- ¡Mira, Juan, una caracola!- Dijo ella, ilusionada como una niña, cogiéndola de la arena de la playa-. - ¡Venga, escúchala!- Comentó, poniéndosela a su novio en el oído.
Él, frío, impertérrito, escuchó durante un instante la caracola y sentenció:
- No me dice nada este sonido. No tiene estilo propio, ni personalidad; se limita a imitar a un clásico: el mar.