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lunes, 22 de julio de 2013

De los álamos el viento: reseña de Anabel Sáiz Ripoll

Compartimos en este espacio la reseña que ha publicado Anabel Saíz Ripoll en su blog "Voces de las dos orillas".

Ramón García Mateos,
Kalandraka, 2013


De los álamos el viento, de Ramón García Mateos, es un poemario que demuestra que no hay diferencias entre la poesía infantil y la poesía sin más. Son 21 poemas de tradición popular e impecable composición. García Mateos conoce bien todos los metros y sabe de la poesía clásica y la moderna, pero, en esta ocasión, ha optado por la de raíz tradicional, tan vinculada con los orígenes de la poesía y tan cercana a los niños porque la cadencia asonante, los juegos de palabras, los estribillos, el vaivén musical son los propios de los juegos, de las retahílas, de las canciones y eso Ramón García Mateos lo sabe muy bien.
Nos felicitamos por este poemario y felicitamos el acierto de Kalandraka al publicarlo. No solo son poemas hermosos y abiertos, sino que las ilustraciones de Fernando Vicente ya forman, ellas solas, otro poemario. Sin duda, entre el autor y el ilustrador ha habido una sólida complicidad porque Fernando Vicente recoge la esencia de los poemas y juega con todos los sentimientos y emociones que la palabra nos pueda evocar. La portada ya es, sin duda, una ventana abierta al interior con el reflejo de los álamos en forma de mano abierta, para dar, para tender, para acoger.
Un lector adulto puede entender mejor, quizá, el origen de los poemas y discernir las influencias que recoge García Mateos. No obstante, a un niño le importa poco si Góngora o Blas de Otero o el Arcipreste de Hita están entre las influencias del autor, porque lo que a un niño le importa es que los textos hablen de aquello que es esencial para él, de su mundo, de la imaginación, de la fantasía, de los sueños, de ese otro espacio en el que aún es posible ser feliz y que, sin duda, está en la infancia.
Son muchos los temas que resuenan en De los álamos el viento. García Mateos es una persona que siente los orígenes, que sabe qué es la tierra, qué es el agua y qué es el pan y quiere proyectar esa verdad en sus versos. Habla del amor, de la ternura, pero también del olvido, de la memoria, del paso del tiempo, del sabor de lo antiguo y de la riqueza de lo añejo. Aúna, en sus versos, el hoy con el ayer porque el poeta no se resigna a que se pierdan las voces recias de aquellos que cantaban mientras trabajaban. La luna, el sol, las flores, las profesiones vinculadas con el campo, las fiestas, las tradiciones… se enredan en los versos del poeta salmantino y juegan al corro con las rimas asonantes. Nada le es ajeno a Ramón.
La metáfora, la personificación, los paralelismos, los juegos de palabras son algunos de los recursos que podemos observar en el texto y que ayudan a enriquecer todavía más la palabra.
El poeta también sabe de ternuras y las derrama en sus nanas: “Duérmete mi vida / duérmete mi bien / flor de la mañana / luz de amanecer”.
El poeta, como un juglar, recoge la voz del pueblo y le da cuerpo y le da contenido y esencia. Intuye que, al caer el día, “A lo lejos sin remedio / tiembla la voz en el alma. / Canto sin quiero cantar / pero lloran mis palabras”. No es, De los álamos el viento un libro fácil ni superficial porque hay algo más, aparte de las melodías, de los sones y las canciones, hay una reivindicación de lo que es importante y una nostalgia por lo que, tal vez, hayamos perdido por el camino: “Nadie queda ya / entre los adobes” nos dice el poeta con cierta nostalgia en su poema “Ausencia”.
Sin duda, los lectores de todas las edades podrán encontrar en De los álamos el viento un ramillete de poemas que sacien su sed de palabras, esas palabras que nunca pasan, que, por mucho que las usemos, siempre lucen, como bien demuestra Ramón García Mateos.
Anabel Sáiz Ripoll