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Tuesday, September 18, 2012

Las muchas venecias: imágenes y párrafos

Conviene ir probando distintas variantes de transportes, horarios y accesos de llegada, cerrando los círculos abiertos por la posibilidad: permutaciones de la experiencia en una ciudad solo idéntica a sí misma. Cada tentativa modifica los contornos de la quimera, inaugura sus cimientos y reformula sus acabados. Porque Venecia es un lugar irreal, la representación de un sueño —más que dilatado, antiguo—, el reflejo de una realidad que se esfuma, que siempre está escapándose de entre los dedos. La metáfora más exacta se ofrece sin vacilación al visitante: laberinto de espejismos.
Quizá lo más prudente sería no escribir ya más de Venecia. No ensuciar con más tinta las aguas de sus canales, suficientemente anegados por la literatura. Se ha dicho demasiado ya. Se ha inflado en exceso la Idea, encumbrada hasta el delirio por esnobs, estetas y turistas, a menudo reunidos en la misma persona. Y todos los que llegan, como es natural (“no voy a ser menos”), quieren participar de ese banquete sublime de la Belleza, reconocerse en su excelsitud, como un espejo que —solo por el deseo de compartir su secreto— nos devolviese una imagen mejorada de nosotros mismos. Sería absurdo tratar de dar muerte al hechizo, para qué buscarle las cosquillas al difunto, imposible poner nerviosa a La Serenísima. Por muchas precauciones que tomemos, caeremos sin remedio en las redes de su encanto. El paisaje veneciano, hermético o impúdico o en suspenso, sigue invitando a la celebración.
Para mí Venecia se resume en el lamento de la cuerda de amarre, que se retuerce y cruje, como una tabla de madera, al atracar momentáneamente el vaporetto en los hierros de la estación flotante. Es un instante preñado de eternidad, un instante que lo significa todo. No se necesita más.




Wednesday, August 29, 2012

La imprenta de Aldo Manuzio

Su lema era Festina lente, "aprésurate despacio"; su escudo, un delfín enroscado a un áncora. Aldo Manuzio, el fundador de la imprenta Aldina, el gran editor de los clásicos, revolucionó la tipografía convirtiéndola en una de las bellas artes. Entre otras cosas, inventó la cursiva (bastardilla o itálica) y los octavos (precedentes del libro de bolsillo); al parecer su ayudante Francesco Griffo tuvo bastante que ver en los descubrimientos. 

(Venecia, agosto de 2012)

Monday, February 18, 2008

La Serenissima

El 18 de febrero de 1953 Ramón Gaya escribía en su Diario: "Toda obra suprema parece estar asomada a una especie de... abismo. Incluso la de Velázquez -tan firme, tan segura, tan... justa- parece estar al borde de algo sin fondo, sin fin, que no acaba, que no concluye".
Hoy, exactamente 55 años después de esta anotación, he podido ver -gracias a la amabilidad de Juan Ballester- el documental La Serenissima, en el que la voz de Gaya nos acompaña por los canales y plazas de Venecia:
-"Venezia es líquida, transparente, di vetro".
-"Las gentes están en las plazas de Venezia como en ninguna otra parte. Suprimida la rueda, el hombre parece recobrar aquí un aplomo que ha perdido, una dignidad que ha perdido. Las personas, con una mezcla de sabiduría y capricho, se distribuyen con gracia por todo el espacio de la Piazza y la Piazzetta; van de un lugar a otro con esa misma solemnidad natural que vemos en las figuras de Carpaccio".
-"Atravesar la Piazza, de noche, con luna -con un poco de niebla iluminada por la luna-; las personas vagando, yéndose fantasmales; el frío, la soledad (mía); todo me produce algo así como una felicidad dolorosa".
-"Amanece con tanta niebla que no veo, al abrir el balcón, no ya la orilla de enfrente, sino las góndolas o las barcazas que pasan por el centro del Canal Grande. Salgo y voy al Florian a tomar un café; San Marcos y el Ducale están maravillosos. Parecen, no algo corpóreo que la niebla lograra borrar en unos instantes, sino algo ideado, pensado, y que empezara, de pronto, a tomar cuerpo, a convertirse en piedra. Siempre, por lo demás, se está aquí en una extraña situación, diríamos, de metamorfosis inminente, acechante. Todo aquí parece estar a punto de volverse otra cosa".
-"La Serenissima no es sólo una ciudad, un lugar, sino una... existencia, y nos hace, armoniosamente, ser personas de esa existencia suya. Porque si a Venezia le damos tiempo puede empujarnos, enseñarnos a ser, a ser nosotros... en ella, desde ella. Nos ofrece una posibilidad del ser y del vivir; nos da como un... sentimiento de vida, de la vida, un sentimiento nuevo, inesperado -o perdido- de vida. Porque Venezia es, ante todo, un espacio, una concavidad; es la palma de una mano -una mano extendida al aire, a la lluvia, a la luz-; es un refugio abierto, expuesto a la intemperie. Nos acoge en su regazo, nos educa, nos madura; y nos regala una forma de estar, del estar, del sentirnos sin apenas movernos, ya que ese punto en donde por casualidad estamos, en donde por casualidad nos encontramos, es como un centro, un centro... suficiente".
(Ramón Gaya, Diario de un pintor, Pre-Textos, 1984)

Al ver las imágenes del documental -tanto las nuevas como las de Super 8 (éstas grabadas por el propio R. G.)- no he podido evitar el asalto de mis recuerdos venecianos del último verano. ¡Cuántos momentos! Por eso, además de recuperar las reflexiones que ya os puse desde las Italias (escritas en el tren Venezia-Roma), me gustaría compartir con vosotros estos tres minivídeos de penosa factura (están grabados con una cámara de fotos):

1) la puesta de sol vista desde La Giudecca (allí sentados, la Esfinge y yo, durante horas, con los pies colgando en el aire), con ese horizonte que enseguida parecería una batalla sangrienta de Turner;

2) el gondolero cantante, como un eco que se va apagando con la distancia, perdiéndose en el dédalo de los canales;

y 3) la triste despedida de la laguna, a medida que me iba alejando de ella; porque, como dice R. G., "irse de Venezia es sólo eso, no puede ser más que eso: irse de Venezia y... basta, es decir, es algo que termina, radicalmente, en ese punto".

Thursday, December 13, 2007

A Lisboa

"Hay sosiegos del campo en la ciudad. Hay momentos, sobre todo en los mediodías de estío, en que, en esta Lisboa luminosa, el campo, como un viento, nos invade. Y aquí mismo, en la Calle de los Doradores, tenemos el sueño agradable.
¡Qué bueno es para el alma ver entrar, bajo un sol alto quieto, estos carros de paja, estos cajones por hacer, estos transeúntes lentos de la aldea transferida! Yo mismo, mirándolos desde la ventana de la oficina, donde estoy solo, me transmuto: estoy en un pueblo tranquilo de provincias, me remanso en una aldehuela desconocida, y porque me siento otro soy feliz.
Lo sé bien: si levanto los ojos, tengo ante mi la línea sórdida de las casas, las ventanas por lavar de todas las oficinas de la Baja, las ventanas sin sentido de los pisos más altos donde todavía se vive, y, en lo alto, en el ángulo de los tragaluces, la ropa de siempre, al sol entre tiestos y plantas."

Pessoa de paseo (valga el jueguecito de palabras).

"Lo sé, pero es tan suave la luz que dora todo esto, tan sin sentido el aire tranquilo que me rodea, que no tengo una razón ni siquiera visual para abdicar de mi aldea postiza, de mi pueblo provinciano donde el comercio es un sosiego.
Lo sé, lo sé... Aunque sea verdad que es la hora del almuerzo, o del descanso, o de la interrupción. Todo discurre bien por la superficie de la vida. Yo mismo duermo, aunque me asome al balcón, como si fuera la amurada de un barco sobre un paisaje nuevo. Yo mismo pienso, como si estuviese en la provincia. Y, súbitamente, otra cosa me surge, me envuelve, me domina: veo, por detrás del mediodía del pueblo, toda la vida en todo lo del pueblo; veo la gran felicidad estúpida del sosiego en la sordidez. Veo, porque veo. Pero no he visto y me despierto. Miro alrededor, sonriendo, y, antes de nada, me sacudo de los codos del traje, desgraciadamente oscuro, todo el polvo de la barandilla del balcón, que nadie ha limpiado, ignorando que tendría un día, aunque sólo fuese un momento, que ser la amurada sin polvo posible de un barco que singla en un turismo infinito."

(Fernando Pessoa, El libro del desasosiego)

PD: Me voy tres días a Lisboa, y quién sabe si me cambiará la vida. Mientras, os dejo paseando un ratito por Venecia: algunas casas desde el vaporetto y el vacío del mundo en las campanas.

Saturday, September 30, 2006

Venecia, Gómez Pin y Recoletos


Así dicho, parece una asociación de ideas sin sentido, pero hurgando un poco en la vida de las palabras podemos hallar la conexión inaudita: a saber, el segundo escribió un libro sobre la primera que, con algo de suerte, puede ser encontrado en el tercero. Pues sí que estamos bien...
A ver, vayamos por partes:
1) Víctor Gómez Pin: catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona, experto en el sistema aristotélico y estudioso de los aspectos ontológicos del cálculo diferencial, da clases de Teoría del Conocimiento e Introducción al Pensamiento Matemático... Pero que nadie se asuste: también sabe escribir (y muy bien, por cierto). Es nuestro Proust filósofo.
2) Venecia: ciudad italiana por todos conocida, increíble, decadente y bella, inmortalizada por muchos artistas y escritores en obras fabricadas con la materia de los sueños. (El de arriba es un cuadro de Joseph M. William Turner.)
3) Recoletos: paseo del centro de Madrid, situado entre las plazas de Colón y Cibeles, donde, dos veces al año, se asienta una modesta sucursal del paraíso: la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. (Cuando pasé el otro día por allí, estaban llegando las cajas -llenas y cerradas- a las casetas. Ayer viernes se abrió la veda.)
Ahora sí, ya la cosa va cogiendo forma... Aclaremos el enigma definitivamente.
En junio de 1987 Víctor Gómez Pin publicó, en la editorial Montesinos, Venecia. La ciudad y el deseo, un libro que -me atrevo a pronosticar con osadía- perdurará en el tiempo más allá del alcance de nuestra imaginación... Pero como los editores de las Españas no ven tres en un burro, quien quiera tenerlo entre sus manos tendrá que hurgar en las librerías de lance de su ciudad o encomendarse a San Antonio de Recoletos. Pues eso. A buscar se ha dicho.
Es un estilo difícil, poético y recovecoso, como las raíces de un árbol que lo van atravesando todo (hacia lo hondo):
Al viajero acompaña la ausencia de un tiempo sin correlato en el archivo de los órdenes posibles: tiempo construido por quehaceres y acontecimientos regulados, cíclicos, justificados, configuradores de un mundo elemental y de un hombre -arcaico como el espejismo al que se reduce el sedentario- con él reconciliado...
Ciudad arbitraria en su erección y tiránica en sus vínculos; matriz (en lo imaginario) de ciudadanos intrínsecamente sofisticados y perversos; distante en su esplendor y necesariamente encubridora de su caída; jamás -bajo este aspecto- entrañable, y por ello jamás, para lo imaginario del viajero, la raíz propia y perdida.
Las barcazas, verdes o rojas, se suceden en una y otra dirección bajo el Ponte delle Guglie. Un número sorprendente de ellas transporta grandes garrafones con encestado de tablas y el tapón protegido por lacre rojo. La más avanzada se detiene ante el pontino cediendo el paso al vaporetto que, atravesado el arco, se acerca de costado a la estación flotante.