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Saturday, June 02, 2012

Palomas muertas, la vida de Johnson

Desde que ha empezado el calor asfixiante, aparte de pudrirme un poco -por fuera y por dentro-, no he dejado de ver palomas muertas por las calles de Madrid: junto a los árboles, en las aceras, aplastadas contra la calzada (planchas de papel, como en los dibujos animados). Algunas mueren de infarto de miocardio, como la que vi el otro día junto al Gran Hotel Conde-Duque: del pico le salía un reguero seco sangre que descendía unos centímetros por las junturas del empedrado. Otras se dejan atropellar entre las ruedas de los coches por el atontamiento causado por el calor. Otras se suicidan desde las ramas porque no tienen fuerzas ni para desplegar las alas.
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Todos los días leo unos párrafos de The Life of Samuel Johnson de James Boswell que me compré hace un mes en Charing Cross, en una edición completa y prologada (o sea, un tocho) por cuatro libras. No pensé que fuera a disfrutarlo tanto. Lo había intentado alguna vez en español, cogiendo de la biblioteca la traducción de Acantilado, y no pasé de las primeras páginas. Me aburría. La clave está en el idioma. Es más que una maravilla, la prosa, la(s) inteligencia(s) que se trasluce(n). No sólo es disfrutar la lectura, que por supuesto, sino también transportarse a otro lugar, a otra época, a un idioma que suena a gloria. Estoy saboreando cada palabra, cada frase. A sorbitos. Sé que me quedan meses por delante, pero no quiero que se me acabe nunca.
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Antonio Alcántara se ha convertido en una singularidad cuántica. Podría ser un título de novela.
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Un recuerdo de la infancia. A veces llegaba el olor a laca desde el fondo del pasillo y entonces aparecía mi madre con el pelo ahuecado, como una Dama de Elche.

Monday, December 19, 2011

Histeria colectiva

Veo en las noticias las imágenes de Corea del Norte, con las muchedumbres llorando la muerte del dictador Kim Jong-il, golpeando el suelo de dolor, clamando al cielo a cuatro patas, y siento una rotunda "vergüenza trascendental".

Wednesday, March 16, 2011

La nube radiactiva

Enciendo la televisión y me encuentro con la amenaza de la nube tóxica, la nube radiactiva como una mancha vaporosa que se acerca a las ciudades y va provocando cánceres, asesinando árboles, matando vacas, calcinando los huesos de las personas japonesas... La nube radiactiva a todas horas, una y otra vez la amenaza de la nube radiactiva. Una nube radiactiva viajando por el aire, suspendida en el sueño de la lluvia, humedeciendo las cosas con su aliento viciado, sus cenizas enfermas y sus vapores mohosos. Contaminándolo todo.

Tuesday, March 15, 2011

La ola negra

Enciendo la televisión y me encuentro con la imagen de la ola negra, la ola negra como una ballena alargada que se acerca a la costa y va devorando las casas, engullendo los coches, ahogando a las personas japonesas... La ola repetida a todas horas, una y otra vez la ola negra. Una ola negra como hervida en sangre de petróleo, emborronando las cosas con sus dientes podridos, con su espuma grisácea y sus pompas tan fúnebres. Inundándolo todo.

Wednesday, February 02, 2011

La teoría de todo

La teoría-M. Una teoría que consigue reconciliar la relatividad general y la mecánica cuántica conjugando las cinco teorías de las supercuerdas. Explicada visualmente: Dios soplando pompas de jabón.
Todas las fuerzas y toda la materia son cuerdas vibrantes (como notas que emanan de la guitarra: el universo es una sinfonía y las leyes de la física son armonías de una supercuerda), no partículas (billones de veces más pequeños de un átomo). Toda la materia del universo está conectada por una vasta estructura: una membrana. La fuerza de la gravedad es muy débil porque proviene de otra brana, de otro universo paralelo. Colisiones de membranas produjeron todos los efectos del universo inicial (el Big Bang). O el Big Bang como la colisión entre dos universos paralelos.
Si existían branas antes del BB, existía el tiempo antes del BB.
Nuestro universo no es más que una de las infinitas membranas, uno de los infinitos universos que forman el multiverso (cada uno con sus leyes físicas). Una burbuja en un océano de burbujas. Creados a partir de la nada.
Hace más de dos semanas que no escribía aquí.

Monday, July 05, 2010

Thursday, April 22, 2010

Godot, como un extraño

Me había quedado en Chinchón, pareciera, tumbado al sol en la plaza, como una lagartija. (Por no tener no tengo ni sintaxis.) Pero no. Estaba donde siempre, aunque sin estar. Y sigo no estando, creo.
Andas pateándote la ciudad de norte a centro, a primera hora de la mañana, como un chucho herido y, lo peor de todo, sin mirar (sin recrearse en lo otro, en los otros). Metido hacia adentro, huyendo de ti mismo, en una carrera veloz por llegar pronto al otro lado… de nada. Sigues estando en ti.
Es curiosa la psicología. Te lanzas el cadáver y te superpones a él. Y vas muriendo.
Y cuando más te hundes, tú solito, por deporte, más abrazas el silencio. Porque para no decir nada mejor no aparecer ¿no? Pues eso.
De estar en algún lado estoy en la misma esquina desolada en la que Steve McQueen y Natalie Wood esperan a Godot en una escena en Love with the Proper Stranger. Es una esquina vacía, en un suburbio de Nueva York. Hace frío y apenas se conocen, aunque tienen que destruir algo común. Las paredes están desconchadas. No se atreven casi ni a mirarse.
Aquí (minuto 3:38).

Thursday, February 04, 2010

Fiat Lux

Hágase la luz. Y la luz se hizo.
Se hizo la luz y la belleza y el fuego y la muerte y la destrucción. Todo en un instante.
Había tanta luz que no se veía nada. Primero fue un todopoderoso flash blanco, una impenetrable luz mística, el brillo de los ojos de Dios en la retina de un átomo. Aunque estuvieses de espaldas sentías cómo la luz divina te atravesaba el cerebro. Y cualquier centímetro de piel que estuviese al aire se abrasaba.
A continuación una vertiginosa lengua de fuego se expandió por la ciudad en décimas de segundo, arrasándolo todo: casas, árboles, cuerpos... El Espíritu Santo aleteaba a cuatro mil grados celsius. El mundo se volvió ceniza. Los cuerpos se deshicieron, se evaporaron o cayeron carbonizados, sin rostro. La radiación y los rayos gamma revirtieron los planos de la materia.
Decenas de miles de personas desaparecieron de la faz de la tierra en fracciones de segundo.
Primero fue el silencio de la nada. Acto seguido, el estruendo imposible de la devastación. Una nube negra devoraba el espacio a ras de suelo: montañas, bosques, ríos… Enormes cúmulos de polvo y ceniza lo cubrieron todo. La ciudad quedó a oscuras, ahogada en humo denso y en olor a muerte.
Desde las afueras de Hiroshima se veía cómo una gigantesca nube en forma de hongo se elevaba hacia el cielo. Aquello era precioso.
De repente nos dimos cuenta de que estábamos desnudos. La ropa se había desintegrado. Mirábamos horrorizados nuestros cuerpos en carne viva.
Salimos de entre los escombros. Las calles estaban llenas de cadáveres. Hogueras en cada esquina para calentar el alma. Sólo había muerte. Era una ciudad de muertos. Algunos zombis deambulaban con la mirada helada en el momento del pánico. Se dejaban llevar por la inercia. No había escapatoria.
Eran tan fuertes la sed y el calor que nos lanzábamos a los charcos. Bebíamos la lluvia negra. La lluvia radiactiva.
El infierno había llegado el mismo día 1 de la creación.
Su onda expansiva es la historia de los hombres.


Thursday, January 28, 2010

El gran silencio

Veo en casa El gran silencio. Me quedo anestesiado ante la pantalla. Casi tres horas.
Pero verlo así, en DVD, es una gran mentira, porque nunca hay silencio. Hay un ruido de fondo, eterno, leve pero ensordecedor, que es el de la televisión o el DVD o la nevera o todos los aparatos enchufados a la vez con el volumen alto sin que suene nada. Esa especie de sutil moscardón constante que, si te fijas mucho, acaba desesperándote. Y si quitas el volumen del silencio, es más mentira todavía. Hay que oír el silencio. Además, aquí, en casa, siempre se oye algún ruido. Las tuberías, los vecinos, la calle. Tu propio cuerpo pudriéndose por dentro. Siempre hay algo que nos mata el silencio, porque el silencio no existe. No existe.
En el pasillo se mueven las cortinas. Entra el sol. Las nubes, el monte, el cielo, la nieve, los árboles, los pájaros, las campanas, alguna flor, el movimiento de las plantas. Un avión que pasa tan alto que ni se le oye.
Siempre hay pájaros piando en la Grande Chartreuse. No hay silencio.
Muy mal debo de estar porque, por momentos, me da envidia de estos cartujos, de su vida, de su silencio. Ese aburrimiento sostenido, magnífico. Ese reverso de Dios que es el aburrimiento. Quiero irme allí. Mejor, acabar allí. Primero beber, comer, viajar, escribir, reír, follar, bailar, conocer gente y ver mucho mundo. Después, meterse a cartujo. (Estilo san Agustín, tan agustín.) Te rasuras la cabeza y, hala, a descansar de tanto lío. Lejos del IVA y de Cristiano Ronaldo. Que te dejen tranquilo.
El hombre mastica. Mastica y mastica. El hombre se pasa la vida masticando, masticándose. En el silencio se oye más la masticación, allegro desagradable.
Cuando salen al paseo semanal, por el bosque, charlan, ríen y se ponen alegres. Quizás entonces es cuando dan un poco de pena. Hombres espirituales. Hombres cercenados. Hombres sin pene.
Salen al prado unas vacas místicas con cencerro. Misterio en Super8.
Gotas en el agua. Dibujan ondas concéntricas, como un cuadro abstracto verdadero. Se acerca la tormenta. La niebla invade poco a poco el monasterio.
Manchas blancas caminando, de dos en dos, por la nieve. Se divierten como niños lanzándose por las laderas de los Alpes franceses. Eso está bien, que se diviertan un poco.
Quitar la nieve de la huerta, cantar gregoriano, trocear el apio, rasurar las cabezas, pasar la mopa al suelo, leer en el refectorio… Trajines de monasterio. Y un etcétera tan largo como hondo es su silencio.
No hay mayor placer que ver agitarse, desde arriba, las copas de los árboles.

Wednesday, January 06, 2010

12.000 millones de años

Un regalo de Reyes de la NASA (vía Hubble).

More than 12 billion years of cosmic history are shown in this unprecedented, panoramic, full-color view of thousands of galaxies in various stages of assembly. This image, taken by NASA's Hubble Space Telescope, was made from mosaics taken in September and October 2009 with the newly installed Wide Field Camera 3 (WFC3) and in 2004 with the Advanced Camera for Surveys (ACS). The view covers a portion of the southern field of a large galaxy census called the Great Observatories Origins Deep Survey (GOODS), a deep-sky study by several observatories to trace the evolution of galaxies.
The final image combines a broad range of colors, from the ultraviolet, through visible light, and into the near-infrared. Such a detailed multi-color view of the universe has never before been assembled in such a combination of color, clarity, accuracy, and depth.

Friday, October 16, 2009

Una obra de arte

Durante varias horas las televisiones de Estados Unidos cortaron su programación para retransmitir en directo el vuelo de un globo plateado con un niño de seis años dentro. El globo atravesaba a 40 km por hora las montañas y praderas de Colorado. Las infinitas llanuras del Medio Oeste. La toma de la cámara era preciosa, perfecta. El globo, centelleante por el sol, subía, bajaba, se atravesaba en diagonal, se acunaba en el aire como un bebé dormido. Así durante varias horas. Llegó a ascender a 10.000 pies de altura. Además, tenía aspecto de OVNI, de nave extraterrestre tradicional, de las de toda la vida. Sólo sobraban los periodistas con sus inevitables comentarios de imbéciles. No se daban cuenta de que aquello no era una noticia. Aquello era una obra de arte. Un espectáculo para contemplar en silencio.
(Imagina: millones de personas, sentadas frente al televisor durante horas, contemplando en silencio cómo un globo plateado sobrevuela la infinita llanura de Colorado)
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Tras más de cinco horas de vuelo, el aparato se posó delicadamente a unos 80 km de donde había salido: la casa del inventor Richard Heene (padre de la criatura) en Fort Collins. Mientras se acercaba al suelo, un policía corría desesperado tratando de atrapar el globo. Numerosos miembros de los servicios de emergencia rodearon el aparato con sus coches, camiones y ambulancias (está es la parte ridícula de la historia). Finalmente en el globo no había nadie, pues el niño se había escondido en una caja del garaje temeroso por la reacción de los mayores.
Reconozco que cuando lo pusieron en directo en el telediario de Antena 3 no sentí miedo por el supuesto niño que iba dentro del globo. Más bien pensé: qué envidia, qué gozada ir ahí subido, balanceándose, viendo el paisaje.
Podría ser que el padre del niño o algún directivo de televisión prepararan el espectáculo. Si es así, les salió perfecto.
También podríamos hablar del simbolismo escénico de Pere Gimferrer desmayándose en la entrega del Premio Planeta. Pero ésa es otra historia...

Friday, October 09, 2009

La casilla siete-nueve-tres

Leyendo El proceso de Kafka en la Delegación de Hacienda. Esperando que los números avancen. Poco a poco. Muy lentamente. Mu-y len-ta-men-te. A ritmo de funcionario.
Cuando a uno le llega una carta del fisco, ya se ve prácticamente entre rejas. O hipotecado de por vida en una deuda infinita, por simple ignorancia de alguna norma recóndita. El gran delito no necesita de retórica: “Contenido incorrecto partida 793”. Simplemente. Sin preposiciones ni determinantes. Estilo robot. Con eso basta. Para qué más explicación. Lo importante es que hasta que no se subsane la incidencia no se procederá a la devolución.
Uno busca la maldita casilla, mira y remira, coteja los documentos, y ve que todo está bien. El número es correcto. Todo está bien. ¿Cuál es el “contenido incorrecto”? No importa, los papeles no dan más pistas. Allá que cada cual se las apañe con su delito. No haga más preguntitas, señor Josef K.
Para empeorar las cosas, el epígrafe de la carta dice: “Solicitud de documentos”. Por supuesto, no especifica qué documentos. ¿Qué documentos pueden ser si el dato está bien puesto? Uno se pone a cavilar qué documentos tendrían supuestamente que ver con la casilla en cuestión: ¿qué documentos, según la retorcida imaginación funcionarial, podrían ser necesarios para comprobar la validez de un dato que, a todas luces, es el correcto? Bien, supuestamente adivinados, expansivamente, creativamente deducidos, uno los localiza, los reúne y decide fotocopiarlos. Pero tampoco es plan de mandar cien hojas por fax. Y si llamas por teléfono, unas voces metálicas te derivan a las permutaciones más inverosímiles, pero no te dan la opción de llegar a donde quieres: simple información. No hay remedio: habrá que ir en persona. Hay que asumir la pérdida de una mañana. Lo más odioso. Una mañana en las colas. Colas para entrar, para pedir turno, para que le atiendan. Lo peor. Las colas, las ventanillas, los papeles, los funcionarios, la burocracia que nos ahoga. Lo odio. Me supera. Me llevo de acompañante el libro de Kafka.
Al final, tras una larguísima espera, tras una larga marcha hacia el castillo, le atienden a uno. Expone el caso y enseña la carta. Por si acaso, tiene preparada en la carpeta toda una artillería de documentos. Rápidamente, escucha la solución del proceso en voz del funcionario: “Ah, nada, eso es que se ha debido equivocar la persona que pasa los datos al ordenador. Pasa mucho”.
No me extraña que al principio te hagan pasar por un detector de metales, porque la verdad es que a veces apetece armarse hasta los dientes y hacer un pequeño Columbine. Sólo uno pequeñito.
Finalmente le pregunto al amable funcionario si, ya que todo está correcto, procederán en breve a la devolución. Dice que en un mes o así, pero remarca: "Bueno, eso si no surge ninguna otra incidencia". Mucho me temo que ésta sólo ha sido la primera prueba de un calvario infinito. Si es así, que sepan que me rindo ya: que no me devuelvan nada, ¿cuánto quieren que les pague?

Sunday, August 30, 2009

Poesía de Spam

A diario me llegan al email mensajes de Spam anunciando todo tipo de cosas raras (generalmente productos electrónicos y medicinas milagrosas), felicitándome por haber ganado las más extrañas loterías o pidiéndome dinero para obras de caridad en idiomas macarrónicos. Hoy me ha llegado éste, que me ha hecho gracia:

H everywhere meet the eye of the weeping white mother, are unknown to her, for to her tender fancy a little spirit-child fills them. It is not a rare sight to see a pair of elaborate tiny moccasins above a little Indian grave. A mother's fingers have embroidered them, a mother's hand has hung them there, to help the baby's feet over the long rough road that stretches between his father's wigwam and the Great Chief's happy hunting grounds. Indians believe that a baby's spirit cannot reach the spirit-land until the child, if living, would have been old enough and strong enough to walk. Until that time the little spirit hovers about its mother. And often it grows tired --oh so very tired! So

Thursday, July 30, 2009

Husserl, el aire y la ría

El aire mueve las cortinas, ya lo sabemos, es una imagen tópica, nada de especial, además, porque pasa todos los días, es una imagen tópica verídica, realista, no tópica mentirosa, de literatura mala, literatura cliché, pero lo que importa, lo extraño, lo que quería contar ahora, lo que he venido a decir, si me deja el pensamiento, si me dejan las comas de las frases, que detallan, los parones del discurso, que meditan, las oraciones subordinadas, que matizan, requiebran, concretan, la cabeza que da vueltas, que va y viene, que no centra, porque el mundo está lleno de cosas, de detalles, de elementos que nos llaman la atención y nos distraen, la atención como algo que no está en ningún lado y que está en todos, o que quiere estar en todos pero es imposible, la atención intencional, porque la conciencia no es conciencia a secas, la conciencia es conciencia de algo, como la percepción es percepción de algo y valorar consiste en valorar algo, ya lo decía Husserl, se juzga lo juzgado, se desea lo deseado, se odia lo odiado, etcétera, la vida es tendencia, trayecto, referencia, viaje, ya lo decía Husserl, el obrar se refiere a la obra, el hacer a lo hecho, el amar a lo amado, etcétera, desde la intentio al cogito, la esencia de la conciencia, la actitud fenomenológica, no nos pongamos tan filosóficos, lo dicen los libros y se ve en este cuarto, el acto psicológico se dirige siempre al objeto, es un viaje de la atención hacia las cosas, un viaje del ser, tu ser, hacia las cosas, el contenido de la conciencia es su estar volcada en el exterior, en los hechos, en los objetos, las cosas no están a secas, sino entre otras, y son esa relación, esa situación, la cortina y el aire y el cuarto y yo y mis ojos por los que miro lo recién nombrado, y el exterior y los coches y la gente al otro lado de la ventana y sus ruidos y rumores y el sofá y yo y mis oídos por los que escucho lo recién nombrado, y los árboles y el aire y la cocina y el tubo de escape y la hoja seca y la tortilla francesa y yo y mi nariz por la que huelo lo recién nombrado, pero lo que importa, lo extraño, lo que quería contar ahora, y para eso todo esto, todo este discurso entrecortado, estos requiebros de la mente, las comas que detallan, el hacer lo hecho, la intentio y el señor Husserl, lo que quería decir, repito, lo extraño, lo nada tópico pero sí verídico, es que en este momento, en este aire que me llega a través de las cortinas, aquí sentado en el sofá de casa frente al ordenador, no percibo nada de lo presente, nada de todo lo recién nombrado, sino el olor a salitre y a pescado, el rumor del mar y el azul brillante de la ría.

(Ya queda menos)

Friday, June 12, 2009

El mejor escritor, Pocoyó

Veo I Vitelloni, que desde ya pasa a ser mi película preferida de Fellini. Siempre me ha gustado más el Fellini neorrealista que el barroquista, soñador y excesivo (aunque en esta película también hay algunas escenas "fellinianas"). Efecto colateral: intentaremos que no se nos caiga del altar Calle Mayor, aunque resulta difícil después de haber visto I Vitelloni y Marty, dos películas anteriores a la de Bardem de las que éste parece haber robado ideas, personajes y escenas a mansalva. Ya me pasaba un poco con Muerte de un ciclista, que me encanta pero que a veces parece el resultado de un saqueo (de Hitchcock en adelante).
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"¡A mí los que son felices me dan miedo!". La frase me salió del alma, de un alma humedecida en los tintos de verano de la plaza de la Paja, eso sí. Todos se rieron, entre la sorpresa y el escándalo. Yo también me reí, como el ventrílocuo cuyo muñeco ha dicho una inconveniencia necesaria.
Pese a lo que pueda parecer, la idea no es la de un loco peligroso, sino que tiene su perfecta lógica interna, su silogística: la felicidad no existe (esto es una obviedad, una verdad apodíctica, una idea inmediata, clara y distinta, pues la felicidad, para ser tal, tendría que ser absoluta; sólo Dios, si existiere, podría ser feliz, y aun así lo dudo mucho, porque no le veo la emoción a eso de mirarse el algodoncillo del ombligo por los siglos de los siglos amén), el que se cree feliz es que se engaña, el que se engaña es capaz de cualquier cosa, el que es capaz de cualquier cosa es peligroso, ergo... (Mientras lo decía pensaba, sobre todo, en los adeptos de las múltiples sectas existentes, todos ellos felicísimos, con su sonrisa perpetua, que van dejando un rastro infinito de cadáveres a sus espaldas).
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Extraña forma de vida: me paso prácticamente el día entero charlando con una señora muerta de Oxford. Y ni siquiera me cae bien.
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Gazpacho y melón con jamón. Melón con jamón y gazpacho. Jamón, melón, gazpacho. No se necesita más.
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En la Feria del Libro. El mejor escritor, Pocoyó.

Sunday, July 27, 2008

El señor en la ventana

Algunas noches nos asomamos a la ventana de la cocina y vemos al otro lado del patio, enmarcado en la suya, a un señor mayor cenando en camiseta interior de tirantes, de esas camisetas blancas de algodón que salían mucho en las películas italianas de los años cincuenta, o que si no salían me pega a mí que deberían. Presumiblemente debe de ir también en calzoncillos, porque alguna vez le hemos visto andando por su cocina de esa guisa. Tendrá unos setenta y tantos. Está bastante gordo y se le desbordan las chichas por los tirantes, debajo del sobaquillo, pero no es una gordura sebosa, gelatinosa, bamboleante, sino más bien compacta, marmórea. Se le ve al hombre bastante fornido, como si a lo largo de su vida hubiese desempeñado labores de considerable exigencia física. Se mete grandes bocados y luego mastica mucho. Tiene la mesa delante de la ventana y a veces mira hacia el frente, o sea hacia el vacío oscuro del patio; otras gira la cabeza y mira un poco la televisión, que siempre tiene encendida, a un lado (se oye el rumor y se ven los destellos, los cambios de claridad de la pantalla reflejados en los azulejos); pero sobre todo mira abajo, al plato. Tarda una eternidad en cenar, no sé si por lento o porque se mete entre pecho y espalda medio supermercado. Vuelves después de media hora o tres cuartos, y allí sigue el hombre, masticando. Se pasa la vida cenando.

Tuesday, April 15, 2008

Mar de Galilea

"La he 'matao'... ahora estás callada, te quiero mucho".
Sin camisa, sonriente y con la mirada perdida, Angelo Caratenutto se paseaba por la plaza del pueblo con un fardo en sus manos. Iba de arriba abajo y de abajo arriba, de la tienda de ultramarinos a la iglesia y de la iglesia al ayuntamiento. Giraba en una de las palmeras y volvía a tomar el camino de regreso. "Es la cabeza de mi madre", le decía a todos los vecinos con los que se cruzaba.
Tras media hora de paseos, subió las escaleras del ayuntamiento, destapó la cabeza de su madre, le dio un beso en la frente y gritó: "La he 'matao'... ahora estás callada, te quiero mucho". Su bar se llamaba Mar de Galilea.
Lo ha contado La Verdad de Murcia.

Sunday, April 06, 2008

Las viejas y yo

Mucho me temo que me estoy convirtiendo en un sujetador de viejas.
A ver, me explico. No es que me esté transformando en el soporte íntimo de los pechos blandos y caídos de la tercera edad. No, pordiós, qué asco. Lo que pasa es que cuando voy en el autobús siempre tengo que agarrar a alguna anciana antes de que se me caiga de bruces al suelo, o sujetarla in extremis cuando sale volando por culpa de los frenazos del conductor, o ayudarla a bajar a la calle sin que sucumba en el precipicio. De hecho, soy todo un experto. Un profesional. Cuando subo al autobús ya ni siquiera me siento. Me quedo de pie en el centro, a la altura de la puerta, y desde allí vigilo todos los peligros que acechan a las viejas, como un Mitch Buchanan pero más urbano y en menos hortera (esto último no es nada difícil). Digo yo que el ayuntamiento me podría poner gratis el Abono Transportes.
He aprendido a anticipar con gran prestancia y seguridad las caídas y mareos y golpes de las señoras mayores. En cuanto percibo un leve tambaleo de piernas o un giro brusco del cuerpo me saltan las alarmas, alargo el brazo y rescato del abismo los esqueletos ya descalcificados y las crismas frágiles de las ancianas. Soy bastante eficaz, la verdad. Modestamente creo que he salvado a unas cuantas de acabar en el hospital con la consabida rotura de cadera.
Creo que empecé a tomarme en serio mi misión de salvador de viejas el año pasado, allá por el mes de febrero, cuando se me escoñó una en el 21, en la parada de Sagasta con Francisco de Rojas. No fue un golpecito sin importancia. Se metió una hostia tremenda. En mi descargo debo decir que la señora estaba saliendo por la puerta del autobús y no me dio tiempo a reaccionar. Al bajar el escalón… desapareció, literalmente. Fue increíble. Sonó un golpe seco en el suelo. Qué susto nos pegamos los pasajeros. Desapareció de la vista. Tal cual. ¡Se había caído a plomo sobre la acera! Salí escopetado de la silla, bajé y estaba allí la pobre señora, tumbada bocabajo en el suelo, casi pegada al bordillo, como cuando en los dibujos animados atropellaban a alguien y se quedaba hecho una lámina. Me agaché a recogerla… pero no podía con ella. Era una anciana pequeñísima, bajita y muy delgada, casi esquelética, pero ¡cómo pesaba la jodía! Hasta que bajó otro de los pasajeros y me ayudó a cogerla no pudimos ponerla en pie. El conductor del autobús también salió -blanco del susto- a ver cómo se encontraba. Lo curioso es que la señora decía que estaba perfectamente, que no le dolía nada y que no hacía falta que nadie la acompañase a casa, que se bastaba ella sola. Hasta pedía disculpas por habernos pegado el susto. Decía: “Nada, nada, no ha sido nada, muchas gracias, no se preocupen, y disculpen…”. Tendría ochenta y muchos o noventa y pocos, creo yo. Cuando llegué a casa todavía me temblaban las piernas del susto.
Todo esto me recuerda que hace bastante tiempo que no veo a una anciana que vive dos portales más arriba. Me la solía encontrar cuando iba al bar de la esquina a tomarse su café con leche y su croissant (en verano se sentaba en las mesas de fuera, al solecito). Daba pasitos cortísimos, como de tortuga. Debía de tardar como media hora en un trayecto de doscientos metros. No parecía estar enferma, pero sí parecía un poco tocada de la cabeza. Iba siempre como algo desorientada o perdida. No creo que tuviera Alzheimer, porque llegaba bien al bar, pero a lo mejor un poco sí tenía. A mí me daba mucha pena por eso y porque iba siempre sola y con la misma ropa (ya sabéis que no soy muy sentimental, pero lo del Alzheimer es que me supera: se me pone un nudo en la garganta y me entran ganas de llorar). Estoy seguro de que los camareros del bar le hacían caso y la atendían muy bien, pero siempre estaba sola (yo me imaginaba que estaba viuda y no tenía hijos).
Un día me la encontré en el semáforo y me cogió del brazo primero para cruzar y después ya hasta llegar a la cafetería. Joder, con qué fuerza agarraba la señora… Qué vitalidad, coño. Os juro que me duraron dos días las marcas en el brazo.
Pues calculo que no la habré visto desde hace cuatro o cinco meses. Es posible que se haya muerto. Espero que no, que esté bien, en alguna residencia o en otro sitio, con su café y su croissant. Ojalá.
PD: Otro día os hablaré de la anciana que se dedica a recoger periódicos en un carrito, que este post ya me ha salido demasiado largo.

Saturday, March 22, 2008

Si esto es un hombre

Al hilo de la entrada anterior (que trataba sobre una tontería) me ha surgido una pregunta terrorífica sobre la que me gustaría reflexionar: en los campos de exterminio nazis o del Gulag soviético, ¿quiénes son realmente más humanos: las víctimas o los verdugos?

Da miedo hasta el mero hecho de planteárselo, pero yo creo que si analizáramos esta cuestión en todos sus posibles significados, interpretaciones o derivas, algo aprenderíamos. Por un lado está la deshumanización sistemática a que es sometida la víctima y, por el otro, la violencia extrema -¿"humana, demasiado humana"?- de los verdugos.


Supongo que el quid de la cuestión estaría en determinar qué es ser humano, qué concepción tenemos del hombre. ¡Nada más y nada menos! Entre la misantropía y el humanismo me debato.

PD: Las fotos las hice el otro día en el Paseo del Prado. Son esculturas de Igor Mitoraj.

Wednesday, March 19, 2008

De la vergüenza ajena (o el humanismo doloroso)

¿Qué es la vergüenza ajena? ¿En qué consiste exactamente? ¿Qué tipo de acciones o actitudes nos provoca, en general, ese sentimiento maldito? ¿Cuántas clases de v. a. hay? ¿Qué posibles medidas o remedios se pueden tomar para evitarlo? Etc.
Mientras esperamos a que alguien le eche huevos y escriba un Tratado sobre la vergüenza ajena para dar respuesta a esas cuestiones tan urgentes y necesarias, aquí van algunas ideas sueltas.
Pese a lo que algunos puedan pensar, la vergüenza ajena no es un síntoma de elitismo ni de soberbia, sino un efecto de "humanidad": una demostración de intensa y absoluta compenetración con el género humano. Yo casi lo igualaría con el respeto a los derechos humanos, en este caso a la propia dignidad: no la dignidad de uno como individuo sino en tanto que miembro de la especie. Tiene también una dimensión ética, en la medida en que busca la ejemplaridad de todo acto humano.
La v. a. equivale a sentir el ridículo ajeno como algo propio, como algo que nos pertenece, que nos incumbe. Es una situación dolorosa, totalmente incompatible con la risa. No te puedes reír. Sólo cabe sufrir. Eres como la víctima colateral de un suicida irresponsable. Y tu sentido de la dignidad humana es el billete a la condena.
Por lo general la vergüenza ajena es una señora muy puñetera. Hay veces en que, de repente, nos asalta a traición el recuerdo de una vergüenza ajena muy lejana, que ya casi habíamos olvidado, y la cabrona sigue escociendo igual...
Todo esto viene a cuento de que me han venido a la cabeza aquellas imágenes de Cañizares, el portero del Valencia, cuando perdieron la final de la Copa de Europa frente al Bayern de Múnich (año 2001). Cañizares, ya bastante mayorcito y con su pelo teñido de Piolín, lloraba como un niño histérico y mimado en plena pataleta y, alzando sus brazos al cielo, increpaba al mismísimo Dios llamándole hijo de puta. Daba puñetazos al suelo, tiraba la toalla y la volvía a recoger, se acurrucaba en el césped como un poseído y hacía extraños gestos, reclamándose víctima de una conspiración interplanetaria. Cuando repartían las medallas de los perdedores, se negaba a recoger la suya, enrabietado. "¡¡¡¡Hijo de puta!!!!", gritaba -llorando- dirigiéndose al Altísimo.
Todavía me corroe la vergüenza cuando me acuerdo... Qué dolor inefable. Ese no saber perder.