A nadie le cabe duda que los ciudadanos deben contribuir, en la medida de sus posibilidades, al sostenimiento de las necesidades del Estado. En nuestros tiempos, empero, las necesidades son infinitas, y la medida de dichas posibiliades se toma con una elástica cinta que se estira y estira conforme dichas necesidades son más y mayores. Los ciudadanos se convierten, muchas veces, en esclavos de una agresiva política fiscal que no hace más que enjugar momentaneamente los desmanes y torpezas de sus dirigentes. Atosigados por los impuestos y las innumerables exacciones de una administración hipertrófica hasta la ubicuidad, recibimos unas migajas en forma de "subvenciones", "ayudas" o "políticas sociales", que el Gobierno de turno distribuye con un displicente gesto, como quien concede una gran merced, en vez de hacerlo con la humildd de quien, en el mejor de los casos, revierte a su legítimo dueño una minima parte de lo que le quitó.
Saavedra Fajardo, mucho más sabio que nuestros gobernantes, y autor a quien estos no leen (tampoco podrían), escribió en su empresa sexagésimo octava:
"Válese el pastor (cuya obligación y cuidado es semejante al de los príncipes) de la leche y lana de su ganado, pero con tal Consideración, que ni le saca la sangre, ni le deja tan rasa la piel, que no pueda defenderse del frío y del calor. Así debe el príncipe, como dijo el rey don Alonso, «guardar más la pro comunal que la suya misma, porque el bien y la riqueza dellos es como suya». No corta el labrador por el tronco el árbol, aunque haya menester hacer leña para sus usos domésticos, sino le poda las ramas, y no todas, antes, las deja de suerte que puedan volver a brotar, para que, vestido y poblado de nuevo, le rinda el año siguiente el mismo beneficio: consideración que no cae en el arrendador. Porque, no teniendo amor a la heredad, trata solamente de disfrutarla en el tiempo que la goza, después quede inútil a su dueño. Esta diferencia hay entre el señor natural y el tirano en la imposición de los tributos."
Ni los tiranos de entonces, ni los tiranuelos de ahora hacen demasiado caso al Don Diego. Lo cual no le quita razón. Dicen que se avecina una drástica tala en España. Quiera Dios que no se acompañe, además, de una siembra de sal en nuestro ya bastante yermo solar.