Mostrando entradas con la etiqueta el futuro que queremos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta el futuro que queremos. Mostrar todas las entradas

23.12.12

El “Tú primero” o la incapacidad de los gobernantes mundiales de tomar decisiones sobre el cambio climático.



Este año no parece haber sido tampoco el de los éxitos para el ámbito del medio ambiente a nivel internacional. Mientras cada vez más informes de instituciones internacionales nos confirman el deterioro del planeta, y el avance inexpugnable del calentamiento global causado por los gases de efecto invernadero, los líderes mundiales no están siendo capaces de afrontar el reto.
Las pruebas son claras, y las consecuencias no se remiten ya a un futuro más o menos lejano e incierto. A día de hoy las catástrofes naturales consecuencia directa de este calentamiento global antropogénico se están sucediendo cada vez con mayor frecuencia (es el caso de las severas sequías en África subsahariana, las altas temperaturas en Rusia, o las inundaciones fruto de lluvias torrenciales en Pakistán, India, China o Bangladesh). Hasta hace poco, eran los países más vulnerables los que estaban teniendo que afrontar esta realidad, pero a medio plazo no habrá rincón del planeta que no se vea gravemente afectado. El azote del huracán Sandy en la costa estadounidense ha sido un ejemplo de ello, y de lo que está por venir. Los que dirigen nuestros gobiernos debieran haber tomado nota, pues con las medidas que no están siendo capaces de tomar, están también dirigiendo nuestros destinos y los de las generaciones futuras hacia el desastre.
Esto afectará también de una forma sin precedentes al fenómeno migratorio. En el seno de las Naciones Unidas ya se plantea el debate de reconocer la condición de refugiado como consecuencia de desastres naturales, habida cuenta de la población que ya se encuentra en esta situación y de que el número de éstos incrementará de forma exponencial en los años venideros.
El panorama no es halagüeño, y no cabe ya escudarse en teorías sobre la no relación del ser humano y el calentamiento global. Una ojeada a los últimos informes mundiales la constatará con total certeza.
Pero nuestros dirigentes son cortoplacistas, como lo es el sistema por el que están ahí y que demasiado a menudo les guía en su toma de decisiones. Son pocos los que están dispuestos a ceder intereses económicos a cambio de la protección del planeta. “Yo lo hago si lo hace éste” suele ser el planteamiento más común. Mientras que los expertos comienzan a demandar que, habida cuenta de la imposibilidad de frenar los avances del calentamiento global, comiencen a tomarse medidas de adaptación junto a las de mitigación o reducción de emisiones, pocos compromisos siguen tomándose en este frente.

Río+20.
Este año podía haber sido un año crucial para darle un giro de timón al barco y comenzar a tomar en serio la sostenibilidad del planeta. La Cumbre de la Tierra del pasado junio, la conocida como Río+20, despertó no poca expectación. La sociedad civil organizada de todo el planeta esperaba con atención los resultados de lo que prometía ser un hito en las políticas internacionales. Pero la sensación generalizada fue de fiasco, de acuerdos excesivamente laxos. Anteponer los intereses económicos  y la preocupación por la crisis financiera actual a la protección de un planeta que estamos deteriorando irremediablemente, o seguir hablando de crecimiento constante o "crecimiento económico sostenido”, aún para los países desarrollados, sin plantearse otras fórmulas, fueron las principales críticas.
El resultado final, “El futuro que queremos”, un acuerdo con algunos compromisos interesantes, pero claramente insuficiente para el desafío al que nos enfrentamos, y decepcionante para la mayoría. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, definía en positivo dicho documento saliente, como era su papel al ser anfitriona del evento: “un punto de partida, no de llegada”. El problema es que con las bases articuladas,  ya sabemos que no llegaremos a tiempo.

Cumbre del Clima en Doha.
Tras la decepción de Río+20, no eran muchos los que esperaban grandes avances de la Cumbre sobre Cambio Climático anual, finalizada a principios de diciembre en Doha. En la anterior cumbre de Durban, en 2011, se acordó la prolongación del Protocolo de Kyoto, si bien ese “tú primero” de Estados Unidos, Rusia, Canadá o Japón, dificultó arribar a compromisos más serios. Al final, todo quedó en un acuerdo parcial previendo el compromiso de mantener las metas de reducción de emisiones tóxicas contempladas en el protocolo de Kyoto para el 2020, y el acuerdo de negociar un nuevo tratado en 2015 para más allá del 2020. La dinámica de seguir postergando las decisiones y de acuerdos de mínimos tampoco ha sido sorpresa.
Igualmente presente ha estado la lucha entre países industrializados (con responsabilidad histórica en el deterioro ambiental) pretendiendo que las economías emergentes asuman las mismas obligaciones en pro de la salvaguarda del planeta, y la demanda de éstas al considerar injusto que les impidan desarrollarse cuando algunos ya lo hicieron a costa de todos. Ni unos ni otros están dispuestos a ceder.

Posición de Europa.
En este caos, la Unión Europea parecía la más dispuesta a asumir compromisos, e incluso, ante los vaivenes históricos y en general poca voluntad de Estados Unidos, y las reticencias de las economías emergentes, asumir en este terreno un liderazgo internacional tan perdido en otros frentes.
Sin embargo, las diferencias internas no sólo le impidieron llevar una posición común a Doha, sino que bloquearon de forma grave las negociaciones globales durante las dos semanas que duró la cumbre. La recia negativa de los países del antiguo bloque del Este, con Polonia al frente, a renunciar a los derechos de emisión sobrantes del primer periodo del Protocolo de Kyoto, fue la causante. Su intención de un compromiso de mantener el derecho de poder comercializar esos “excedentes” se mantuvo firme hasta el final, perjudicando seriamente el resultado final. Con lo cual, lejos de ser capaz Europa de liderar este asunto, volvió a quedar de manifiesto su falta de coordinación interna y su incapacidad de trasladar una posición compartida.

Conclusión.
Cuando el sistema internacional ya parte de unas bases tan débiles, es difícil esperar que el derecho nacional vaya más allá. Habría de ser el primero el que marcase las pautas y evaluase el seguimiento por los estados parte. Pero si no hay acuerdos vinculantes, si se trata tan sólo de discurso, es complicado esperar más.
Habrá que seguir reivindicando a nuestros gobernantes (en teoría más informados pero al parecer también más ciegos), un compromiso más que testimonial, una asunción de obligaciones que se traduzca en políticas sostenibles y en un cambio tajante de patrones de producción y consumo. Habrá que seguir exigiendo que sean capaces de aparcar sus diferencias, de cegarse con la carrera hacia el desarrollo permanente, en pro de intereses superiores.
Los datos son cada vez más desesperanzadores, pero es ésa la mayor razón para no cejar en el intento de abrirles los ojos. Quizá aunando estrategias de adaptación y un compromiso tajante de mitigación, aún estemos a tiempo.