Ji Mèngkē (姓孟軻), llamado en occidente Mencio (370 a. C. - 289 a. C.), fue un filósofo chino, el más eminente seguidor del confucianismo. En su obra, conocida como Mengzi, defiende que el hombre es bueno por naturaleza y debe poder desarrollar una conducta razonable y recta. Según este pensador, en el corazón de todo ser humano hay cuatro sentimientos naturales o tendencias que le orientan hacia el buen camino: 1) el sentimiento de compasión; 2) el sentimiento de vergüenza; 3) el sentimiento de respeto y modestia; y 4) el sentimiento de discernimiento (lo que está bien y lo que está mal).
(fuente: wikipedia)
Tirar de los brotes para ayudarles a crecer
A un hombre del Reino de Song le pareció que los vástagos en sus campos no crecían bastante aprisa. En vista de ello, dio a todos y a cada uno, un estirón; y se fue a casa casi exhausto.
-Hoy estoy muy cansado – dijo a su familia –. He estado ayudando a los brotes a crecer.
Su hijo salió corriendo al campo y encontró todas sus plantas muertas.
Casi todos querrían ayudar a los vástagos en su crecimiento; pero algunos consideran todo esfuerzo inútil y no lo intentan, ni siquiera desbrozando el campo; otros tratan de ayudarles dándoles un estirón. Esto último, por supuesto, es peor que inútil.
-Hoy estoy muy cansado – dijo a su familia –. He estado ayudando a los brotes a crecer.
Su hijo salió corriendo al campo y encontró todas sus plantas muertas.
Casi todos querrían ayudar a los vástagos en su crecimiento; pero algunos consideran todo esfuerzo inútil y no lo intentan, ni siquiera desbrozando el campo; otros tratan de ayudarles dándoles un estirón. Esto último, por supuesto, es peor que inútil.
La diferencia entre cincuenta bus y cien
He hecho cuanto he podido por el Estado –dijo el príncipe Jui de Liang a Mencio–. Cuando se pierde la cosecha en el Oeste del río, traslado la gente al Este o traigo grano del Este para socorrerlos. Si la cosecha es pobre en el Este, hago lo mismo. Observo a los gobernantes de otros reinos y ninguno hace tanto como yo por su gente; sin embargo, su población no ha decrecido, y la mía no ha aumentado. ¿Puede decirme Ud. por qué?
–Ya que a su Majestad le gusta combatir –contestó Mencio–, permítame tomar de ahí un ejemplo. Una vez que suenan los tambores, las tropas entran en combate. Aquellos que son derrotados abandonan sus corazas y huyen arrastrando sus armas. Suponga que un hombre corre cien bus y otro cincuenta, ¿tiene derecho el que ha corrido cincuenta a reírse del que ha corrido cien?
–Claro que no –replicó el príncipe–. No se habrá alejado cien bus, pero volvió las espaldas lo mismo.
–Si su majestad comprende esto –respondió Mencio– no debiera esperar a que la población de su Reino sea más numerosa que la de ningún otro país vecino.
–Ya que a su Majestad le gusta combatir –contestó Mencio–, permítame tomar de ahí un ejemplo. Una vez que suenan los tambores, las tropas entran en combate. Aquellos que son derrotados abandonan sus corazas y huyen arrastrando sus armas. Suponga que un hombre corre cien bus y otro cincuenta, ¿tiene derecho el que ha corrido cincuenta a reírse del que ha corrido cien?
–Claro que no –replicó el príncipe–. No se habrá alejado cien bus, pero volvió las espaldas lo mismo.
–Si su majestad comprende esto –respondió Mencio– no debiera esperar a que la población de su Reino sea más numerosa que la de ningún otro país vecino.
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