(Versión del relato de Géza Csáth remasterizada)
Dos celadores de bata blanca vestían a un cadáver de baja estatura y pelo rubio. Sobre la enorme mesa de disección metálica hubiesen cabido dos personas como él. El menudo cadáver de carne blanquecina que respondía al nombre de Moritz Malicka
Los dos hombres realizan a la perfección la tarea que les había sido encomendada, enabonando primero los magníficos pies del cadáver, enormes en relación con el resto del cuerpo, recorriendo después concienzudamente con la esponja el resto, comenzando por las pantorrillas y acabando por los hombros. El agua levemente enrojecida por la sangre se cuela por el desague.
Una vez secado, los dos celadores limpian las uñas al fiambre, colorean sus pómulos, componen sus cejas de forma adecuada y limpian su dentadura. Con cuidado limpian sus cabellos y aplican una mascarilla para potenciar el brillo. Rematarán la faena peinando hacia atrás los rubios cabellos del difunto.
Por último, visten al muchacho con la ropa que les facilitaron para ello. Calcetines negros, ropa interior y camisa blanca de algodón, traje azul marino de seda con el logo del programa y unos zapatos italianos con cordones a juego con la corbata color ocre.
Cuando han terminado, acuden al dossier del material gráfico para corroborar que su imagen se corresponde con el aspecto que Moritz Malicka tenía al entrar en los platós de la famosa cadena. Solo el señor Witman en calidad de caporal tiene acceso al sobre.
"No, idiota, no era ese su peinado, llevaba raya en la izquierda" increpa así a su ayudante que, dócil, corrige su trabajo.
Tras cuatro horas de trabajo, no pueden más que admirar su estupendo trabajo. La única tarea es llamar para que pasen a recoger el cadáver engalanado. Utiliza el teléfono móvil que ha recibido junto al dossier del muchacho y la ropa.
Todavía no ha anochecido y el resultado es excelente, tanto que deciden bajar a la cafetería y sumar una copita de coñac al cortado de rigor.
Con el calor de la bebida, el más joven rompe las reglas del oficio:
-Pues ha ido bastante bien, ¿No, don Nicolás?
-Sí, sí ha ido bien.
-...
El ayudante juguetea distraido con los posos de café, algo descontento con la respuesta.
-Dame fuego, chico.
-Sí, eh....¿Dónde... dónde se lo llevan?
-¿El qué?
-Al fiambre, tan emperifollado, que dónde...
-Que me des fuego, cojones. Y cierra la puta bocaza, joder.
Witman no quiere mal a su muchacho, pero sabe la clase de problemas que traen cierta clase de preguntas, por lo que toma la misma actitud que tomaron con él cuando empezó el negocio. Sabe que no será la última pregunta del muchacho, que toda precaución es poca con la clase de gente que han hecho el encargo. El encanto de la ideosincracia y su álbum pintoresco de categorías fueron para él un paisaje excitante, pensaba el experimentado Witman, decidido a no perder un ápice de su fama.
Vuelven a subir en silencio. Todo se ha producido como acordado y en la sala solo quedan las herramientas y el hedor a muerte, el inicio de la posteridad.
La llamada telefónica ha desarrollado toda una mecanismo. En menos de veinte minutos el cadáver ha sido recogido y ahora va de camino al plató de televisión desde donde anuncian una gran sorpresa tras la publicidad.
Dos dias antes, ante un consejo de dirección formado por tres personas, la secretaria había traido una carpeta de color negra con el logo del programa que contenía las copias para cada uno de los asistentes del plan de emergencia contra la caída de audiencia. Aquello parecía realmente una buena inversión, pero el nuevo docu-reality simplemente no estaba causando el efecto esperado. Solo algo estaba claro: cadena había arriesgado mucho, muchísimo dinero en el proyecto.
El directivo de mayores ojeras resume el contenido de los planes. Todos asienten, dispuestos como están en seguir adelante. El aparato logístico está en marcha.
Alguien entrará en la academia militar donde los jóvenes homosexuales serán corregidos, disparará su 9 milímetros y convertirá un programa de mierda en un tesoro mediático. Aunque se le prometió lo contrario, la entrada del señor Witman y su tiro certero sí fue recogido por las cámaras de Televisión. Para cuando lo supo, los poemas del joven asesinado ya tenían editor.
5 comentarios:
Plas, Plas, Plas
eskerrik asko!
Desde un punto vista estrictamente comercial, un programa de recomposición de cadáveres probablemente tendría más éxito que el campo de rehabilitación de homosexuales. Sólo hay que atreverse a dar el paso. Podemos ser nosotros los que lo hagamos...
Buen relato, pero menos imprevisible que la segunda llamada. Pregunta: ¿se sabe ya cuántas llamadas habrá?
Confiese, señor Lautréamont, que en realidad la segunda llamada le hizo tilín por la cita inicial. En realidad era una dedicatoria inconfesable :$.
Pepe, soy Andrea (historia del arte, Valencia, jejeje). Tengo nuevo blog, besito!
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