Se me atravesó Urgencias por el camino después de estar resistiendo desde el martes a una fuerte tos que no me permitía respirar bien además de provocarme mareos y sudores fríos. A pesar de conseguir controlar el dolor por momentos con potentes anti inflamatorios, los ataques eran cada vez más seguidos y el sábado ya no pude soportarlo más.
En seguida mi madre, el Flaco y yo tomamos la decisión de acudir al hospital para terminar de una vez por todas con tanto sufrimiento.
No acabo de salir de una, cuando ya estoy metida en otra, antes la lengua, de la que aún estoy recuperándome, y ahora esta tos que me ha devuelto a mi segundo hogar.
Para mi sorpresa tardaron muy pocos minutos en tomarme los datos y pasarme a la zona de clasificación. Creo que mi aspecto tuvo mucho que ver en ello.
Montada en una silla parecida a la que suelen utilizar los dentistas en las consultas, me llevaron al Nivel I. Lo primero que me encuentro al entrar en la sala es una larga fila de camas ocupadas por ancianos, todos ellos por encima de los 70, separados unos de otros por unas finas cortinas y de fondo un pitido cansino que medía las constantes vitales.
Afortunadamente, varios de mis oncólogos se encontraban de guardia y pudieron atenderme rápidamente. El primero en verme fue Bernard, un chico joven, alto, delgado y de gafas, al cual le tengo un gran aprecio. Siempre ha tenido muy buen trato conmigo, es muy humano y suele decirme las cosas con mucho tacto. Se acercó a mí y en un tono amable me preguntó por qué había acudido a Urgencias. Entre llantos le comenté que desde el martes me había dado una tos que no me dejaba respirar bien haciendo que me marease y sudase frío, que estaba preocupada porque había pasado mucho tiempo desde el último tratamiento y que no quería que todos los progresos que habíamos conseguido se perdieran. Al verme tan preocupada me llevó a un box para separarme del resto de pacientes y así poder estar más relajada. Consiguió tranquilizarme después de decirme que iban a hacerme una placa para comprobar lo que tenía.
“Mira que guapa, mira que fea”, “¡Ay! Qué guapa te veo” “¡Ay! Que no puedo” “¡Mamá!”, “¡Ayúdenme!”, al escuchar esos chillidos inconfundibles miles de recuerdos volvieron a mi cabeza. El Flaco que en ese momento me acompañaba en el box, me miró y no pudimos más que arrancar a reír. Era la misma viejecilla que hace meses no paraba de gritar y que intentaba a toda costa quitarse las vías, la misma que nos acompañó desde otra habitación tres largos días después de que me ingresaran por una grave reacción a la Neulasta, medicamento que me provocó un fuerte dolor de piernas y que me mantuvo enchufada a una bomba de morfina durante una semana. Me pregunto si es coincidencia o siempre está en la sala de observación ¿cuál será la historia de esa pobre señora tan solitaria?
Mientras tanto, dos enfermeras jóvenes entraron a darme un orfidal para calmar mis nervios y para sacarme una analítica. El Flaco me observaba desde la puerta de cristal del box. Los resultados no tardaron en llegar. Miriam, Ana y Bernard, volvieron a verme y estuvieron un rato explorándome a petición mía para descartar que hubieran aparecido nuevos gángleos. Pero no era fácil, porque la hinchazón no permitía distinguirlos.
Aún seguía muy baja de plaquetas, unas 64.000 cuando se necesitan al menos unas 90.000 para poder recibir el tratamiento de quimioterapia, así que esperarán hasta el lunes para ver si remontan y tomar de nuevo una decisión. Bernard en seguida me comentó que no habían visto nada en extraño en la radiografía, aunque me mandaron a hacerme otra prueba y me colocaron una bomba de oxígeno para que pudiera respirar mejor. Les dije que me encantaría recibir cuanto antes el tratamiento. Mi insistencia les arrancó una sonrisa, “Eres la primera paciente que conozco que quiere recibir quimioterapia”. Ya me conozco de sobra a estos bichos, en cuanto les das un poco de margen de tiempo se alocan convirtiéndose rápidamente en células malignas, entonces, aprendes que el tratamiento no es tu enemigo sino un gran aliado en esta batalla.
Le tocaba el turno a mi madre, El Flaco salió del box aunque no por mucho tiempo. Estuvimos un rato hablando hasta que entraron de nuevo los tres oncólogos para informarme que me harían otra prueba. Esta vez un TAC que contrastarían con el último resultado del PET para comprobar en qué situación me encontraba. Los nervios me tenían la cabeza hecha un lío y mi cara era un fiel reflejo de cómo me sentía por dentro, porque mis oncólogos estuvieron intentando tranquilizarme durante un largo tiempo, así como el Flaco y mi madre que no se apartaron en ningún momento de mi lado. En la Sala de Observación del Nivel I no se respira un ambiente muy agradable.
Un celador moreno, procedente de alguna isla del caribe, me llevó en la camilla hasta la zona de rayos en donde me hicieron el TAC. Me hace mucha gracia que me traten como si fuese una niña, aunque mientras me echen menos edad, no tengo ningún problema. En cuestión de minutos ya estaba metida en el escáner, con los brazos tendidos en los costados y las piernas estiradas. El contraste se extendió hasta calentar mis genitales y la garganta, una sensación que no me pilló de sorpresa, ya que no es la primera vez que me repiten esta prueba.
De nuevo, volvieron a cambiarse el turno mi madre y el Flaco, momento que aprovechó para hablar con Bernard para decirle que teníamos cama reservada para el domingo y si existía la posibilidad de que me subieran a planta para no tener que pasar la noche en la Sala de Observación, que ya de por sí es bastante desagradable. Bernard no tardó en investigar si se podía hacer el cambio mientras esperábamos los resultados del TAC.
Finalmente, volvieron los tres oncólogos con los últimos resultados de la prueba. Me explicaron que la vena cava estaba siendo oprimida por el Linfoma del mediastino que había aumentado de tamaño y por esa razón me iban a seguir dando corticoides para que el tumor se desinflamase. Se han planteado hacerme una micro cirugía que consiste en poner un muelle en la vena cava para que pueda respirar en condiciones y no me sienta tan fatigada.
¡Nos suben a planta! De modo que dormiremos libres de llantos, monitoreos y chillidos.
Hasta la próxima.
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