Sin embargo, aquel no era el momento de pensamientos idílicos. Estaba allí con un objetivo muy concreto. Caminaba por el sendero del bosque con paso firme, sin miedo, aunque en su interior se mantenía alerta permanentemente. Sus pisadas resonaban en silencio, y, aunque había luz de sobra, no podía evitar sentirse sobrecogida por la quietud del lugar. Era una lástima no poder disfrutar del paisaje, ver como el sol se colaba entre las ramas de los árboles a medio desnudar... Pero al fin y al cabo era su trabajo, y debía concentrarse.
Casi las nueve de la mañana. Parada del autobús de las afueras de un pueblo cualquiera de montaña. Cuando llegó allí no observó nada fuera de lo normal. Apenas nadie por la calle a esas horas. No llevaba micro para no levantar sospechas, pero sí pistola. No era partidaria de usarla, pero por si acaso la cosa se ponía fea, la ocultaba en un costado bajo su abrigo... Oyó el motor de un coche que se acercaba. Eran las nueve en punto. El Renault Clío azul se detuvo a escasos metros de ella sin apagar el motor. Montó. Sabía de sobra quienes eran los ocupantes del vehículo.
Los dos terroristas más buscados por la policía la saludaron con un apenas perceptible movimiento de cabeza. Prosiguieron su camino sin dirigirse la palabra.
Años de intenso estudio, seguimiento, muchas noches de vigilia, y sufrimiento... El suyo era un trabajo muy peligroso, pero sabía que tarde o temprano tanto esfuerzo daría sus frutos. Había conseguido infiltrarse en la organización sin levantar sospechas, aparentemente se convirtió en uno de ellos, y así fue como conoció la idea del atentado. Afortunadamente todo estaba a punto de terminar, al llegar al punto concreto, sus compañeros estarían esperándola, les pillarían por sorpresa y al fin los detendrían.
De repente se sobresaltó. Habían girado en una intersección, cuando el camino que debían seguir era todo recto. Apenas llevaban media hora de recorrido.
-¿A dónde vamos?- preguntó intentando parecer tranquila.
-A echar gasolina. -contestó con voz seca el que conducía.
No le gustaba. Respiró hondo, no debía perder los nervios... Aquello iba mal. Por esa zona no había ninguna gasolinera. ¿Qué podía hacer? Si al menos hubiese llevado el micro para comunicarse con la central...
Otro volantazo. Un claro en el bosque. El coche se detuvo bruscamente. La sacaron a empujones. Intentó mantener la calma. Pero era imposible. La habían descubierto y ahora iban a matarla.
-¿Qué te creías?, ¿Qué ibas a venir con nosotros "de Fallas"? -dijo el conductor, el más fornido -¿Pensábaís que no nos íbamos a dar cuenta, que no sabíamos quién eras?
-Jejejeje -rio el otro, delgado y bajito.
Silencio.
- ¿No vas a decir nada, zorra?
Les sostuvo la mirada. No iba a darles el gusto de que la vieran temblar de miedo.
- Abre atrás- dijo al enclenque- Vamos a enseñarla su regalo.
La socarronería con la que dijo aquello le hizo prepararse para lo peor. Cuando abrió el maletero, no pudo creer lo que vio. Allí estaba amordazado, Roberto. Polícia también, compañero de trabajo y además, amante. La ropas rasgadas y un reguero de sangre cubría la lona. Empezó a temblar...
- Ahora te toca a tí.
Se puso de rodillas de espaldas a ellos. Las hojas marrones del olmo crujieron al apoyarse, hicieron que sintiera menos el frío del suelo.
-Tú y todos los tuyos tenéis los días contados. Nosotros somos el futuro... Jamás podréis pillarnos, ¿me oyes?
Disimuladamente, agarró la pistola. Contó mentalmente hasta tres. Se giró.
Dos tiros sonaron al unísono. Dos personas caían al suelo y una tercera huía.
¿Hasta cuándo vamos a seguir así?
¡Basta ya!