Aquellos que me suelen leer,
saben que llegadas estas fechas “tan señaladas”, me gusta hacer un pequeño
balance del año que estamos a punto de cerrar. Este año, con más motivos que
otros, no voy a hacer una excepción.
Estuve titubeando entre varios
títulos para estas líneas, pero el que me parece más representativo ha sido el
elegido. Por una parte porque quiero destacar la acotación temporal del año,
por otra poner en valor la capacidad de seguir aprendiendo y descubriendo y por
último, lo que me ha parecido más relevante de este ejercicio: la
vulnerabilidad.
En mis viajes por el mundo, yo
siempre decía que en Europa nos sentíamos menos vulnerables a los grandes
dramas de la hambruna, la miseria y los desastres naturales que en otras zonas
del planeta. Aquel que haya visto las condiciones de vida de muchas personas en
países tales como China, Tailandia, Argentina, Brasil, Marruecos, Nigeria,
Emiratos o los mismos Estados Unidos, difícilmente ve entornos equivalentes en
países Europeos. Esto no significa que no existan, pero son mucho menos
visibles y sobre todo el “ciudadano medio” está menos acostumbrado a ver, en
primera persona, esos contrastes sociales.
Esto marca una diferencia muy
grande en la percepción del mundo que tenemos desde la comodidad de nuestras
casas en donde no falta calefacción, agua corriente o electricidad. Todas esas
cosas materiales que parecen “protegernos de la crudeza de la naturaleza”. Pero
a su vez esa sensación nos aleja de nuestra condición humana que lleva
implícita una serie de valores como la solidaridad o la propia capacidad de
empatizar con el que no tiene y de valorar la gran suerte que tenemos. Muchas
veces somos incapaces de apreciar y valorar lo privilegiados que somos en esta
“sociedad del bienestar” que solo representa un 10% de la población mundial.
Este año, cual diluvio
universal, la naturaleza o “los dioses”, nos han puesto en nuestro lugar
enviándonos una pandemia que nos ha atacado vulnerando esas “barreras protectoras”
violando nuestra propia intimidad y arrasando con nuestros paradigmas de
“seguridad” ante la naturaleza. De un bofetón y sin previo aviso para poder construir
un arca de Noé, nos ha arrebatado nuestro “modelo de vida y relación”
postrándonos, como seres vulnerables, a los pies de una fuerza mayor y destructiva.
Nuestra forma de
interrelacionarnos se ha vuelto vulnerable y hemos pasado a comunicarnos a
través de pantallas, nuestra movilidad se ha visto anulada, nuestros sistemas
sanitarios se han visto colapsados y lo más relevante es que nos hemos tenido
que aislar. Nos han tenido que aislar para que tomemos consciencia que somos
animales sociales, para darnos cuenta de cuánto necesitamos el contacto físico,
los abrazos, las caricias y los besos de nuestros seres queridos; nos han
tenido que quitar a nuestros mayores para darnos cuenta de cuánto los
necesitamos y nos han tenido que matar para tomar conciencia de nuestra
debilidad y vulnerabilidad.
Pero me quedo con lo bueno y
positivo de todo esto. Lo primero es que tengo la suerte que todos mis seres
queridos y amigos estamos bien y eso es para celebrar: celebremos la vida. Lo
segundo es disfrutar lo que se tiene, no solo lo material, porque en cualquier
momento se puede perder. Lo tercero es entender lo pequeños y vulnerables que
somos, lo mucho que necesitamos de otros y lo mucho que dependemos de
imponderables que se nos escapan del control. Y por último asumir la modestia
necesaria para ser capaces de, haciendo todo cuando esté en nuestra mano y
buscando superarnos día a día, no caigamos en la frustración si las cosas no
salen como queremos: disfrutemos del camino y de la compañía, del momento y el
espacio, que no sabemos cómo amanecerá mañana.
Os mando un fuerte abrazo y os
deseo un 2021 lleno de aprendizaje, momentos felices y mucha auto superación.
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