Fotografia de Hélder Gonçalves
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La ciudad te prefiere para la insurrección; hoy serás verdadero. Todo el mundo hace fuerza, compite y se desquicia despreciando al vecino, o a famosos sin fondo que no importan a nadie. Hay gente haciendo cuentas para ver lo que gastas, lo que vas a ganar, clasificando el brillo de tus ojos en una entre cuarenta y cinco calidades de vida. Pero ellos no entienden. Sólo miden el barro, sólo estudian lo que no tiene importancia. Pero hay algo más.
Debajo de cada perfil, de cada rostro, más allá de sus dotes y sus títulos, por detrás de su acento y de la perfección de su piel, existe una persona. ¿Porqué nos olvidamos? Selva santa y oscura, y luminosa de su corazón, su pasado y sus gestos, cuando nos la encontramos en su desnudez, podemos aceptarla. Entrar en ese bosque con el tacto sagrado, reconocer los vientos dominantes, beber su vibración y su energía.
Vas a ser el primero. Vas a entrar en la máquina vorágine de la ciudad y vas a abrir caminos. Vas a ver simplemente. Personas como simples sonidos, pabellones de ser de fondo sordo, como infinitas caracolas. Pon en ellas tu oído. Acepta su otro espacio. A alguna amarás; las amarás a todas. Alguna sabrá verte, igual sepa escucharte. Entrará en tu cadencia, en tu espacio de onda. Amarás cuesta abajo. Te habrás emancipado. Y por tu desobediencia serás declarado culpable, culpable de amor y tu condena será la libertad, pero entonces tú ya no tendrás miedo.
JUAN ANTONIO MARÍN
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