Lecturas infantiles del Quijote: breve panorama en torno al centenario
Eva Álvarez Ramos
Universidad de Valladolid
La atemporalidad y universalidad de don Quijote ha permitido que sea una de las obras más versionadas, intertextualizadas y adaptadas de la historia de la literatura en lengua castellana. No faltan trabajos de toda índole que demuestran y justifican esta afirmación y que contribuyen a reforzar más aún la importancia de esta figura literaria. Don Quijote y Sancho, con el tiempo, se han transformado en arquetipos universales, “en seres auténticos que no han perdido valor ni credibilidad con el paso de los siglos, sino todo lo contrario” (Aldecoa, 2005: 4) Pretendemos dilucidar cuál es el papel que desempeñan, en el ámbito infantil, las versiones y adaptaciones que del clásico cervantino se han hecho, para poner de manifiesto cuáles son los principales motivos que permanecen, qué escenas son las más reincidentes y cuáles son aquellos elementos principales que permiten configurar el imaginario infantil sobre el hidalgo manchego y ayudan a su transmisión cultural y literaria.
Cuenta Gabriel García Márquez en sus memorias que su lectura de El Quijote mereció siempre un capítulo aparte, porque no le causó la conmoción prevista por su maestro. Dice:
Me aburrían las peroratas sabias del caballero andante y no me hacían la menor gracia las burradas del escudero, hasta el extremo de pensar que no era el mismo libro del que tanto se hablaba. Sin embargo, me dije que un maestro tan sabio como el nuestro no podía equivocarse, y me esforcé por tragármelo como un purgante a cucharadas. Hice otras tentativas en el bachillerato, donde tuve que estudiarlo como tarea obligatoria, y lo aborrecí sin remedio, hasta que un amigo me aconsejó que lo pusiera en la repisa del inodoro y tratara de leerlo mientras cumplía con mis deberes cotidianos. Sólo así lo descubrí, como una deflagración, y lo gocé del derecho y del revés hasta recitar de memoria episodios enteros. (2002: 168)
Por este motivo defiende que solo deberían leerse aquellos libros que son devorados “letra por letra con la ansiedad de saber qué pasa en la línea siguiente y al mismo tiempo con la ansiedad de no saberlo para no romper el encanto” (Ibídem)[1]. La lectura del Quijote debería ser un acto placentero y no una imposición académica para los discentes y es, precisamente, ese carácter obligatorio de la lectura en el ámbito escolar la espada de Damocles que pende afilada sobre los futuros leyentes. El aula, más que alimentar lectores los ahuyenta (Cfr. Plaza, 2004). No nos engañemos, por muy obra grandiosa y universal que sea El Quijote, necesita un lector competente, un lector modelo[2], que sepa desentrañar el verdadero significado de los personajes y las situaciones (Sotomayor Sáez, 57). No es un volumen destinado a un lector infantil inexperto.
Si algo está claro es que los estudiantes actuales por una parte no están suficientemente preparados para ejercer su papel de lector activo y cooperador con el autor, y por otra, tampoco tienen en su mayoría la suficiente afición a la lectura como para que el esfuerzo de leer un texto tan alejado de ellos (con todo lo que ello conlleva de dificultad añadida de lenguaje, estilo, etc.) y de sus intereses les merezca la pena. (Estévez Díez, 2005: 93)
Pretendemos acercarnos de manera divulgativa a determinadas adaptaciones de la obra cervantina que pueden servir como ejemplo de cómo se transmite la imagen de El Quijote en la literatura infantil y que contribuirá con el tiempo a asentar las bases cognoscitivas de este ilustre personaje, sirviendo asimismo de elementos gestionadores de conocimientos previos cuando en la adolescencia o en la madurez se acerquen a leer el original. El mercado editorial ha sabido ver, muy audazmente, estas necesidades lectoras, pero también han sido conscientes de que el caballero de la triste figura ayudaría a incrementar las arcas de este depauperado sector, más cuando revolotean centenarios. No sabemos dónde queda la transmisión literaria y donde la monetaria. Aun así, y teniendo presente que no todos los libros del mercado han corrido la misma suerte cualitativa.
Frente a la poca presencia en los libros de texto, el panorama se presenta harto distinto en los libros de lectura que despliegan una prolija vorágine de ediciones y reediciones, con sus mil variantes y adaptaciones. Traeremos aquí a colación solo un determinado grupo de ediciones, sería imposible por su fecundidad, mostrar más de los ejemplos seleccionados. Creemos que esta pequeña muestra puede ser representativa de lo que ofrece el mercado editorial a las mentes más pequeñas, y de qué elementos intrínsecos al caballero de la triste figura son los más explotados en el ideario literario infantil.
La fecundidad es tal que Julián Pascual Díez (2006: 94-99) ha recogido las variantes de adaptaciones de la obra cervantina en una taxonomía de seis tipos:
- Adaptaciones reduccionistas y actualizadoras, fieles al estilo y espíritu cervantino.
- Versiones adaptadas muy reducidas y bastante modificadas.
- Álbumes ilustrados de texto breve.
- Versiones que trasladan algún personaje cervantino a otro contexto o historia.
- Versiones en las que don Quijote es una excusa
- Recreaciones libres
Para los más pequeños (hasta los 6 años) se realizan ediciones del tipo 3 y 5: Álbumes ilustrados y aquellos volúmenes en los que el Quijote es tomado como una disculpa.
Así podemos enfrentarnos a ediciones en las que la figura de don Quijote no es más que una excusa para llevar a cabo otras tareas didácticas o no tan didácticas: colorear, trabajar algún concepto lingüístico, aprender refranes o extraer alguna enseñanza moral. En estos casos en los que el volumen no está dedicado íntegramente a la figura de don Quijote, el personaje aparece contextualizado mediante ciertos elementos cualitativos. Forman parte también de este grupo los poemas dedicados a la célebre figura así como los libros que tratan de El Quijote sin desarrollar el argumento de la novela, tales como abecedarios, libros de vocabulario, etc. Podemos mencionar: El libro loco del Quijote, de A. Conejero y Joma; Mis primeros refranes del Quijote, de Libro-Hobby; Historias del Quijote, de A. Sánchez y G. Tejerina; Quién es Don Quijote de la Mancha, de Rosa Navarro Durán; De la A a la Z con don Quijote, de Rafael Cruz-Contarini y El Quijote en veintitantas letras, de Ramón García con ilustraciones de Susana Saura.
En estas últimas referencia tomando como excusa el abecedario se le ofrecen al niño términos relacionados con la obra cervantina, bien personajes, bien caracteres de los mismos, etc. Con un lenguaje versificado se acerca al caballero de la triste figura al imaginario infantil. Las únicas diferencias que constatamos en ambas obras son los años de publicación: La de Cruz-Contarini se editó para el centenario de 2005 y la de Ramón García se ha gestado a la luz de este nuevo centenario.
Se hace mención especial a la locura de don Quijote y se mantiene el par constante don Quijote-aventurero. Se añaden, no obstante, varias aristas más a la personalidad de Alonso Quijano: la búsqueda de la justicia y el origen de su mal. Ya se pincela a grandes rasgos el carácter de don Quijote, aunque las obras disten años luz. Pero el niño ya va conociendo quién es ese caballero y a qué se dedica. Asimismo se le da ya la pátina de luchador ético, aquel que pelea para defender de la injusticia. No hay ningún atisbo, por motivos lógicos, de la gran crueldad[3] que envuelve a la obra.
Por contraposición se presenta a Sancho como el “yan” de Quijano, así, como opuesto se le califica en Cruz-Contarini como: “él no vive aventuras” (24); “Hombre que sufre el delirio de un hidalgo soñador” (24). Tomando también otro cariz este personaje al añadirle los caracteres de: “Escudero, fiel criado, confiado y bonachón” (8); “confía en su señor” (24); “hombre simple y sin dobleces” (24); “que ayuda al Quijote, su señor, a salir de los embrollos” (8). Se va gestando así en el imaginario infantil la figura de un escudero fiel, bueno y comprometido con su caballero.
Tal y como podemos constatar dentro de los libros destinados a un lector incipiente podemos observar cómo la figura de don Quijote se presenta tal cual: un soñador aventurero que ha perdido el seso por la lectura, que cabalga por la mancha repartiendo justicia y a quien acompaña un entrañable, noble y leal escudero. El principal uso que se le da a los quijotes de los primeros años es de una utilidad tangencial: don Quijote y Sancho se utilizan como meras disculpas para la explicitación de otros conceptos. Como reconoce Ramón García: “Meter la inmortal novela, con sus mil aventuras y mil personajes, en veintitantas palabras ya sería mérito –bromeó–, pero nos hemos atrevido a más, a hacerlo en veintitantas letras y lo hemos hecho por pura diversión” (Crespo, 2016: s.p.).
Cabe destacar, sin embargo, que en los niveles más básicos, se realiza una breve descripción de los personajes. Las imágenes que transmiten las figuras cervantinas, se basan en el antagonismo: así don Quijote es definido como “valiente y aventurero” mientras que Sancho se muestra como “tranquilo y prudente”. El maniqueísmo adscrito a los personajes de los libros infantiles es un elemento inherente a esta literatura. Bettelheim reconoce que esta simpleza es clave en la comprensión del cuento por el niño.
La yuxtaposición de personajes con rasgos tan opuestos no tiene la finalidad de provocar una conducta adecuada, como quizá pretenden los cuentos con moraleja. […] Al presentar al niño caracteres totalmente opuestos, se le ayuda a comprender más fácilmente la diferencia entre ambos, cosa que no podría realizar si dichos personajes representaran fielmente la vida real, con todas las complejidades que caracterizan a los seres reales. Las ambigüedades no deben plantearse hasta que no se haya establecido una personalidad relativamente firme sobre la base de identificaciones positivas. (1994: 13)
Los álbumes ilustrados sirven para llevar a cabo adaptaciones muy breves que se aproximan de manera tangencial a la obra. La reducción argumental es tal que, aunque poseen algunos elementos esenciales, se alejan abismalmente del original. Al ser ediciones destinadas a un público infantil el elemento principal de las mismas son las grandes ilustraciones que contribuyen no solo a hacer más fascinante y atractiva la historia, sino a solventar las carencias cognoscitivas de los más pequeños y apoyar la información dada en el texto con la imagen.
No obstante, no pueden considerarse estas adaptaciones propiamente como Quijotes para niños, puesto que “se aproximan al Quijote de forma muy tangencial y son obras realizadas sin ilación, mediante la unión de fragmentos que no pueden ofrecer ni una visión de conjunto ni parcial del sentido de la obra” (Pascual Díez, 98). A pesar de este reduccionismo supino, las figuras de don Quijote y Sancho, comienzan ya a dibujarse en el imaginario infantil, basadas todavía en la contraposición maniquea de los personajes, pero se asientan ya como semilla que podrá o no germinar con posteriores lecturas, configurándose así como conocimientos previos a la hora de acercarse a unas adaptaciones más completas.
La aventura que se repite con mayor asiduidad (no de forma argumental, sino simplemente referida) es la de los molinos-gigantes. Es tomada como base para hacer especial hincapié en dos aspectos que lo relacionan con la obra original: el ansia de aventura y la locura de don Quijote. Junto a esta aventura hemos de mencionar además la de Clavileño, los odres de vino y la de las ovejas.
Podemos nombrar Las aventuras de Don Quijote de A. Obiols; Mi primer Quijote de Mingote; Las aventuras de Don Quijote de la Mancha con ilustraciones de Alicia Ginebreda; Don Quijote de la Mancha (Lecturas pictográficas), de Carlos Reviejo; El Quijote contado a los niños, de Rosa Navarro Durán; Mi primer Quijote de José María Plaza; Mi primer Quijote de Ramón García Domínguez; Las increíbles aventuras de don Quijote y Sancho como jamás te las contaron, de César Bona.
Creemos que estos meros ejemplos sirven para hacernos una idea generalizada de qué materiales tienen a su disposición los niños y de cómo se configuran los idearios infantiles de la obra Cervantina. Está claro que estas adaptaciones o versiones dan mucho de qué hablar, pero para los más que se hayan rasgado las vestiduras, deberán saber que:
Desengañémonos: para leer el Quijote es necesario dominar un vocabulario extenso y poseer unas nociones culturales que no están al alcance de un lector en formación. Así que un niño o una niña de menos de diez años solo podrán participar de la fiesta del Quijote si modelamos la novela para dotarla de un lenguaje y una visión del mundo asequibles a la infancia. (Sánchez Aguilar, 2005: 4)
Los niños, concebidos no como lector modelo, sino como lector adaptado, solo son capaces de reconocer las hazañas y aventuras de nuestro protagonista y tienden a prestar mayor atención a aquellas envueltas en un halo humorístico, de ahí que todas estas adaptaciones infantiles de las que estamos hablando, presten especial atención a los episodios así calificados. Los lectores “incompetentes” y sus limitaciones “aconsejan eliminar los relatos intercalados, reducir el texto, actualizar el lenguaje, etc.” (Sotomayor Sáez, 57)
Todas estas interpretaciones y reinterpretaciones tienen un único fin (además del monetario, si pensamos en el mercado editorial) y es el de acercar una de las figuras literarias por excelencia al mundo de los niños, para abrirles el paso a una lectura más madura, a lo largo de los años.
Bibliografía
Aldecoa, J. (2005). “Prólogo de Don Quijote de la Mancha”, en N. Sánchez Mendieta: Don Quijote de la Mancha (ed. adaptada y anotada). Madrid: Alfaguara
Bettleheim, B. (2004). Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica.
Crespo, T. (2016). “Letras y dibujos para explicar El Quijote a ‘chicos y no tan chicos’”, en El Norte de Castilla, 25 de abril de 2016.
Diego, R. de y Vázquez, L. (2005). Hombres de ficción. La figura masculina en la historia y en la cultura. Madrid: Alianza.
Eco, U. (1993). Lector in fabula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo. Barcelona: Lumen
Estévez Díez, Cristina. (2005). “Leer El Quijote. Algunas reflexiones sobre didáctica de la literatura. Didáctica (Lengua y Literatura), 17, pp. 89-97.
García Márquez, G. (2002). Vivir para contarla. Barcelona: Círculo de Lectores.
Matute, A. M. (2004). “Prólogo”, en C. López Narváez y A. Cañas. Aventuras de don Quijote y Sancho. Madrid: Bruño.
Pascual Díez, J. (2006). “El imaginario literario como conformador de patrimonio. El Quijote: una interpretación para el público infantil, en R. Calaf y Olaia Fontal (Coords.). Miradas al patrimonio. Gijón: Trea, pp. 89-106.
Plaza, J. M. (2004). “Y para los niños, ¿qué?”. Leer, 158, pp. 144-146.
Sánchez Aguilar, A. (2005). “Presentación”. Érase una vez Don Quijote. Barcelona: Vicens Vives.
Sotomayor Sáez, M. V. (2006). “ Los prólogos en las ediciones del Quijote para niños y jóvenes. Funciones y tópicos. Ocnos, 2, pp. 39-61.
Libros infantiles de don Quijote
Bona, C. (2015). Las increíbles aventuras de don Quijote y Sancho como jamás te las contaron, ilustraciones de Sara Mateos. Barcelona: Beascoa.
Conejero, A. (2005). El libro loco del Quijote, con ilustraciones de Joma. de A. Conejero y Joma. Madrid: SM.
Cruz-Contarini, Rafael. (2005). De la A a la Z con Don Quijote. Ilustraciones de Rafael Salmerón. León: Everest.
García, R. (2016). El Quijote en veintitantas letras, ilustraciones de Susana Saura. Valladolid: Diputación de Valladolid.
García Domínguez, R. (2015). Mi primer Quijote. Madrid: Anaya.
Mingote, A. (2005). Mi primer Quijote. Barcelona: Planeta.
Navarro Durán, R. (2015). ¿Quién es don Quijote de la Mancha? Barcelona: Edebé.
––. (2005). El Quijote contado a los niños, Barcelona: Edebé.
Obiols, A. (2015). Las aventuras de Don Quijote. Barcelona: Beascoa.
Ochoa, N. (2006). Las aventuras de Don Quijote de la Mancha, ilustraciones de Alicia Ginebreda. Madrid: El País.
Plaza, J. M. (2004). Mi primer Quijote. Barcelona: Espasa.
Reviejo, C. y J. Zabala. (2005). Pictogramas en la historia de don Quijote de la Mancha. Madrid: SM.
Sánchez, A. (2005). Historias del Quijote, ilustraciones de G. Tejerina. Oviedo: Nobel.
- AA. (2005). Mis primeros refranes del Quijote. Madrid: Libro-Hobby.
[1] No es, sin embargo, Gabriel García Márquez el único que afirma haber padecido la lectura obligatoria de El Quijote, Ana María Matute, por poner otro ejemplo, lo relata así: Cuando yo era niña y oía hablar del Quijote, era como si oyera hablar de una montaña inaccesible, algo así como el Everest de la literatura, cuya cima solo podía alcanzar siendo adulto y además, docto profesor. La verdad es que las primeras veces que se nos dio a conocer, no pudieron ser más desafortunadas: en fragmentos “escogidos”, y no precisamente por alguien que conociese, ni siquiera someramente, una mente infantil. Recuerdo con congoja aquellas obligadas redacciones –yo debía tener ocho o nueve años– inspiradas en su lectura. Ni que decir tiene que no entendimos una palabra, y que mis notas en esas tareas fueron lamentables. Y no era la única: todas mis compañeras, sin excepción, eran víctimas del mismo mal. Desde entonces, la sombra del Quijote planeaba sobre nuestras vidas de escolares incipientes como una amenaza. Para decirlo claramente nos lo hicieron odiar. (2004: 7)
[2] Tal y como lo expresa Umberto Eco, todo texto necesita de un lector modelo, de ahí que el escritor deba prever un “Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente”. (1993: 80)
[3] Rosa de Diego y Lidia Vázquez recogen la siguiente anécdota relacionada con la atrocidad de El Quijote: “Se cuenta que Nabokov tiró el libro al suelo en su aula de Harvard, negándose a incluirlo en su clase de Literatura universal, debido a su bárbara crueldad. Las autoridades universitarias acabarían obligándole a incluirlo en el programa, y el escritor ruso, al elaborar sus notas, parece haber apreciado mejor la novela cervantina” (100).