Pulau Nias
Si todos los países musulmanes del mundo fuesen personajes de Walt Disney, Indonesia sería Mickey Mouse sin duda. Y dentro de Mickey, Sumatra sería sus Orejas. Es decir, la 5ª esencia del Islam. El reto de mi viaje.
Acababa de cruzar Malasia de punta a punta prácticamente sólo en un intento por conocer un poco más el Islám y verlo desde “dentro”. Y únicamente había coincidido con Femke y Susie en Malaka, después de la noche en el bar de Pulau Pangkor. Debo reconocer que una vez en Malaka y después de oír las historias de la (poca) gente que me había cruzado, dudaba en si mi empeño merecía la pena a riesgo de algo más que perder las botas (En junio de ese año, habían muerto cuatro personas como consecuencia de la explosión de un artefacto en el autobús donde viajaban. Una de las hipótesis apuntaba a extremistas como autores del atentado y afirmaba que con ello esperaban romper el acuerdo de paz entre musulmanes y cristianos). En un acceso de valentía decidí que si convencía a alguien de que cruzara conmigo, iría. (Por lo de que que desaparezcan dos personas es estadísticamente mas complicado que una, pero no por ello imposible) Susie fue el espíritu aventurero que se dejo “engañar”. Algo así como la Lara Croft del videojuego, aunque un poco menos explosiva.
La primera impresión de Sumatra no se me borrará en la vida de la mente. Un enjambre de gente se agolpaba en las rejas del puerto a la salida del barco en Dumai y la policía golpeaba estas rejas con palos tratando de apartar a la muchedumbre para dejarnos pasar. Éramos los únicos occidentales.
Recuerdo con cierta psicosis la primera ½ hora en la que todo el mundo se echaba sobre Susie que llevaba una camiseta de tirantes (40º C a esas horas) contrastando con los shadores de las locales. Recuerdo que se tapó con mi pareo. Recuerdo que un hombre nos preguntó si éramos americanos. Recuerdo haberle dicho que no. Recuerdo que apuntándonos con una pistola imaginaria nos dijo: “Good... If American: PUM!”
14 horas después llegamos a Bukittinggi que, en contraposición, era el mayor remanso de paz del mundo. Comprobé que en el hemisferio sur el agua de los sumideros gira al revés. Y de ahí nos fuimos a Sibolga camino de Pulau Nias aprendiendo las formulas de cortesía en bahasa por el camino.
Pulau Nias fue durante una semana playas, piñas, surf, sexo, marihuana, mangos, música de David Gray y Stone Roses, yoga, papayas y buceo. Además del “Dolce fare niente”, ahí aprendí que jamás un musulmán te hablara de su religión como lo hacen los tailandeses del budismo. Ahí descubrí campos de arroz y accidentes geográficos imposibles con Moby de fondo y ahí fue donde he encontrado la hospitalidad más increíble con la que me he cruzado hasta ahora.
Uno de estos días explorábamos la isla cuando encontramos una casa típicamente indonesia, estaba construida sobre pilares para facilitar que el agua de los continuas lluvias no debilitasen las paredes de madera. Tenía los tejados hechos de algún tipo de trenzado de cáñamo y hebras de madera. Empezamos a hacer fotos como posesos, un estilo a la técnica de “Matrix” de fotografiar el mismo objeto desde tantos ángulos como fuese posible y en ese momento salió su inquilina. En el sudeste de Asia hay poblados que no se sienten demasiado cómodos siendo fotografiados sin su permiso porque creen que parte de su alma se queda en esa foto. Así que le pedimos perdón, por si acaso. No hablaba ni una sola palabra de inglés. Empezó a hablarnos en bahasa y a agitar una mano, cuando creíamos que nos iba a agradir con algún tipo de objeto contundente por los tintes de la situación, nos sonrió. En un idioma universal eso significa “buen rollo” aunque le faltasen más de la mitad de los dientes.
Nos hizo descalzar en la entrada y nos preparo una infusión horrorosa pero muy dulce. Logramos hacerle entender que nos gustaba su casa a base de señalar a todas partes y decir: “Ooooohhh” y ella sonreía. Nos tomamos su infusión (aun a riesgo de que nuestros estómagos no estuviesen preparados para ella) mientras seguía sonriendo. Nos marchamos y se quedó saludándonos con la mano y sonreía.
Su hospitalidad hizo que cambiase mi concepción de su país, de la de la religión mayoritaria del mismo, del mal trago de Dubai y de tantas cosas que había oído sobre Sumatra.
Ese día no pude quitarme a aquella señora de la cabeza. Desde el día del terremoto en Pulau Nias tampoco puedo.