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viernes, 8 de marzo de 2013

NEURONAS ESPEJO

Hoy muchos lectores van a descubrir una realidad del que suscribe: soy un puñetero vago. Eso sí, un vago bienintencionado. Fruto de esta buena intención voy a largarme una entrada llena de buen rollito, y, a la vez, mucho más profunda e interesante de lo que pudiera parecer, que además me va a dar poco trabajo. 
Como ya he declarado que definirme como vago no supondría error alguno, hoy me voy a limitar a "colgar" dos vídeos sobre un aspecto evolutivo fascinante: las neuronas espejo y la empatía. Sí, querido lector, el ser humano, mal que le pese a unos cuantos imbéciles, está programado para ser un animal empático (no somos el único) y esa empatía (no confundir con asertividad) ha sido uno de los pilares fundamentales para construir lo más importante que tiene el homo sapiens: su cultura.
No me enrollo más y dejó dos vídeos, de unos cinco o seis minutos cada uno, donde se explica qué son las neuronas espejo, cómo se descubrieron y la trascendencia para el ser humano de dichos tipos de neuronas.





Espero que estos dos vídeos sirvan para que el amable lector inicie el fin de semana con una pequeña sonrisa y con un atisbo de esperanza en sus iguales.
Un saludo.

viernes, 11 de enero de 2013

INDEFENSIÓN APRENDIDA

Debo reconocer que cuando en mi cabeza apareció el tema de esta entrada no albergababa duda alguna de que el concepto a tratar hoy serviría para alumbrar un tema relacionado con la educación. Pero hete aquí que, una vez madurado el esquema de dicha entrada, surge un nuevo enfoque sobre el asunto. Un enfoque, una perspectiva, del concepto más amplia y que, por tanto, afecta a una mayor parte de los ciudadanos de este precioso y único planeta. Veamos a lo que me refiero.
Hace unos cuantos años, con total seguridad más de diez, escuché por primera vez un término que, por desgracia, no puede estar más de moda: indefensión aprendida.
No parece muy difícil, analizando las dos palabras que forman el término, intuir su significado: la incapacidad para responder ante determinados estímulos. Incapacidad fruto de la experiencia. ¡Bingo! Aunque no estaría de más hacer un poco de historia y alguna precisión.
En 1975 Martin Seligman publica un libro donde aparece por primera vez este concepto. Basándose en experiencias, realizadas si mal no recuerdo, con ratones el autor defiende que, tras un período prolongado de "castigo" a los ratones, en el que las diversas conductas emitidas por los ratones no sirven para parar ese castigo, continuo y totalmente arbitrario, los animales se vuelven apáticos, depresivos y, entre otras cuestiones, tienen dificultades para adquirir nuevos aprendizajes.
Se me olvidaba decir que la lectura del libro dejaba traslucir que el comportamiento con el grupo de ratones con el que se experimentaba se podía tildar como de cruel; de bastante cruel. Ya imagina el amable lector: descargas eléctricas a todo trapo y con cualquier excusa.


Arrinconando el asunto de la ética, a mi me pareció un tema fascinante y, de hecho, elegí leer el libro del que hablo, podía haber escogidos otros sobre temas, a priori, más atractivos, y hacer un trabajo sobre el asunto. ¿Por qué? No lo sé. Sólo puedo decir que el tema me resultaba atractivo. De la misma manera que puede afirmar que en mi campo de trabajo, la educación especial, el campo de la discapacidad auditiva no me motiva en absoluto. Para gustos los colores.
Sé, que con posterioridad, otros autores, muy pocos, han tratado sobre el asunto y han alegado ciertas matizaciones al planteamiento incial de Seligman (alegaciones que no recuerdo y que, lo reconozco, no me he molestado en buscar). En todo caso, el cuerpo central del concepto se matizaba, pero no se derrumbaba con dinamita. 
Una vez presentado, grosso modo, en que consiste el concepto, merece la pena analizar algunas cuestiones, seguramente obvias para el estimado lector, pero sobre las que creo necesario enfatizar. Estos tres aspectos son: lo imprevisible del castigo, la incapacidad del individuo para evitarlo y lo continuo en el tiempo.
La imprevisibilidad del castigo, no estando asociado a ningún evento a ningún tipo de conducta genera en el individuo una especie de alerta continua que, con el transcurrir del tiempo, se acaba convirtiendo en apatía, dejadez, ante un hecho que puede, y lo va a hacer, ocurrir en cualquier momento sin una explicación o antecedente claro al porqué del mismo.
El segundo aspecto, la incapacidad del individuo para evitarlo, parece determinante. Cualquiera que sean las condiciones adversas a las que se enfrenta una persona o un animal, sí son capaces de luchar contra ellas con una razonable expectativas de éxito la lucha continuará con mayor o menor vigor, eso va en cada uno, pero continuará. Entre otras cosas porque la emisión de una serie de conductas puede evitar ese dolor, ese castigo. En el experimento de Seligman los ratones no pueden hacer nada contra el castigo y acaban "cediendo" ante las circunstancias.
También merece la pena reseñar que hasta que ese abandono llega el individuo emite todo un arsenal de respuestas, buscando encontrar la correcta para evitar ese sufrimiento, ese castigo. Tal vez, cuando el repertorio se agote, aunque uno intuye que las búsqueda de respuestas a medida que pasa el tiempo sea cada vez menos entusiasta, sea cuando el individuo caiga en ese estado depresivo.


Por último, la continuidad en el tiempo es un factor clave. Más en concreto la emisión de respuestas de castigo hasta que el individuo "cede" y desiste de toda resistencia. Una ejercicio desmesurado, pero corto, de castigo lo que puede generar es desconfianza en el individuo. Un ejercicio continuo genera indefensión.
Es evidente que la intentada del castigo necesario para que un individuo llegue a ese estado de dejación varía en función de cada individuo. Siendo más fácil alcanzar ese estado de abatimiento en unos que en otros.
¿Por qué y, sobre todo, para qué todo este rollo? Para intentar explicar la realidad.
Todas las consignas que nos lanzan desde los poderes económicos/políticos y sus mamporreros mediáticos se caracterizan por la estúpida idea de que nuestras vidas, nuestro futuro, está en manos de los mercados. De los mercados que invierten en deuda pública, en empresas, del libre mercado, de las exigencias de los mercados, del mercado... Y aunque políticos, medios y economistas patológicos nos ponen, de vez en cuando, el ejemplo de los emprendedores, ellos mismos se encargan de recordarnos que los bancos no conceden créditos, que las ventas disminuyen cada mes... Por tanto, el individuo medio, en líneas generales, sigue a expensas de esos mercados, que ellos mismos, los tres grupos citados antes, se encargan de que sean unos arcanos inextricables. Es más, el mensaje que lanzan sobre la crisis, estafa, y su resolución resulta ser igualmente ambiguo y desdibujado, cuando no confuso.
Todo ello unido y suficientemente compactado nos puede conducir a la conclusión, a la que mucha gente, por desgracia, ha llegado, de que no se puede hacer nada para cambiar el estado de las cosas. "No vale protestar en la calle", "votar a quien se vote da lo mismo", "las huelgas no sirven para nada"... Lo que, en el fondo, se trata de un estado depresivo, de una apatía, a la hora de reivindicar nuestros derechos sociales, los que nos han robado.
Ellos lo que han hecho es crear la situación de estafa, que ellos denominan crisis, con sus políticas. Culpabilizar al ciudadano de su propia avaricia genocida (la de economistas, gobernantes y mamporreros mediáticos) y crear un sistema, mediante la pérdida de derechos, donde el castigo sea continuo (perder derechos y subir impuestos y tasas a todos por igual) e imprevisible (abaratamiento del despido, leyes represivas contra las respuestas ciudadanas...). Todo lo cual intenta contribuir a un estado social de indefensión aprendida.


Sin embargo, a diferencia de las ratas del experimento, los humanos contamos con una característica esencial para abordar este problema: la capacidad de organizarnos para afrontar una situación harto peligrosa. A pesar de que los genocidas que intentan implantar el modelo neoliberal/fascista busquen, por todos los medios, que el individualismo sea el motor de la vida social, el ser humano, por naturaleza, tiende a ser un animal social y a organizarse como tal animal social. Esta organización social conlleva, al menos desde el Neolítico, o tal vez antes, una organización vertical, con jefes y subordinados, pero, desde mucho antes también ha existido una organización horizontal, donde la comunión de intereses, la solidaridad, el respeto han constituido una forma de organizarse socialmente. Tal vez sea por ello que los ciudadanos nos organizamos para revertir esta situación, este ataque continuo que pretende sumirnos en la indefensión social aprendida. Es aquí donde radica nuestra fuerza, en resistir organizándonos contra otras personas, por muy deleznables que éstan sean. Luchamos contra iguales, que tienen más medios, pero son iguales, no contra experimentadores con más inteligencia (uno diría que muchos de los que nos castigan carecen de una inteligencia básica, casi tanto como de escrúpulos),  que son más altos o más fuertes. Todo consiste en como nos organizamos y cuanto somos capaces de aguantar.
Un saludo.

P.D.: Esta entrada se inspiró en una persona que trabajaba en educación que ponía en práctica algunas, o todas, estas estrategias con alguno de los niños con los que trabajaba. A ella, como a toda la gente que actúa de esta manera, sólo les deseo lo peor en este mundo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

EDUCAR DESDE EL DESCONOCIMIENTO (II)

Habíamos dejado a nuestro personaje, José Ignacio Wert, defendiendo, cual Quijote antes de recuperar su cordura, la bondad de un sistema escolar más acorde con el nacionalcatolicismo que con el discurrir del siglo XXI, por donde transitamos a duras penas. Pero las proezas de nuestro héroe en estos nueve meses no acaban aquí, como el lector bien sabrá. 
No merece la pena reseñar pequeñas metedura de pata como aquella que defendía que mientras en España existían 80 universidades en California, con una población similar a la nuestra, sólo había diez. Vale que de 340 que hay en realidad, a diez hay una diferencia, pero el mejor escribano echa un borrón. Y el peor también. Tal vez haya que preguntarse de donde ha sacado el hombre que se encarga de regir los destinos, o desatinos, de la educación española dicha información. Si se le ha "currado" él debería pedir perdón de inmediato por tamaño error. Si él no ha sido el encargado de elaborar dicha "información", el sujeto, seguramente pagado con el dinero de todos ,que ha inducido a cometer el error, el enésimo, habría de ser despedido de inmediato, especialmente si se trata de un asesor, cargo de confianza o como narices lo queremos llamar.


Pero como dije con antelación este pequeño desliz no ha de servir para minusvalorar la trayectoria firme, especialmente en lo referido a las declaraciones peculiares, que José Antonio Wert ha desarrollado durante este embarazo de riesgo, estos nueves meses, de labor en el Ejecutivo al frente de la nada fácil tarea que es llevar con tino todo lo correspondiente a la educación patria.
Otros "pequeños" deslices de este insigne campeón del desconcierto los podemos encontrar en asuntos referidos a la educación postobligatoria, concretamente en lo referido a la antigua P.A.U. y a la validez o no de la preparación de nuestros universitarios.
La P.A.U., antigua selectividad, ha sido minusvalorada por el hombre que ocupa esta entrada por la sencilla razón de que mucha gente consigue superarla. Imaginemos que seguimos sus criterios y proponemos que los ministros peores valorados en las encuentas del C.I.S. deberían irse a su casa. Seguro que ese rasero no le parece el más adecuado al señor ministro, el peor valorado de todo el Desgobierno, aunque a otros muchos nos parecería una medida que estimularía la competitividad dentro del Ejecutivo y favorecería la buena gestión.
A pesar de la nulidad de argumentos del encargado de Educación, uno considera que si debe argumentar, con mayor o menor acierto, los increíbles argumentos del encargado de regir el sistema educativo español.
En primer lugar aclarar al lector que los dos cursos de Bachillerato, de donde proceden la mayoría de alumnos que se enfrentan a la P.A.U., tienen como función preparar al alumno, mediante la adquisición de una serie de conocimientos previos, para acceder a la universidad. Lo que mide la P.A.U. no es otra cosa que los conocimientos adquiridos por el alumno, al menos en teoría (en una prueba es difícil medir los conocimientos reales del alumno). Esta prueba, la P.A.U., lo indica la adquisición o no de unos conocimientos mínimos por parte del alumno. Por tanto, si tantos alumnos aprueban (alumnos que han superado la criba que por diversos motivos es la E.S.O., por tanto los más capacitados, al menos en teoría, para estudiar) lo que supone es que los alumnos han adquirido los contenidos mínimos que se le exigían. De nuevo el argumento de Wert se cae por su propio peso. Además la P.A.U. tiene un factor corrector que, por supuesto, el ministro no hará público: dicha prueba sirve para subsanar, al menos en parte, las excesivas e infladas notas de ciertos centros, muchos, privados y concertados, lo que representa una desigualdad por parte de los alumnos que cursan sus estudios en la enseñanza pública.


Por otra parte el ministro hablaba de que la generación actual era la más preparada, pero que a su vez era una tontería. Este sofisma o, tal vez más acertado, argumento paradójico no merecería mayor comentario si no fuera porque esconde una visión neoliberal y falsa de la realidad. De nuevo la culpa del paro en este país la tiene Rita la Cantaora, pero nunca el empresariado, los que no contratan, o hacen por cuatro euros, a los universitarios formados en este país, que sí contratan los países con las economías más potentes. Esta realidad demuestra que el problema no reside en la Universidad, sensiblemente mejorable, y la formación que da a nuestros jóvenes, capaces de competir en los mercados de trabajo internacionales. La cuestión radica en el tipo de economía que interesa a nuestro empresariado, o a gran parte de él, y a sus amigos del Desgobierno.
Por otra parte, el C.S.I.C (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), cuyo presupuesto ha sido reducido hasta extremos increíbles por el Desgobierno donde ejerce el señor Wert, en cuyo seno trabajan, e investigan, una multitud de científicos españoles, muchos de ellos formados en universidades españoles, la mayoría, constituye uno de los organismos investigadores referentes a nivel mundial. Por tanto, el problema no se sitúa tanto en lo que saben hacer nuestros universitarios como en lo que pueden hacer dentro de este país. Evidentemente este enunciado desprestigia a una parte importante de los nuevos héroes del país: los empresarios y eso no gusta ni a Mariano Rajoy Brey ni a sus subalternos.
Mención aparte merecen otros "deslices" como aquél que atribuía a un libro de texto de Educación para la Ciudadanía cierto párrafo que, en realidad, se había publicado en un ensayo. Bastaron un par de capotazos y un que yo no he sido para zafarse, o intentarlo, de aquella majadería fruto del desconocimiento y de una visión tendenciosa del asunto.
Otra "perla" del parlanchín ministro puede considerarse asociarse el fracaso escolar en Ceuta y Melilla, únicos lugares dependientes en exclusiva de su ministerio, a una avalancha de marroquíes (seguramente juramentados para hacer fracasar el sistema educativo español dependiente directamente del Ministerio de Educación). Esta joya se acompañó, por un extraño proceso que se produjo dentro de la cabeza del ministro, o de algún asesor, de asimilar extranjero, marroquí, con todo aquel de religión musulmana. Casualmente en poco tiempo aparecieron datos oficiales, obviamente no esgrimidos por nadie del ministerio en cuestión, que demostraban que el número de inmigrantes era superior, muy superior en algunos casos, en otras comunidades autónomas, encabezando este ranking La Rioja, una de las comunidades autónomas donde mejor es el sistema educativo según todos los estudios, evaluaciones y demás pruebas realizadas.
Me gustaría concluir con una reseña a la nueva ley que parece se redacta por parte de este Desgobierno. No parece oportuno reseñar las contradicciones que en este período de gestión han salido de miembros del Ministerio de Educación, pues puede considerarse algo normal (lo digo en serio). Más importante me parece la deriva que toma la citada ley en cuanto a sus referentes. Todo lo que ha salido de labios de Wert, el ministro, hasta este momento habla de fomentar la competitividad, la preparación para el mercado laboral y demás paparruchas neoliberales, que centran la educación como una forma de preparar a operarios, de mayor o menor cualificación, y a consumidores.


La educación supone formar a personas en su integridad; es decir: en lo referido a su mundo afectivo, social/moral, físico, cognitivo..., pero estos profetas del neoliberalismo sólo ven macrocifras, ganancias, pérdidas, triunfadores, perdedores (la mayoría) y poco más. Esta visión reduccionista conseguirá, o pretende conseguir, trabajadores sumisos y consumidores compulsivos, pero nunca personas integrales. Sin embargo, a pesar de todo, se olvidan de algo: los seres humanos somos seres humanos per se y venimos dotados con sentimientos, rabia, ira, espíritu crítico...
Parece que el señor José Ignacio Wert no es la persona más indicada para dirigir un ministerio del que depende el futuro de este país. Su escaso conocimiento del tema, demostrado repetidamente a través de sus declaraciones, junto con su visión reduccionista de la educación, constituyen un hándicap importantísimo, no para él, que, en el fondo, ha aceptado una cartera ministerial que alguien le ha ofrecido (luego se puede considerar si cuando te ofrecen algo debes aceptar o no, en función, entre otras cosas, de tu preparación, pero aquí no voy a entrar), sino para un país que se encuentra sufriendo una crisis, estafa, que está laminando a toda una generación, la más preparada de nuestra historia, y que en este momento debe sentar las bases para un futuro mejor para todos los ciudadanos de este país, siendo la educación uno de los pilares donde debe asentarse ese cambio.
Un saludo.

miércoles, 1 de agosto de 2012

SOBREDIAGNÓSTICO

Por motivos de trabajo estoy leyendo, a ratos perdidos, un libro sobre Trastornos del Espectro Autista (a partir de este momento TEA). Como su propio nombre la obra versa sobre todas aquellas discapacidades relacionadas con el autismo y sus diversas manifestaciones. 
Tal vez deba comenzar explicando que bajo el epígrafe autismo o TEA encontramos una diversidad de manifestaciones caracterizadas por una serie de trastornos cualitativos en la interacción social, la comunicación social  (estos dos indicadores han sido agrupados en uno solo en la nueva clasificación diagnóstica DSM V) y un patrón de intereses, comportamiento o actividades restringidos. Además en la DSM V se introduce algo nuevo que se basa en una serie de criterios para determinar la severidad del mismo, indicador de los soportes sociales, necesidades, que la persona con TEA necesita. Personalmente me parece una adaptación del concepto de apoyos y su clasificación, aplicada ya hace más de una década al retraso mental. Un avance significativo a la hora de dar respuestas a las necesidades de unos y otros.
Sin embargo, la lectura de la obra me ha procurado también otra visión, esta muy negativa, sobre la construcción que de los TEA están realizando diversos expertos. 
El concepto de Trastrorno del Espectro Autista conlleva que diversos grados e intensidades de una afectación, lo que motivo que distintas personas puedan pertenecer a dicho espectro teniendo unas características y unos grados de afectación diferencia, pudiendo conllevar que una persona conserve una inteligencia "normal" y otra, encuadrada dentro de este mismo tipo de trastorno, se vea afectada por retraso mental, por poner un ejemplo. Pero en todo caso los criterios expuestos en el párrafo superior deben existir.
Sin embargo, hasta fechas recientes se distinguían cuatro o cinco ramas dentro de esta patología autista, más o menos definidas y, generalmente aceptadas, por la mayoría de expertos. A fecha de hoy, tras excluirse al síndrome de Rett  de los TEAs se empieza a hablar de otra serie de trastornos, síndromes, o como deba llamárselos, que crean una indefinición peligrosa, al menos desde mi punto de vista, sobre el asunto.


Uno, escandalizado por el asunto del TDAH (hiperactividad en cristiano) y el uso y abuso de este término, permitiendo cometer en nombre de estas siglas todo tipo de desmanes, contempla como en el caso del TEA se empieza a establecer un terreno difuso, donde siglas como TANV, trastorno del aprendizaje no verbal, crean un difuso lugar en el que empiezan a caber cosas que pueden no tener tanto que ver con el autismo como con otras patologías. De igual manera parece que los "expertos" empiezan a hablar de un mayor índice de prevalencia de dichos TEAs entre la población. Curiosamente lo mismo que ocurrió con el TDAH.
Vaya desde aquí que no defiendo el inmovilismo a la hora de definir nuevos síndromes o patologías. Si nada de lo existente pudiera modificarse seguiríamos en la Edad de Piedra. Sin embargo, la creación de nuevas etiquetas, difícilmente demostrables, también suponen una losa para la comprensión de las diferentes patologías y, fundamental, para que las personas diagnosticadas reciban una ayuda ajustada a sus características.
Seguramente al lector habitual todo lo expuesto anteriormente le pueda parecer un rollo macabeo, y más con estos calores, pero le incito a que realice una reflexión que considero harto interesante.
Uno tiene la impresión de que en ciertos aspectos el hiperdiagnóstico (me acabo de invertar el palabro) está contribuyendo a desvirtuar la realidad de manera aberrante, con consecuencias funestas para los implicados. Profesionales, o así se les considera, que encajonados en su parcela de saber intentan atraer a sus dominios, como si de un agujero negro se tratara, a todo aquel que pasa por allí, bien sea de forma accidental o con intención. De esta manera se incrementa el número de personas que entran dentro de su área de conocimientos y trabajo, justificando la pertenencia al mismo.
Pongamos un ejemplo, real o no. Imaginemos un niño que acude a un gabinete de expertos que no dudan en clasificar a éste como un caso prototípico de persona con autismo. Casualmente lo observado en breves horas por dos o tres personas difiere sustancialmente de los observado día a día por los profesionales que trabajan con él, y que no tienen la facultad de aportar esos datos a los mencionados expertos. Pongamos además por caso que los datos que pueden aportar los datos que proporcionan la atención directa al chaval supondrían un cambio tan sustancial que algunos de ellos provocarían que ese diagnóstico pudiera desmontarse como un castillo de naipes. Alguien se puede preguntar por qué no hablan unos con otros. En primer lugar porque el sistema no está montado así. En segundo lugar porque, por desgracia, existen dos vías: la pública y la privada, a menudo irreconciliables y difícilmente encajables, no siempre. Y, en tercer lugar, por una cuestión de lógica: ¿alguien cree que unos "afamados expertos" aceptarían que los datos recogidos para realizar un diagnóstico por su parte carecen de toda validez.


Sin embargo, y volviendo al libro de marras que estoy intentando leer, me encuentro con sorpresa y satisfacción que se apuesta de manera muy seria por una evaluación de la persona pausada, en su entorno natural, ganándose la confianza del evaluado. Una evaluación de los múltiples ámbitos en que se puede dividir a la persona, realizada de manera pormenorizada y realista. En definitiva una visión del ser humano real y sin prejuicios previos, realizada para desentrañar la realidad de la persona examinada y no para lucimiento del experto.
Si bien este dato es alentador, igualmente resulta preocupante que en 2008, año de publicación del libro, se deba seguir insistiendo en este aspecto. ¿Cómo es posible que aún sigan existiendo profesionales que no tengan en cuenta que la evaluación tiene como objetivo recoger la realidad del evaluado? No vale la pericia ni la experiencia ni el ojo clínico. Sólo vale leer con detenimiento la vida de la persona examinada, buscando en ella datos que permitan una comprensión lo más completa posible de la persona que va a llevar, o no, una etiqueta para el resto de su vida.
Tal vez, y concluyo, esta sobrediagnosticación acabe convirtiéndose en un cáncer también en este mundo de la discapacidad. Pero, tal vez, el hecho de que se hable no sólo en retraso mental, del nivel de ayudas necesarias para que las personas con discapacidad, o con ciertas discapacidades, puedan realizar una vida lo más normal posible suponga un soberano avance. En el fondo se trata de la lucha entre dos concepciones: la del diagnóstico, diría mejor el sobrediagnóstico, la necesidad de etiquetar, sea donde sea y por lo que sea (aspecto que ha contribuido a que alguna persona sorda lleve décadas en un psiquiátrico, dato real), contra la visión basada en la necesidad que la persona tiene de llegar a ser una persona que desarrolle lo máximo posible sus capacidades y cuando no sea posible recibir las ayudas necesarias para suplir esas carencias, especialmente en lo referido a aquello más básico para su vida.
Un saludo.

P.D.: A propósito del asunto, aquí dejo un enlace donde se describe como el Desgobierno de Esperanza Aguirre sopesa la posibilidad de quitar recursos a niños con TEA. A alguien le podrá parecer que la duplicidad de servicios es abusar, pero, para empezar, los servicios no suelen estar duplicados y, lo más importante, los niños con ciertas discapacidades necesitan todo tipo de estimulación, especialmente los primeros años, que suele ser donde existen más posibilidad de avanzar significativamente, lo que generará una mayor calidad de vida y, en muchos casos, una menor dependencia. ¿Hará algo al respecto el tal Gallardón?

http://www.publico.es/espana/440113/la-comunidad-de-madrid-deja-en-el-aire-la-atencion-a-ninos-autistas

viernes, 25 de marzo de 2011

SOBREDIAGNÓSTICO Y SOBREMEDICACIÓN, ALTERNATIVAS (II)

Como ayer anticipé es menester desarrollar la segunda parte del tema, abordando para ello en primer lugar el tema del aprendizaje.
¿Por qué abordar el tema del aprendizaje? Por la sencilla razón de que lo que entendemos por aprendizaje genera muchos de nuestros comportamientos. Habitualmente se asocia aprender al sistema educativo formal, craso error. Aprendemos continuamente, incluso en nuestra vejez. Es más, la gran mayoría de los aprendizajes se pueden catalogar como adquisiciones de tipo social. Evidentemente, este tipo de aprendizaje carece, en muchos casos, de los requisitos del aprendizaje formal: intencionalidad compartida, estructuración de los contenidos y del propio proceso de aprendizaje..., pero ésto no resta importancia alguna a los aprendizajes sociales, más bien ocurre al contrario, lo más importante en nuestra vida es saber adaptar nuestra conducta a los diferentes entornos en que se desarrolla nuestra experiencia vital. Un refrán español refleja perfectamente lo que quiero transmitir: "donde fueres, haz lo que vieres".
¿Cómo se producen estos aprendizajes sociales? Existen varias formas, pero tal vez la más importante sea, ni más ni menos, que la  observación. Este aprendizaje social o vicario, se caracteriza por la observación por parte de un individuo de las consecuencias que sobre otro, modelo, tienen ciertas conductas. En otras palabras: si ésto le funciona a la persona que observo, por qué no me va a funcionar a mi. Es evidente, que este tipo de aprendizaje tiene un hándicap: lo que funciona en un contexto puede no ser útil en otro.
Según lo anteriormente expuesto pudiera parecer que el ser humano no es capaz de "inventar" sus propios comportamientos. Nada más lejos de la realidad. Los niños experimentan como debe ser su relación con el mundo, doy fe de ello, intentando ajustar su mundo al contexto, aprendiendo a bandearse en función de las personas que tienen frente a él, buscando unas pautas aceptadas por ambos "bandos" para establecer una relación. De todos es sabido que, generalmente, los hijos no se comportan igual con los abuelos que con los padres. Uno pudiera pensar que son los abuelos los que habitualmente le malcrían y los nietos reciben los "premios" de manera pasiva. Nada más lejos de la realidad. Los niños van explorando el terreno, tanteando, a veces de manera abrupta, donde está el límite (que generalmente con los abuelos suele ser difuso y distante). En definitiva, ellos también son actores a la hora de construir sus relaciones con los demás.
¿Qué ocurre cuando todo el mundo actúa como los abuelos del ejemplo? Evidentemente, el niño sigue explorando, generalmente buscando satisfacer sus deseos, utilizando para ello estrategias varias. El niño ha aprendido a hacerse valer de una manera socialmente poco aceptable. 
Antes de continuar me gustaría puntualizar que estos comportamientos aprendidos no sirven exclusivamente para conseguir objetos o premios materiales, en ciertos casos se trata de llamadas de atención para satisfacer necesidades emocionales (por ejemplo, que le hagan caso, aunque sea riñéndole por haberla liado parda). Seguro que todos conocemos a niños o adolescentes a los que no les hacen ni caso sus padres, que son unos piezas. En muchos casos lo que empezó como llamadas de atención, para conseguir que le hagan caso, se ha convertido en una norma de actuación. 
Si a estos casos unimos los de lo niños movidos, esos que son capaces de jugar una hora a la PSP sin pestañear, a los que, en muchos casos, la escuela no les importa una higa, tal vez por culpa nuestra, de los docentes, ya tenemos a unos cuantos candidatos a ser diagnosticados.
Uno pudiera pensar que cuando no son capaces de cambiar su comportamiento tienen un problema serio. Tal vez, pero antes deberíamos conocer como se aprende, para entender ciertas cosas. Para ello voy a utilizar una teoría, la conexionista, que, por el momento, es la más completa que hay.
Antes de comenzar me gustaría advertir que no soy experto en tal tema, ciertas cosas se escapan a mi comprensión, aunque, creo, que la idea central  y algunas secundarias, las que considero más útiles para mi trabajo,de dicha teoría si alcanzo a comprenderlas.
La teoría conexionista se basa en que las neuronas se encuentran interconectadas (no llegan a tocarse físicamente, pues dejan un espacio mínimo entre si. La conexión real la realizan los neurotransmisores que son los que "saltan" de una neurona a otra, transmitiendo el "mensaje") formando redes neuronales. Por tanto, en esta teoría la unidad mínima es la neurona. Cada neurona transmite un mensaje excitatorio o inhibitorio, hablando en cristiano, avisa sobre si ese impulso debe seguir o no en la red neuronal. Los mensajes excitatorios o inhibitorios no tienen todos el mismo peso, la misma importancia. Para que nos hagamos una idea no es igual de importante evitar que nos pille un coche que viene a todo trapo mientras cruzamos la carretera que limpiar los platos de la cena. Lo primero tendría más peso, sería más importante, mientras que lo segundo tendría menos importancia. La suma de todas las señales que llegan de ambos tipos hacen que la neurona transmita el mensaje a la siguiente o no. Esta explicación, un poco chapucera, sirve para acercarnos al funcionamiento del sistema, aunque nos queda un aspecto importante: ¿cómo ganan o pierden peso, importancia, los diferentes mensajes? Evidentemente, en muchos casos, por la funcionalidad de los mismos.
Cuando aprendemos algo, las redes neuronales, que funcionan en paralelo, producirán estímulos excitatorios cada vez más importantes, ganando peso progresivamente, llegándose a crear nuevas conexiones.
Así, grosso modo, es como se produce el aprendizaje. Salvando las distancias, ocurre lo mismo que cuando alguien va al gimnasio: a fuerza de ejercitarse se adquiere músculo. Pues en este caso es igual, a fuerza de experimentar repetidos "éxitos" las conexiones se vuelven más estables y fuertes.
Tal vez sea por eso que, como comentábamos el otro día mi amiga, compañera y jefa y yo, el conductismo (teoría psicológica basada en que las conductas se adquieren o pierden en función de la aparición o ausencia de refuerzos) sea tan efectiva en la modificación de la conducta, especialmente en un principio, pues estamos trabajando en modificar los pesos, la importancia, que determinadas conductas tienen en esas redes neuronales. Esta modificación de conducta si no va acompañada de conductas alternativas, crear nuevos aprendizajes a medio, largo plazo pueden volver a aparecer, ya veremos porqué.
Ahora quisiera utilizar una analogía para explicar lo siguiente. Yo soy consciente de que debo perder peso, puedo hacer varias cosas: no hacer nada, seguir una dieta y hacer más ejercicio (cosa que me he propuesto hacer) o comprarme un producto milagro y confiarme a la suerte. Descartemos el primero y analicemos los dos segundos.
Si yo me empiezo una dieta y hago más ejercicio, ocurre porque he decidido que tengo que cambiar, no sólo eso, si no que además he buscado una forma de vida alternativa a lo que hacía hasta ahora. En otras palabras, voy a hacer lo correcto, lo que la sociedad entiende por correcto (adiós chorizo, no sé si podré). Si analizamos lo dicho, además de un cambio en mis hábitos , se produce un cambio en mi forma de entender la vida, un proceso interno, un proceso ligado a mi cognición. Todo ello implica que, aunque puntualmente me pueda saltar a la torera mi forma de comer saludable, mis hábitos alimentarios serán los correctos por mucho tiempo, por lo que mi talla de pantalón será menos probable que aumente, por lo menos hasta que llegue la Navidad.
Sin embargo, si yo fío mi disminución de peso a un producto milagroso, poco he cambiado, no me privaré del chorizo. Lo más que puedo conseguir es que algún derivado anfetamínico (prohibidos, por cierto) me quite el hambre y adelgace. Sin embargo, cuando me canse del brebaje milagroso seguiré comiendo como una lima, volviendo a aumentar mi talla de pantalón. En este caso no ha existido un cambio de hábitos y, mucho menos, en mi forma de entender el problema.
Esta analogía, sirve perfectamente para ilustrar lo que deseo transmitir. En niños con trastornos reales los productos químicos, medicinas, pueden servir perfectamente, especialmente en un primer momento, para amortiguar los efectos indeseables de la patología, siendo totalmente innecesarios en una serie de niños diagnosticados de manera, digamos no acertada. En ambos casos lo interesante es cambiar  la importancia de esas conexiones sobre las que se asientan los comportamientos disruptivos o anómalos.
Me gustaría recordar que los medicamentos actúan sobre los neurotransmisores, no afectando para nada al peso, la importancia, que tienen ciertos aprendizajes en el sistema sobre él que están asentados. Lo que se hace es poner una especie de cortafuegos, pero no se aborda el incendio desde la base.
¿Cómo podemos apagar el fuego? Mediante psicoterapia cognitivo-conductual. No tengo ningún problema en reconocer que la mayoría de niños diagnosticados, además de la medicación, reciben este tipo de tratamiento.
Antes he hablado de conductismo y de adquisición de conductas alternativas a las socialmente no aceptadas, pues, básicamente, en eso se basa la psicoterapia. En modificar las conductas y ayudar a que los niños adquieran otras nuevas, cambien sus esquemas. Esta terapia, cognitivo-conductual, intenta controlar la impulsividad del niño, ofreciéndole alternativas para que se autorregule, pudiendo ir desde adquirir pautas para planificar su vida, hasta las autoinstrucciones (que consiste en interiorizar los pasos que se tienen que dar para realizar correctamente las tareas).
¿Por qué, al menos desde mi punto de vista, es importante dar respuestas alternativas a la persona? Por  la  forma en la que aprendemos. Si yo resto importancia a un patrón de funcionamiento, asentado, vamos a decir orgánicamente, en mi cerebro y no ofrezco nada a cambio, esa estructura de funcionamiento, aún habiendo perdido importancia, es la única que se encuentra en mi repertorio para responder ante ciertos sucesos de la vida. En muchos casos, cuando desaparece la persona que realiza la modificación de conducta, ésta última puede reaparecer por falta de alternativas; si el individuo no ha creado otras conductas, que tengan mayor importancia, que disparen esas neuronas, que la conducta a extinguir, al final lo único que encontrará el individuo en su ropero será esa vieja conducta, usada y pasada de moda, pero que es lo único que tiene para protegerse del frío.
Tras todo este rollo, que ha durado dos entradas, me gustaría proponer una cosa muy sencilla: excepto en aquellos casos de libro, con aquellos casos que ofrecen más dudas, un alto porcentaje ¿por qué no empezar con lo menos lesivo, con la psicoterapia conginitivo-conductual?
Voy a contar una experiencia personal, que ayudará a comprender lo que quiero decir. Como ciertos lectores saben he padecido, y sigo padeciendo en menor medida,  un trastorno de ansiedad. Hace tres meses dejé la medicación, pactado con el psiquiatra, pero, en los últimos tiempos, han vuelto a aparecer ciertos síntomas somáticos que acompañaron a la fase más grave de mi enfermedad, eso sí de una manera mucho más leve. Visité al psiquiatra, que tras escucharme me recomendó volver a psicoterapia, precisamente cognitivo-conductual, y pasar, por el momento y mientras no vaya a más la cosa, de la medicación. En otras palabras, primero lo menos lesivo y, seguramente (a mi me ayudó bastante), lo más útil.
Concluyo haciendo una reflexión. Seguramente todos conocemos el programa Supernanny, programa que no se encuentra entre mis preferidos. El programa consiste en que un psicóloga se mete en la vida de una familia y aplicando técnicas conductuales consigue cambiar el comportamiento de los niños, al menos momentáneamente. Conozco a un médico que ha utilizado un vídeo de Supernanny, versión estadounidense, para mostrar une "ejemplo de libro" de niño hiperactivo. Yo asistí a ese curso. Que el lector juzgue si es más pertinente una terapia cognitivo-conductual o la medicación de dicho niño.
Un saludo.

jueves, 24 de marzo de 2011

SOBREDIAGNÓSTICO Y SOBREMEDICACIÓN, ALTERNATIVAS (I)

El domingo, por enésima vez, abordé el tema de la sobremedicación infantil, denunciando tal hecho. Pudiera parecer que todo se queda en una llamada de atención, con un tinte paranoide, de una persona que vive instalada en la conspiración. Para desterrar tal idea, si alguien la tuviere, he creído necesario realizar estas entradas, que abordan el problema desde un punto de vista meramente educativo. Digo estas entradas, pues pienso desarrollar el tema en dos entradas sucesivas. En la primera abordaré temas como el diagnóstico, la importancia del ambiente y el concepto de normalidad. En la segunda intentaré explicar, lo mejor que pueda, cómo aprendemos y la influencia de ello en la persistencia en ciertas conductas. Concluiré con alguna idea sobre la forma de abordar dichas situaciones.
En primer lugar, para hablar todos el mismo idioma, a uno le parece conveniente delimitar las conductas patológicas de aquellas meramente disruptivas, que, en muchos casos, van ligadas a aprendizajes sociales o, aún más normal, al desarrollo evolutivo del niño. Es evidente, sería una zafiedad negarlo, que existen niños con ciertas patologías de carácter psiquiátrico o como se le quiera llamar, pero, desgraciadamente, la generalización del uso de etiquetas al mundo infantil, está consiguiendo que esos niños, con una problemática real, y aquellos otros sin patología alguna, pero con conductas que se salen de la norma (trataremos más adelante el tema de la normalidad, crucial en el asunto que nos traemos entre manos) sean tratados de la misma forma, viéndose afectados negativamente los unos y los otros. No se aborda de igual manera la rotura de un hueso que un ligero esguince.
¿Cómo distinguir a los unos de los otros? Tal vez la solución esté en la definición de 2002 de Retraso Mental, en la que se habla de comprobar que todos los ámbitos de relación (escuela, familia, ...) se ven afectados por dichas conductas. Alguien podrá alegar que los items para diagnosticar, por ejemplo, el TDAH recogen ese aspecto. Sí y no. Como dije en la entrada dominical,  jamás se valoran los puntos fuertes del niño. Es decir, se evalúa lo que no es capaz de hacer, pero jamás he visto en un cuestionario de esa patología, valorar si el pequeño es capaz de permanecer media hora o una hora jugando con el ordenador, la PSP o frente a la televisión, viendo una película o una serie que le resulte atractivas (cosa que, sorprendentemente, realizan algunos niños diagnosticados con TDAH). ¿Qué demuestra tal cosa? Simplemente, que cuando el niño tiene interés por algo esas conductas disruptivas no aparecen, al menos en los que no son personas con TDAH. Tal vez, sería aconsejable que, a la hora de diagnosticar, se tuvieran en cuenta estas discrepancias tan asombrosas.
Una vez abordado, someramente, el tema del diagnóstico, volveremos sobre él dentro de un rato, quiero centrarme en diferenciar entre patología y conducta problemática.
Para empezar me gustaría aclarar que no toda conducta disruptiva, aunque ésta sea frecuente, implica una patología. A nadie se le ocurre pensar que un carterista, un traficante de drogas o un atracador de bancos tenga, por definición, una patología. Es más, si preguntáramos sobre la violencia que se vive en Méjico, originada por diferentes bandas que desean controlar el tráfico de droga, a muy pocos se les ocurriría pensar que los asesinos de las diferentes bandas son enfermos mentales, como mucho alguno lo puede ser y por eso se ha metido en esos fregados. Lo más probable es que la mayoría de los lectores aleguen como justificación a las acciones de estos asesinos  que han crecido en un ambiente que ha propiciado dichas conductas. antisociales y bárbaras Tal vez, incluso alguno pueda alegar que la verdaderamente enferma sea la sociedad (bonito eufemismo), justificando las conductas del individuo en función del sistema en el que vive. Vamos, que existe un fuerte componente ambiental que favorece las conductas asesinas de estos tipos. Es más, una buena parte de esas personas, que han hecho del crimen su modo de vida, muestran sentimientos positivos hacia sus familiares y/o hacia sus compañeros de fechorías. Posiblemente este último dato, esta discrepancia, sea lo que nos hace considerar a estas personas como rematadamente mala, pero nunca como enfermo. Las malas influencias, la situación social, el ambiente que les rodea les ha llevado a actuar de aquella manera.
Parece claro que la influencia del entorno social es fundamental en la formación de la persona, de todas las personas, incluido el lector, incluido yo. Baste para ello pensar como hubiera sido nuestra vida si hubiéramos quedado huérfanos a los pocos meses de vida, habiendo vivido nuestros primeros años de vida en un centro de menores y luego, en el mejor de los casos, siendo adoptado por una familia que, con total probabilidad, hubiera sido muy distinta a la nuestra.
Tras lo expuesto en los párrafos anteriores no puede quedar más claro que el ambiente juega un papel fundamental en lo que somos. Tras esta aseveración surge, inevitablemente, una pregunta: ¿se debe tratar igual a un niño que ha adquirido malos hábitos (vamos a llamarlo así), que a uno que los traía de serie, genéticamente? Mi opinión es clara: no. De hecho, uno piensa, tal vez equivocadamente, que es la única rama de la medicina donde ésto ocurre.
Obviamente, en muchos casos la complejidad de distinguir entre ambiental y genético, más si no se ha hecho un estudio del entorno o si este estudio lo fía todo a la genética, es mucha, siendo a veces imposible, pero en estos casos creo que ayudaría bastante, diría más, sería una herramienta imprescindible, el estudio de discrepancias, mencionado anteriormente.
Una de las cosas que más gracia me hace de todo el asunto es que uno de los  manuales de diagnóstico  (él más usado en educación),  que responde al nombre DSM IV-TR, deja a las claras que la definición de trastorno carece de unos límites que aclaren totalmente el concepto y que, por si esto fuera poco, "existen pruebas de que los síntomas y el curso de un gran número de trastornos están influidos por factores étnicos y culturales." En otra palabras, se diagnostican cosas, que en algunos casos, no se saben lo que es y que varían en función del ambiente en el que desarrollan su vida las personas. Me parece bien que los autores del manual, que en un par de años será sustituido por el DSM V, pero ¿todos los que utilizan este manual tienen en cuenta lo expuesto anteriormente? Ahi dejo la pregunta.
Para continuar me gustaría volver al tema de las bandas de narcotraficantes mejicanas, ya que creo ilustrará  perfectamente lo que explicaré a continuación.
Si analizamos la actuación de las personas involucradas en la espiral de violencia mejicana, llegaremos a una conclusión: su comportamiento se sale de la normalidad. Sin embargo, para ellos se trata de lo más normal del mundo. El lector podrá alegar que esa forma de entender la vida es enfermiza, patológica o como desee llamarla, pero, curiosamente, no sólo los narcos mejicanos mantienen, o han mantenido, ese tipo de conductas vitales. Narcos colombianos, pandilleros estadounidenses, las maras centroamericanas, los nazis, Stalin y colaboradores, Mao y colaboradores, los Jemeres Rojos, Pinochet y seguidores, los militares argentinos, Franco y sus acólitos, etc. han demostrado que esa conducta anómala se repite una y otra vez en diferentes lugares y en diferentes momentos de la historia. ¿Esto implica que hagan lo correcto? Rotundamente, no. Sin embargo, estos detestables actos se repiten una y otra vez, resultando normales para las personas que lo realizan. Entonces surge la gran pregunta. ¿qué es la normalidad? Reconozco que con exactitud no lo sé, tal vez porque este concepto depende de la persona que lo define, lo que genera un abanico amplísimo de posibilidades conceptuales.
Tal vez, lo más fácil sea definir la normalidad por exclusión. Por ejemplo, no es normal matar a otra persona (éticamente tampoco es aceptable), no es normal suicidarse, no es normal... (seguro que el lector podrá añadir otros cuanto items). Posiblemente, coincidiríamos en ciertos aspectos que se salen de la normalidad, en aquellos más evidentes, pero a medida que intentamos afinar, definir comportamientos anómalos menos contundentes o lesivos para las personas , las discrepancias aumentarán de manera significativa. Por ejemplo, para mis padres, mi hijo es movido, nada del otro mundo, por la sencilla razón de que yo le debía superar con creces en ese aspecto, sin embargo, para alguna persona su comportamiento linda con la hiperactividad. ¿Dónde está el límite? Como ya he dicho no lo sé a ciencia cierta. Sin embargo, se podían establecer algunos puntos de inflexión que podrían ayudar a tener un criterio objetivo sobre este asunto.
Los comportamientos son típicos de su edad. No se puede etiquetar a un niño de tres o cuatro años por ser movido, forma parte del desarrollo humano.
Otro punto importante para determinar la anormalidad de ciertas conductas, al menos desde mi punto de vista, se basaría en enseñarle alternativas socialmente aceptables a esos comportamientos. Si la persona, niño, es capaz de variar la emisión de conductas anómalas, mediante el aprendizaje de alternativas a ellas, es evidente que no se trata de conductas anómalas "inherentes" al individuo, más bien se trata de aprendizajes, generalmente sociales, incorrectos.
Tampoco debemos descartar averiguar que es lo que consigue con los comportamientos disruptivos. En muchas ocasiones este tipo de conductas lo que persiguen realmente es llamar la atención o conseguir algún premio o ventaja. Aún recuerdo como me contaba un alumno que se había tirado al suelo en un supermercado para que le compraran un juguete. Lo consiguió, con lo que, evidentemente, seguiría limpiando el suelo de las tiendas para conseguir lo que deseaba. Por cierto, este alumno estaba diagnosticado como TDAH, sin embargo era capaz de planificar una acción, desarrollarla y abandonarla cuando alcanzaba su propósito (parece que la impulsividad aparece y desaparece a voluntad). Posiblemente, este alumno ahora esté diagnosticado con un trastorno opositivo-desafiante, es parte del "proceso".
Es más que probable que estas pistas, y algunas otras más que surgen tras aplicar la lógica, sirvan para discernir lo anómalo de lo meramente funcional, (aunque estos comportamientos anómalos, con un mero fin funcional, pudieran parecer síntomas claros de un síndrome x a ciertas personas). En el fondo todo se resume en una frase: "mirar dentro de la persona", para lo que, en ciertos casos, hace falta darse cuenta de que frente a nosotros tenemos un ser humano, con una personalidad compleja y con una serie de necesidades que no  siempre están cubiertas, aunque a veces demos por supuesto que sí lo están y analicemos, exclusivamente, ciertas manifestaciones externas de la persona, juzgando a toda ella, por una parte, la más negativa en este caso, condicionando de manera determinante el conocimiento real de esa persona (efecto halo).
Por hoy creo que es suficiente. Mañana seguiré  con la segunda parte de este tema, o eso espero.
Un saludo.

jueves, 13 de enero de 2011

NO HAY QUE DAR NADA POR CIERTO

Una vez más me siento ante el ordenador con la sensación de que hay pocas cosas que contar en esta página. Sin embargo, en líneas generales, cuando esto ocurre suelo acabar escribiendo cosas de las que ,al menos yo, me siento satisfecho. Espero que al lector le ocurra lo mismo.
No se trata tanto de no tener temas sobre los que tratar. Más bien podemos hablar de temas que aún no he madurado, ideas que no han cobrado la forma necesaria para exponer con toda la profundidad que este bloguero considera necesaria.
Este es el caso de lo que a continuación voy a exponer. Tal vez, lo que considero falta de definición provoque que acabe atormentando al lector con una próxima entrada, donde haya sido capaz de llamar a cada cosa por su nombre, pero a fecha de hoy, áun teniendo claro lo que deseo exponer, no he sido capaz de conceptualizar todo aquello que deseo contar. Pero entremos en harina y veremos lo que sale.
Todo lo que voy a tratar hoy viene motivado por una anécdota acaecida ayer, mientras desarrollaba mi trabajo. Les pongo en antecedentes: uno de los alumnos con los que trabajo considero que tiene unas lagunas educativas muy acentuadas, al menos así lo contemplo yo. Sin embargo considero, es parte de mi esencia como docente, que no todos esos déficits provienen de la capacidad cognitiva del/ de los alumno/s y, una vez más, ayer me puse manos a la obra y mediante estrategias que no vienen a cuento intenté estirar la goma, más que nada para saber hasta donde podía llegar la goma. Bien, tras un rato de paciencia llegaron los resultados que grosso modo son los siguientes: el alumno contesta y luego, ante la insistencia del profesor, si lo tiene a bien se preocupa por lo que le han preguntado (este aspecto ya lo había comprobado con anterioridad y lo tenía muy claro, pero, en segundo lugar, tal vez lo más importante, me di cuenta de que el alumno no mostraba especial interés por realizar las tareas de manera adecuada. En otras palabras: se la traía al fresco realizar bien o mal las actividades.
No voy a entrar en consideraciones etiológicas sobre tal actitud, posiblemente lo único que haría sería especular y a estas horas no me apetece lo más mínimo; lo fundamental del tema es que el alumno y yo no compartíamos un valor que se da por hecho: la importancia y la satisfación personal que, al menos en teoría, conlleva la realización correcta de las tareas encomendadas. Curiosamente, este aspecto que parece intrínseco al joven por el mero hecho de ser alumno no es tan intrínseco como nos pudiera parecer. 
Alguien podrá decirme que no he descubierto nada nuevo. Tal vez, pero creo que faltan datos para poder comprender en toda su extensión lo que quiero exponer.
El alumno, que acaba de iniciar la secundaria obligatoria, no pertenece a macarras sin fronteras, todo lo contrario, no es conflictivo, sus compañías no son los descendientes de Atila, ni se le puede aplicar ninguno de los estereotipos que pululan por los medios aplicados a jóvenes que pasan de todo.
Es más, realmente yo soy tutor de una clase donde el estereotipo anteriormente expuesto es el predominante y más cuando he/hemos conseguido, no deseo obviar el buen trabajo realizado por mi otro compañero en estas lides, que estos objetores escolares se vinculen a las clases en mayor o menor medida. 
Volviendo al tema, es curioso como presuponemos que lo más básico, en este caso el valor de atribuir satisfación a lo bien hecho, siempre se da en los demás, en este caso en el alumno, pero la realidad nos demuestra, a poco que hurguemos que lo que para nosotros es un pilar básico de nuestra existencia, para otros no es más que algo anecdótico y circunstancial.
Tal vez este error, que no sólo ocurre en la educación, esté más extendido de lo que nosotros creemos y más cuando la mayoría de valores con los que funcionamos son teorías implícitas (si nos preguntaran por qué tenemos esos valores, o incluso a veces cuales son, tendríamos muchas dificultades para explicarnos y sobre todo para justificar de manera coherente sobre la validez de esos valores y no de otros). Sin embargo, nosotros seguimos y seguiremos pensando que todos tienen que compartir unos valores que consideramos universales y que por tanto vienen de serie en los seres humanos como los frenos ABS.
Espero que esta disgresión haya resultado interesante al lector. Tal vez más adelante profundice en ello, lo ignoro, pero creo que lo que pretendía exponer a quedado meridianamente claro.
Un saludo.
 

martes, 11 de enero de 2011

DE HÉROE A FINADO

Aunque ayer fue un día pródigo en noticias, a uno la que más le llamó la atención fue la muerte, presuntamente un suicidio, de uno de los implicados en la Operación Galgo, que como todo el mundo recordará es la última gran embestida contra el dopaje organizado en España.
El fallecido, Alberto León, antiguo ciclista de mountain bike, aparece en dicho proceso acusado de ser el responsable de las transfusiones de sangre a atletas. Como es lógico pensar, con estas transfusiones se pretendía de manera fraudulenta mejorar el rendimiento de los deportistas sometidos, de manera voluntaria, a dicha práctica.
A uno no le sorprende la existencia de dichas argucias, ni tan siquiera la implicación de una atleta de renombre en ellas (recuerdo que alguien relacionado con el deporte me comentó este hecho hace  unos cuatro años, para mi sorpresa y, por qué no decirlo, desmitificación del personaje). Lo que me llama poderosamente la atención es la noticia de que el personaje al que nombro en el párrafo anterior se pueda haber suicidado cuando le han atrapado en su falta, tras, presuntamente, haber obrado de manera incorrecta, ilegal, o como se quiera decir, durante largo tiempo, siempre a sabiendas de que lo que realizaba estaba perseguido y penado por la ley.
Suponiendo que todo lo expuesto sea correcto, lo de las trampas deportivas, el suicidio y demás, o aún en el caso de que no lo sea, el transfondo que he expuesto en el párrafo anterior: actuar al margen de la ley de manera voluntaria y cuando me pillan me suicido (sea o no este el caso) me ha dado que pensar. Aunque no sea el pan nuestro de cada día, tampoco es infrecuente que alguien realice una actividad al margen de lo aceptado como legal durante un largo tiempo y que cuando sea descubierto se acabe quitando la vida.
A mi lo que me interesa es: ¿cómo una persona puede ver con total normalidad la comisión de un delito de manera continuada y cuándo es pillado acaba quitándose la vida? ¿Cúáles son los mecanismos que en un principio le llevan a aceptar como algo normal la comisión del "pecado" para posteriormente, en muchas ocasiones en un tiempo muy corto, "arrepentirse" de ello y quitarse la vida?
Es evidente, que en esta segunda hay una inexactitud, que he entrecomillado. Creo que el individuo no se arrepiente del acto cometido; más bien teme lo que le espera en un futuro.
Entonces la pregunta es otra: ¿por qué no preveyó que sus actos le podían deparar unas desagradables consecuencias si era atrapado? 
La respuesta parece clara: en ese momento la sensación, real o figurada, de impunidad ampara las actuaciones del individuo. 
Pero una vez más surge una pregunta: ¿cómo llega alguien a apropiarse internamente de esa sensación de impunidad? Tal vez aquí esté el meollo de la cuestión.
Seguramente un psicólogo, tal vez social, pueda dar una respuesta acertada, yo considero que hay tantas respuestas como personas, pero intuyo que en todos los casos hay dos denominadores comunes: el entorno que rodea a la persona y las características psíquicas de esa persona.
Es evidente que si a muchos de nosotros nos hubieran propuesto realizar esas prácticas nos hubiéramos negado, al menos a priori, pero, es igualmente obvio, que para otras personas este tipo de actuaciones no suponen un problema, e incluo pueden llegar a pensar que con su actuación están favoreciendo a otras personas. Por tanto podemos encontrar una especie de "predisposición", que curiosamente choca con su respuesta final cuando se ve atrapado.
Pero para que una persona de el paso, se adentre en la prohibido, tiene que existir un entorno que le empuje a ello y que le "asegure" que está realizando lo correcto y no sólo eso, también le "aseguran" que sus actos no tendrán castigo alguno en el futuro.
¿Cómo una persona que finalmente puede quitarse la vida cuando es pillado entra en ese bucle? ¿Cómo puede "dejarse embaucar" voluntariamente en tal situación? Esa es la pregunta que me surgió ayer cuando escuché la noticia y que me sigue dando vueltas en la cabeza. 
Sigo sin tener la respuesta exacta a tal o tales preguntas, pero intuyo que detrás de todo ello hay un hecho innegable: somos seres humanos, terriblemente perfectos para algunas cosas y terriblemente imperfectos e impredecibles para otras.
Un saludo.