte se ofrece al espectador de forma críptica al estilo de las películas de Saura-Querejeta —el propio Iriarte ha sido fundador de la Elías Querejeta Zine Eskola— o a las de la Escuela de Barcelona en los años sesenta. De hecho, Sobre todo de noche tiene cierto tufillo a aquellas cintas que tenían su razón de ser en cuanto revulsivo de un cine comercial “casposo” y centralista.

La película de Iriarte muda a un cine algo más convencional —no mucho— en la segunda mitad del filme, pero llega demasiado tarde para impedir que la cinta se haya impregnado de una vejez prematura que afecta tanto al guion como a la puesta en escena. Las interpretaciones de las dos protagonistas, actrices ya veteranas, también acusan el estilo citado con una desdramatización marca de la casa, de aquella casa.

De esta forma tan poco alentadora damos por cerradas las crónicas y las críticas del XX Festival de Cine Europeo de Sevilla, con un bagaje no demasiado bueno en cuanto a las películas que hemos visto y, además, sin un palmarés que llevarnos a la boca. Con la esperanza de que el año que viene las cosas vayan mejor —y de que estemos aquí para contarlas— nos despedimos con un fuerte abrazo a todos los lectores que nos han seguido estos días.






lunes, 24 de junio de 2019

2 X 1: "STRESS ES TRES TRES" y "LA MADRIGUERA" (Carlos Saura)

Stress es tres tres (1968)

Después de un brillante estreno como director con Los golfos (1960) y de una obra maestra en su tercera película (La caza, 1966), Carlos Saura comienza una larga etapa de colaboración con el productor Elías Querejeta. El realizador aragonés arranca quizás la parte de su carrera más recordada ––y la más criticada–– con una trilogía formada por las cintas Peppermint Frappé, Stress es tres tres y La madriguera.

Aunque todas ellas contienen la mayoría de los elementos que configuraron el estilo del cineasta durante los años que trabajó con Querejeta, las dos últimas quizás sean más secuenciales, como ahora veremos, y, por tanto, más adecuadas para analizar en nuestra sección “dos por uno”.

En Stress es tres tres, Saura propone una road movie con un triángulo formado por los personajes interpretados por Geraldine Chaplin, Fernando Cebrián y Juan Luis Galiardo. Los dos primeros forman un matrimonio inestable, mientras que el tercero en discordia es un socio y amigo de ambos. Un triángulo que modifica la cinta rodada en exteriores para convertirla en una de las más claustrofóbicas del director gracias a los primeros planos y a la tirantez existente entre los tres protagonistas.


La tensión que Saura logra mantener a lo largo de todo el metraje recuerda mucho a las películas de las nuevas olas europeas. En concreto, tiene mucho de aquel excelente debut de Roman Polanski, El cuchillo en el agua (Nóz w wodzie, 1962). Los juegos de la supuesta pareja de amantes, destinados a provocar al marido, sabiendo que este los espía; las competiciones entre los dos varones; y las insinuaciones de la joven protagonista, son parecidos a los de la cinta de Polanski. El paisaje desolador del desierto almeriense de Tabernas sustituye al lago igualmente solitario del realizador polaco; ambos quieren expresar lo vacíos que en realidad se sienten los personajes.

También la crítica al estamento burgués es muy similar; el final abierto de Stress… concuerda con el cine moderno; y el desarrollo metafórico, para el que quiera ver una simbología con el régimen dictatorial y la pasividad o resignación de la clase media ante tal situación, es asimismo análogo.


La madriguera (1969)

La siguiente película de Carlos Saura podría ser una continuación de la anterior, con el matrimonio protagonista viviendo una crisis que ya parece permanente. La madriguera, es el título, ahora sí, claramente claustrofóbico de una cinta donde el escenario es la vivienda de una pareja sin hijos, acomodada y aburrida.

La guerra encubierta entre ambos se desata cuando ella se refugia en el pasado para combatir el hastío del presente. Poco a poco va transformando una casa ultra moderna en la vivienda de su infancia. Así, los muebles antiguos y el vestuario apolillado del trastero vuelven a reinar en las habitaciones para desesperación del marido.

De nuevo los juegos, cada vez más tensos y peligrosos, dominan una trama guiñolesca a lo Mankiewicz, donde, no obstante, abundan los tics y las obsesiones particulares de Saura. Algunas ya vistas en Stress es tres tres: las heredadas de Buñuel, como los insectos y los sueños; o las marcas de la casa, como los grabados de un tratado de anatomía antiguo del cuerpo humano, que se nos antoja quiere representar lo feo del interior de las personas, lo que bulle por salir al exterior, es decir, lo que en realidad son cada uno de ellos.


La referencia al pasado (Geraldine probándose vestidos decimonónicos) y las conductas erráticas de los personajes son otros lugares comunes en la obra de Saura. Una filmografía, la de esta época, etiquetada como perteneciente al cine de “arte y ensayo”, con guiones cada vez más crípticos y metafóricos.

Otra vez con Querejeta en la producción, y con Geraldine Chaplin al frente del reparto, a la sazón pareja de Saura durante doce años, el director pone el acento en la denuncia social contra la burguesía. Algo parecido a lo que Claude Chabrol hacía en Francia, pero desde un punto de vista más simbólico debido a la aspiración disidente del realizador oscense.

Debido a todo lo anterior, las cintas de Saura formaron parte del grupo pionero del cine posmoderno europeo. Es verdad que, en general, no han envejecido muy bien, sin embargo, eso no es óbice para justificar la saña con la que parte de la crítica antisaurista ataca unos largometrajes que, por méritos propios, ya forman parte de la historia del cine español y, acaso, del mundial.




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