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sábado, 22 de diciembre de 2018

Conversando con una mesera


Conversando con una mesera
Por Adán Salgado Andrade

El “Patilla” es un popular restaurante, ubicado sobre la calzada Ignacio Zaragoza, muy cerca de la estación del metro Puerto Aéreo. Lleva varios años en ese sitio y los alimentos que se sirven son desde comidas corridas, hasta “antojitos”, como quesadillas, “huaraches”, sopes, tortas… lo que distingue a la tradición culinaria urbana de esta ciudad, la que podríamos denominar nuestra “fast food”, en donde el ingrediente principal es la masa de maíz, acompañada de la salsa verde, la salsa roja, la cebolla picada.. con los que se elaboran todos esos productos, más engordantes que nutritivos, podría decirse.
Los precios son módicos, claro, comparados con los de establecimientos de franquicia, como Vips o Toks, por ejemplo. Un caldo de gallina cuesta de treinta a cuarenta y cinco pesos, dependiendo de la pieza que se pida. Una quesadilla, que son de buen tamaño, unos 25 pesos a 30 pesos. Una comida corrida, cincuenta a sesenta pesos. Digamos que el gasto promedio por comensal son setenta pesos, al alcance, por supuesto, solamente de clasemedieros, no de quienes ganen el salario mínimo (todavía de $82 pesos), pues se les iría su día de trabajo en comer en ese sitio.
Es, como dije, un lugar en donde pueden acudir personas con “medianos ingresos”, las que no podrían ir tan fácilmente – no todos los días, como algunos hacen allí – a los mencionados restaurantes de franquicias, en donde el gasto promedio de una comida puede ser de $250 pesos, por lo menos (un desayuno cuesta alrededor de $150 pesos). Son, llamémosles así, los “Vips” populares. Para “pobres, no tan pobres”, como suele decirse.
Obviamente, las condiciones de trabajo para los empleados del lugar, son menores que las de los que trabajan en franquicias, en donde, al menos, tienen todas las prestaciones (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/10/conversando-con-una-ex-empleada-de.html).
Platico con Leticia (no es su verdadero nombre), quien tiene unos dos años, me platica, trabajando allí. Tiene 28 años y vive por Canal de San Juan. “Tengo que cruzar el puente, pero está muy peligroso y seguido asaltan”, dice.
Son dos horarios de diez horas los que deben de laborar. Los empleados que entran cuando se abre, a las 8:30 de la mañana, quienes salen, supuestamente, a las seis y media de la tarde, aunque a veces, muy seguido, lo hacen hasta las siete o “hasta que terminemos todo lo que tengamos que hacer”. Y los que entran a las once de la mañana, quienes deben de cubrir hasta el cierre, que es a las ocho y media o nueve de la noche. Y éstos son los que salen, incluso, más tarde, pues deben dejar todo listo para el otro día. Los que más se “matan”, dice Leticia, son los de la cocina o las chicas que hacen las tortillas para acompañar los alimentos, así como para hacer las quesadillas, los huaraches, los tacos… y son los que más ganan, ¡200 pesotes diarios! Vaya “sueldazo”.
En efecto, veo a una de las chicas que hace las tortillas, que por la repetitiva operación de aplastar la masa y darles forma con la tortilladora manual, con un buen recargón, luce un poco más ancha de los hombros, pues el hacer, no sé, doscientas o más por día, equivaldría, quizá, a que practicara natación diariamente, puede concluirse.
Le pregunto a Leticia sobre su sueldo: “Gano cien pesos por día, pero te pagan sólo los que trabajes, más las propinas”. Éstas, son variables, continúa, dependiendo qué tanta gente haya. “Pues te puedes llevar doscientos o trescientos pesos o, a veces, ni cien pesos”, dice.
No tiene prestaciones de ningún tipo, excepto lo que gane. No paga impuestos, por supuesto, pero tampoco es mucho lo que gana. Son $600 pesos semanales fijos, más, supongamos, 200 pesos por día de propinas, cuando le va bien, eso hace otros $1200 pesos. O sea, de unos $1800 a $2000 pesos semanales, casi cuatro veces lo que ganaría un empleado que percibiera solamente salario mínimo, al que le pagaran todo el mes, que serían $2460 pesos mensuales. Probablemente sea por eso que personas como Leticia aceptan no tener más prestaciones que las de un sueldo algo más alto que el  miserable salario mínimo (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2015/12/conversando-con-una-demostradora-de.html).
Por cierto, los “generosos” empresarios ya  declararon que el salario mínimo será de $102 pesos al día, “haciendo un gran esfuerzo”, a partir de enero del 2019.
En diciembre es cuando más trabajo tiene, dice Leticia. Por ello, no ha tenido días libres, los que, de todos modos, no son fijos, sino que se los va rolando el dueño, un patilludo setentón, por el que restaurante debe su nombre, por sus singulares “rancheras” patillas.
“Pero también como hace una semana me tomé viernes, sábado y domingo, por un compromiso que tenía, tengo que reponer esos días”, dice, resignada.
Como no tiene IMSS (el seguro médico), cuando se enferma, los gastos médicos corren por su cuenta o va al seguro popular. O quizá, como cientos de miles, acude al “Simi”, es decir, a los consultorios con que cuentan las farmacias de “similares”, en donde la consulta cuesta 35, 40 pesos, más los medicamentos, claro, algo más baratos que los “de patente”. Y eso significa que, al no cotizar para tal instituto, tampoco está creando Leticia ninguna antigüedad para cuando llegue el tiempo de que se pensione (aunque, de todos modos, con las miserables pensiones que paga el IMSS a la mayoría de los jubilados, no es tampoco gran ventaja cotizar para una pensión, a menos que se sea un corrupto “magistrado” de la suprema corte de justicia).
Agrega que ahorita, por tanta demanda (claro, la gente tiene su salario extra por los aguinaldos y vacaciones que algunos percibimos y por eso “hay más dinero”), no hay permisos. Las alrededor de veinte mesas del lugar están llenas. “Sólo nos van a dar el veinticinco”, dice Leticia, refiriéndose al 25 de diciembre, día de la “Navidad” (cuando ya nació Jesús, de acuerdo a la tradición cristiana). “Pero también les dan el primero, ¿no?”, le pregunto, refiriéndome al día después de la otra bacanal comedora y bebedora, que celebra la venida del “año nuevo” (a pesar del incierto futuro que el 2019 nos vaya a deparar, con la “Cuarta Transformación”, el que, esperemos, sea mejor que lo que estamos viviendo).
Leticia niega con el movimiento de su cabeza. “No, dicen que por eso nos van a dar el veinticinco”, el cual, ese sí, se los pagan a todos los empleados. Lo que no les pagan son la semana de vacaciones que les dan cada año. “Sí, nos dan una semana, pero no nos pagan nada”, dice, también en resignado tono.
“¿Pero sí les dan la comida?”, me aventuro a preguntar por último. “¡Ah, eso sí, puedes comer lo que quieras, comida corrida, costillas, huaraches, tacos… lo que quieras!”, afirma categórica, lo que su evidente mediano sobrepeso demuestra. Es de imaginarse, que una engordante diaria dieta de sopes, quesadillas, huaraches, tortas… produzca su efecto en varios de los empleados, como puede apreciarse.
Supongo que el dueño, al que se refieren como “El Patillas”, querrá dar una buena impresión en los comensales mostrándoles que, al igual que ellos, sus empleados están “muy bien comidos”.
Pido la cuenta a Leticia, le dejo cincuenta pesos de propina, ahora que sé, lo suponía, que es su sueldo extra, y le deseo que termine pronto su atareada labor de ese día.