domingo, 23 de diciembre de 2018

GRACIAS

Querido amigo:

Sabes que no hace falta que ponga tu nombre. Estoy convencida que al leerlo sin ninguna duda sabrás que eres tú.

Cuando nos conocimos, ambos supimos que lo nuestro sería diferente. Desde el principio congeniamos, tal vez por nuestra forma de ser, por el buen rollo o vete a saber por qué. Todo apuntaba hacia una amistad eterna.

He tenido siempre tu amistad a mi lado, me demostraste ser mi amigo en los momentos fáciles y divertidos pero también en los que me hundí en el fango, transité por las cloacas de mis sentimientos y tu bajaste al lodo de mis miserias más profundas sabiendo sacarme de allí. Gracias amigo.

Mi temple está siendo probado, he caído, me he lastimado, he sangrado a borbotones, es cierto, pero... 

¿Quién no lo ha hecho?

En la calidez de un abrazo cómplice, cuando el dolor o la alegría  nos embargan. En la charla animosa, esperanzada, insustancial, culta, apasionante, en un dejar pasar el tiempo a lomos de la palabra. Para compartir, para desear, planear, hacer sonreír y, sobre todo, para reconfortar, para reparar el alma dañada. 

Pocas, poquísimas personas han cruzado el umbral de mi fortaleza y han visto de cerca mi corazón palpitante sin restricción alguna.

Hace tiempo que descubrí la magia de lo que significa haberte acompañado en la distancia, en la complicidad de quien persigue, a su manera, fines similares a los propios.

Contigo he descubierto la existencia de un tipo de amistad: la del alma, aquella que no necesita del trato continuo, de las aficiones compartidas,  cuando ha pasado el tiempo y nuevamente nos hablamos se produce la magia. 

Creer en el otro cuando ya nadie lo hace, adivinar en el amigo lo que él ni siquiera es capaz de imaginar.

En el regalo de un detalle, valioso no por la cuantía del mismo sino por el profundo significado que supone tener en mis manos lo que tú eres, tu esencia.

Gracias por haberme hecho partícipe de tu obra.







Con mis ojos llorosos veo alzarse a ese pájaro con el pecho en alto y sus ardientes alas todo lo abiertas que puede, soltando un chillido muy agudo, que me ensordece. Se abalanza sobre mí cogiéndome del brazo y alzándome en vuelo.


Te Quiero y te querré siempre.


Bichina


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