1
Vi pasar el auto cuesta abajo sin conductor
Estático frente a la pantalla
Duna cayendo desde la casa amarilla
Su coraza golpeando contra las piedras del terraplén
La astillas del espejo retrovisor izquierdo
La calle que muerde el cerro lo recibe en su descenso y prolonga la picada
Hasta quedar suspendido sobre la barranca que da al río
Salgo desesperado dejando el chat abierto
Salto alrededor
Dos ruedas girando en el aire
Temo subirme y quebrar la perfecta armonía que lo cuelga sin soltarlo al abismo
Es su pedido de auxilio
Un intento desesperado para huir de mi impericia y desatención
Ahora tiene que llegar la grúa para sacarnos del borde y del precipicio
2
Quinta multa de la caminera
Los coyotes aúllan en la ruta
Recaudan para que Schiaretti pierda cómodo la próxima elección
Persiguen correcaminos
Pero en esta zaga diaria para entrar a la ciudad sitiada
Siempre te atrapan
El primer oficial detectó el pánico y la locura en mis ojos
En la banquina confirmó que andaba fuera de la ley
130 pesos en efectivo
El segundo coyote agazapado en la oscuridad vio que andaba flojo de amperaje en la luz trasera
Descargué ante la jueza que había tenido un mal día y me cobró sin prisa
El tercero se ensañó hasta encontrar la paja en el guiño ajeno
Protesté al juez de Unquillo que saturado de multas todavía no resolvió mi condena
El cuarto ya avisado me detuvo por rutina y labró aburrido el acta
Otro grito de humanidad a la jueza que seguía su mala vida
Pero el quinto fue más astuto
Sorprendió a Morena jugando libre en el asiento trasero
Y me gatilló la ordenanza del estado sobreprotector
que decide por encima de cada ser irresponsable
que no acata su autoridad suprema sobre los cuerpos finitos y terrenales
aún sobre ruedas
(Añoranza de un tiempo embrionario en la luneta del R12)
Llegaré hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos
Aunque no se expida por Honduras
Aunque a Mirta Legrand nada le importe
3
El vecino sale en calzoncillos largos
Sin perder la compostura de hombre de la fuerza aérea
Como paisano serrano se presta a sacar al Duna de su precario equilibrio
Tirándolo desde su camioneta
El herido bólido arrastra la panza sobre la tierra y sale otra vez a carrera
No durará mucho su mísera elegancia
El tren delantero cruje
Apenas trepo la subida por la que se dejó caer
Pierdo otra vez el timón y choco con la entrada al carrusel
(retrocedo otros casilleros)
Pero recuerdo que tengo seguro
Llamo al santo patrono mecánico que debita mi sueldo mensualmente
En dos horas promete buscar la máquina averiada y llevarla al taller
Pasa un día y Duna me mira con la trompa caída
Cuando llega la grúa
-otra vez es de noche y han pasado 24 horas de sostenernos del vacío-
Salimos con Morena al helado espectáculo
Las balizas del remolque iluminando la vergüenza rodante
Duna encadenado al lomo de Caronte
Marcha sin querer andar
4
Vendo Duna 94 Exc. Ex estado. Nunca precipitado. Detalles caminera.
Mostrando entradas con la etiqueta morena. Mostrar todas las entradas
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viernes, julio 10, 2009
viernes, febrero 06, 2009
Tierra de tigres
Ella ahora es una tigresita.
Corre y salta en la selva del jardín.
Hoy volvió a pasar uno ofreciendo su servicio para desmalezar el frente de la casa. Me costó explicarle que los tigres preferimos las cañas de bambú, las enredaderas salvajes, los yuyos tenaces. Creo que no entendió mi negativa. Tiene un kiosco minimalista a la vuelta de la plaza y una motoguadaña para aguantar la crisis financiera.
Con Morena procuramos nuestra comida entre las hierbas. Mejor si arrancamos hasta la raíz y obtenemos un pan de tierra.
Hoy me enseñó a poner tierra sobre los dolores.
- Alivia –me dijo y la esparcía con un dedito sobre mi mano.
Tal vez en ese momento mi viejo se untaba la zona de los intestinos con arcilla y ceniza de volcán. Está tratando de sacarse la radioactividad que los rayos X dejaron en su cuerpo.
Los separan 75 años que son absorbidos en un instante por la arena cósmica.
Están cruzados por el sustento de nuestros días.
La tierra los junta.
La pacha los teje.
Caminar descalzo es terapéutico.
La tierra cura. Da vida. Y nos cubre en la muerte.
jueves, diciembre 25, 2008
tarde el 25
Hace mucho milito en una unidad de base APN (anti-papá-Noel) – que se extiende y detesta a todos los Papas del Vaticano.
Pero, si quieren, el ejemplo más claro de estar en sentimiento navideño está en que nunca he logrado vivir una navidad sin navidad. Esa antinomia, que sin dudas remite a un inconsciente infantil vapuleado por alguna crisis made in argentina -El Rodrigazo, apuesto-, ha marcado el devenir de cada fin de año.
- Por supuesto que el fin de año es otra cosa –me dirán los Panigazzi de turno desde su proverbial común sentido.
Ecco (¡perdón Uberto!). Aunque el calendario gregoriano sea parte de la dominación colonial, y sea tan inexacto en su aplicación, también adhiero a su festejo.
Y también sé, que ser anti navidades es un cliché exacerbado por la opresión anual de un gordo vestido de rojo conduciendo un carro tirado por renos.
Pero cuando tu hija te pregunta una y otra vez sobre esa magia que moviliza al mundo hasta la neurosis colectiva. Que sacude las ansiedades más reprimidas y las decora con un encantamiento burdo pero perversamente efectivo. Podés decirle que no existe. Y no te va a creer. Ni debería hacerlo. Entonces aparece la necesidad de contar la historia de algún héroe que en el frío de la Europa Helada salía a repartir regalos entre los pobres de la aldea. Un noble benefactor en épocas feudales (según la progre versión de su madre). A la que adherí, abrumado por el peso del mito cristiano. El niño Jesús es otra versión que abunda en la rama de mi familia materna. Pero logré neutralizarla a fuerza de una enjundia apóstata.
Pero Morena tuvo su alegría navideña, porque tuvo sus regalos y un plus que vaya a saber cómo y en qué parte de su disco vital de 3,5 gigas quedó registrado.
El tema es el ocaso del 25, ese declinar del espíritu y de las tripas. El exceso de emociones, y sus pseudos y simulados estados, que hacen mella en cada uno de los sobrevivientes al rito. Ese volver a encarrilar con el mundo que no admite lecturas de leyendas cristianas en la práctica cotidiana de la devastación del humano y su planeta.
Ahora está por caer el sol detrás de las sierras.
(¿Arde La Falda del otro lado?)
Ya junté los restos del agasajo. Ya corrí los muebles. No lavé los platos.
Eso le tenía que pedir a Papá Manuel (como dice Morena). Me lavarás los platos durante un mes.
Voy a ver la antinavidad de Tim Burton.
Voy a escuchar Nativity in Black, el homenaje a los Sabbath.
Y voy a releer otra vez el Asesino de Papá Noel de Spencer Holst.
Para terminar estas navidades. Antes que acaben con nosotros.
lunes, diciembre 01, 2008
familias rústicas
Los Rústicos del Viejo Sueño regresaron. Allí fui con Morena. La ocasión ameritaba para el traspaso generacional en ese rito pagano de escuchar una banda local como si la kermese del rock todavía albergara un número, una sortija, un pase epifánico. Y asi sería. La concurrencia en El Quincho Porque Queremos (Agua de Oro), combinaba 50 por ciento de adultos pisando y sobrellevando los 30, y 50 por ciento de niños, niñas y bebés. La familia neo-hippie-rockera-rasta-etc, unida al son del reggae con sabor a peperina. Se han peleado. Se han amado. Y se han reproducido. Traen descendencia a este mundo sin futuro. Paz, Amor y una cuota de Inconsciencia (PAI) Corriendo detrás de Morena, que corría detrás de un pibe con rastas, apenas pude ver en escena a esos ídolos de pueblo chico y tiempos adelantados. Pero allí estábamos, cofrades de una edad desangelada, pechando los recuerdos para que allanen el futuro de los fantasmas que supimos conseguir. Mi hija tuvo su bautismo de recital. Sentí que la jubilación prematura no es un mal negocio para el sistema previsional del rock que vendrá ¡Y que el sueño sea rústico y eterno!
sábado, octubre 11, 2008
La joy division infantil
Me acusaron de anarco. Porque me mandé contra los jardines de infantes.
No tengo recuerdos de mi paso por ese desierto infantil. Debe haber sido una larga peregrinación entre enanos, maestrulis y bolsitas con la merienda pasada de calor y de asco. Mi hermana me cuenta que me llevaba a la rastra, con artimañas y promesas tan fútiles como grotescas. Se quedaba un largo rato en una posición donde yo podía mirarla desde alguna ventana del presidio escolar, hasta que se cansaba y se fugaba a los brazos de su futuro esposo. Pero no tengo tanto psicoanálisis, ni hipnosis, ni ayahuasca, para reconocer las marcas traumáticas del paso por ese hospicio, que llenan de colores para esconder el mono-cromatismo mental.
¡A que viene tanto gre-gre, Gregorio!
Es que quiero introducir argumentativamente la prueba irrefutable de que nuestros hijos están en manos de una legión de padres, madres, maestras, directores e instituciones, que son, por lo bajo, perversas e idiotas (el orden de los factores puede alterar el producto). Para el día de la primavera, el jardín “Planeta Azul” -porque se les ocurren nombres tan obviamente rebuscados que pretenden ser simpáticos, como la Joy Division de Austchwitz- debía presentar su carroza en el desfile del pueblo.
¿Qué maravillosa idea podía surgir de la cabeza de esos adalides de la educación sarmientina, de esos padres y madres con el cerebelo pelado por el yugo del capital y la tv?
Un auto de Rally.
El carromato incluía el bólido azul y una plataforma donde los chicos iban disfrazados de pilotos y las chicas… de promotoras. Pibes de 4 para abajo emulando esos niños bien que gastan fortunas familiares en autos de competición, y las nenas con minifaldas y escotes mostrando lo que valen en carne.
¿Cual será el rol de sus existencias según las retorcidas fantasías de sus progenitores y educadores?
La directora del campo de concentración me pregunta:
- ¿Morena no va a participar del desfile?
¡Anarquía!
No tengo recuerdos de mi paso por ese desierto infantil. Debe haber sido una larga peregrinación entre enanos, maestrulis y bolsitas con la merienda pasada de calor y de asco. Mi hermana me cuenta que me llevaba a la rastra, con artimañas y promesas tan fútiles como grotescas. Se quedaba un largo rato en una posición donde yo podía mirarla desde alguna ventana del presidio escolar, hasta que se cansaba y se fugaba a los brazos de su futuro esposo. Pero no tengo tanto psicoanálisis, ni hipnosis, ni ayahuasca, para reconocer las marcas traumáticas del paso por ese hospicio, que llenan de colores para esconder el mono-cromatismo mental.
¡A que viene tanto gre-gre, Gregorio!
Es que quiero introducir argumentativamente la prueba irrefutable de que nuestros hijos están en manos de una legión de padres, madres, maestras, directores e instituciones, que son, por lo bajo, perversas e idiotas (el orden de los factores puede alterar el producto). Para el día de la primavera, el jardín “Planeta Azul” -porque se les ocurren nombres tan obviamente rebuscados que pretenden ser simpáticos, como la Joy Division de Austchwitz- debía presentar su carroza en el desfile del pueblo.
¿Qué maravillosa idea podía surgir de la cabeza de esos adalides de la educación sarmientina, de esos padres y madres con el cerebelo pelado por el yugo del capital y la tv?
Un auto de Rally.
El carromato incluía el bólido azul y una plataforma donde los chicos iban disfrazados de pilotos y las chicas… de promotoras. Pibes de 4 para abajo emulando esos niños bien que gastan fortunas familiares en autos de competición, y las nenas con minifaldas y escotes mostrando lo que valen en carne.
¿Cual será el rol de sus existencias según las retorcidas fantasías de sus progenitores y educadores?
La directora del campo de concentración me pregunta:
- ¿Morena no va a participar del desfile?
¡Anarquía!
lunes, agosto 25, 2008
no sabemos
No sé – dijo y me dejó la sonrisa partida al medio, la mueca de frustración a media asta.
La llamada de la maestra del jardín (ya no decimos guarderia –no es politicorrecto) me puso en guardia. Las instituciones educativas, después leer tanto Althusser, Gramsci y Freire, de tanto trajinar lo docencia y militar en la antidocencia, no son de mi confianza. Y menos para abandonar una niña de 3 años, en un curso de 30 infantes con dos señoritas maestrandulis egresadas de vaya uno a saber que orfanato terciario. Pero la sociedad impone, la madre reclama y la nena tiene ganas de revolcarse en el arenero. Así que metí el anarquismo pedagógico en el bolsillo y acepté para mi propio asombro. Antes había esgrimido un firme “dejenla libre de la escuela mientras pueda”.
- No se preocupe pero su hija vomitó – me dijo con voz pausada de oficio repetido.
Inmediatamente pensé en los huevitos Kinder, los chupetines, los sanguches de miga, el jugo Tang y tantos otros edulcorantes y conservantes artificiales, quimicos, toxicos, y nocivos para su hígado en formación.
- Si quiere puede hablar con ella.
- Claro –silencio de línea.
- Hola papi.
- Hola amor, ¿como estás? –pregunte atolondrado y temeroso.
Se tomo su tiempito angelical y respondió:
- No sé.
Repregunté incrédulo por la contundencia de su duda. Y repitió los monosílabos.
¿Cuantas veces no dije, no me animé, no me salió, no quise, no asumí, no pude decir no sé? Siempre algo para definir, siempre algo para mostrar que se sabe, que se puede diagnosticar lo que te pasa. Desde el consabido e hipócrita acto reflejo ante el saludo proverbial y distante: ¿cómo andás? Bien, mal, meando, acá nomás, te cuento, etc…
Y casi nunca no sé.
No aceptar la incertidumbre del estado existencial precario actual.
Pero, honestamente, casi siempre, no sé.
No sé, es así. No sé.
Y eso que mi hija me esta dando un curso acelerado de sinceridad brutal.
La llamada de la maestra del jardín (ya no decimos guarderia –no es politicorrecto) me puso en guardia. Las instituciones educativas, después leer tanto Althusser, Gramsci y Freire, de tanto trajinar lo docencia y militar en la antidocencia, no son de mi confianza. Y menos para abandonar una niña de 3 años, en un curso de 30 infantes con dos señoritas maestrandulis egresadas de vaya uno a saber que orfanato terciario. Pero la sociedad impone, la madre reclama y la nena tiene ganas de revolcarse en el arenero. Así que metí el anarquismo pedagógico en el bolsillo y acepté para mi propio asombro. Antes había esgrimido un firme “dejenla libre de la escuela mientras pueda”.
- No se preocupe pero su hija vomitó – me dijo con voz pausada de oficio repetido.
Inmediatamente pensé en los huevitos Kinder, los chupetines, los sanguches de miga, el jugo Tang y tantos otros edulcorantes y conservantes artificiales, quimicos, toxicos, y nocivos para su hígado en formación.
- Si quiere puede hablar con ella.
- Claro –silencio de línea.
- Hola papi.
- Hola amor, ¿como estás? –pregunte atolondrado y temeroso.
Se tomo su tiempito angelical y respondió:
- No sé.
Repregunté incrédulo por la contundencia de su duda. Y repitió los monosílabos.
¿Cuantas veces no dije, no me animé, no me salió, no quise, no asumí, no pude decir no sé? Siempre algo para definir, siempre algo para mostrar que se sabe, que se puede diagnosticar lo que te pasa. Desde el consabido e hipócrita acto reflejo ante el saludo proverbial y distante: ¿cómo andás? Bien, mal, meando, acá nomás, te cuento, etc…
Y casi nunca no sé.
No aceptar la incertidumbre del estado existencial precario actual.
Pero, honestamente, casi siempre, no sé.
No sé, es así. No sé.
Y eso que mi hija me esta dando un curso acelerado de sinceridad brutal.
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sábado, junio 14, 2008
días de ron
Un poco de Mickey, descongelándose, y un poco de O’Rourke, después de Barfly (la película donde hace de Chinasky). Eso me sentí. Primero el alterador sonido: kkjjjcrashssss. Despuès el olor. Correr por si se cortó con la jarra de cristal. Allí estaba, inmóvil, shockeada. Como puede reaccionar una niña de 3 años ante el inaudito estallido de una bomba. Pero lo que se derramó en el piso era parte mi guerra química. Un litro de ron blanco cubano. Con el pico degollado intacto, el culo amenazante con sus pùas apuntando al cielo, el cadáver de la botella entre hija y padre. Revisé sus manos y no había rastro de sangre. Otra vez el que sangraba era yo. El borracho paladeó la sed y gritó de furia. Mi hija grito también. Compartimos el horror de lo desconocido. Fui severo y culposo. Una mezcla drástica para mi estado emocional atado con deshilachados piolines.
Esa noche no conté los vasos, fueron cerca de una decena de mojitos. Hasta llegar a esa misma ruinosa borrachera. Tirado en el piso de un pub. Escuchando Sumo. ¿Dónde estoy? ¿es 1988, 1998 o 2008? ¿estoy en El Galpón, Luca o en algún antro moderno retro?
La descompensación llega. La conciencia se volatiliza. Todo hace efecto. Caigo en picada deslizándome por el veneno que inyecté en mi sangre. Es de noche. Hay amigos. Pensé. Y presentí la implosión hepática. Cerrando los ojos traté de comunicarme con mi órgano visceral. Meditación etilizada en medio cuerpos tan intoxicados como el mío. Pero pude escuchar su voz grave.
El hígado me dijo: “Yo soy el portero, ese que trata de impedir el paso del veneno, no solo el que ingieres por la boca, sino también el que infecta el espíritu: cada palabra mordaz me obliga a combatirla, cada ira contenida me carcome, los inesperados ataques del mundo vienen a golpearme, y yo hago lo que puedo para preservarte, solicitando tu atención con pequeños dolores, aumentando la secreción de mi bilis, almacenando vitaminas. ¡Dame la fuerza suficiente para impedir el paso a los demonios de la gula, de la envidia, de la decepción! No te conviertas en mi enemigo, no me ataques con sustancias que no puedo asimilar, no sólo eres lo que comes sino que también comes lo que eres”.
Toda la energía viscosa y primigenia de su voz se concentró en la glándula pineal, en un triángulo incandescente por el que salió expulsada todo la materia tóxica. Alcancé a dar dos pasos mientras subía la marea interna arrastrando el desastre ecológico, la podredumbre, la contaminación, de esos días. Y vomité, chorros, sólidos y líquidos, hasta llegar a espasmos de hiel y dolor.
Desperté en una habitación. “Otra vez pateando vasos rotos en piezas ajenas” (Luca seguía dictándome inefables palabras). Me asomè por la ventana. Daba a una calle. El cielo plagado de nubes, los edificios parecían moverse con el viento. Ví mi auto estacionado correctamente. Empecé a juntar mis cosas. Mi anfitrión roncaba en sol mayor. Sobre la mesa un libro de Bukowski. Me quedé leyendo y fumando, respirando y callando, entrando y saliendo…
Esa noche no conté los vasos, fueron cerca de una decena de mojitos. Hasta llegar a esa misma ruinosa borrachera. Tirado en el piso de un pub. Escuchando Sumo. ¿Dónde estoy? ¿es 1988, 1998 o 2008? ¿estoy en El Galpón, Luca o en algún antro moderno retro?
La descompensación llega. La conciencia se volatiliza. Todo hace efecto. Caigo en picada deslizándome por el veneno que inyecté en mi sangre. Es de noche. Hay amigos. Pensé. Y presentí la implosión hepática. Cerrando los ojos traté de comunicarme con mi órgano visceral. Meditación etilizada en medio cuerpos tan intoxicados como el mío. Pero pude escuchar su voz grave.
El hígado me dijo: “Yo soy el portero, ese que trata de impedir el paso del veneno, no solo el que ingieres por la boca, sino también el que infecta el espíritu: cada palabra mordaz me obliga a combatirla, cada ira contenida me carcome, los inesperados ataques del mundo vienen a golpearme, y yo hago lo que puedo para preservarte, solicitando tu atención con pequeños dolores, aumentando la secreción de mi bilis, almacenando vitaminas. ¡Dame la fuerza suficiente para impedir el paso a los demonios de la gula, de la envidia, de la decepción! No te conviertas en mi enemigo, no me ataques con sustancias que no puedo asimilar, no sólo eres lo que comes sino que también comes lo que eres”.
Toda la energía viscosa y primigenia de su voz se concentró en la glándula pineal, en un triángulo incandescente por el que salió expulsada todo la materia tóxica. Alcancé a dar dos pasos mientras subía la marea interna arrastrando el desastre ecológico, la podredumbre, la contaminación, de esos días. Y vomité, chorros, sólidos y líquidos, hasta llegar a espasmos de hiel y dolor.
Desperté en una habitación. “Otra vez pateando vasos rotos en piezas ajenas” (Luca seguía dictándome inefables palabras). Me asomè por la ventana. Daba a una calle. El cielo plagado de nubes, los edificios parecían moverse con el viento. Ví mi auto estacionado correctamente. Empecé a juntar mis cosas. Mi anfitrión roncaba en sol mayor. Sobre la mesa un libro de Bukowski. Me quedé leyendo y fumando, respirando y callando, entrando y saliendo…
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