Diosmío
Yo
veo al pájaro incandescente cruzar
el
álgebra, lo veo ir
como
una flecha luminosa cruzando el número,
yo
veo al pájaro, levitando, entre los rieles del número
el
pájaro que es una cifra entre toda la nada,
el
pájaro que gorjea y se parece un poco a la piedad.
Yo
veo al pájaro y su constelación de sombras
ir
y venir entre los tendales, ir y venir, meciéndose
al
aire yerto de la mañana dejándose cruzar por el pájaro
al
aire que es también un hijo pequeño y distante.
Yo
veo al pájaro, diosmío, también lo veo
y
nadie duerme al cuento ni a la noche cuando debería
y
menos todavía el pájaro que cruza y se trenza en el cableado y después
sale
revoloteando como un monstruo marino
entre
la miel blanca del cielo y las nubes como mantas de lana
rosada
mantas
de lana en las que se acuna el hijo
entre
las que el hijo mama,
y
el pájaro cruza los ojos del hijo que piensa en los ojos del pájaro
que
de diminutos y fusilados resplandecen
como
borlas de piedra amarilla
y
lo ciegan hasta que
la
sombra y la noche y el sueño
son
una sola aureola seca.
De Ajuar (Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011)
Yo me saco esto que traigo
y te lo dejo
como dejan algunos perros
pájaros muertos en la puerta de sus dueños.
Con inocencia y con exceso.
El amor es un toro mecánico
del que nadie se baja con elegancia.
Una atracción de feria
abandonada,
desafiando la intemperie.
Todos se paran frente al toro y se dicen
Yo puedo con él. Todos, sin excepción, confían
en sus talones
y se montan a la violencia eléctrica
de su lomo. Confían todavía cuando el movimiento
se inicia,
como si una mano poderosa e invisible
echase una ficha al aparato
sin previo aviso.
El clic metálico se recorta en el sonido,
una topadora minúscula
derribando
al silencio de un empujón. Entonces todo comienza, y ya
no hay manera
de emprolijar el cuerpo, esa forma
de la que antes creíamos tener dominio y que ahora
se nos revela
como si hubiese estado esperando su turno
comiéndose las uñas
desde que le pusieron nombre.
Si yo fuese un ratón
preferiría
perder mi cola en la trampa
antes que mi queso.
Una y otra vez.
Quiero reventarme
contra el futuro
como un insecto de esos
que se convireten en estrellas en la ruta
sobre el cielo polarizado
de un parabrisas ajeno.
Tuvimos peces. Se murieron
panza arriba, inflamados
de alimento. Eran tres y eran siniestros.
Todos los peces son siniestros.
No confío en nadie que no pueda cerrar los ojos.
De Antitierra (Libros Del Pez Espiral, Santiago de Chile, 2014; Neutrinos, Rosario, Argentina, 2016)
Valeria Tentoni nació en Bahía Blanca en 1985. Vive en Buenos Aires. Publicó los libros de poesía Batalla sonora (Manual Ediciones, Rancagua, 2009), Ajuar (Primer Premio Concurso Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011) y Antitierra (Libros del Pez Espiral, Santiago de Chile, 2014; Neutrinos, Rosario, Argentina, 2016), así como las plaquetas La martingala (Semilla, Bahía Blanca, 2010) y La casa (Acción Creativa, Coronel Suárez, 2011). Suyos son los libros de relatos El sistema del silencio (17 Grises, Bahía Blanca, 2012) y Furia diamante (Leer es futuro, Ministerio de Cultura de la Nación, 2015). Participó como guionista de El abrigo del viento, dirigido por Romina Haurie (Lupa productora, 2013). Desde 2011 mantiene on line la Audioteca de poesía contemporánea.