PAD, Universidad de Piura
Hay momentos en la vida de las personas, de las instituciones o del país en los que se juegan cosas de suma importancia; este es uno de ellos. En efecto, lo que elijamos marcará nuestro destino. La disyuntiva es clara: un estado democrático, donde prime la libertad, la iniciativa económica, el desarrollo de las personas, o un estado socialista o comunista, que organice todo y pretenda hacerlo todo, donde se prive de la libertad, convirtiendo a los ciudadanos en personas de barro, sin capacidad de nada, donde se fomente el odio entre unos y otros.
La persona humana ha recibido el don maravilloso de la libertad; fue creada para ejercerla con sensatez. De esta manera, se desarrolla y contribuye al desarrollo de los demás. Los ciudadanos deben tener la posibilidad de elegir el tipo de educación para sus hijos, libertad para su iniciativa económica, para realizar actividades comerciales o productivas en las que ganen su sustento y sea un eslabón en la creación de puestos de trabajo, libertad para ahorrar o invertir en donde deseen; libertad, en definitiva, para su propio crecimiento espiritual y material. Por lo tanto, cualquier sistema que viole esto, está directamente en contra del destino natural de la persona.
Señala el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2425): “La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al ‘comunismo’ o ‘socialismo’”.
El socialismo pretende que haya un Estado omnímodo, que se encargue de todo, de controlarlo todo, de poseerlo todo, de quitarles todo a los individuos, de decidir por ellos. Es un sistema perverso en el que impera el miedo, la mentira, que se fortalece enfrentando a las personas, en vez de servirlas. Decía con meridiana claridad Juan Pablo II: “El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico… considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social” (CA, 13).
No es que el Estado siempre sea un mal organizador y peor gerente (aunque en buena parte de los casos lo ha sido y lo es), pero ¿por qué priva de esas posibilidades a las personas? ¡Qué malas experiencias hemos tenido, y con qué graves consecuencias y niveles de corrupción! Es curioso que quienes han sido los responsables de eso, pretendan ahora enarbolar la manida bandera de la “lucha contra la corrupción”; habría que recordarles el refrán: “Dime de qué te ufanas y te diré de qué careces”. Con cruda franqueza sentenciaba Winston Churchill: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.
Basta echar una mirada al mundo para darnos cuenta del estrepitoso fracaso del comunismo: el resultado es pobreza económica y moral, la destrucción de las capacidades de las personas, la pérdida de sus bienes, el destierro y la emigración forzada por el derecho de supervivencia y por conservar lo único que el Estado no puede robar: la esperanza. No podemos permitir que el socialismo se apodere del país: ¡lo destruirá todo!
El trabajo que todos deseamos solo se crea con inversión y apertura, lo que requiere estabilidad y paz social. El socialismo se opone cerrilmente a esto, pues manipula la vida económica en beneficio propio, anulando la libertad de iniciativa, la propiedad y la creación de riqueza.
Hagamos realidad las estrofas del Himno Nacional: “¡Somos libres, seámoslo siempre!”. De nosotros depende.