Crónica de una traición anunciada
En una noche trágica de hace dos mil años, Jesús miró a sus apóstoles y les dijo
- Antes de que cante el gallo, uno de ustedes me traicionará.
Antes de que cantara el gallo, el famoso Judas lo delató ante quienes lo buscaban para asesinarlo. Jesús fue capturado y crucificado.
En mi barrio vive una mujer muy vulgar que no tiene pudor a la hora de pararse en mitad de la calle a gritar groserías y bromas subidas de tono y de muy mal gusto. Sus víctimas suelen ser los vecinos que alguna vez cometieron el error de hablar con ella (si alguien anda por mi barrio y quiere reconocerla, sólo tiene que buscar a las palomas; la mujer deja migas de pan en su vereda para que estos animales deambulen por allí. Debe pensar que queda romántico. Juro que su vereda se asemeja más a una pajarera mugrienta que a una postal amorosa).
La vieja de las palomas tiene un nieto de seis o siete años. Más de una vez escuché cómo, ante una travesura del niño y frente a la gente que pasara por ahí (a propósito, pareciera) la abuela zamarreaba al nene y le gritaba
- ¡Pelotudo! ¡Sos un inútil, igual que tu padre! Me vas a matar, un día de estos... ¡inútil!
Aunque resulte inverosímil, hay algo en común entre el dios carpintero y la vieja de las palomas: ambos tienen un receptor que los escucha con respeto.
El nieto de mi vecina tiene opciones: puede despertar de esa devoción y dejar que su abuela se cocine en su vino o puede obedecerla y convertirse en un inútil.
Judas, en cambio, no tuvo opción: a un dios no se lo cuestiona.
Quienes no somos dioses ni chiflados debemos andar con cuidado: un par de palabras pueden causar nuestra propia crucifixión o provocar que el nombre de una persona esté maldito por los siguientes milenios.
Debemos cuestionar y permitir que nos cuestionen. Sólo así las palabras serán puentes y no clavos.
Ni maldiciones.
Ni caca de paloma.
- Antes de que cante el gallo, uno de ustedes me traicionará.
Antes de que cantara el gallo, el famoso Judas lo delató ante quienes lo buscaban para asesinarlo. Jesús fue capturado y crucificado.
En mi barrio vive una mujer muy vulgar que no tiene pudor a la hora de pararse en mitad de la calle a gritar groserías y bromas subidas de tono y de muy mal gusto. Sus víctimas suelen ser los vecinos que alguna vez cometieron el error de hablar con ella (si alguien anda por mi barrio y quiere reconocerla, sólo tiene que buscar a las palomas; la mujer deja migas de pan en su vereda para que estos animales deambulen por allí. Debe pensar que queda romántico. Juro que su vereda se asemeja más a una pajarera mugrienta que a una postal amorosa).
La vieja de las palomas tiene un nieto de seis o siete años. Más de una vez escuché cómo, ante una travesura del niño y frente a la gente que pasara por ahí (a propósito, pareciera) la abuela zamarreaba al nene y le gritaba
- ¡Pelotudo! ¡Sos un inútil, igual que tu padre! Me vas a matar, un día de estos... ¡inútil!
Aunque resulte inverosímil, hay algo en común entre el dios carpintero y la vieja de las palomas: ambos tienen un receptor que los escucha con respeto.
El nieto de mi vecina tiene opciones: puede despertar de esa devoción y dejar que su abuela se cocine en su vino o puede obedecerla y convertirse en un inútil.
Judas, en cambio, no tuvo opción: a un dios no se lo cuestiona.
Quienes no somos dioses ni chiflados debemos andar con cuidado: un par de palabras pueden causar nuestra propia crucifixión o provocar que el nombre de una persona esté maldito por los siguientes milenios.
Debemos cuestionar y permitir que nos cuestionen. Sólo así las palabras serán puentes y no clavos.
Ni maldiciones.
Ni caca de paloma.