domingo, 22 de diciembre de 2024

Capítulo 83, Románico soriano- Calatañazor, Nafría la Llana, Rioseco de Soria, Torreandaluz, Ucero, Castillejo de Robledo

 

Románico en Calatañazor
Calatañazor
Calatañazor está situado a medio camino entre Soria y El Burgo de Osma, muy cerca de la carretera N-122. El pueblo se halla encaramado sobre la hoz que forma el río Abión, frente a la muela donde se encuentran los restos de la ciudad, primero celtibérica y luego hispanorromana, de Voluce. Las defensas naturales de tan agreste emplazamiento se vieron reforzadas con una muralla del siglo XII y un castillo levantado en época bajomedieval.
Prescindiendo de la leyenda sobre la derrota de Almanzor en 1002, glosada por Rodrigo Jiménez de Rada, no se conoce ninguna mención documental sobre Calatañazor anterior a 1088, en que se traza la línea divisoria entre las diócesis de Osma y Burgos-Oca. En ese año aparece como la más extrema de las repoblaciones cristianas por lo que hay que suponer que fuera recuperada con posterioridad a 1060, momento en que Fernando I toma Gormaz, Vadorrey, Aguilera y Berlanga. Según Martínez Díez no es descartable que dada su situación orográfica pudiera haber sido ocupada ocasionalmente por las expediciones musulmanas que transitaban por la cercana calzada romana que unía Osma con el valle del Ebro. Su propio nombre, Calatañazor, significa en árabe “castillo de las águilas”, lo que prueba esta relación con gentes arabófonas.
Esta situación de límite o frontera se perdió con el paso de los años y el avance de la reconquista. Así en 1134, al confirmarse la divisoria entre los obispados antes señalados, la línea ya no se detiene aquí sino que continua por Cabreillas, Murielas, Calatannazor, usque ad serram de Gorbión. Por entonces ya se había constituido en torno a Calatañazor una Comunidad de Villa y Tierra que logró mantener su integridad territorial hasta el siglo XIX.
Desde esos momentos del siglo XII hasta finales de la centuria siguiente no volvemos a tener noticias de ella. En 1297 doña María de Molina donó la villa a don Enrique el Senador, revirtiendo de nuevo a la Corona en 1303 tras la muerte de éste. Poco tiempo después fue entregada por el rey a su hermano, el infante don Pedro, que construyó el castillo, pasando en 1319 a la hija de éste, doña Blanca. De nuevo en manos de la Corona, fue don Enrique II el que en 1376 cedió la villa en régimen de señorío a don Juan Fernández de Padilla, a cuya familia estuvo vinculado desde entonces. En 1622 tomó posesión de este señorío don Juan Gómez de Sandoval, primer duque de Medinaceli.
De la importancia que adquirió con el paso del tiempo son buena muestra las once parroquias que llegó a tener, según Loperráez: San Martín, Santa Columba, San Juan Bautista, San Nicolás, San Miguel, Santa María Magdalena, Santa Ana, San Lorenzo, San Roque, San Salvador o Santa María del Castillo y Nuestra Señora de Fuentemayuel que era una especie de arrabal ya despoblado. Podemos saber la ubicación de algunas de ellas gracias a la carta que envió el párroco de Calatañazor, don Ramón Bas y Martínez, al cartógrafo Tomás López, el 20 de septiembre de 1771: “Extramuros de la Villa por la parte de oriente ay una Hermita de Nra. Sra. de la Soledad, que antiguamente fue Parroquia de San Nicolas. Cerca de esta, como 400 pasos de distancia ay otra de San Juan Bautista, que tambien fue Parroquia, y esta por la parte de poniente de la antecedente. De esta medio quarto de legua hacia el norte encima de un alto ay otra de Sta. Ana. Un quarto de legua de esta en la linea de poniente ay otra de Sta. Maria Magdalena en medio de una vega llamada Vega de la Magdalena. Hubo otra parroquia como 200 pasos de las peñas (ilegible) que esta situada esta Villa llamada San Martin y de esta ay razon en un libro antiguo de parroquia de quando se mando quitar y traer la pila bautismal y poner una cruz en el sitio donde estuvo el altar. Otra en la linea de medio dia distan 200 pasos llamada Sta. Coloma (esta según tradicion) cuio terminio en aquella se conserba el mismo nombre por la parte de entre poniente y medio dia a 200 pasos de esta pasa un rio de corto caudal”. A éstas habría que añadir la de San Lázaro ubicada en el prado del mismo nombre.
De la mayor parte de ellas no ha quedado ni rastro, de otras nos ocuparemos a continuación. 

Iglesia de Santa María del Castillo
Está situada en el extremo meridional del escarpado peñón sobre el que se asienta la población. Su primitiva advocación parece que fue El Salvador según refiere Loperráez que ya señalaba que “mucha parte de ella era antigua”. Don Ramón Bas y Martínez, párroco de Calatañazor, hizo constar en la carta que envió en 1771 a Tomás López el origen de la imagen titular y por tanto de la advocación: “Según tradicion, se encontró esta Sta. Imagen en el castillo, en un nicho (que aun se demuestra) en la pared, cubierto por de fuera, de que se infiere que los christianos la ocultaron allí quando entraron los moros en España”.
La iglesia actual es fruto de tres campañas constructivas claramente diferenciadas, la primera se corresponde con el edificio románico que se levantó a finales del siglo XII y las otras dos con las reformas que se hicieron en los siglos XVI y XVIII, que afectaron principalmente a la capilla mayor, a la torre y a los dos tramos de la nave. Nos limitaremos en este apartado sólo a la primera de ellas que incluye no sólo la fachada occidental, como hasta la fecha se había admitido, sino también la mayor parte del muro sur.
Indudablemente la fachada occidental es la parte más interesante de la iglesia románica. Se abre aquí una portada formada por un arco de ingreso de medio punto algo rebajado y sin decoración, seguido de una arquivolta con hojas partidas y bolas, otra de bocel y un guardapolvo con roleos incisos. Apoyan sobre una línea de imposta decorada con las características bifolias acogolladas de inspiración silense que tanto éxito tuvieron en el románico soriano.


Dos columnas a cada lado sostienen sendos capiteles muy desgastados en los que a duras penas se intuye su decoración. El capitel interior de la derecha presenta en una de sus caras a Sansón con el león y en la otra los restos de lo que parece una arpía, en una composición semejante a la de Torreandaluz. El capitel exterior de este lado muestra dos niveles de hojas apalmetadas muy parecidas a las de la arquivolta. Los capiteles del lado izquierdo se decoran con parejas de arpías y grifos afrontados. No parece que en la distribución de estos temas haya existido un hilo argumental, sino más bien un deseo de dotar a la portada de una distinción especial recurriendo para ello a soluciones aplantilladas, derivadas en este caso de los talleres de El Burgo de Osma.
Enmarcando el conjunto corre un alfiz biselado adornado con tallos ondulantes similares a los del guardapolvo, pero en este caso labrados. Este motivo gozó de gran predicamento entre los canteros de la zona que lo plasmaron en otras portadas (ermita de La Soledad, iglesia de San Juan, Nafría la Llana, Nódalo y La Cuenca) y en buen número de pilas bautismales.

Encima de la portada se disponen tres arquillos ciegos decorados con una cinta de contario en el borde. Los laterales son rebajados y apoyan en uno de sus lados directamente sobre las jambas, mientras que el central es polilobulado y descansa sobre dos columnillas con capiteles vegetales.
Es evidente que estos arquillos –y es posible que toda la portada– han sido remontados, pues se colocaron ligeramente desviados respecto al eje de la puerta, al tiempo que se invirtieron los salmeres del arco central que quedaron vueltos hacia los arcos laterales.
Desplazado también del eje central de la puerta se halla un gran óculo y sobre él un arco cegado que culmina el piñón del primitivo hastial, recrecido durante la reforma del siglo XVIII. Por otra parte, la fachada queda adosada en su lado izquierdo a un lienzo de muro de perfil curvo y aparejo de mampostería, situado entre ésta y la torre. Se desconoce su función pero el hecho de conservar un arco cegado en altura nos hace suponer que se trate de los restos de una torre anterior, tal vez defensiva, aunque a falta de otros datos preferimos ser cautos en este particular.


El esquema de esta portada se repitió sin apenas variantes en la iglesia de Nafría la Llana, donde es evidente que trabajó el mismo taller. Allí, sin embargo, son cinco las arquivoltas que forman la portada, pues se incluye un arco liso más que apoya directamente sobre las jambas de entrada. Este arco falta en Calatañazor, pero se intuye su presencia en el diseño original ya que las jambas son lo suficientemente profundas como para soportarlo. Ante esta ausencia u olvido a la hora de remontarla, se optó por colocar en el saliente de las mismas sendas piezas lisas que apoyan sobre la línea de imposta, adaptándose al intradós del arco de ingreso.

En el lado sur se conserva prácticamente todo el muro románico, construido con sillería perfectamente escuadrada y rematado por una cornisa soportada por canecillos de nacela. En él se abrían una saetera y una ventana de medio punto, actualmente cegadas. Esta parte, que ocupa más o menos la mitad de la altura que hoy tiene el muro, queda oculta por las dependencias que hay adosadas en ese lado, de modo que sólo se pueden contemplar desde el interior.
Este muro de la primitiva iglesia presenta en la parte baja un arco de medio punto y una ventana también cegados. Precediéndolo hay un espacio –actualmente ocupado por el baptisterio, la dependencia aneja y la sacristía– que se cierra con un muro románico en el que hay dos saeteras (una cegada), además de la puerta por la que se accede al cementerio. Ésta consta de un arco de medio punto con chambrana de bolas. Desconocemos la función de esta dependencia, aunque por su situación pudiera haber sido una especie de pórtico. En el extremo oriental enlaza con una sala rectangular, cubierta con bóveda de crucería, que presenta en el exterior una hilera de canecillos románicos, algunos de ellos decorados con cabezas antropomorfas.

Por último, hay que señalar que se incrustaron en diversas partes del edificio algunos relieves procedentes de la primitiva fábrica. Uno de ellos es un grotesco mascarón de ojos saltones y grandes dientes que puede verse en la sala contigua a la capilla mayor, y el otro un relieve muy plano colocado como alféizar en la ventana del baptisterio. En él se representa la escena de la Visitatio Sepulchri con las figuras distribuidas bajo tres arcos. Su estilo, que se aparta totalmente del resto de las labores escultóricas descritas, guarda cierto paralelismo con el de un relieve que vieron Cabré y Gaya Nuño en el edificio del antiguo Ayuntamiento o de las escuelas y cuyo paradero se desconoce. Para Gaya Nuño amabas piezas eran los restos de un sepulcro y describe en el segundo relieve “cuatro arcos perlados, donde se inscriben un ángel pesando las acciones de un alma; otro arrodillado, con un ave en la mano; una tercera figura, en actitud de bendecir, y la última arrodillada”. Se trataba de una escena funeraria con la que encajaría bien el tema de la Visitatio Sepulchri que aparece en el otro relieve. No se puede descartar tampoco que procedan de la decoración de alguna de las iglesias desaparecidas, tal vez de la de San Miguel.
En el interior se conservan dos pilas bautismales románicas con las características propias de otros ejemplares de la comarca. La mejor conservada corresponde a la propia parroquia, mientras que la otra fue hallada enterrada en el cementerio del lado norte.

La primera mide 125 cm de diámetro × 92 cm de altura y se decora con un bocel en el borde, seguido de un tallo ondulante de las mismas características que el de la portada y una serie de hojas lanceoladas muy planas. Responde al mismo tipo que las de Nafría la Llana, Nódalo, La Barbolla, La Cuenca, Torreblacos, Cantalucía y Fuentecantales.

La otra pieza se encuentra en peores condiciones pero se intuye una decoración muy similar, aunque algo más tosca. Debe proceder de otra de las parroquias extinguidas, tal vez de San Juan o quizás de San Martín de donde consta que se trajo su pila, según el escrito de don Ramón de Bas y Martínez mencionado en la introducción histórica de este estudio.

Interior 

Para acabar, mencionaremos otras piezas descontextualizadas que se conservan en el interior de la iglesia, como son dos estelas discoidales con cruces patadas y vástago, así como tres capiteles vegetales de la misma traza y estilo que el de la portada.
 
Ermita de la Virgen de la Soledad
La ermita de la Soledad se encuentra ubicada extramuros de la villa, junto a la carretera y a la rampa que asciende hasta la población. Fue una de las muchas parroquias que hubo en el pueblo y tuvo como primera advocación San Nicolás.
El edificio actual es fruto de dos campañas constructivas diferentes, por un lado la cabecera que conserva su fábrica original de perfecta sillería y por otro la nave que fue reformada en época posterior aprovechando la portada románica.
La cabecera presenta un ábside semicircular cubierto con bóveda de cuarto de esfera y un tramo recto con bóveda de cañón. En el exterior se articula en tres paños delimitados por dos columnas que llegan hasta la cornisa con sus correspondientes capiteles de temática vegetal, uno con las habituales hojas apalmetadas, muy del gusto de los canteros de Calatañazor, y otro con dos grandes hojas abiertas en forma de abanico, de talla muy delicada. Abrazando todo el ábside aparece una imposta decorada con las características bifolias de raigambre silense que fueron adoptadas como recurso ornamental por el taller de El Burgo de Osma, de donde parece que lo tomaron a su vez los canteros de Calatañazor.


En cada paño se abre una aspillera enmarcada por un arco ornado con bezantes y una chambrana con puntas de clavo y flores formadas por cincos esferas.
El del lado septentrional presenta un perfil lobulado, como uno de los arcos que rematan la portada de la parroquial.
Rematando los muros corre una cornisa con perfil biselado que apoya sobre una colección de canecillos figurados con un amplio muestrario de cabezas antropomorfas –algunas de rasgos grotescos– y de animales. En el lado septentrional destaca la imagen de un personaje sedente y con las piernas cruzadas que está tocando un arpa. El porte noble que muestra la figura, ataviada con túnica y manto de cuerda, le distingue como un personaje relevante que bien pudiera ser del rey David.




En el siglo XVII se abrieron en el testero dos arcos de medio punto que fueron posteriormente cegados. Es posible que entonces se reconstruyese también la nave, utilizándose un aparejo de sillarejo y mampostería. Coincidiendo con esa reforma se rebajó el nivel de su alero igualándolo con la altura de la cabecera, de ahí que se eliminasen la cornisa y los canecillos románicos.
En su lado septentrional se aprovechó la vieja portada, formada por un arco de ingreso de medio punto y dos arquivoltas decoradas con un bocel entre dos bandas de roleos y las características bifolias. La arquivolta exterior apoyaba en origen sobre una pareja de columnas y capiteles que no se han conservado.
En el interior, la capilla mayor está recorrida por dos impostas, la superior con pentafolias y la inferior con el conocido tema de los roleos o tallos ondulantes. Las ventanas presentan arcos de medio punto sobre columnas, excepto la central que fue reformada en el siglo XVII. Los capiteles de las otras dos se decoran con hojas apalmetadas, grifos afrontados y centauros sagitarios.
El arco triunfal es del siglo XVII y la nave probablemente también, aunque esta última fue objeto de una intensa restauración en la década de 1980. Los muros se enfoscaron, se hizo un banco corrido a lo largo de los mismos, se cambió el pavimento y se reparó la cubierta de madera. En una hornacina se colocó un capitel románico aprovechado como pila de agua bendita, casi gemelo de uno conservado en el baptisterio de la parroquial.

A tenor de lo visto podemos concluir señalando la gran afinidad estilística existente entre los motivos ornamentales presentes en esta ermita (capiteles, impostas y portada) y los ya descritos en la iglesia de Santa María del Castillo. Los mismos artífices construyeron también el ábside de Nafría la Llana donde repitieron la misma estructura arquitectónica y ornamental. Se trata, al parecer, de un taller en cierto modo deudor de la herencia plástica silense que llega a estas tierras, ya de forma diluida, a través de los maestros que intervinieron en la catedral de El Burgo de Osma. El trabajo de estas cuadrillas habría que fijarlo en fechas muy tardías que podrían incluso rebasar el año 1200.

Otras iglesias románicas próximas a Calatañazor
La visita a tan afamada población nos sirve de excusa para la siempre agradable tarea de adentrarnos por los casi despoblados campos sorianos en busca de su románico rural.
En las proximidades de Calatañazor, el viajero puede visitar diferentes lugares interesantes con el románico como protagonista, como por ejemplo, las aldeas de Nafría la Llana, Osona, Osonilla, Torreandaluz o Rioseco de Soria. Todas ellas ubicadas algo más al sur.

 

Nafría la Llana
Nafría es otro de tantos pueblos sorianos a punto de perder los últimos habitantes. Se halla casi a 30 km de Soria, al pie de la sierra de Hinodejo, en la Tierra de Calatañazor, asentado en una zona casi llana. El intenso color rojo de las tierras impregna a casi todos los edificios, tanto a los levantados en adobe, como a los de tapial, como a los fabricados en mampostería, por el uso de argamasas de barro. La iglesia se halla en el centro del casco urbano, en la cota más alta, y en su entorno sobreviven a duras penas algunos buenos ejemplos de la arquitectura popular de la comarca.
Cabe suponer que la zona pasara a poder cristiano cuando en el año 1060 el rey Fernando I conquista Gormaz, Berlanga de Duero y Aguilera, aunque aún en 1088 Calatañazor aparece como lugar de frontera. La repoblación efectiva de toda la zona comenzaría a producirse tras la conquista de Soria en 1119, y a partir de entonces es cuando se empezaría a organizar la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, a la que perteneció Nafría la Llana. 

Iglesia de La Natividad de Nuestra Señora
El paso de los siglos ha ido añadiendo una serie de construcciones en torno al primitivo templo románico, dando como resultado un conjunto de aspecto muy popular y antañón, no exento de atractivo. La construcción emplea madera, algo de adobe, y sobre todo sillería y mampostería caliza, organizándose con ábside semicircular, presbiterio recto y una nave. Al norte se adosó la sacristía y al sur, donde está la portada, un pórtico, rematado en su extremo occidental por una espadaña, con un cuerpo añadido que la ha convertido casi en torre. Completa el conjunto el cementerio, rodeando toda la cabecera.

Se conserva el templo románico en su integridad, aunque no hay restos de su campanario, puesto que la espadaña, como el pórtico o la sacristía, son construcciones ya posmedievales. Sobre las tapias del cementerio aparecen dos estelas discoidales, una decorada con cruz de brazos crecientes y otra con radios en relieve, que también pueden remontarse al momento que nos ocupa. 


La cabecera es el elemento más noble y relevante, hecha a base de buena sillería. El ábside se articula en tres paños separados por dos semicolumnas adosadas, que nacen de la misma cota del suelo. Las basas son de medio toro, escocia y toro, sobre pequeño plinto, mientras que los capiteles, bajo el alero, se decoran, en el caso de la cesta norte, con sencillos tallos entrelazados romboidalmente y con hojitas en la parte superior, mientras que la del sur muestra doble corona de helechos de puntas vueltas y delgados pero marcados tallos, un tipo que se repite en varios capiteles más de la misma iglesia y que encontramos, con distintas variantes, en Nuestra Señora del Castillo y La Soledad de Calatañazor, en Arganza, Nódalo, La Barbolla, en la concatedral de San Pedro de Soria o en la sala capitular de El Burgo de Osma, en Valderrueda, en la ermita de Nuestra Señora del Valle de Muriel de la Fuente, en Omeñaca, o en las columnillas que soportan la mesa de altar de Tozalmoro.
Una imposta recorre horizontalmente este ábside, decorada a base dos hojas de extremos enrollados, como la que aparece en La Soledad de Calatañazor. Sobre ella se disponen tres ventanales de medio punto, columnados, acogiendo estrechas saeteras, aunque sólo se conserva la del testero, que además tiene el arquito perlado.
Presentan arco de medio punto con chambrana de puntas de clavo piramidales, de nuevo como las que se ven en la cabecera de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, en Calatañazor.
Las columnas tienen plinto, doble toro y escocia y todos los capiteles están decorados con profusión, y rematados por cimacios de tallos sinuosos, de los que parten hojas anchas con los laterales cerrados a modo de tirabuzón, un motivo que de nuevo es típico de esta zona.
Por lo que se refiere a las cestas, los tres ventanales tienen en el lado izquierdo los helechos en doble corona, como los del capitel descrito, mientras que los capiteles de la derecha son animales afrontados: el ventanal norte muestra arpías entre tallos, tocadas con capuz y separadas por ancha hoja lobulada, muy similares a las de la ventana central, mientras que la sur sustituye las arpías por otros seres híbridos con cabeza de león, cuerpo de ave y cola de dragón.

Ventana del ábside

Ventana del ábside 

Ventana del ábside

Columna del ábside 

El presbiterio, como suele ser habitual, es ligeramente más ancho que el ábside, y está recorrido por la misma imposta, aunque la parte norte queda oculta por la sacristía. El alero es continuación del absidal, conformando con él un conjunto de 32 canecillos de muy variada decoración, bajo cornisa de chaflán. Aparecen animales fantásticos, figuras humanas de cuerpo entero y posturas diversas, cabezas –generalmente de aspecto grotesco–, cuadrúpedos, cabezas monstruosas o de distintos animales (cerdo, toro), un posible monje, motivos vegetales, etc., todas ellas piezas de buena calidad.






La construcción de la nave muestra grandes diferencias con la cabecera. Es mucho más pobre, levantada mampostería menuda –seguramente por el sistema de encofrado de cal y canto– y con los muros más bajos que los de la capilla mayor, aunque esto puede deberse a que quizás se han truncado en algún momento posterior, ya que no se conserva ni rastro del alero original románico. En el lado septentrional hay tres contrafuertes, aunque parecen añadidos con posterioridad. Sobre el hastial pudo levantarse en origen una espadaña, pero hoy se nos muestra cortado en horizontal, recibiendo el alero del faldón de la cubierta. Por lo que respecta a la fachada sur, el pórtico, y sobre todo la dependencia que hay en su parte superior, cubren parcialmente la monumental portada románica, cuya sola imagen nos remite directamente a la de la iglesia de Nuestra Señora del Castillo de Calatañazor, pues como ésta, consta de arquivoltas dentro de alfiz, coronado por triple hornacina.

Se dispone esta portada a ras de muro y está hecha en sillería caliza. El arco se compone de cuatro arquivoltas de medio punto y chambrana, las dos interiores de dovelas lisas, cuadrangulares y con grueso bocel en la cuarta. Sólo la tercera, con sección de listel y chaflán, aparece decorada: cuadraditos en el listel, serie de puntiagudos tallos, conformando arquitos –muy relacionados con los capiteles vegetales–, dispuestos sobre la nacela, y medias bolas en el intradós; finalmente, la chambrana repite la decoración de la imposta absidal. Los apoyos son dos columnillas acodilladas entre pilastras a cada lado, cuyas basas deben quedar bajo el actual enlosado. Los capiteles se decoran con motivos similares a los que veíamos en las ventanas del ábside, pero aún son de mejor calidad. El más occidental porta dos grifos que se dan la espalda, el siguiente dos dragones en similar postura, el tercero dos leones alados, afrontados y, como los anteriores, entre vegetación, y el cuarto capitel es la típica cesta vegetal de helechos de finos tallos conformando una doble corona. Los cimacios e impostas son cuadrangulares, con la mitad superior lisa y la inferior de tallos ondulantes con unas hojas de extremos enrollados y otras cerradas en tirabuzón o bucle.
En torno al arco se traza un alfiz cuadrado, de perfil achaflanado decorado con tallos ondulantes incisos. Sobre él se dispone una triple arquería ciega, con el arco izquierdo de medio punto doblado, el central lobulado y el de la derecha con arista biselada, también de medio punto. Descansan los extremos en simples jambas con impostas, mientras que en el encuentro de cada dos arcos hay una columnilla, rematada en capitel decorado con el habitual motivo de helechos en doble corona, mientras que sus cimacios, como las impostas laterales, son de tallos ondulantes. A un lado y otro de estos arquillos aparecen dos pequeñas rosetas dentro de círculo perlado.

En el interior del templo lo primero que llama poderosamente la atención es el testero de la nave, cuya imagen es la de un espeso muro en el que se abre una portada –el arco triunfal– que da paso a la cabecera. Parece así como si la capilla mayor fuera un ámbito aparte y casi ajeno a los feligreses que se reunían en la nave, algo que también era característico de la desaparecida ermita de San Miguel de Parapescuez, en La Aldehuela de Calatañazor y que a Gaya Nuño le recordaba algunos aspectos del ritual bizantino.
El espacio absidal está parcialmente cubierto por el retablo barroco, aunque deja libres los dos ventanales laterales, con saetera abocinada y arco de medio punto sobre columnillas, trasdosado por chambrana decorada a base de agrupaciones de tres medias bolas. Los cuatro capiteles que se pueden ver –los otros dos correspondientes a la ventana central quedan tras el retablo– tienen la siguiente decoración, de norte a sur: cuadrúpedo –quizá un lobo– intentando morder a un gran gallo o basilisco, en un entorno vegetal con los habituales helechos en doble corona; cesta vegetal con este mismo motivo; en el tercero sólo llega a verse una cara, con un dragón; la última cesta vuelve a mostrar una vez más la doble corona de helechos. Los cimacios son igualmente los característicos de tallos ondulantes con hojas cuyos extremos cierran en bucles.
Dos impostas recorren el muro del ábside, una bajo las ventanas y otra sobre ellas, de donde arranca la bóveda de horno. La inferior es de hojas muy toscas y carnosas, ligadas a tallos sinuosos; la superior es de ovas circulares que encierran pentafolias, separadas por zarcillos.
El presbiterio, ligeramente más ancho que el ábside, se cubre con alta bóveda de cañón apuntado, que se encuentra con la del ábside mediante una moldura de nacela con medias bolas. Las impostas del hemiciclo recorren también el tramo presbiterial, aunque se hallan muy mutiladas. Los muros han sido desprovistos hace algunos años de sus revocos, mediante bujarda y chorro de arena, lo que ha hecho que desaparecieran unas pinturas murales o tal vez un enlucido coloreado, de lo que se llegan a ver algunos indicios.
El arco triunfal, como se dijo, en realidad es casi un paso, una portada, de luz bastante reducida pero con una organización monumental. Está formado por tres arquivoltas de medio punto y chambrana, con una decoración que en cierto modo repite la de la portada. Los dos interiores son de dovelas cuadrangulares lisas, pero el paso de la segunda a la tercera se hace mediante una especie de chambrana biselada con sinuosos tallos incisos. La tercera es de grueso bocel y la chambrana muestra las mismas hojas de extremos enrollados del guardapolvo de la portada o de la imposta exterior del ábside. Los apoyos son también un esquema más complejo del habitual, mezcla de portada y de arco triunfal. La arquivolta interior tiene en el intradós semicolumnas adosadas a pilastra, como un toral, con basas sobre estrecho podio, con plinto y doble toro y escocia, con bolas.
El capitel norte se decora con cuatro arpías entre vegetación, con cimacio de tallos ondulantes y tetrafolias carnosas, mientras el del sur sigue un esquema similar, aunque ahora con cuatro híbridos de cabeza de león, cuerpo de ave y cola de dragón. La tercera arquivolta descansa sobre columnillas acodilladas, de fustes más estrechos, capiteles más pequeños y cimacios en chaflán liso.
El capitel del lado del evangelio tiene a dos cuadrúpedos lobunos, afrontados, con el lomo erguido y la cabeza baja, tal vez preparados para la lucha, con un fondo vegetal. El de la epístola acoge a dos grifos que se dan la espalda pero que giran la cabeza para mirarse, con el mismo fondo de hojas palmeadas.
En la chambrana y en los cimacios-imposta se conservan algunos restos de coloración roja.

Arco triunfal, lado del evangelio 

Arco triunfal, lado de la epístola 

Mucho más sencilla es la nave, totalmente revocada y sin elemento característico alguno. Al fondo está el coro de madera y bajo él el baptisterio, aunque la pila bautismal se ha desplazado hasta la parte anterior de la nave, y hoy aparece sin el pie que debió tener. También es románica, y de buena calidad, formada por un gran vaso hemisférico de piedra caliza, de 59 cm de altura y 128 cm de diámetro. Porta un grueso bocel en la embocadura y bajo él una cenefa de tallo ondulante, del que parten trifolias carnosas que se adaptan a los espacios semicirculares que va dejando el recorrido del tallo, una decoración que ya hemos visto en algunos cimacios del templo. Un delgado listel segmentado da paso a la mitad inferior del vaso, recorrida por gallones cóncavos de cuyas aristas nacen, en la parte superior, otras hojitas trifolias. Pilas muy similares a ésta son las de La Barbolla, Fuentecantales, La Cuenca, Nódalo y, especialmente, la de la iglesia de Nuestra Señora del Castillo, de Calatañazor, que casi parece ejecutada por la misma mano.
Igualmente creemos que es románica la pila aguabenditera, aunque ésta sí es mucho más tosca. Se compone de una base cuadrangular, fuste cilíndrico y vaso igualmente cuadrangular, aunque con el vaciado hemisférico. Está tallada en una sola pieza caliza, de 79 cm de altura y la decoración se concentra en el vaso, con estrecha banda segmentada bajo la que aparecen unas rudimentarias hojas, que en los ángulos quieren formar volutas.

No cabe duda de que el conjunto románico de este templo es de gran interés y que aquí se concentran muchas de las peculiaridades que vemos en otros templos de la Tierra de Calatañazor, aunque con conexiones bastante más lejanas. La cabecera guarda muchas similitudes con La Soledad de Calatañazor, respecto a los capiteles vegetales ya señalamos sus relaciones, y los de seres fantásticos nos los volvemos a encontrar casi en las mismas iglesias, además de otras muchas, como en San Pedro de Soria, en San Juan de Rabanera, en San Juan de Duero, Villasayas o Maján. La portada de nuevo es muy similar a la de Nódalo, pero especialmente a la de Nuestra Señora del Castillo de Calatañazor, que tiene el mismo remate superior de tres arquillos y donde tanto Sáinz Magaña como Ruiz Ezquerro quieren ver influencias musulmanas. Finalmente el arco triunfal, al margen del parentesco con Parapescuez de que ya hemos hablado, tiene un referente lejano en la iglesia de Santiago el Viejo de Zamora, que sigue también el tipo de arco-portada, aunque justo es reconocer que aquí es un verdadero arco triunfal, mucho más abierto que los angostos casos sorianos.

En cuanto a la escultura, todo lo que se ve en Nafría, como en buena parte de los otros lugares que hemos ido mencionando, nos remite al monasterio de Santo Domingo de Silos y a la sala capitular de El Burgo de Osma, centros que irradiaron notables influencias a lo largo de toda la provincia. Esta relación ha sido analizada en los últimos años por varios autores, siempre con la idea de que quienes trabajaron en Nafría son ya intérpretes un tanto lejanos de aquellas obras magistrales. Pero la calidad escultórica de los capiteles nafrienses es notable, aunque estamos convencidos de que, por lo que respecta a los figurados, al menos hay dos escultores, uno que trabaja en la cabecera y arco triunfal, y otro que realiza los de la portada –al menos los dos del lado derecho–, un tallista más diestro aún que el anterior. Estos dos últimos capiteles nos recuerdan en cierto modo a los de la portada burgalesa de Moradillo de Sedano, al igual que la decoración vegetal de los arcos, con hojitas apuntadas formando arquillos –que en definitiva es la base de los de doble corona de helechos– parte del mismo esquema que las hojas de algunos cimacios de Hormaza, siempre dentro del mismo ambiente silense, que fue también el creador de las hojas rematadas en bucles.

Por lo que respecta a la pila bautismal, volvemos una vez más a la filiación silense, pero ahora al claustro alto, donde algunos capiteles muestran las mismas hojas vueltas que en Nafría aparecen saliendo de las aristas de los gallones. 
Gaya Nuño databa la iglesia en la primera mitad del siglo XII, una fecha en exceso temprana y que habría que retrasar hasta el último tercio de esa centuria. Las dos distintas construcciones, cabecera y nave, parecen sin embargo hechas de una forma casi seguida, aunque cabe suponer que la ambición con que se comenzó la cabecera, en perfecta sillería y profusamente ornamentada, conllevaría un planteamiento inicial de trazar una nave de similar calidad.
Parece sin embargo que los medios sólo alcanzaron para una portada en la misma línea de la capilla mayor, cuyas decoraciones son prácticamente las mismas. Ante esta situación cabe preguntarse si realmente la portada es coetánea de la nave y por tanto una obra casi continuada con la de la cabecera, o si capilla mayor y puerta se hicieron a la vez y ésta sólo se montó con posterioridad, en el momento en que se hizo la nave, cuando ya no se pudo continuar la obra en sillería. Por lo que respecta a la pila bautismal, bien puede corresponder a las mismas fechas en que se hizo el resto de la escultura, aunque es posible que la forma de copa que adquiere nos pueda llevar más hacia los años iniciales del siglo XIII. 

 

Rioseco de Soria
A 21 km al este de El Burgo de Osma, en una zona llana regada por las aguas del río Sequillo, se asentó la aldea de Rioseco. En su entorno se rastrean vestigios de una ocupación antigua de la que son prueba evidente los restos celtibéricos hallados en sus inmediaciones, así como la villa romana de “Los Quintanares”, ubicada a unos 600 m de la población.
Pocos datos hay, sin embargo, de su pasado medieval, pues no encontramos mención alguna a su nombre entre las fuentes documentales de la época. En cualquier caso, sabemos que tras la dominación musulmana –de fuerte implantación en toda la comarca– y la posterior repoblación de estas tierras a partir de la segunda mitad del siglo XI, Rioseco pasó a formar parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, a cuyo arciprestazgo también pertenecía.
Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, a cuyo arciprestazgo también pertenecía. De aquellos momentos han llegado hasta nuestros días dos edificios románicos: la iglesia parroquial de San Juan Bautista y la ermita de la Virgen del Barrio, patrona del pueblo. 

Iglesia de San Juan Bautista
Se encuentra en el extremo oriental de la localidad, junto a la carretera que conduce a Torreandaluz y Valderrodilla. Del primitivo edificio románico únicamente se han conservado la portada y el ábside, que pueden fecharse a finales del siglo XII, mientras que el resto fue reformado en época posterior.
La portada se abre en el lado meridional de la nave, protegida por un pórtico moderno. Está formada por un arco de medio punto doblado y un guardapolvo liso que apoyan sobre una línea de imposta de nacela.
El ábside es de planta semicircular y se articula en tres paños por medio de dos columnas adosadas sobre las que volteaban nueve arcos de medio punto –tres en cada paño–, en su mayor parte desaparecidos. Estos arcos, cuya función era meramente decorativa, apoyaban en las propias columnas y en pequeñas ménsulas situadas entre ellas.
Sólo se han conservado, aunque muy deteriorados, los del sector más meridional y alguno del paño central, habiendo desaparecido el resto tras haberse producido algún derrumbe parcial de la estructura que afectó a la parte superior del ábside y al muro norte del presbiterio. Ello provocó también la colocación de tres grandes contrafuertes que modificaron considerablemente el aspecto original de la cabecera tapando, incluso, una de las tres ventanas que se abren en la misma.
Éstas están formadas por un arco de medio punto soportado por una pareja de columnillas con capiteles decorados con esquemáticos acantos de fina talla. Recorren todo el ábside dos impostas molduradas, una marcando el arranque de estas ventanas y otra a la altura de los cimacios. Completa la decoración de la cabecera una cornisa de nacela soportada por una colección de canecillos de formas geométricas, vegetales y algunos figurados con cabezas antropomorfas, animales, personajes en diferentes actitudes y un exhibicionista. 

La disposición de arquerías decorativas bajo el alero del ábside es un recurso que apenas se dio en el románico soriano. Sólo la parroquial de Valdenebro ofrece una articulación parecida a la de Rioseco, pero mucho menos elaborada.
 

En el interior, la capilla mayor se cubre con una bóveda de horno en el hemiciclo y con cañón apuntado en el presbiterio. Se abre a la nave a través de un arco triunfal, también apuntado, que descansa sobre dos columnas provistas de capiteles decorados con hojas de acanto y piñas. La factura y el estilo son idénticos a los de los capiteles de las ventanas, lo que prueba la existencia de un único taller encargado de la escultura ornamental.
La nave románica se reformó en el siglo XVI y se cubrió con un artesonado de madera del que aún quedan los tirantes y cuadrales.
Al lado norte de la nave se adosó una estancia moderna que guarda una pila bautismal contemporánea del edificio románico. Presenta un basamento circular, sobre el que apoya un extraño pie de 43 cm de altura decorado con una especie de pitones en las esquinas y entre ellos unas cruces patadas inscritas en círculos. A continuación, una moldura cilíndrica con doble fila de dentado da paso a una copa (86 × 54 cm) decorada en su mitad inferior con gallones y en la superior con diversos motivos geométricos y vegetales (medallones que albergan cruces patadas y hexapétalas, semicírculos afrontados, bandas dentadas, aspas, hojas, etc.).
La técnica es muy elemental, con una talla plana que se limita al vaciado de las líneas que forman los motivos dejando un relieve poco pronunciado de clara evocación prerrománica. Pese a ello, el resultado final es de un atractivo diseño que no encuentra paralelos cercanos en el románico de la provincia. Sólo en la pila bautismal de Escobosa de Calatañazor, custodiada en el patio del palacio episcopal de El Burgo de Osma, se trató de imitar su decoración, pero la talla con trinchante con que fue ejecutada denota ya una factura claramente gótica, siempre posterior a los años finales del siglo XII que es la cronología que asignamos al ejemplar de Rioseco.
 
Torreandaluz
Localidad situada a 30 km al oeste de El Burgo de Osma, junto a la carretera que une las localidades de Rioseco y Valderrodilla. Debió de repoblarse hacia finales del siglo XI pasando poco tiempo después a formar parte de la Comunidad de Villa y Tierra que se organizó en torno a Andaluz. La concesión del fuero a esta última en 1089 pone de manifiesto el avance de la reconquista en esos momentos.

Iglesia de Santo Domingo de Silos
La iglesia parroquial está ubicada en un extremo del pueblo, sobre una pequeña elevación del terreno. Es una construcción de mampostería enfoscada que conserva de época románica –finales del siglo XII– los muros de la nave, que se rematan con una cornisa soportada por canecillos de nacela; el arco triunfal de gran anchura soportado por capiteles lisos; la portada meridional y varios capiteles descontextualizados. La torre, pese a lo afirmado en su día por Gaya Nuño, nos parece de cronología posterior, tal vez de finales del siglo XV o comienzos del XVI, al igual que la capilla mayor.



La portada, ligeramente adelantada respecto a la línea general del muro, es de proporciones rudas y un tanto achaparradas. Está formada por un arco de medio punto que descansa a cada lado sobre un sillar curvo a modo de mocheta, y a continuación cuatro arquivoltas decoradas con bocel entre mediascañas, zig-zag afrontados por los vértices y billetes. Estas arquivoltas apoyan sobre un cimacio corrido que descansa a su vez en dos pares de gruesas columnas dispuestas sobre un banco de piedra. Los capiteles que portan se decoran –de izquierda a derecha– con una escena de músicos, Sansón desquijarando al león, motivos vegetales y una lucha ecuestre.

Los músicos son cuatro, dos barbados y con larga melena, y otros dos imberbes, tal vez mujeres. Todos visten amplios ropajes que se desenvuelven en forma de airosos plegados, muy parecidos a los de las figuras de Barca. El del lateral derecho de la cesta peina larga cabellera rematada en bucles, lo mismo que el bigote, y toca una especie de rabel. Un tallo de hojas enroscadas le separa de otro músico que aparece en el frente del capitel tocando un salterio y, tras él, otras dos figuras que parecen bailar al son de los instrumentos de cuerda que portan.
Las representaciones de músicos son frecuentes en las iglesias románicas de Castilla y León, ya sea en capiteles, canecillos o arquivoltas. En algunas ocasiones pertenecen a programas que transcriben formas ideológicas, mientras que en otras se utilizan como un mero recurso decorativo cuyo valor semántico es equiparable, por ejemplo, al de cualquier motivo vegetal. En el caso de Torreandaluz, es posible que estemos ante la utilización de un tema con una intención meramente ornamental, como señala Ruiz Ezquerro, aunque tampoco podemos descartar la opinión de Isidro Bango, que relaciona la escena con David y sus músicos, representación que iría en ese caso asociada a la del capitel contiguo en el que aparece Sansón, prefigura también de Cristo.
Este segundo capitel presenta en su cara frontal al héroe bíblico cabalgando sobre un león al que intenta desquijarar con ambas manos. El tratamiento de los ropajes y la labra de la melena del animal denotan influjos burgaleses y segovianos, derivados, en gran medida, del foco secundario de El Burgo de Osma. En la cara interna aparece una arpía –restaurada en parte– que sujeta entre sus garras a otra figura mutilada que también es aprisionada por las patas delanteras del león. Por tanto, parece que se intenta transmitir una idea de pecado y acoso por parte de las fuerzas del mal.

Al otro lado de la puerta encontramos un capitel decorado con tres hojas muy carnosas con un grueso nervio central y tras ellas otras de forma avenerada que en algún caso acogen piñas.
El cuarto capitel muestra un combate ecuestre entre dos jinetes ataviados con larga vestimenta que cabalgan sobre monturas perfectamente pertrechadas, con cabezales, bocados, gualdrapas, sillas y estribos. Uno de los caballeros porta lanza en ristre, escudo almendrado con bloca y espada dentro de una vaina finamente decorada. Frente a él aparece su contrincante, malherido en la contienda al no poder parar con su rodela la embestida de la lanza.
A pesar de que esta escena se repite en otras iglesias sorianas, como Tiermes, Caracena y Torralba de Arciel, no alcanza en ellas la perfección que tiene aquí. Es precisamente en este capitel donde mejor se aprecian las posibilidades técnicas de este taller de Torreandaluz, en el que se palpa la influencia, ya diluida, que ejercieron los modelos derivados del segundo taller de Santo Domingo de Silos.

 
En el interior del templo, dentro del baptisterio, se han conservado cuatro capiteles de ángulo, de las mismas dimensiones (38 × 26 × 24 cm), que pudieron haber formado parte de dos ventanas románicas desaparecidas. Dos de ellos se decoran con motivos vegetales similares a los del capitel del lado derecho de la portada, otro con dos personajes luchando con animales fantásticos y otro con dos arpías flanqueando a un personaje mutilado del que sólo se perciben las piernas. Otro con cesta vegetal descontextualizada sirve hoy de basamento a la pila aguabenditera.
El estilo de estos capiteles está muy próximo al de la portada por lo que hemos de suponer que fueron realizados por el mismo taller, encargado, por lo que se ve, de toda la decoración escultórica del edificio. 


Ucero
Un escarpado paraje, de crestas calizas cortadas a pico, desnudas o pobladas de sabinares, conforma el entorno de esta villa. Es el estrecho valle del río Ucero, a las puertas del famoso cañón del río Lobos y a 15 km al norte de El Burgo de Osma, donde el caserío aparece dispuesto sobre la solana de una empinada loma, con la iglesia en medio.
puesto sobre la solana de una empinada loma, con la iglesia en medio. La falta de noticias concretas hasta el siglo XII hace que cualquier valoración histórica sobre la villa y su entorno antes de esa fecha no pase, en el mejor de los casos, de la mera especulación. Aun así, Gonzalo Martínez supone, creemos que acertadamente, que tras la conquista de Gonzalo Téllez de la plaza de Osma, la repoblación de este corredor del río Lobos-Ucero, que comunica el Duero con el alfoz de Lara, no es sólo posible sino casi obligada. Las luchas que tienen lugar a lo largo de esa centuria, y sobre todo las campañas de Almanzor entre 977 y 1002, sin duda afectaron a la estabilidad de la comarca, cuya muestra palpable fue la pérdida de Osma, San Esteban de Gormaz y Clunia. Defiende también Martínez Díez que es muy posible que la parte inferior del valle fuera evacuada entonces, tratando de establecer un sistema defensivo en las cumbres del cañón del río Lobos, evitando el acceso a las tierras del interior de Castilla a través de este rápido camino.
Tras la recuperación de esas plazas en 1011 por parte del conde Sancho García y una vez que Fernando I consolide más o menos el dominio de este sector del valle del Duero en 1060, tras tomar Gormaz, Vadorrey, Berlanga y Aguilera, la colonización de Ucero tuvo que ser ya definitiva. Pero la ausencia de documentación en esos momentos sigue siendo casi desesperante para conocer la evolución histórica de la comarca y no será hasta mucho después cuando empecemos a tener las primeras referencias, aunque tampoco demasiado explícitas. Así, la primera mención conocida de Ucero es de 12 de abril de 1157, figurando ya como sitio de referencia, pues el documento, un privilegio de Alfonso VII y de su hijo Sancho por el que donan al obispo de Osma la villa de Soto de Suso (Sotos del Burgo), sitúa el lugar objeto de donación inter Osma et Ucero. Por estas fechas debía conformar ya cabeza de una pequeña Comunidad de Villa y Tierra que agrupaba a unas diecisiete aldeas –de las que sólo diez han sobrevivido hasta hoy– y cuya existencia perdurará hasta la organización provincial del siglo XIX.
Se desconoce también el momento en que Ucero y sus aldeas dejaron de estar bajo realengo, pues pronto aparece como señorío. Así se muestra en un documento de tiempos de Alfonso VIII, de fecha desconocida, pero supuestamente de hacia 1212, en el que Gonzalo Ruiz y su esposa Urraca donan una serie de bienes en río de Luzia (Cantalucia) a la Orden de Santiago, y donde aparecen el juez, los alcaldes y los señores de esta villa: Ista carta fuit facta in illo anno quando Belasco Domingo erat iudez in Uzero. Alcaldes Falcón, Sancho, Blasco, Nuño. Sennor dominante in Uzero dompnus Gonzalvus et domna Urraca seniora. Escasos años después entra en escena Juan González de Ucero, quien a juicio de Alejandro Aylagas fue el primero en ostentar el señorío de la villa y en 1270, una descendiente suya, Juana González de Ucero dona algunos heredamientos que tenía aquí a la iglesia de Osma.
Por estas fechas el señorío cambia de titularidad y al frente del mismo aparece Juan García de Villamayor, quien testa en 1272, dejando Ucero a su segunda esposa, doña María Alfonso de Meneses. La viuda mantendrá después relaciones con el rey Sancho IV, de las que nace Violante Sánchez de Ucero, casada en 1293 con Fernando Ruiz de Castro y obteniendo en dote. Tras la muerte del rey Sancho en 1295 y los consecuentes problemas suscitados durante la minoría de edad de Fernando IV, los señores de Ucero apuestan por el bando perdedor, el de los Infantes de la Cerda, lo que les traerá como consecuencia la pérdida de su dominio, que será ocupado por Juan García de Villamayor II, nieto del anterior.
Con el inicio del nuevo siglo Ucero pasa a poder del obispo de Osma, su señor definitivo. Esto ocurre en 1302, cuando los testamentarios de Juan García de Villamayor II venden al prelado Juan de Ascarón “el castiello e la viella de Utero, con la casa de Ricaposada, e con todas sus aldeas, que son Valderrubiales, con el Aldegüela, Valdelinares, Valdemaluque, la Laguna, Valdeavellano, Fuentecantales, Aylagas, la Puebla, Cubiellos, Cantalucia, con entradas e con salidas, con todos sus términos e heredamientos … con los vasallos que agora hi son e serán de aquí adelante, con infurciones, e con iantares, con todos los otros pechos confurtibles, con caloñas, e con todos sus derechos, pertenencias, e con todo el Sennorío”. El obispo pagó por todo ello “trescientas veces mill maravedís desta moneda del rey D. Ferrando, que facen diez dineros el maravedí”.
Todavía en 1327 doña Violante Sánchez de Ucero, considerándose legítima propietaria de la villa, la donará a la Orden de Santiago, aunque esta entrega nunca tendrá efecto.
El viejo asentamiento de Ucero se encuentra sobre un cerro, donde se halla el castillo y donde aún se pueden ver restos del viejo asentamiento medieval, entre ellos la iglesia, de la que hablaremos más adelante. No sabemos hasta cuándo se mantuvo vigente la habitabilidad de esa ubicación, aunque cabe suponer que a lo largo de la Baja Edad Media iría sufriendo un paulatino traslado hacia el valle, junto a la vía de comunicación, donde cabe suponer la existencia de un pequeño caserío más antiguo, parejo incluso al mismo momento de la primera fundación de Ucero. La fortaleza es igualmente de desconocido origen, aunque dada su ubicación y los acontecimientos arriba referidos durante la reconquista, bien pudiera remontarse hasta los siglos altomedievales. Cobos y de Castro suponen que la fábrica actual sería levantada ya por el obispo Juan de Ascarón, complementada con un antemuro realizado por el prelado Pedro de Montoya hacia 1458.
Durante esta segunda mitad del siglo XV Ucero conoce una de sus peores épocas, motivada por el enfrentamiento que tuvo lugar en los años 1475-1477 entre Luis Hurtado de Mendoza y Francisco de Santillana, aspirantes ambos al título episcopal. El primero fue nombrado por el Papa, apoyado por su hermano el comendador de la Orden de Alcántara, y tomó como base a Ucero; el segundo lo fue por el cabildo y sus apoyos estaban en El Burgo de Osma. Los enfrentamientos fueron incluso militares, llevando la peor parte Ucero, aunque finalmente don Francisco sería obispo.
La última reforma del castillo se debe al prelado Honorato Juan (1564-1566), quien a la entrada de la puerta principal colocó su escudo cuartelado con águilas y escaques. Un siglo después, en 1668, ya sin más funcionalidad que la de eventual residencia, sufrió un incendio que fue el comienzo de su abandono y consecuente ruina.
Son cuatro los edificios que mantienen elementos datables en época románica: la iglesia parroquial de San Juan Bautista, la antigua parroquia ubicada junto al castillo, la ermita de la Virgen de Villavieja y la famosísima ermita de San Bartolomé de Ucero.

Ermita de San Bartolomé
Si hay un monumento soriano que ha provocado admiraciones, controversias, y sobre todo alucinaciones, ése es la ermita de San Bartolomé de Ucero. Su magnífica arquitectura, algunos de los recursos decorativos que emplea, su ubicación en un paraje natural sobrecogedor, unidos a una forzada e interesada interpretación de las fuentes históricas, han dado lugar a que este sitio se haya convertido en un centro de peregrinación de “templaristas”, “esotéricos” y de una legión de curiosos que tratan de encontrar aquí la quintaesencia de la religiosidad medieval, el ombligo de la cristiandad y mil alquimias para tratar de explicar lo inexplicable. Pero nada de esto hay en San Bartolomé, tan sólo un edificio más, levantado en un momento que sembró de templos similares el mundo cristiano, a veces magníficos, casi siempre mucho más pobres, y en ocasiones buscando lugares de recónditas orografías.
Las ingentes páginas escritas sobre esta ermita comienzan por identificarla con la encomienda templaria de San Juan de Otero, una asimilación que nace inducida por los propios nombres de la parroquia, San Juan, y de la villa donde se ubica, Ucero. Pero sólo es eso, una coincidencia, que ni siquiera se relaciona con la advocación de la propia ermita, ni mucho menos con su situación sobre un otero, como es evidente.
La encomienda es citada por numerosos autores antiguos: Argáiz, Argote de Molina, Mariana, Rodríguez Campomanes, pero en realidad nadie plantea el debate sobre su ubicación exacta y parece que la identificación que tanto éxito ha alcanzado parte en realidad de Loperráez, quien no la pone en duda, aunque, como después ha sido tan habitual, sin aportar otra documentación histórica que la mera opinión. También manifiesta este autor que “está agregada esta Iglesia a la Abadía de S. Bartolomé, Dignidad de la santa Iglesia de Osma, por lo que se puede creer se dotó con las rentas del dicho Monasterio [de San Juan de Otero]”, una suposición que, después usada como verdad incuestionable, ha sido uno de los argumentos para avalar la identificación.
La encomienda en realidad es muy desconocida y no debió ser importante. Su primera noticia estaría en una apócrifa bula de Alejandro III (1159-1181), tal vez el documento a que se refiere Alejandro Aylagas, en la que se nombra una comisión para solucionar el conflicto surgido entre templarios y calatravos por los bienes de Fernán Núñez de Fuentearmegil, caballero que había profesado en el Temple, en San Juan de Otero, pero que abandonó la orden para ingresar en la de Calatrava, en cuya disciplina murió y donde dejó sus bienes, que no obstante fueron reclamados por los freires templarios.
En 1572 Francisco de Rades y Andrada dice que el convento-encomienda “conforme a lo dicho, y a la opinión que ha venido de tiempo en tiempo, era tres leguas de la ciudad de Soria, en un cerro muy alto, llamado el Otero, donde al presente ay una Hermita llamada Sant Iuan, con cimientos y otras señales de grandes edificios”. Es evidente que ese autor también fundamente tal localización por la tradición, pero al fin y al cabo es la más antigua. Sin embargo el camino de Soria hasta San Bartolomé sobrepasa las diez leguas, aunque este dato se ha invalidado con el argumento de que Francisco de Rades escribe 250 años después de la extinción del Temple.
En los últimos años Gonzalo Martínez Díez, siempre tan serio y documentado en sus investigaciones, ha puesto en entredicho la tradicional identificación, proponiendo como alternativa el cerro de San Juan que se alza entre Peroniel del Campo, Mazalvete y Tozalmoro, donde la tradición recoge la existencia de una ermita, rodeada de algunos edificios y que cree “que era la sucesora del antiguo convento templario de San Juan de Otero”.
Sin entrar demasiado en una polémica que tampoco lleva a otro lugar que a localizar restos de interés arqueológico, nosotros proponemos una tercera ubicación, no lejos de la que apunta Martínez Díez. Se trata de otro cerro de San Juan, situado esta vez entre Matute de la Sierra, Portelárbol, Fuentelfresno, La Rubia, Pedraza, Aylloncillo, Fuentelsaz y Portelrubio, un pico amesetado, de 1359 m de altura –de magníficos horizontes–, en cuya cima se aprecian numerosos restos constructivos, aunque ya someros, formados por un amplio recinto en cuyo extremo oriental hay una amplia estructura y en el occidental una torrecita circular. En otra plataforma que se halla a media ladera, hacia oriente, más o menos a 1 km de la cima, hay otras ruinas más reducidas, de un edificio identificable como una pequeña ermita, dentro de otro recinto, más amplio y circular. Ambos edificios aparecen en las Relaciones Geográfico-Históricas de Tomás López, en sendos dibujos enviados en enero de 1767 por don Manuel Díez, cura de Portelrubio y Chevaler, señalados como ermitas, la superior dedicada a San Juan y la inferior a La Trinidad, aunque desde luego lo que hubo en la cima fue un edificio mayor que una simple ermita. Incluso en el Mapa elaborado por Francisco Coello, en 1860, aparecen de nuevo, con su nombre y una anotación expresa: “La Trinidad: fue convento de Templarios”, una afirmación que sin duda el cartógrafo recogió de la tradición popular. En apoyo de esta propuesta de identificación estaría también el hecho de que el cerro se encuentra a las tres leguas de camino que decía Francisco de Rades y Andrada.
Pero tras este largo debate hora es ya de que abandonemos cuestiones tan resbaladizas para centrarnos en el análisis artístico de la ermita de San Bartolomé.
El edificio se halla a unos 4 km al norte de Ucero, siguiendo el camino paralelo al río Lobos, dentro de un espacio natural protegido, comunal de Ucero, Nafría de Ucero y Herrera de Soria. La ermita se descubre en el centro de un circo kárstico formado por el río, en un entorno salpicado de sabinas. Verdaderamente impresiona el paraje e impresiona la visión de la ermita, con el telón de fondo dorado y gris de las paredes calizas, de gran plasticidad, onduladas y salpicadas de cuevas, un perfecto complemento a la calidad arquitectónica del templo.
Se asienta sobre la roca natural, en una suave ladera, ligeramente inclinada hacia el este, en dirección al río. Está construido a base de perfecta sillería de caliza blanca, aunque el paso de los siglos la ha dotado de los mismos colores de la roca natural del entorno. Las canteras de donde se extrajo esta piedra, según se nos asegura, se hallan río arriba.
Presenta planta de cruz latina, con ábside semicircular, corto presbiterio, destacado crucero y una nave. Posiblemente sobre los pies se alzó una espadaña, sustituida por un modesto campanario metálico. La puerta se abre al sur, mientras que al norte, entre el crucero y la cabecera, se ha adosado una casa –con la sacristía en la planta baja–, que debe datar de 1882. El conjunto apenas si tiene modificaciones respecto a su formato original y prácticamente ninguna restauración de importancia.

El ábside se asienta en la zona de mayor pendiente, lo que hace que la base exterior del mismo y el nivel del pavimento interior estén a muy diferente altura, aunque aquí puede estar un tanto recrecido. Exteriormente el hemiciclo carece del habitual zócalo que suele acompañar a los edificios de sillería y el muro se divide en tres paños, mediante dos pilastrillas que llegan limpiamente hasta la cornisa. Un ventanal ocupa el centro de cada paño –el del norte apenas visible–, con una saetera ligeramente abocinada, enmarcada por un escueto arco de aristas vivas, sin impostas siquiera, sólo trasdosado por una chambrana –el esquema se repite en La Soledad de Calatañazor, o en San Pedro de Hontova (Guadalajara)–, con puntas de diamante sobre ménsulas de cabecitas, humanas en el ventanal sur, y de feroces leones en el central. Entre los sillares es frecuente ver una marca de cantero en forma de cruz griega, con los brazos rematados en hoyuelos, forma característica que podemos ver también en San Juan de Duero, en la concatedral de San Pedro, en Nuestra Señora la Mayor, siempre en la capital soriana, o en Tozalmoro.


El alero, con cornisa de nacela, está sostenido por dieciocho canecillos con variada pero rústica decoración, geométrica, antropomorfa, animal o vegetal, destacando uno con un crismón, un elemento poco habitual en el románico de Soria pero que ya hemos rastreado en Romanillos de Medinaceli, en Alpanseque, Alaló, La Barbolla o en San Baudel de Berlanga, en este caso pintado.

Un primer grupo de 6 canecillos

Canecillo vacío, cabeza y figura geométrica (¿"tabot", símbolo del Arca de la Alianza?)

Crismón de los “Enfants du Maître Jacques” (Niños del Maestro Santiago), que fue una cofradía de constructores francesa muy relacionada con el Temple y que entre ellos se conocían como “lobos”, animal que, como vemos, tanto tiene que ver con San Bartolomé de Ucero. Sus gentes trabajaron en la construcción de muchos templos en el Camino de Santiago y en la actualidad aún siguen funcionando con el nombre de “Compañeros Pasantes del Deber”.

El pulpo y una pareja. El pulpo se asocia a la constelación de Cáncer, que simboliza el solsticio de verano. Los astrónomos mesopotámicos observaron, hace más de 3.000 años, que el sol entraba en la constelación de Cáncer en las fechas del solsticio de verano. En la actualidad, el solsticio de verano se produce cuando el sol entra en la constelación de Géminis; el cambio se debe al movimiento de precesión de la Tierra. El signo de Cáncer también se asocia a uno de los momentos de la transmutación alquímica.

De nuevo, otro grupo de 6 canecillos

Rollos musulmanes, Constelación de Cáncer y lobo. Son representaciones que ya hemos visto en otros puntos de San Bartolomé de Ucero. Rollos musulmanes: referencia a la cultura árabe, tan presente en este templo; constelación de Cáncer: referencia al solsticios de verano; lobo: representación de la divinidad, que da nombre a toda esta zona (Cañón de Río Lobos).

Hombre desnudo y dos cabezas, la última de un animal. El hombre desnudo tiene una mano en sus genitales y la otra en la garganta. Está llamando nuestra atención sobre dos atributos esenciales en el ser humano: la palabra y la vida sexual.



Otras dos pilastrillas, una a cada lado, dan paso al presbiterio, un cuerpo de la misma altura que el ábside y también de idéntica anchura, una circunstancia tampoco demasiado frecuente, pero que nos muestran iglesias como la de Soliedra, Golbán (Atauta), Aylloncillo, Los Campos, Candilichera, Borque (Velilla de los Ajos), Derroñadas o Caltojar.

Exteriormente los muros de este corto tramo aparecen semiocultos por el crucero y se continúan directamente en la nave, sin que medie ningún elemento que haga diferenciar los dos ámbitos. De este modo la nave muestra la misma anchura y altura que la cabecera, algo que verdaderamente es extraño. El muro norte registra dos contrafuertes, aunque el del extremo en realidad es una prolongación del hastial, y entre ambos se llega a ver una pequeña puerta cegada, sobre una zona bastante escarpada. Su arco es apuntado y el umbral queda unos 50 cm por encima de la roca.
El hastial de la nave creo que se prolongaba en una espadaña, pues el muro no tiene un remate acabado. En el centro aparece un amplio ventanal que en cierto modo reproduce la morfología de los de la cabecera, aunque en este caso la chambrana es de doble nacela, un perfil que presentan muchos de los canecillos de la iglesia de Soliedra. A su lado meridional se ubica la estrecha puerta que comunicaba con el coro interior, con arco de medio punto y guardapolvos de nacela arrancando de una imposta también de doble nacela, en cuya intersección aparece una hojita de cuatro pétalos. Su umbral queda a unos 2 m de altura respecto a la cota actual del suelo y parece evidente que se accedía mediante una escalera de madera que arrancaría de dos huecos –ahora tapados– que se abrían bajo la losa del umbral.
En la fachada meridional de la nave no aparecen contrafuertes tal vez porque ahí la propia ladera que se alza ya contrarresta mejor los empujes de los arcos interiores. Aquí se ubica la portada, precedida por un espacio recortado en la roca natural y flanqueada por dos pilastrillas laterales que llegan hasta el alero, y aunque también se cubre con tejaroz, en realidad queda al mismo nivel que el resto del paramento.
El apuntado arco está compuesto por seis arquivoltas profusamente molduradas a base de boceles y medias cañas, aunque ocasionalmente van acompañados de otros motivos: flores angulosas de seis pétalos, caladas (tercera arquivolta, contando desde el interior), doble serie de florecitas de cuatro hojas (en la quinta), o airosas hojas de vid, en acusado relieve (en la sexta, que en realidad cumple también la función de chambrana). Los arcos pares apoyan en columnillas acodilladas y los impares en pilastras, compartiendo todas un mismo podio quebrado, muy corto y moldurado. Las aristas de las pilastras portan las rosetillas cuadrangulares de seis pétalos que se veían en uno de los arcos, mientras que las columnas tienen alto plinto, doble toro, pequeña escocia y fustes casi perdidos que rematan en capiteles decorados, bajo cimacios e impostas que repiten el perfil del podio. De izquierda a derecha las cestas reproducen los siguientes motivos:
1.     Hojas carnosas, lobuladas, como de higuera, con acusado relieve, dispuestas en dos alturas.
2.     Hojas del mismo tipo, aunque más planas, acompañadas de dos cabecitas, las dos inferiores cubiertas, con una capucha o capirote y por una toca, representando posiblemente a un hombre y a una mujer.
3.     Hojas similares a las de la primera cesta.
4.     Hojas como las de la primera y tercera cestas.
5.     Similar al segundo capitel, aunque ahora con cinco cabezas, tres arriba y dos abajo, unas tocadas y otras no. Está muy deteriorado.
6.     Más deteriorado aún, nos muestra hojas de gran relieve, incluso caladas, que parecen albergar a dos cuadrúpedos muy estropeados. El tejaroz tiene cornisa de amplia nacela con las aristas en bocelillo, sostenida por diez canes, de variada aunque sencilla ejecución, en todo caso distintos a los del alero del templo. Reproducen cilindros o barrilillos, formas geométricas, cabezas humanas, una cabeza de león, un personaje sentado y vestido con pellote, y una curiosa formación de cuatro cabezas humanas, casi cilíndricas, que componen una cruz griega. 
Las capillas laterales se cubren a dos aguas, con los respectivos hastiales norte y sur rematados con un sobresaliente piñón coronado, en el del norte por un simple pináculo romo, y en el del sur por un acroterio circular, con cruz calada. Debajo los macizos muros se clarean con sendos óculos que repiten el mismo esquema: dobles roscas, con aristas en bocel, y chambrana exterior con puntas de diamante y bolas, mostrando en el centro un hueco lobulado recorrido por una fina lacería, que se cruza formando una estrella de cinco puntas o, también, cinco agudos corazones. Los muros laterales son igualmente macizos y están coronados por un alero que guarda las mismas características que el resto de la nave, es decir, una cornisa de nacela con canecillos de distintas formas geométricas y pequeñas figurillas.
No obstante cabe hacer una reseña a las diferencias que muestran los canecillos de la cabecera respecto a los de la nave –incluyendo el crucero– y al tejaroz de la portada. Hay al menos dos manos, una que elabora sencillas piezas, en la cabecera y nave, con uso muchas veces de la simple nacela –muro norte–, con esquemáticas figurillas humanas en diversa actitud (luchadores, músico enseñando el sexo, cabeza de obispo, cabeza sacando la lengua, etc.), o con alguna rareza, como el calamar que aparece en la fachada meridional. Cabe incluso la posibilidad de que no sea el mismo escultor el que hizo las piezas de la cabecera que el que trabajó en la nave, pero ésta es cuestión difícil de precisar. Mucho más evidente es la diferencia con el tejaroz de la portada, donde se alcanza un mayor barroquismo –tampoco excesivo– y muchas veces con profusas estrías.


Ya en el interior del templo volvemos a encontrar una arquitectura tan magnifica y limpia como la del exterior. Aquí el templo se nos muestra casi como un túnel cerrado por la curva absidal, hoy presidida por un modesto retablo barroco. 




El capitel templario. Los personajes se sostienen sobre una figura que hace referencia al Kundalini hindú/budista 

El hemiciclo, sin imposta alguna, se convierte en la parte alta del muro en un paramento ochavado que da lugar a una bóveda de tres gallones, con nervios abocelados que convergen en una clave, un sistema muy similar al empleado en San Juan de Rabanera. Apoyan tales nervaduras en dos ménsulas de gran desarrollo, formadas por columnillas atrofiadas que parten de sendas cabezas, con el fuste decorado con motivos vegetales y capiteles de hojas alargadas que se vuelven en los extremos. Los cimacios parecen pesados modillones decorados con hojitas lobuladas superpuestas.
El arquillo central de la bóveda absidal aparece pintado con tonos granates y en el intradós se aprecia un despiece de sillares de doble línea, en el mismo color. Los muros conservan igualmente algunos rastros de pintura en los mismos tonos.
Los ventanales presentan la misma morfología en el interior que la vista afuera, aunque ahora las chambranas son simplemente una nacela, sin las ménsulas de cabecitas exteriores.
El presbiterio casi parece el primer tramo de la nave, pues tiene su misma morfología. En el interior está delimitado a este y oeste por sendos arcos apuntados simples, sobre semicolumnas adosadas con capiteles vegetales, a base de hojas enrolladas, con los extremos avolutados y flanqueadas por tréboles, en las cestas orientales, o las mismas hojas enrolladas con otras apuntadas. Los cimacios, de ancho cuarto de bocel, se prolongan en impostas que recorren la base de la bóveda de cañón apuntado que cubre este tramo y los demás de la nave.
El crucero que se ve en planta consiste en realidad en dos capillas cuadradas que se abren en el primer tramo de la nave mediante un pesado arco apuntado y doblado, bastante cerrado, con su dovelaje exterior apoyando directamente en las jambas, sin que medie imposta alguna, y con el interior descansando en ménsulas de doble cuarto de bocel, como las de los nervios de la cabecera, aunque ahora lisas. En su interior ambas capillas se cubren con bóveda de cañón apuntado, perpendicular al eje de la nave, arrancando del mismo tipo de imposta de cuarto de bocel.

La capilla norte, dedicada a la Virgen, tiene altar en el muro septentrional, con retablo barroco, y el pavimento está sobreelevado. Retablo, altar y suelo ocultan parcialmente un arcosolio funerario, desplazado hacia la mitad oeste del muro y formado por sencillo arco apuntado que da cabida a un sarcófago dispuesto sobre tres arquerías –aunque sólo se ven dos– de medio punto, sobre columnillas con capiteles vegetales de sencillas hojas alargadas rematadas en bolas y, en un caso, con lo que parece la esquematización de una cabeza. Este tipo de soportes columnados suelen ser muy frecuentes en las representaciones escultóricas románicas de carácter funerario y Loperráez, en referencia a éste y al que se halla en la otra capilla, dice que tienen “los bultos de dos Caballeros, pero sin epitafio, aunque se conoce los tuvieron”. Finalmente cabe hacer una referencia al tablero de alquerque que aparece inciso en la jamba occidental de la capilla –ya en el lado de la nave– y de una losa ante el umbral, decorada con círculo dentado en el que se inscribe una cruz cuyos brazos crean intersticios a modo de cuatripétala, una forma muy común en la decoración de las estelas funerarias pero que en este caso, como no podía ser menos, da lugar a rebuscadas y crípticas interpretaciones.

La capilla meridional, dedicada al Santo Cristo, tiene exactamente la misma estructura, también con un altar barroco, aunque en el muro oriental. El arcosolio funerario queda completamente libre, con la sepultura bien visible, sostenida por tres arquerías, con cuatro capiteles iguales a los anteriores, sobre cortas columnas y basas troncopiramidales, con dientes de sierra en la parte inferior y pequeño plinto. La mesa del altar nos parece también románica, con perfil de nacela, y en la bóveda se aprecian algunos restos de enlucido, con fondo blanco y despiece de sillares en líneas rojas y negras.


En cuanto a la nave propiamente dicha –con ciertas relaciones formales con la de Santo Domingo de Soria–, se compone de tres tramos, el primero ocupado por las capillas. Los dos arcos fajones que sostienen la bóveda apuntada, de perfecta sillería, son como los vistos en el presbiterio, es decir, simples.
Los cuatro capiteles de nuevo son vegetales, los dos orientales con hojas lanceoladas lisas, con pequeña línea perlada en los ejes de las mismas y con los extremos enrollados; los occidentales presentan una decoración geométrica, tosca y mal organizada, formada por rombos en relieve, en varias líneas, con hojas en las esquinas que rematan en cabezas humanas –tocadas con casco o cofia– y con bolas. A juzgar por la forma de las cabezas diríamos que la escultura guarda mucha relación con los canecillos de la cabecera.

En la parte posterior de la nave los sillares apoyan sobre la roca natural, que ni siquiera ha sido recortada para darle verticalidad. En esta zona se eleva un moderno coro de madera, pero la existencia de varios canzorros en el muro evidencian que antes hubo otra estructura de madera, contemporánea de la fábrica del templo, para cuyo acceso estaba la estrecha puerta que se abre en el hastial. Uno de los apoyos tiene tallada una tosca cabeza humana y, en el mismo coro, se conservan otros dos capitelillos vegetales, muy rudos y maltratados, usados como soporte de un banco de madera, y que nada parece que tienen que ver con el resto de la escultura del templo.

Basa de la columna 

En el entorno inmediato de la ermita no se aprecian restos constructivos, aunque en una de las covachas que se abren en las paredes septentrionales se llega a ver un grueso muro de mampostería recibida con cal, que en modo alguno se puede entender como obra de pastores o relacionada con algún tipo de actividad agropecuaria. Seguramente tenga que ver con el conjunto religioso, a pesar de que queda bastante separado del edificio.

Estos restos son también alguno de los argumentos que han dado pie para pensar en la existencia del reiterado convento templario, sin pararse a pensar que la propia ermita tuvo un carácter abacial, conocido al menos ya desde el siglo XIV, lo que posibilitaría la existencia de numerosas dependencias en el entorno. Esta misma relación con el obispado y la importancia que suponía tener asociados a algunos canónigos fue quizá lo que nos pueda explicar la construcción de un edificio tan relevante en lugar tan apartado, aunque las razones que indujeron a edificar aquí pudieron ser las mismas asociaciones con un ambiente eremítico que generaron la erección de muchos templos románicos. Al fin y al cabo el lugar era muy apropiado para que hubiera existido una antigua comunidad de esas características, e incluso el hecho de que se creara el abadiato de San Bartolomé puede ser una forma de asumir tal tradición monástica o semimonástica. Desde luego buscar asociaciones con la pretendida encomienda templaria de San Juan de Otero carece de todo fundamento documental y más aún queriendo dar un protagonismo a esa orden que nunca tuvo, ni en Soria ni en toda la Corona de Castilla, si se compara con el papel que jugaron los hospitalarios o las órdenes netamente castellanas, especialmente la de Calatrava, que en cierto modo asumió el papel militar rehuido por los propios templarios.

Por lo que respecta al edificio como tal, cabe decir que la excepcional calidad arquitectónica no va acompañada por una escultura de similares niveles, ni mucho menos. Entre la escueta decoración de canecillos y capiteles creo que se pueden diferenciar dos manos, aunque trabajan a la vez, pues el conjunto del templo, excepto la portada, está hecho en un mismo momento, con toda probabilidad ya dentro del siglo XIII, como parece demostrar el abovedamiento del ábside. Por lo que respecta a la portada puede caracterizarse como obra plenamente gótica, tanto por estructura como por decoración, realizada quizá ya muy cerca de los años centrales del siglo XIII, aunque aún se mantienen algunos rasgos tradicionales, especialmente en lo que al tejaroz se refiere. En el interior del templo se aprecia claramente la desunión de hiladas entre la puerta y el resto de la fábrica, que denota cómo esta pieza fue lo último que se construyó, cosa en cierto modo bastante normal, pues siempre era necesario un hueco amplio para poder acceder con materiales y carruajes al interior de un templo en construcción, más aún si, como es el caso, estaba completamente abovedado.
Ciertos rasgos nos permiten buscar una relación entre este edificio y algunos otros de la cercana provincia de Guadalajara, además de las arriba señaladas. Así, el sistema de abovedamiento del ábside, con esos nervios sobre columnillas cortadas, nos pone en contacto con la iglesia de San Gil de Atienza, la portada con la iglesia de San Felipe de Brihuega, con San Juan de Córcoles o con el monasterio de Bonaval, siempre en un ambiente donde las influencias góticas resultan evidentes, como ocurre igualmente con los casos sorianos citados.

Interior

Interior 


Castillejo de Robledo
Castillejo de Robledo está situado en el extremo más occidental de la provincia de Soria, a escasos 9,5 km de Santa Cruz de la Salceda (Burgos), 8 km de Maderuelo (Segovia) y 11 km de Langa de Duero. Accedemos desde esta última localidad, cruzando el Duero y tomando la carretera que conduce hasta Valdanzo y Miño de San Esteban. Siguiendo por esta ruta, a unos 4 km de Langa, nos desviaremos hacia la derecha para llegar hasta Castillejo de Robledo, que surge inesperadamente en el vallejo del arroyo de la Nava, un ameno paraje rodeado por imponentes roquedales y ásperas parameras entre el Duero y el Valdanzo, hoy roturadas a medias, donde aflora poderosamente el sabinal.
La población se distribuye alrededor de los restos del castillo que la tradición atribuye a los templarios, aunque en realidad no existe constancia documental de la supuesta freiría. En 1168 Castillejo de Robledo aparece citado como Castellion al describir los límites de Guma (cf. Índice de los documentos procedentes de los monasterios y conventos suprimidos que se conservan en el Archivo de la Real Academia de la Historia publicado de la orden de la misma. Sección primera. Castilla y León, tom. I, Madrid, 1861, p. 4). Para algunos Castillejo de Robledo fue la única edificación militar perteneciente a la encomienda de Almazán de la Orden de San Juan, compartiendo la jurisdicción civil y criminal de la villa con los condes de Miranda; para otros –Guillermo García Pérez y Ángel Almazán– dependió antes de los templarios de Ucero, arguyendo la existencia de “una piedra con un fragmento de una inscripción que se estima del siglo XII, en la que aparece un Frey Diego de Roa” (García Pérez, G. 1993a, p. 39), cuyo paradero actual nos es desconocido, y una Fuente de los Templarios, tras la Peñapeñaba, poco antes de llegar a la fuente del río Acero, cuya memoria rescataba el párroco de Castillejo don Eustaquio Pastor. Otros argumentos blandidos a contrapelo, como la existencia de una reliquia del lignum crucis, una talla en madera policromada de Nuestra Señora del Castillejo provista de manto oscuro, o la proximidad de la ermita de la Santa Cruz de Maderuelo, resultan insostenibles. Quimeras de escaso fundamento alimentan opiniones tenidas por científicas al filo de pacatos rebufos políticos.
Pastor señalaba en su monografía que la piedra epigrafiada debía proceder del castillo o del atrio de la parroquia, en 1952 estaba colocada en la casa propiedad de don Diego Hernando Rampérez (en la calle Real) y transcribía “El muy noble e muy/ honrado caballero Frey Diego Gó/ mez de Roa/ en honor de Dios y de Santa Ma/ ria y de San Juan/ fue hecho...”.
En la actualidad el castillo todavía conserva importantes restos –doble recinto, puerta en codo, torre pentagonal y un profundo aljibe cubierto con una sólida bóveda de cañón– de cronología bajomedieval. Debió utilizarse como hospital a fines del siglo XVI. En 1751 se trasladó hasta la iglesia parroquial la campana existente en una de sus torres arruinadas.
La misma tradición sitúa en estos parajes el pasaje cidiano del Robredo de Corpes y la afrenta a la que fueron sometidas sus hijas, víctimas de los condes de Carrión, siendo auxiliadas por su primo Félez Muñoz. Algunos han localizado –el abad premonstratense Bernardo de León incluido– el escenario de la afrenta en la ermita de la Concepción del Monte o de la Virgen del Paúl, 4 km al norte de Castillejo, en el camino que conduce hasta el monasterio de La Vid. Se trata de un eremitorio reutilizado como santuario, cuyos muros de cierre datan del siglo XVII, disponiendo de una fuente cercana.
Tampoco está lejos de Castillejo el viejo priorato de Casuar, perteneciente al dominio de Arlanza y cuyas ruinas románicas se alzan en la margen izquierda del Riaza, hoy pantano, entre Linares y Montejo de la Vega de la Serrezuela. 

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
El señero templo parroquial de la Asunción de Castillejo de Robledo se eleva en el centro del caserío, orientado SE-NO, tiene una sola nave y ábside semicircular precedido por presbiterio rectangular. Está cimentado directamente sobre una plataforma de piedra caliza vista, en la falda del cerro coronado por el airoso castillo.
El grueso del edificio es de cronología tardorrománica, superando con creces la fecha del 1200. Modernas reformas reforzaron el debilitado lateral septentrional del ábside con un sólido encofrado de hormigón. Fue declarado Monumento Histórico Artístico el 24 de mayo de 1974. Consecuencia de la restauración emprendida en 1986 por el Ministerio de Cultura es la irregular pavimentación del sector que rodea al ábside y la anodina tribuna-mirador alzada en hormigón, embocado frente al mismo, así como el desmantelamiento del basamento del viejo atrio meridional. Hacia el lado septentrional presenta una doble sacristía rectangular moderna alzada en sillarejo enlucido y ampliada hacia occidente a inicios de la década de 1950.


Ábside
El ábside tardorrománico, construido en sólida sillería, arranca de un zócalo rematado por una imposta baquetonada. Posee tres paños delimitados por gruesas semicolumnas adosadas que rematan en cestas apalmetadas, de anchas hojas ramificadas alcanzando la altura del alero y sobresaliendo del mismo –alero incluido– hacia el exterior, que como anotara Gaya, constituye un caso único en la provincia.
Las semicolumnas parten de elevados plintos prismáticos y basas áticas con garras vegetales.
El alero, decorado con taqueado, apoya sobre canecillos ornados con un barrilillo, cabezas de cápridos, someros acantos, máscaras antropomórficas, un acanto acogiendo una poma esférica, una pareja en plena cópula, un personaje sujetando un odre, piezas naceladas y dobles rollos. Horizontalmente el tambor absidal está segmentado en tres niveles delimitados por dos impostas (como en Rioseco): la inferior, en el arranque de las ventanas, de hojas lanceoladas corrida a lo largo del fuste de las semicolumnas; la superior baquetonada y prolongada por los cimacios que coronan los capiteles de los ventanales.



Cada uno de los paños absidales está perforado por una ventana de medio punto, rematada por una chambrana ornada con puntas de diamante y arquivolta abocelada que apoya sobre capiteles vegetales de crochets de inequívoca cronología tardía. Placados internos –muy restaurados– perfilan saeteras. La cornisa del presbiterio sigue el mismo tema de ajedrezado que el visto en el tambor absidal, con sencillos canecillos vegetales y de nacela.
Para Gaya, el ábside de la iglesia burgalesa de San Miguel de Neila (1087), muy extendido por todo el occidente burgalés, La Rioja y Soria, fue el modelo utilizado en Castillejo de Robledo, templo que Whitehill consideraba del siglo XII. No obstante, en el edificio soriano se incorpora una imposta que parte del umbral de los ventanales, como en la Soledad de Calatañazor y Nafría la Llana. A nuestro entender el ábside de Castillejo resulta obra de fines del siglo XII o inicios del XIII.

Canecillos del ábside de la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, Castillejo de Robledo

Canecillos del ábside de la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, Castillejo de Robledo

Capitel del ábside

Portada
La portada meridional, originalmente coronada por un tejaroz, es apuntada y aparece avanzada sobre el muro. Fue descubierta en 1892. Consta de chambrana con bocel y escocia que arranca de mensulillas –a modo de cul-delampe– fracturadas. Las cuatro arquivoltas presentan –desde el exterior– bocel y escocia, bocel y arquillos ultrapasados, bocel y puntas de diamante y bocel y escocia, apoyando sobre imposta de listel, doble bocel y escocia, jambas esquinadas y seis capiteles de crochets en mal estado de conservación. En tres de ellos se esbozan fracturadas máscaras vomitando tallos. Los fustes apoyan sobre basas cuyas escocias se amenizan con diminutos tacos, erosionadas garras de hojas tripétalas y elevado zócalo corrido.



La factura de las cestas gotizantes, los arquillos ultrapasados –al estilo de la seo mirobrigense– y las abundantes improntas de gradina en la labra permiten intuir una datación más tardía que la cabecera del templo, de hacia mediados del siglo XIII. Ortego intuía cierta influencia cisterciense, introducida en tierras sorianas a partir de la célebre casa de Santa María de Huerta. Sobre los sillares de la misma portada aparecen numerosas pistas de notable interés gliptográfico: juegos de cantero, numerosas trepanaciones y dos relojes de sol, amén de las numerosas muescas dejadas por el sempiterno afilado de instrumentos cortantes.
Toda la portada meridional aparece cubierta con una desleída policromía en color blanco, azul, rojo y negro, recurriendo a motivos helicoidales y de rosetas en los boceles de las arquivoltas y romboidales y vegetales en los machones laterales. Sobre éstos, se advierten dos señas heráldicas sujetadas por ángeles tenentes. El escudo izquierdo cuartelado, presenta dos cuarteles con aspas de San Andrés y otros dos con cuatro estrellas muy esquemáticas. El derecho, igualmente cuartelado y orlado con aspas en dos de sus cuarteles, tiene dos cuarteles con la banda diagonal de los condes de Miranda, otro más de los Cueva con trece roeles y un cuarto con dos lobos pasantes apresando corderos entre sus fauces, detalle inconfundible que figura en algunos blasones de los Avellaneda. Bandas y roelados coinciden con los escudos del triunfal y otras señas en las iglesias de Rejas de San Esteban. El conjunto de la policromía es marcadamente tardogótico y parece datar de fines del siglo XV o inicios del XVI. 

Interior
La nave central se cubre con armadura de par e hilera reforzada con dobles jácenas transversales y cumbrera pintada con toscos motivos vegetales. El presbiterio presenta cañón apuntado y el cascarón absidal bóveda de horno. Al tramo presbiterial se accede desde un triunfal apuntado ligeramente ultrapasado cuyos capiteles aparecen groseramente encalados (el derecho rehecho recientemente con hormigón). Tampoco salieron bien parados los fustes y las basas, que parten de plintos prismáticos baquetonados muy deteriorados. Las cestas carecen de cimacios que sin embargo están sugeridos con pintadas rosetas entre entrelazos, prolongándose en destrozada talla por todo el hemiciclo absidal. El aparejo de las ventanas absidales interiores está completamente restaurado.
Llaman poderosamente la atención los abundantes restos pictóricos con los que se decoró el interior del edificio. Amenazantes dragones de fauces abiertas y llameantes bocas –al estilo de los de la sala capitular de la catedral de El Burgo– aparecen pintados sobre el excéntrico triunfal. Los muros del presbiterio y del cascarón absidal tienen ajedrezados en blanco y negro, el mismo tema se repite en los laterales de la portada meridional. Sobre la clave del triunfal vemos un escudo de armas con banda diagonal, que coincide con el blasón del conde de Miranda, propietario de la torre de Langa y duque de la cercana Peñaranda de Duero (Burgos), incluida en la misma merindad de San Esteban, quien en 1530 era el señor de Castillejo de Robledo. A la misma altura, hacia oriente, en el interior del tramo presbiterial, otra seña heráldica presenta dos cuarteles con trece roeles y otros dos con parejas de lobos pasantes (quizá de los linajes Cueva y Avellaneda). Guillermo García Pérez señala intuitivamente que el escudo combinaba las armas de la villa de Roa –y claro está, Beltrán de la Cueva, que fue su señor– con las de los Avellaneda. El lado oriental de los pilares se pintó con escamas triangulares en rojo y amarillo y líneas verticales sogueadas.

En el muro del evangelio existe otro fragmento de pintura mural descubierta por el párroco don Eustaquio en 1933. Entre bandas verticales zigzagueantes parece representar un San Cristóbal junto a un soldado que defiende una fortaleza. Algunos autores identificaban este panel con el pasaje de la afrenta de Corpes, donde Félez Muñoz consolaba a sus primas, junto a la gran imagen de don Rodrigo Díaz. Pero a la vista del magullado mural, tal interpretación se nos antoja excesivamente fantasiosa. El resto de los muros de la nave se resuelve con llagueado pintado sugiriendo un despiece enladrillado. Todas las pinturas del interior –como la policromía de la portada meridional– pueden datarse hacia fines del siglo XV o inicios del XVI.
En el interior del templo, sobre una peana alzada en el lado septentrional del presbiterio, se conserva una talla del siglo XIV en madera policromada de la Virgen con el Niño. En otros dos altarcillos de la nave vemos tablas del siglo XVI donde se representa la imagen de San Antón y la escena de los Desposorios de la Virgen.
El atrio meridional es fruto de la restauración de 1986, posee cubierta de madera a una vertiente que apoya sobre dobles pies derechos de madera y se refuerza con tirantes metálicos. Tras desmontar el primitivo zócalo, el “pulcro” proyecto concibió la construcción de dos muretes –al sur y al oeste– en piedra de Campaspero, entre los que se readaptaron tres canecillos góticos con motivos de hojas entrecruzadas, un cánido y un crochet entrelazado. Hacia el occidente del atrio se depositó una pila bautismal del siglo XVI.
La cornisa meridional que asoma sobre el atrio es lisa y está soportada por canes de nacela. Idéntico esquema sigue la cornisa septentrional. Sobre el hastial occidental se alza una espadaña del siglo XVIII construida en sillarejo y rematada a piñón. Está perforada por dos ventanales de medio punto donde se incluyen las campanas y posee tres remates pétreos en su cimera que perfilan elementos cúbicos y esferas. Un recién remodelado cubículo de acceso, abierto al este, delimita un funcional campanario.
Durante el mes de marzo de 1986, con motivo de los trabajos de rehabilitación del templo, se procedió a la realización de una excavación arqueológica con el objeto de documentar la evolución arquitectónica del edificio y la posición de los consustanciales enterramientos. Se procedió entonces a la apertura de dos catas en el exterior (en el pórtico meridional y a los pies de la nave) y otras cinco en interior (junto a los pies del muro meridional, a ambos lados del triunfal de la nave, sacristía y tramo septentrional del presbiterio y ábside). Los excavadores señalaban cómo un pórtico del siglo XIII, más corto y estrecho, desviado respecto al muro meridional de la nave, precedió al alzado durante los siglos XIV o XV, fecha más cercana a la realización de las pinturas del interior. La sacristía septentrional parece datar de la segunda mitad del siglo XVI (en todo caso, anterior a 1618, fecha de los libros parroquiales de cuentas más antiguos), siendo ampliada hacia poniente en 1951. Los enterramientos más antiguos corresponden a dos tumbas de lajas localizadas en el pórtico meridional y junto al cimiento del muro románico, posteriores o coetáneas al siglo XIII.
Otras inhumaciones en fosa del mismo atrio y del interior del templo podrían datarse a partir de mediados o finales del siglo XVI, apareciendo ciertos restos de sudarios en tafetán de lino, casi petrificados por acción de la cal que sellaba las fosas. La existencia de algunas monedas de época de Enrique IV y de los Reyes Católicos en las tumbas del atrio permiten suponer una cronología inmediatamente anterior. Los enterramientos se prolongaron al menos hasta 1820 (apareció una moneda de 1807), fecha en que se dejó de inhumar en el interior de la iglesia de La Asunción, trasladando el campo santo hasta la ermita de los Santos Mártires.

 

 

 

 

 

 

 

 

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