Wednesday, July 28, 2010

Historias de la loca de los gatos

Cogí el otro día en la biblioteca Historias de Londres, de Doris Lessing, para entrar un poco en ambiente, por el próximo viaje londinense, pero ha sido un fiasco absoluto: no he visto Londres por ningún lado. Y ya es difícil cerrar los ojos tanto, con las incontables maravillas que ofrece la ciudad. Sólo un mínimo atisbo de Hampstead Heath en el relato de los gorriones.
No he podido pasar de los primeros relatos, que seguramente son los mejores. He ojeado un poco por encima los otros.
Conclusión: qué coñazo la Lessing, Premio Nobel en 2007, qué lástima de tema desperdiciado... Se me han quitado las ganas de intentarlo con otros libros suyos.
Lo mejor que he leído sobre ella fue lo que contó en su día Mabalot.

Sunday, July 25, 2010

Adiós a un genio

Se van los dos a la vez, Raúl y Guti, el Dr. Jeckyll y el Mr. Hyde de la Casa Blanca. Parece claro que el triunfo en los telediarios, en los periódicos y en los libros de historia (al menos en los de la tinta húmeda, cuando se seque ya veremos) se lo lleva Raúl, el más-listo-de-la-clase. Pero aquí, en estos evangelios laicos, se lo lleva Guti, qué le vamos a hacer.
Guti era el perfecto reverso de Raúl. El antihéroe madridista, el “tonto inútil” que el Bernabéu necesitaba para desahogar su frustración en los malos momentos. Raúl representaba el sacrificio, el esfuerzo, la constancia, la eficiencia, la responsabilidad... todos esos valores tan honorables, tan dignos de respeto (tan aburridos, podríamos añadir). De todo eso Guti no tenía nada. Más bien era lo contrario. Guti era imprevisible, vago, caprichoso, polémico, malhumorado, inconstante, irresponsable. Y sí, ya lo sabemos, fuera del campo Guti es básicamente un fashion victim bastante gilipollitas. Pero si nos olvidamos de todo eso, si sólo hablamos de calidad futbolística, de balón y pie y bota y césped, Guti ha sido de los más grandes.
Se va un genio, es decir, alguien capaz de hacer lo que los demás no podrían lograr ni soñando: ese pase imposible, ese toque de balón sublime, un momento eterno en el que el tiempo se detiene y el universo entero dice oohhhhhh. Sí, era un detalle nada más, un simple instante que se esfumaba en el mismo momento de producirse. Pero era algo único, sublime.
La vida es una aventura corta, la genialidad un bien escaso y la belleza un tesoro incomparable. Por eso hay que saber valorar la diferencia. Adiós, Guti, y gracias por tan buenos momentos.





Wednesday, July 21, 2010

Los vagabundos de la cosecha

Verano de 1936, EEUU, la Gran Depresión. Más de 150.000 braceros invaden California en la época de las cosechas —melocotón, uva, lúpulo, algodón…— huyendo del hambre y la sequía del Medio Oeste. Van de un lado para otro en sus camiones o carromatos, con sus familias a cuestas. John Steinbeck escribe unos reportajes para The San Francisco News relatando la epopeya de estos temporeros nómadas: Los vagabundos de la cosecha es el libro que reúne estos artículos. Poco tiempo después trasladará estas vivencias a la ficción en Las uvas de la ira.
Se trata de pequeños agricultores que han perdido sus granjas y se han convertido en auténticos vagabundos, escuálidos y sucios. Ya no son extranjeros (filipinos, japoneses, mexicanos…), como era habitual. Ahora son americanos. Por el camino van vendiendo sus escasas pertenencias: mantas, aperos de labranza, cacharros de cocina… A menudo han visto cómo sus hijos se les morían en el trayecto. Mientras dura cada cosecha, viven en poblados de chabolas. Después marchan a la siguiente. También hay algún campamento federal o estatal. Y ahí viene el pormenorizado análisis periodístico, sociológico e institucional de Steinbeck, que ocupa gran parte del libro.
Centrémonos en la parte puramente literaria. Steinbeck es un genio describiendo los rostros, el cansancio, el sudor, las chabolas, el olor, la miseria, las moscas, los excrementos, la muerte… Impresiona la frase reiterada: Ya no les queda dignidad. Lo explica diciendo que pierden el lugar que les corresponde en la sociedad y, por consiguiente, su ética social; por eso pierden la dignidad. Sus caras reflejan el hastío, un constante malhumor que les ha vuelto taciturnos. Y los ánimos que antes tenían y que terminarán por perder no son más que una rabia sombría.
En varios momentos me ha recordado a Las Hurdes. Tierra sin pan, de Luis Buñuel. También a James Agee, pero más crudo y menos alucinado.
Se sienta al sol delante de la casa, en el suelo, mientras mosquitas de la fruta negras revolotean zumbando, se le posan en los ojos cerrados y se le suben a la nariz hasta que las aparta con gesto cansado. Las moscas quieren llegarle a la mucosa de la comisura de los ojos.
Prefiero no poner más párrafos deslumbrantes (hay unos cuantos) porque es una lectura muy triste, muy dura. Algunos pasajes son insoportables en su crudeza. Pero hay una grandeza indudable, extraña, casi épica, en la descripción de la miseria. Un brillo telúrico. Algo inasible. Como una epifanía.
El de Steinbeck me parece un testimonio necesario, irrevocable, ejemplar. Lo sigue siendo más de setenta años después. Y quedará ahí para siempre.


*Las fotos son de Dorothea Lange (1895-1960).

Sunday, July 18, 2010

The Naked City (1948)

Película dirigida por Jules Dassin, basada en una historia de Marvin Wald e inspirada en las imágenes del fotógrafo Weegee, famoso porque siempre llegaba al lugar del crimen antes que la policía. El primer libro de fotografías de Weegee (del que vimos una exposición hace dos años en la Fundación Telefónica, poco antes de ir a Nueva York) tenía el mismo título: La ciudad desnuda.
Cine negro semidocumental sobre la investigación de un asesinato. El comienzo es realmente espectacular:

Quizás Woody Allen se inspiró en él para su no menos espectacular comienzo de Manhattan. Weegee, Dassin, Allen, eslabones visuales de una misma inspiración inagotable: NY.

Thursday, July 15, 2010

Esa visible oscuridad

William Styron jugando al ajedrez con su melancolía. Es un juego peligroso. Quizás es lógico que el depresivo tenga interés intelectual por su enfermedad, la estudie, la analice, lea todo lo que caiga en sus manos sobre ella… ¿Para sufrirla mejor? ¿Para contrarrestarla? ¿O todo es puro morbo? —el morbo, congénito, del depresivo, que se solaza en la autocompasión... (Quizás esto sólo pueda tener sentido dicho desde fuera. Desde dentro no hay cálculo, sólo oscuridad.)
Terror, enajenación y ansiedad al final de la tarde. Semiparálisis. Confusión, desenfoque mental, lapsus de memoria. El pánico vespertino. La asfixia.
Styron recibe un premio en París pero su mente está en la primera consulta que tendrá con el psiquiatra al día siguiente, ya de vuelta en EEUU. Queda fatal con los organizadores. Pierde momentáneamente el cheque de 25.000 dólares. Ni apetito ni sonrisa ni conversación, en un París ventoso y con lluvia.
El extranjero de Camus, poco antes muerto en accidente de tráfico. La viscosa angustia existencialista que traspasa el papel y se clava adentro. La terrible pregunta fundamental de la filosofía, según él: si la vida merece o no la pena de ser vivida. El mirar inexpresivo y vacuo de Jean Seberg en Connecticut, caminando como una sonámbula, entumecida por los antidepresivos. Un año después aparecería su cadáver en un coche abandonado en un callejón de París. Causa de la muerte: sobredosis de comprimidos. Y su ex marido, Romain Gary, acabaría metiéndose una bala en los sesos.
Quizás la depresión se contagia. O es la fuerza que los junta. Depresivo llama a depresivo. No sé.
Abbie Hoffman, otro pastillero, o Randall Jarrell dejándose atropellar, o Primo Levi lanzándose por el hueco de la escalera de su casa de Milán. Levi, superviviente de tantos horrores y al final víctima de sí mismo, o de su memoria. La nómina funeral es demasiado extensa.
A los 60 años le llegó a Styron el derrumbamiento. Depresión unipolar, sin picos de euforia. Previamente, intolerancia al alcohol, que hasta entonces utilizaba como método de inspiración. El aliado se esfumó. Vulnerable a los demonios del subconsciente. Hipocondría. Ansiedad, agitación, temor difuso. El verso de Baudelaire: “He sentido el viento del ala de la locura”. Pérdida de voz y de la libido, ausencia de sueños, alimentos desprovistos de sabor… Y, por supuesto, el insomnio, la gran condena.
Miedo al abandono, a la soledad. Fotos de sonrisas llenas de angustia. Una noche tiró su diario a la basura, prolegómeno necesario del suicidio.
Algunos párrafos impresionan:
Un fenómeno que ha observado cierto número de personas al pasar por estados de depresión profunda es la sensación de hallarse uno acompañado por un segundo yo: un observador fantasmal que, no compartiendo la demencia de su doble, es capaz de mirar con desapasionada curiosidad mientras su compañero lucha contra el desastre que se le avecina o decide asumirlo. Hay algo de teatral en todo ello, y en los días que siguieron, mientras iba estólidamente de un lado para otro preparando mi eliminación, no podía quitarme de encima un sentimiento de melodrama: un melodrama en el que yo, la inminente víctima de autoasesinato, era a la vez el actor solitario y el miembro único del auditorio. Todavía no había elegido el modo de mi tránsito al otro mundo, pero sabía que ese paso vendría a continuación, y pronto, tan ineludible como la noche.
Después, el cambio de idea y el ingreso voluntario en un hospital, lugar de “cautividad metódica y benigna donde la única obligación que uno tiene es la de ponerse bien”. La reclusión y el tiempo como médicos. La mejora progresiva hasta la capitulación final de la depresión. Su primer sueño en varios meses. El origen del mal, quizás, la muerte de la madre durante la infancia.
No es un libro alegre, no. Aunque termina bien.

Monday, July 12, 2010

Friday, July 09, 2010

Postales desde Italia

Beirut vía Sara.

Monday, July 05, 2010