TOROS
Qué desgracia que un intelectual de la talla de
Antonio Caballero defienda un espectáculo sangriento. "Por los derechos de
las minorías", titula en Semana, la revista más importante de
Colombia, su perorata en defensa de la tauromaquia. ¿Pero cuáles derechos?
¿Derechos para torturar y matar? Los sicarios también son minoría. Él, tan
lúcido, con un chorro de razones, contestaría que los sicarios también tienen
derechos. "Y el sicariato en Colombia es parte de la cultura", podría
agregar, y no se podría negar que los colombianos nos distinguimos por el
oficio de matarnos unos a otros. Caballero también se burlaría de otra frase,
que es una verdad de a puño: Ni la tauromaquia es arte ni la
antropofagia gastronomía. Él, con su inteligencia suprema, alegaría que si
la cosa se prepara bien, si la sazón y los condimentos están a la altura, hasta
se pueden escribir libros memorables.
Poderoso y bello es el argumento de Julio Ortega
contra la tauromaquie: “Cuando tú respetes a los animales, yo dejaré de
inmiscuirme en lo que haces. Mientras tanto, me tendrás enfrente. No lo dudes.
Sé que te resulto muy molesto y la verdad, esa es una de mis pretensiones:
entorpecer en lo posible tu repugnante forma de entretenerte. Porque entre tu
“diversión” y mi rechazo, no olvides que hay un ser vivo al que no le has dicho
como a mí: “Si no te gusta morir en la plaza no te quedes en ella, vete”. Él no
puede escoger, ¿verdad?, pues mientras el toro no tenga la oportunidad de
hacerlo, tú tampoco gozarás de la libertad de matarlo sin que yo, y millones
como yo, tratemos de evitarlo”.
En tiempos de Hemingway todavía admiraban a los
cazadores que derribaban por placer animales majestuosos en las tierras sin
dueño del continente africano y hoy ni siquiera le toleran estos sanguinarios
desmanes al mismísimo rey, que ahora anda por ahí cojeando, viejo, sin trono y
sin reina. Antes los toreros se codeaban con poetas e intelectuales y eran
objeto de alabanzas y poemas. Ahora apestan. Para sentir la pestilencia, basta
la frase que suelta César Rincón cuando le preguntan cuántos toros ha matado en
su vida: "Mi ejercicio no es matar, sino torear y ejecutar la suerte
suprema". Y agrega el insigne filósofo colombiano, olvidando que en la
"compenetración" el muerto es el toro y no él: "Hacerlo es magia,
sobre todo cuando toro y torero logran compenetrarse".
En todo caso, y para no extraviarme en ironías, el
espectáculo del sufrimiento y la muerte de un animal para la diversión y el
placer del hombre me parece absolutamente denigrante y cruel.
Triunfo Arciniegas
7 de septiembre de 2014