LA HERIDA LUMINOSA por Fermín Herrero
En el sucinto pero atinado prefacio de Oscuro animal celeste, el poeta, también bilbaíno, José Fernández de la Sota traza las líneas maestras en las que se desenvuelve el poemario. El estilo hermético, dotado de un aliento metafórico constante, lo avecina a Federico García Lorca y a Antonio Gamoneda. Al primero, aparte de cierta asonancia rítmica, romanceada, que puntúa algunos poemas, parecen remitir los símbolos diseminados a lo largo del libro, aunque de naturaleza bien distinta: en Arginzoniz abundan aquéllos que tratan de dilucidar la inspiración y, en general, la elevación que comporta el estro lírico. Así los ángeles de toda condición, los pájaros, aun los nunca vistos, o la escala de luz que ilumina las palabras en forma de alucinación, en palabra tan de José Hierro. Con el autor de Descripción de la mentira, a la zaga de Saint- John Perse, comparte una poética visionaria, desbordada de imágenes del inconsciente –el autor ha estudiado psicoanálisis- y la herida luminosa, el arder de las pérdidas, en todos los órdenes.
De tal modo que el prologuista se imagina al poeta al acecho del hallazgo, de la presa metafórica precisa, en el claro del bosque zambranista y califica sus poemas, siguiendo uno de los apartados del volumen con resonancias baudelairianas, como flores extrañas; y como «oscuros y brillantes», al hilo del título, sus versos, que imagina escritos en estado de trance. Sea como fuere, a consecuencia del asombro, desde luego la indudable imaginación del autor propicia un torrente lírico, confiere una fuerza expresiva que busca darle voz a lo inaudible, a algo sobrenatural, familiarizado con los muertos, que linda con lo onírico o su inminencia, incluso con una terminología altamente paradójica, de reminiscencias místicas. Lo que depara, en cuanto al estilo, que casi en cada enunciado se agazape un quiebro final que desmonta lo esperable, lo tópico: «Apuró la copa hasta las últimas sombras».
Por sus páginas desfilan animales huidos, como los tímidos ciervos vulnerados, junto a peces quietos, atónitos o ciegos, lunas nada lorquianas y espejos poco borgianos. O sí, en una escritura tan orientada a lo simbólico, en la que se ha escamoteado, por escasamente significativa, supongo, la anécdota, resulta difícil determinarlo, aunque se sepa que los versos respiran por la herida. Y en cuanto a lo formal, aparte de las imágenes y las aliteraciones, destaca la polimetría y se cultiva, alternándolos, desde el poema en prosa al muy breve, ejecutado en tres versos. Lo que no obsta para que Oscuro animal celeste se cierre con el único extenso, demorado, con tintes metafísicos. Un broche adecuado para un libro escrito nel mezzo del cammin, aún con la fuerza expresiva de la juventud intacta.