Fluorescente
Quien quiera leerlo puede descargarse la revista aquí.
Narrativas, muchas gracias.
Su fervor por la palabra escrita era una urdimbre de respeto solemne e irreverencia comadrera. Ni sus propios manuscritos estaban a salvo de esa dualidad. (Gabriel García Márquez)
El problema parecía ser que la profesora no estaba dispuesta a aprobar a Ada. Incontables veces Ada había realizado el examen, y la profesora insistía en una reprobación casi sádica, ya innecesaria, una reprobación que lo único que lograba era demostrar quién mandaba ahí. Esa oportunidad era la última: Ada se jugaba el pase a quinto año de la escuela secundaria; si reprobaba, repetía.
Ada reprobó. No era una vez más, ella lo sabía. Todos sus amigos pasarían a quinto año y ella se quedaría ahí rezagada, mirándolos desde un aula distinta. Pero Ada dijo que no. La profesora podía obligarla a repetir cuarto año, pero la infelicidad tenía un límite: Ada se cambiaría de colegio. Ada fingiría que si no estudiaba con sus amigos no era por culpa de la profesora sino porque ella había elegido mudarse de escuela. Ada iba a ganar ese round, iba a llevarse ese premio consuelo.
El nuevo colegio era una geografía agresiva, como todo sitio foráneo. Ada fue adaptándose de a poco, con los duelos lógicos del sapo de otro pozo. Cuando la costumbre volvió amable a la rutina reciente, Ada encontró compañeros afines también allí. El nuevo colegio ya no era hostil. Entre esos compañeros estaba Jorge. Ada y Jorge se enamoraron, años después se casaron y tuvieron dos hijas: mi hermana y yo. O yo y mi hermana, según el orden de nacimiento.
Hoy incluyo en mis rezos a la profesora injusta que se empeñó en desaprobar a mi mamá, ya que en buena medida le debo mi vida, y juro no subestimar ni el acto más ínfimo ni el aleteo de una mariposa: las consecuencias pueden ser asombrosas.
Nota al margen: agradezco al portal MujeresNet.Info por haberme otorgado una mención en su Primer Concurso "Abrazando nuestras experiencias".