¿Incomprendidos? ¿Bichos raros? ¿Locos? En definitiva, nos da la impresión de que, cuanto menos, molestamos. Se nos niega el pan y la sal y, poco a poco, nos están arrinconando. Nos eluden los libreros de León, desde hace 14 años; para nuestra sorpresa, en el presente año, se nos niega un espacio para presentar nuestra oferta cultural por no formar parte de la política económica de una empresa que, se supone, tiene que defender la cultura con mayúsculas en toda su extensión, o se nos relega a un segundo plano. Es posible, lo estoy valorando, que, de seguir por esta línea, el proyecto cultural que dirijo sufra un cambio o, tal vez, desaparezca, si no en su totalidad, sí en parte. Peligra, especialmente, el premio que otorga mi asociación, un premio de reconocimiento cultural, sincero y válido donde los haya, porque no se puede soportar especialmente tanta indiferencia. Por el contrario, por ejemplo, un año más los organizadores de la Feria del Libro de Benavente nos han invitado, y allí estaremos con gusto, con agrado, porque queremos participar allí donde se nos invita. Y no, no queremos ser profetas en nuestra tierra, pero, por favor, pedimos, desde aquí, y a quien corresponda, que, ya que ellos no quieren o no pueden hacer cultura que, por lo menos, dejen que nosotros, una asociación sin ánimo de lucro, nos preocupemos por ella.
Y porque viene a cuento, permítanme, que lea una parte del artículo que publicamos en las páginas 20 y 21 de nuestra revista, firmado, nada más ni nada menos, que por el gran insigne escritor Federico García Lorca. Dice así:
«No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano, porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado; es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que deberían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa, mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.»