domingo, 5 de enero de 2025

Crónicas costeras 6 - Mini

Con Mini, la vecina de mi hermano, tomamos vino y comimos duraznos frescos en la galería de su casa.

Nos conocimos y me invitó. Nos contamos de todo. Ella tiene 74 años, 20 más que yo, pero mucho mejor llevados. 

Disfruta de los pequeños rituales: abrir el vino. Preparar el fuego con ramas y piñas del bosque. Asar los churrascos "a punto". Preparar la ensalada. Comer siempre en el patio.

Me contó de sus amores, de su militancia siempre activa, de la cooperativa que formó con algunos vecinos en Buenos Aires. 

Mini es alegre, anoche se fue de fiesta al club de jubilados. Me invitó, pero no tuve ganas. Hoy quiere estar presente en un acto por la memoria que se hace en otra localidad costera. Me viene a buscar. Ayer me dijo: Vamos.

viernes, 3 de enero de 2025

¡Qué ambiciosa!

Quise todo y para siempre.
Tanto que no lo supe explicar. 
¿Qué querés?
Todo. 
¿Qué es todo?
Todo. Quiero todo y para siempre. 
¿Para siempre?


Pero todo y para siempre es demasiado. 

🤸🏼‍♀️


 


lunes, 23 de diciembre de 2024

Parkinson

Tengo un amigo nuevo.

Habita en una amiga de mi infancia.

Hoy jugamos al chinchón.

Yo le iba ganando y me preguntó:

¿Tengo que babear para que me dejes ganar?

Nos reímos como si tuviéramos nueve años.


lunes, 16 de diciembre de 2024

Crónicas costeras 5 - Dispenser de frescura

La casita obrador tiene una "ventanita heladera", dijo mi hermano y me explicó: cuando la abras va a correr viento frío. No importa el calor que haga, abrís esa ventanita y corre el viento que viene desde el mar y que atraviesa el bosque de pinos. Así que, desde ahí, siempre vas a tener aire frío.

Sería como la "ventanita dispenser", pienso recordando cuando Max (mi hijo pequeño) bautizó como "dispenser de aire" a una ventanita de nuestra casa, en Buenos Aires. Esa casa que ahora, desde acá, me parece tan ajena y distante.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Crónicas costeras 4 - Al galope

Camino por la ancha Avenida 1, arrastrando la arena mojada, rumbo a la casita. Por la mañana llovió otra vez y en algunos tramos se complica el acceso. Pero me encanta la soledad de este lugar, el olor a pino, el sonido del mar.

Escucho detrás de mí un galope que se va acercando. Es una zona de muchos caballos, están por todas partes, eso también me encanta.

En pocos segundo, ginete y caballo pasan por mi lado. El hombre dice buenos días, respondo tarde porque me tomó de sorpresa, pero sé que me escuchó. Es la falta de costumbre, los días del silencio. 

El hombre, de unos sesenta años y buen porte, está vestido con el atuendo típico de los gauchos: bombacha de campo con faja, alpargatas, camisa con una especie de corbatín o pañuelo que no alcanzo a distinguir, y una boina clásica. No lleva poncho, hace calor.  

Enseguida me saca la delantera, sigo su trayectoria con la mirada. Entra y sale de los amplios patios de las casas, como custodiando.

Los terrenos son enormes y con mucha vegetación: pasto, yuyos, árboles, abrojos, por todas partes. El hombre sale nuevamente a la calle y avanza hasta donde la avenida se corta. Dobla y lo pierdo de vista, pero todavía escucho los cascos de su caballo, resonando en la distancia.