lunes, 9 de diciembre de 2024
Los Payasos
Inicialmente pensé que éste filme se iba a burlar de la falta de talento, de intentar hacer algo y que fallemos miserablemente, pensaba sería una especie de comedia de las que se burlan de otros, ajenos a quienes somos nosotros se daría a entender, pero ha sido ver que éste mockumentary se enfoca más en querer fomentar una historia con intentar sacar adelante un proyecto cinematográfico, lograr construir algo propio, que halle valía, dentro de una exhibición de cierta perseverancia pero sin exagerar la nota, la realidad. Lucas Bucci, director real de éste mockumentary interpreta a un director de un corto llamado Los Payasos, un corto que muestra a un payaso rompiendo una computadora. Esto a todas luces indica que el corto de Bucci es pésimo. No obstante buscan algún tipo de reconocimiento contra todo pronóstico. Bucci, con el codirector real del mockumentary, Tomás Sposato, que en el relato hace de camarógrafo, aplican a varios festivales. Ya no importa cual, pero que alguno los llame. Finalmente sucede. Son invitados a uno desconocido en Brasil. Junto a uno de los actores del corto ficticio, Jerónimo Freixas, los tres se embarcan a viajar al festival, pero para ello planean hacer un documental del viaje, hacer otro trabajo con el proceso por el que va a pasar su corto. Esto es lo más interesante del mockumentary, el deseo de plasmar algo creativo con la fabricación de un proceso artístico. Hallar sentido, sustancia a su trabajo, a la próxima oportunidad que se han creado. Es una película bastante austera, la cual podría pasar por amateur. La manera de documentar es sumamente simple, parece propio de las películas caseras, con algunos ratos mal encuadrado, algunas secuencias muy cortas, varios momentos de poca trascendencia, pero con el respaldo de una edición, una seria construcción narrativa, como se deja ver además dentro de los diálogos. Pero así mismo es una propuesta que maneja simpatía, empatía, carisma, entre los 3 amigos, entre la interacción de los 3 personajes, director, camarógrafo y actor. Se puede pensar que ha existido improvisación, y les ha ido bien digamos, consiguen entretener, contener complicidad con el espectador, con su aventura, con momentos cotidianos alrededor de su viaje. Ya el festival es anecdótico, no pasa por mucho dolor. El productor es Nestor Frenkel y pueden haberse asesorado algo con él, que hace algo parecido, aunque mayor. Es una película que no es sarcástica con el ámbito de la derrota, no pretende ser canchera, estar por encima del resto, sentirse superior ante las carencias ajenas. Todo esto está bien manejado, el filme apunta a la calidez humana, a apostar por algo que no vemos que no es tan genial, pero sin caer en el escarnio de la ilusión o falta de visión. ¿Cuánta gente se va a sentir perdedora antes de jugársela? y así hasta quemar el último cartucho. Igual, como se llega a hablar, algo bueno se puede sacar de todo lo que conlleva dedicación, entrega, meditar el proceso artístico, y ahí hay calidez humana, empatía, sin caer en el sentimentalismo barato, en la empatía de manual, en el discurso facilón reconfortador. Todo se ve como una aventura, está la playa, el bar, la camaradería, para otros la marihuana, la cerveza, alguna chica. El mockumentary es un canto de buena onda. No coquetea con hacerte ver un perdedor, sino muestra un ambiente de tomar siempre el devenir con relajo, tal cual la voz sabia de Rudyard Kipling en If.
domingo, 8 de diciembre de 2024
Class Relations
Class Relations (1984) del matrimonio francés Daniele Huillet y Jean-Marie Straub adapta la novela inacabada Amerika de Franz Kafka. Todos los actores actúan de manera austera y abiertamente fría (sin adornos expresivos), con cero histrionismo, con mucho ascetismo. Es una película que trata de compaginar las distintas clases sociales produciendo una interrelación analítica, reflexiva si se quiere, y aunque los autores galos son ideológicamente socialistas -plasmado en sus trabajos- muestran también gente pícara y hasta abusiva entre la gente sin recursos. El relato tiene a un muchacho europeo, alemán, Karl Robmann (Christian Heinisch, en su única actuación en el cine), que ha embarazado a la empleada de su casa y su familia lo ha mandado lejos, a New York, por barco, para evitar el escandalo. Karl luce un chico básico en sus expresiones, en sus reacciones y posibilidades con la gente (sin embargo hace más de lo que se espera de él, de sus debilidades), hasta pasa por inocente e incluso frágil (no obstante se presenta intrépido para nadar sólo en tierras lejanas y desconocidas). Posee buena educación y luce a un punto culto. Se le percibe real a secas, destila mucha humildad para con la gente sin recursos. En el barco se debate en defensa del fogonero con quien entabla amistad y un aura de respeto hacia éste, y va más allá de las meras palabras o la demagogia, sino intenta solucionar sus problemas. Se puede señalar que hay cierto estado de injusticia en el ambiente del relato, en el planeta, en la humanidad, en la sociedad, en la convivencia, y es poner el lente sobre una realidad que se aplica común (aunque Kafka lo dimensiona hasta lo neurótico), muy propio también del mundo. Los fuertes pisan, dominan o subyugan a los débiles o unos buscan estar por encima del resto (sea de donde vengan), si bien esto es obviamente reprochable, implica proponer equilibrios, construir sociedades más factibles para nuestra humanidad. Karl en EEUU anhela ser independiente, quiere hacerse desde abajo, pero la situación es muy difícil. Kafka muestra, como suele hacer en sus escritos, al hombre que el peso del mundo lo opaca, lo hace ver pequeñito, y simplemente trata de remar hacia adelante como puede, como quien no tiene muchas armas para solucionar su propia existencia, contraer sosiego, paz mental, si bien posee ciertas ventajas en su habitad, como el estatus social, una familia poderosa, como el tío millonario hecho en América (Mario Adorf). Karl, y el propio Kafka (hombre de por sí complicado, embrollado mentalmente, y al mismo tiempo, muy inteligente, excepcional), siempre pretende un cierto idealismo que suele resultar poco práctico y que más bien lo pone en jaque frente a la vida. Karl se mete en mil problemas por no aceptar la existencia sencilla que le ha tocado vivir producto de sus privilegios sociales (sólo tiene que estudiar). La maleta y el paraguas de Karl se pierden una y otra vez, están expuestos al hurto constante. El joven enfrenta así la simbólica derrota frente al trato interpersonal, aunque él mismo se lo pone arduo, porque se pone en el plano de la gente de bajos recursos -dígase cierto primitivismo o violencia, el dictamen de la fuerza bruta- como con Delamarche (el director de cine experimental Harun Farocki que hace de un buen pillo, con 40 años de edad; un pillo cool además), sujeto que se quiere comer el mundo aun cuando no tiene muchas virtudes o ventajas y más bien coquetea con lo criminal, aunque todavía a baja escala. Delamarche es un vagabundo que no obstante se las arregla con su atractivo físico de enamorar a una cantante con dinero, solitaria y envejecida, con fama en descenso, interpretada por la gran actriz italiana Laura Betti que por entonces tenía 57 años. Delamarche tiene un amigo que es como el tonto u oprimido del dúo, Robinson, quien le cuenta sus cuitas, su vida menospreciada a Karl. Conversan en una azotea, a lo The room (2003). Huillet y Straub hacen uso de escenarios bastante austeros, ultra primarios, pero competentes, tal si estuviéramos metidos en una clínica, rodeados por el color blanco o como si nos encontráramos especialmente iluminados, con únicamente sus pocos personajes, no hay otra gente nunca, no hay extras. Manifiestan un estilo formal con un distintivo blanco y negro del metraje y una visualidad minimalista medio de aire futurista, propio de una unidad con las performances que hacen. Hay un quehacer sexual en la historia, la que se percibe de estilo Kafkiano, que no se siente fácilmente, que medio que sutilmente intenta pasar desapercibida, como con la empleada que entra de noche al cuarto de Karl y dice estar volviéndose loca por no hablar con nadie, lo cual es muy americano. Así mismo con la hija del profesor, que parece una chica liberal y quizá proponer un trio, o el intercambio de parejas; en todo caso, la permisividad. En esa mansión de aspecto aristocrático se puede entender una cierta propensión a la corrupción o la trasgresión de tipo sexual, pero metida en el cinismo u que se pretende ocultar en cierta manera -la liberalidad puede ser peligrosa, mostrar lo peor-. Karl no es mostrado muy interesado en lo sexual, no parece prioridad en su personalidad, algo que tenga fijo. Sus inquietudes son de otra índole, está vislumbrando su futuro, el camino a seguir, como ejercer el altruismo, un amor atípico y real por los demás. Lo de la empleada que embarazó da a pensar que fue un acto que al propio Karl lo ha cogido por sorpresa en todo sentido, no se intuye un acto deliberado, lujurioso, menos de clásico aprovechamiento de clase, de opresión, pero eso habla también de nuestra imperfección general, nuestra dificultad de poder trascender. No existe el ser humano perfecto se podría decir, sin sonar que por ello hay que aceptarlo, aguantarlo o permitirlo todo. Hasta un tipo como Karl falla miserablemente. También es la tendencia de Karl a empatizar con la gente humilde, un poco en dejarse llevar, ser algo un barquito de papel en el agua. No ve diferencias sociales, ve personas, no clases sociales. No obstante tampoco esperen la eterna telenovela. La obra de Kafka está por encima de esto, su poderosa particular ambigüedad y su complejidad abriéndose a empalmar mil aristas por algo lo sindican como un escritor importante de la literatura universal, y tanto Huillet y Straub aun en sus ideologías dominantes parecen respetar finalmente eso.
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domingo, 24 de noviembre de 2024
L'Étrangleur
Ésta es una película un poco rara, rara no porque no la vayas a entender, sino porque algunas acciones no parecen las más comunes, algunas acciones son literalmente extrañas, como si los personajes salidos de la cabeza del francés Paul Vecchiali -que escribe en solitario el guion- fueran gente rara, pero tampoco es que ser asesino en serie pase por ordinario, sino, claro, es propio, como se dice en pantalla, de personas dementes, anormales. El relato abre con un niño pequeño castigado escapando de su hogar para querer huir en tren, pero se topa con un adulto y presencia un asesinato, algo que él tomará de modelo. Por un momento parece pasamos por una visión o sueño del futuro, producto de un enojo e impotencia que cambiará el rumbo de la vida de Émile (Jacques Perrin), pero puede ser otra cosa, puede haber una lectura de abuso sexual, pero el filme por ratos se plantea abiertamente artístico y se disuelve en la sutilidad y en un quehacer light arty. Artístico como quien pretende buscar el camino atípico. Se percibe del filme que hay mucho de Vecchiali, pero también se siente un ánimo lúdico (como infantil, aunque trabajando con las relaciones afectivas interpersonales) con la temática, disfrutar de construir el personaje de un asesino en serie, de la fantasía y libertad que proporciona. Pero a su vez se siente un Vecchiali (en los 40s, realizando una de sus primeras películas) entusiasmado, experimentando, con el aparato del cine y querer ser artístico, ganarse un lugar como cineasta de autor. No obstante no sólo es eso, porque se percibe un cierto gusto personal como de cabaret, algo entre pintoresco y un poquito huachafo, como si recurriera a disfraces, en el personaje de la actriz entrada en años, olvidada y melancólica o desesperada por compañía, que mete a cualquiera a su cuarto; o con las prostitutas que visten de marinero y se mueven a lo autómatas, fríamente, dentro de un espacio posiblemente cutre. Los homicidios del asesino en serie en que se convierte Émile -que sueña con ver a sus víctimas bailar alegres en el cielo y más que perversidad hay candidez- y de lo que va la película se manifiestan excesivamente suaves, no se exhibe ninguna violencia, ningún acto de horror, están propuestos hasta en el fuera de campo, casi no hay nada del hecho en sí. Incluso el asesino mata con chalinas blancas que el mismo confecciona. Se trabaja bastante una cierta emotividad o melodrama, sobre la soledad de las personas, aquellas que no tienen a quien amar. Émile mata porque se identifica con esa imagen, en no poder relacionarse profundamente con nadie, puesto que lleva hasta un problema mental. Éste asesino cree matar por compasión, para calmar el dolor de la soledad, del vacío existencial. Mata mujeres porque quizá se ve hasta reflejado en ellas, aunque desmiente ser homosexual en una escena en específico, como muchos pueden pensar al tener por ésta opción al mismo Vecchiali. Así se podría pensar en la auto-represión -sufre desasiéndose de las mujeres, cosa que no puede controlar- y el machismo circundante. La falta de un lugar de aceptación. Pero Émile es trabajado como un tipo en esencia, un sujeto sufrido, que le duele vivir y para hallar satisfacción cree que es samaritano, que le otorga descanso a las almas maltratadas por el mundo, o a la vera de sus limitaciones y elecciones. Es como que Émile en lugar de pensar hacia sí se articula en una labor semejante a un acto social, humanitario, cuando lo que hace es una monstruosidad, pero Vecchiali lo muestra todo muy suave (y de esa manera irreal), como si todo fuera una excusa para ejercer una sensibilidad existencial (el martirio de la soledad y las malas relaciones). El inspector de policía del caso (Julien Guiomar) quien luce como todo un personaje, resulta cómplice con su abierta pasividad, que se le puede entender de empatía, tal que con esto se señalara que todos los hombres son recriminables o si hubiera una fuerza mayor que dirige ese comportamiento colectivo. Por supuesto, se mete injustamente a todos en el mismo saco, como si hablara el feminismo más extremo o el cliché, más la composición melodramática y cursi del director. Un tipo ruin roba a costa de la muerte, denuncia general y más carne narrativa distintiva para el asador, que termina siendo una expresión lúdica con la pelea con navajas. La mujer -de cierta apariencia friki- que denuncia y se enamora a diestra y siniestra (la bella Eva Simonet, de expresión desorientada, pero curiosamente prometedor erotismo) es el señalamiento de la concepción del ser frágil, ligero y algo tonto que cae víctima de éste asesino en serie, o más, de la inconsciencia, del seductor per se. Se confunde compromiso (paciencia infinita) con hedonismo.
sábado, 23 de noviembre de 2024
my old ass
Todos en Hollywood apuestan por su inversión, los productores no vienen a jugar, vienen a hacer dinero, quieren apostar a ganador, pero por una parte quieren justificar el éxito, generar algo parecido al arte o quizá sí un poco de arte, pero pensando en llegar a mucha gente, ganar dinero y ganar prestigio, merecer el triunfo digamos, aun cuando lo más importante es que el negocio del cine sea lucrativo. Los guionistas así como los directores de cine de ese mundo, aspirantes al Hollywood puro y duro, tratan de pensar películas que lleguen a conquistar a mucho público con algo interesante, entretenido y amable en general. Muchos fallan y hacen películas de fórmula que calman solo a los cinéfilos más casuales o básicos, pero hay películas que efectivamente son amables, entretenidas y al mismo tiempo artísticas e interesantes. Una de esas justamente es la presente, de la canadiense Megan Park que además escribe el guion en solitario. Empieza como la típica película de los nuevos tiempos, aspirantes a ser cool en ésta modernidad, apuntando a la chica locuaz, de esas que quieren ser populares y lo son y se creen por encima del mundo portándose como eternas adolescentes irresponsables e irónicas. Pero pronto probar una extravagante droga de aquellas que te hacen alucinar, ver visiones y padecer misticismo hace que Elliot (Maisy Stella) dialogue con su yo del futuro, su yo de 39 años de edad. Ella (Aubrey Plaza) sólo le dirá que evite a alguien (como si fuera el demonio). Éste es un super gancho, un sci-fi de conocer el futuro de una muchacha entrando a la mayoría de edad. Incluso antes de ver la película el quehacer fantástico hará que muchos -como yo- sientan curiosidad por el filme, un filme que a priori sin esto no parece llamar demasiado la atención, pero Megan Park es audaz y con únicamente un pequeño aviso pone en juego una película -pero no esperen nada firma Shyamalan-, logrando algo más intrépido que llenar la película de lugares comunes sobre el futuro. El misterio se resolverá y completará un relato donde lo que vendrá se anticipa en los diálogos, pero de manera algo oculta. Es una narrativa sobre crecimiento, madurez, de empezar a dejar de ser el ombligo del mundo o un ser en buena parte insoportable y pasar a mirar nuestra humanidad, lo que damos por normal. Empezar a decirle te amo a lo que amamos, a lo incondicional. Se produce crecimiento emocional e intelectual no con el sufrimiento sino con los afectos. Ya los que no quieren enternecerse la desestimaran fácilmente, por no catalogarse de inocentes, pero es un filme que es pleno en lo que hace. Megan Park pasa del eterno modernismo liberal a un filme cálido, que no por un poco ñoño, no hermoso. No teme pasar de lo contemporáneamente omnipresente a lo suave. Hace que el estilo de Hollywood inspire su trabajo, brille en sus reglas, con una historia sólida y original por simplemente algunas pequeñas cosas, como quien reformula una obra con un ingrediente secreto o especial generador de un placer por encima del resto al postre que todo el mundo suele preparar regularmente. La película no hace uso solo de la madurez, sino que se ampara también en esa vitalidad juvenil capaz de vencer o saltarse toda dificultad, que está hecha de titanio y que está lista para brincar al vacío y volver de éste. Ese rasgo de fuerza. Es valorar el futuro, pero también mucho el presente, la sabiduría y la fortaleza física. Otro punto bastante virtuoso es hacer que Chad se le meta en las venas a Elliot a toda costa y no se trata de un acto de idiotez -aunque el amor siempre tiene de salto al vacío-, sino un acto de notable seducción. Muy bien el flaco Percy Hynes White, y aun más, una muy prometedora Maisy Stella, junto con una Aubrey Plaza que aquí le hace nombre a su popularidad.
jueves, 21 de noviembre de 2024
Subject: Filmmaking
Éste es un documental bastante cálido, sencillo y está (así) bien hecho. Se basa en que el co-director de la presente película, el alemán Edgar Reitz, ahora de 90 años de edad, en 1968 trabajó un proyecto por entonces experimental en su natal Alemania. Quería que se dieran clases de cómo hacer/pensar cine como parte de la formación educativa de su país. Todo lo que vemos, incluido bastante material visto hoy como de archivo, el mismo documental de 1968, se puede corroborar fácilmente en la actualidad, todo lo que se muestra hablaron por entonces. Pero como todo lo que luego se acepta masivamente, hay que pelear por hacerle un lugar. Lo valioso nuevo por más contradictorio que suene -o quizá no tanto, porque lo bueno, te cuesta- tiene que luchar por ganarse el espacio dentro de lo establecido socialmente, popularmente. El documental de 1968 de Reitz es el resumen de éstas clases de cine, éstas clases piloto, con lo que él quería se hicieran películas que llevaran un estilo analítico, creativo, libre, horizontal, buscando el encuentro y desarrollo de una comunidad o colectividad, de un quehacer comunitario amable y despierto, desde cada propia voz. Buscaba dar herramientas. Que lo vieran accesible. Por ello trabaja con los alumnos, que fueron chicas de 13 y 14 años, el cómo hacer y pensar el séptimo arte, un cine de ideas, un cine de autor, no principalmente de entretenimiento, sino aunque podía ser sencillo, que sea intelectual, palabra tan temida y despreciada por muchos, como si pensar no fuera accesible a la humanidad. Lo que vemos en Subject: Filmmaking (2024) es el reencuentro (tras 55 años) de las alumnas de esas clases de cine que impartió el propio Edgar Reitz a los 35, consumado cineasta, pero mayormente de cine experimental por lo que a las mayorías no les parecerá familiar su nombre. No es un cineasta popular, pero sí respetado por los entendidos de cine. Uno podría pensar que la elección del cine que hizo éste director alemán -sumando su hiperbólica trilogía de Heimat- lo ha dejado medio desprivilegiado colectivamente, más allá de que ha tenido éxito en su campo y en sus ambiciones, pero lo que prevalece en él es que deja ver que ansiaba una vocación intelectual en su arte, ver el cine como una herramienta para pensar y que esa herramienta no sea ajena para muchos. Igual, hacer (buen) cine nunca es fácil. Pero su deseo parece auténtico en cuanto vemos qué tipo de clases impartió o pretendió en su documental de 1968. No se especifica el tiempo que se dieron las clases, pero se deja intuir que fue muy por debajo del tiempo que se anhelaba como parte de la currícula escolar, de 1 año siquiera. No obstante de éste experimento en particular salió algo interesante, que produjo conversaciones inteligentes con las alumnas, dentro de la edad y la sencillez del grupo. Fueron ellas casi 30, y lograron concebir cada una un cortometraje, conteniendo decente formalismo. Se produjo variedad de tipos de película que oímos ahora describir. El otro codirector, el alemán Jörg Adolph, filma el reencuentro, bajo un estilo sobrio. Se mantiene tras bambalinas. Oímos gente ya mayor, marcada por aquella experiencia, un evento que manifiestan de muy especial, aun cuando no se oye que pudieron desarrollarse en ésta profesión. Las voces del presente se escuchan nostálgicas, pero sobre todo contentas. No se percibe proclividad a sufrir frustración, como anunciaba un padre de familia en 1968, sino algo que valorar/valoraron por siempre. Tratamos con un canto de humildad. Puede leerse actualmente de algo muy normal lo que vivieron y conversaron, pero por entonces tuvo de visionario. Es una propuesta que no plantea ninguna grandilocuencia, se percibe como una obra bastante austera, sin ninguna dificultad para el público, llevadera, incluso estéticamente, profesional, un reencuentro amistoso más sencillo de lo que uno pensaría de haber formado parte de una película sobre una clase experimental, pero suficiente como para celebrar algo distintivo, algo que recordar y comunicar, de lo que se percibe en todas ellas, felicidad.
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jueves, 14 de noviembre de 2024
¡Aoquic iez in Mexico!. ¡Ya México no existirá más!
Ésta película experimental es la ópera prima de la mexicana Annalisa Quagliata Blanco. Es un estudio sobre la mexicanidad y es la mirada también de Annalisa (junto con lo que recoge) puesto que éste filme no es claramente un documental convencional, sino son de los que se hacen hoy en día, los que llevan notoria autoría, por lo que es lógico que para hacer algo personal tenga que manipular lo que contiene o analiza. Si uno quiere ver un documental rígido y sin impronta, simplemente informativo o pasivo, entonces busca en otra parte. Éste es un cine con arte, que recurre a lo científico, pero también a la personalidad, a la creatividad y a la libertad del cine. El filme, abiertamente, interviene el material fílmico y así mismo el digital. La propuesta en sí está llena de composiciones, como si pintáramos un lienzo y no tan solo estuviéramos copiándolo, sino estamos desplegando nuestra imaginación, dejándonos llevar por nuestro instinto, por nuestra apreciación intima. Es tal cual uno espera de un director de cine, que se defina como un autor; por supuesto, mientras tenga algo valioso que contar, algo sólido entre manos, o algo distintivo. ¿Para qué ver una vez más lo mismo, sin más nada? Por ello Annalisa propone incluso ser experimental con las imágenes, sin tampoco crear algo irreal o fantasioso con respecto a la identidad mexicana, sino siempre dentro del cuadrante de lo reconocible y aceptable dentro de ésta llamada mexicanidad (y que le sirve a Latinoamérica), por ello hace uso de todo lo que identifica a su patria, con lo autóctono, con lo indígena, con lo folclórico, con lo mítico, pero también lo amalgama con la contemporaneidad, con el México de ésta época, y ahí ella quiere hacer una pequeña crítica a perder las raíces (tras una exhibición lúdica de lo que invoca el sugerente título del filme), a desconocer todo aquello principal o que define en general la idea de reconocerse mexicano, más allá de que ella pueda culpar de ésta pérdida al Estado Nación, o quizá indirectamente al cosmopolitismo, o a aquello que nos circunda a todos en la era digital, el ser realmente ciudadanos del mundo, el empezar a contemplarnos más como planeta que solamente como país, dicho sin falsas poéticas románticas, sino más real, más palpable, producto de la tecnología y ver que las fronteras dejan de ser tan lejanas. Pero una cosa no anula la otra, porque no es ver blanco o negro -o es muchísimo más que esto-, sino uno observa o sustenta porcentajes. Puede manejarse entre la rica diversidad. El ser humano es como el yin yang, tiene múltiples cosas en su haber. Tiene de negro, pero también de blanco, pensándolo en pos de un cierto altruismo motor. Y no es inconsistencia, es complejidad, y aunque uno puede admirar el pragmatismo (y la tranquilidad) de las máquinas, es la imprevisibilidad y el ser mutante y libre lo que hace la existencia un lugar lleno de vida. El hombre nunca detiene su movimiento. Porque aun cuando sea poco el avance y haya retrocesos y muchos peligros siempre existe por ésta, su condición existencial, un gen de evolución, de progreso, de enriquecimiento, uno que aunque puede pender de una cuerda en altura, logra siempre escurrirse de la autodestrucción. Ésta propuesta se divide en 5 capítulos. El primer capítulo trabaja con el Códice Florentino, aka Historia general de las cosas de Nueva España, perteneciente al misionero español radicado en México, Bernardino de Sahagún (siglo XVI), y es como revisar mapas o como ha ido cambiando México, digamos que en su infraestructura o arquitectura. El segundo capítulo es la recreación de un concierto de rock underground, una puesta de escena con cierta danza artística, de la mano de una exposición de muchos tatuajes con iconografía autóctona o representación indígena mexicana. El tercer capítulo es el más interesante, es una performance con autoría e identidad mitológica. Se representa a Tlazolteotl, la diosa indígena mexicana de la lujuria, lujuria que se simboliza con los excrementos, y a quien se le llama la comedora de suciedad, mientras al mismo tiempo es la encarnación femenina de la procreación. En el filme vemos la exposición de una familia matriarcal preparando tamales y cómo aparece sensual una mujer desnuda de rasgos autóctonos comiendo lo que parece barro o tierra, de manera grotesca, bien rústica, violenta. Se percibe como un ataque visual. Una declaración de intenciones. Es una performance libre, propia del cine. Annalisa hace un trabajo curioso con un bajo presupuesto, con un cine de los llamados austeros, y un cine experimental con sostenimiento claro, que se percibe real. El cuarto capítulo es observar la ciudad, la contemporaneidad mexicana. Tiene un formato kitsch, algo esperpéntico. Se usa mucho la radio y canciones de distinto tipo, incluso latin pop, o más folclóricas. El metro sirve para experimentar con la flores, como con los colores, y la sensualidad de una mujer de la calle, una humilde vendedora podría ser. Lo más interesante, y al mismo tiempo muy femenino, es la participación de una quinceañera que como los tatuajes de identidad mexicana intentan poner la nota punk en la película. El quinto capitulo es otro mito indígena -acompañado de la fiesta y la alegría rural del presente-, ésta vez masculino, que igualmente lleva fuerte impacto, a través del daño que presenciamos se inflige lo originario, como simbolismo de empobrecimiento -aunque también indica fuerza-, y nos remite a la carga existencial y es el capítulo que alberga más crítica social, aun cuando esto se siente más manido que el resto, producto de un cine social latinoamericano bastante trabajado históricamente. Aun así, es una ilustración potente en medio del tiempo; a lo Un perro andaluz (1929).
martes, 5 de noviembre de 2024
Una Sombra Oscilante
Cuando uno ve cine o se pretende hardcore con éste espera siempre sorprenderse. Puede ser por la vía del entretenimiento o por la vía intelectual, o quiere decir que el hedonismo de uno se debe a la poderosa diversidad del séptimo arte. Éste es un filme político, cuando yo me considero predominantemente apolítico. No obstante uno siempre tiene que tener la mente abierta cuando de verdad le apasiona algo. Dejar las ideologías personales de lado, que soy de izquierda, que soy de derecha, que esa es de terroristas, que esa es de fascistas. Yo suelo decir que soy de derecha con ayuda social, un hibrido. Las películas difíciles se deben apreciar sin quedar dominado por los prejuicios mientras sea un cine de nivel, inteligente, dialogante con el mundo o con nuestra profundidad existencial. Una buena película puede venir de cualquier parte, si hay talento. Ésta película es sobre un ex militante del MIR, El Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile, llamado Lucho Rojas, quien es uno más y a la vez fuerte representante de su movimiento. El filme empieza complicado de comprender por lo visual, pero pronto nos damos cuenta que se moverá mucho por una habitación de revelado de fotografía y ahí la directora, hija de Lucho Rojas, la argentina-chilena Celeste Rojas Mugica, en ésta su ópera prima hará uso del cine experimental, proponiendo esbozos, destellos, claroscuros, despliegues de luz, o mucha oscuridad literal. La propuesta fomenta el vinculo padre-hija. Ellos conversan en la voz en off. A veces habla uno, luego ella, o los dos dialogan. Celeste escucha el pasado joven del padre, su pasado como luchador social, su pasado revolucionario, que dejó cuando finalizó la dictadura de Pinochet, 1990, partiendo del plebiscito de 1988 (a 1 año de que Celeste naciera). Es una película sobre las memorias del padre, pero también un ensayo sobre el arte de la fotografía, pasándole revista a las fotos que tomara Lucho en los 70s y en los 80s, trabajo de fotógrafo que empezó como coartada para no ser detenido y terminó entusiasmándole. De éste militante no se dice qué ha hecho en realidad, si es que ha hecho algo (malo), si bien él mismo dice que era capaz de todo por sus creencias militantes. Pero como miembro del MIR que salió autoexiliado por el golpe de estado y regresó clandestinamente -de lo que se nos cuenta detalladamente con fotos cómo lo hizo- siempre el peligro le acechó, al dedicarse a registrar la dictadura como a mantener su militancia. Casi no le quedan fotos, muchos registros sólo los pensó, y en ello se plantea un juego con la imaginación, lo real y lo ilusorio, lo fantástico, el sueño, los límites perceptivos. Así mismo interpreta sus propias fotos, del tiempo detenido en una imagen, y con esto entra a tallar la vocación de la directora. Es interesante ver una reflexión sobre diferentes interpretaciones de la misma fotografía, como quien dice que hubo una mirada de la dictadura y otra revolucionaria, como quien pretende que se oigan a ambos. El filme tiene un cierto aire de querer comprensión, más allá de que muchos ideológicamente sientan más fácil y rápida empatía. Se percibe que se habla de una revolución movida por lo utópico, como si hubiera sido desplegada por unos perdedores idealistas románticos. No se menciona la violencia. La dictadura es representada por una pesadilla de sombras oscilantes que te atemorizan. Como esa tensión y ese acecho narrado del cuarto oscuro. Es una obra de esas austeras en lo estético y visual pero se siente intelectual con la participación directa de Celeste mientras Lucho cuenta todo de manera muy próxima, campechana, hasta bromea del tema. Vemos puestas de escena de cine indie austero en zonas rurales. Es un filme curioso. Posee cierta originalidad, aunque hay varios filmes de éste estilo. No es exhaustivo con los datos históricos. Es el retrato de un militante, pero sin engrandecerlo formalmente, pero que algo se percibe tal si hubiera salido de una película de acción como si se tratara de un agente secreto o un espía -quizá por la admiración filial- dentro de un mundo de aventura -incluso hasta distópico-, quien tiene que llegar a Santiago, el epicentro efervescente. En sí la propuesta lo muestra bastante simple, común a muchos. Es el estudio de un soldado, no de un alto mando. Se habla de mucho peligro, el régimen podía ser implacable mientras se dejan de lado las acciones específicas de los infiltrados revolucionarios. Se deja ver solamente algo de bulla y propaganda. Ganó una mención especial en la competencia de primeras películas del FID Marseille 2024 y fue la ganadora de mejor película chilena en el FIC Valdivia 2024.
sábado, 2 de noviembre de 2024
Denominación de origen
Ésta película ganó el Premio Especial del Jurado (segundo lugar) en la competencia principal y además el premio del público en el Festival de Cine de Valdivia 2024. Es una docuficción, es decir, tiene partes reales como un documental a lo que suma cosas ficticias o imaginarias o que la convierten por un lado en un relato de entretenimiento. Como se puede parafrasear al mismo director, al chileno Tomas Alzamora, que sale brevemente en los créditos, ¡estamos haciendo una película! El formato documental permite recurrir a elementos de austeridad con mayor efectividad de empatía como narrativa al tener un presupuesto más humilde entre manos o menos recursos estéticos o de producción de arte. También la propuesta se puede leer como un mockumentary, un falso documental. Lo que se nos cuenta versa alrededor de que activistas de la comuna de San Carlos quieren que sus longanizas tengan denominación de origen, que se distingan como únicas o especiales oficialmente, con registro público o estatal e incluso internacional. Hasta llegan a traer a una chef extranjera (polaca) para solventar su anhelo. El filme se puede apreciar por varios momentos como una comedia ligera, con su pinta bien de pueblo o popular, con look de campechanía. El relato tiene a 4 activistas que son algo La venganza de los nerds (1984), con un DJ subido de peso -con estudios de computación- pero con bastante personalidad; un viejito rural productor pequeño de longanizas que le han puesto un nombre muy sugerente, el tío Lelo; una travesti medio que parece una señora, de esas simpáticas y amables a la que la vemos congeniar con la mayoría; y un abogado de esos que uno imagina hacer lo que sea para salvar el día, de los que señalar de recurseros, si bien nos dice que no le interesa el dinero sino las causas justas. Y es cierto. Todos pegan de bonachones, de grupo de amigos y activistas buena onda. La película nos enseña como su movimiento, MSPLSC (Movimiento Social por la longaniza de San Carlos), quiere distinguir su embutido nacional, comunal, a los Sancarlinos. Están convencidos de su calidad. El enemigo es la comuna de Chillán que se lleva los laureles con las ventas de las longanizas, les roba el reconocimiento. Quizá porque manejan mayor mercado o albergan más inversión. Pero los Sancarlinos ya están hartos y quieren justicia. Ésta es una película sencilla, pero realmente entretenida, y logra ser más que decente sin presentar nada demasiado rimbombante. Luce creatividad de a pie se podría anotar. Estos activistas no son especialistas y ahí se trabaja la comedia, y también el dicho de que el que quiere (de verdad), puede. Empiezan a triunfar, a meterse y vencer a la burocracia, a esa montaña que parece no escalable. Es el éxito sutil de la voluntad, del pequeño gran hombre. No obstante es también la historia de Babel y de no querer salir de la caja, que recuerda un poco al Visconti social. El formato enfrenta a la audacia (como siempre quiere detenerle; el soñar en grande, apuntar alto, con originalidad), la pasividad a la valentía, la irregularidad a la mentalidad empresarial (pero en pos de la colectividad). Todo dentro de lo ligero. En ese sentido es notable ver un cine popular tan solvente -tan nacional- sin pretender mucha política -o mantenerla discreta- mientras se es muy digno como arte.
viernes, 18 de octubre de 2024
The Substance
The substance (2024), de Coralie Fargeat, es una película que lo da todo en la cancha. Es una película que empieza uno diciendo que es obvia en sus postulados, e inicialmente uno puede creer que está frente al Yorgos Lanthimos hollywoodizado o más popular, pero pronto nos damos cuenta que no, que Fargeat es aquí auténtica, real, compleja y pretende el hecatombe, firme, contundente, como el hombre avezado en caída libre que abre próximo del piso el paracaídas consiguiendo vencer el peligro y gozar de la adrenalina, llevando sus postulados hasta las últimas consecuencias, pero no dicho bajo el cliché, sino es la gran bomba tal cual, la práctica hecha verdad. Es una película que enaltece al cine de género y lo propone en toda alevosía, llegando al extremo, es una película que por momentos fastidia, desagrada abiertamente, lo hace adrede, como un Cronenberg llevado a la potencia máxima, donde se hace tremendo homenaje a la magnifica e incomoda The Fly (1986), y es más atrevida, más gory, más impactante, que la mismísima Scanners (1981). Hablamos de El hombre elefante (1980) mutando al humor negro, a la sátira social. Fargeat actualiza el impacto, haciendo lo que pretendía el Cronenberg jovenzuelo, descolocar al público; en ésta época. Pero Fargeat no sólo hace esto, sino se distingue, hace algo muy propio. Implica sátira, humor negro, sobre el temor y el rechazo a envejecer, porque muchas sociedades apuntan a marginar a la gente mayor o a la que empieza a entrar en años, como quien caduca comercialmente, sobre todo cuando el dinero implica vender placer, lucrar con el sexo, y el atractivo físico o erótico o sensual es tan determinante para jugar en esa tribuna, atraer el deseo, y en consecuencia la atención que genere billetes. Hay muchos momentos donde éste filme te fastidia, como con el uso de la comida grasienta. Con su tipo de humor, abiertamente plantea el extremo, hacer que hasta te moleste mirar la pantalla, lo hace explotando el ridículo en determinadas oportunidades, la falta de vergüenza, el ir hasta más allá de los límites, de lo feo, y lo hace con verdadero delirio y con una coherencia que subvierte su obviedad y se convierte en la reflexión extrema -el acompañamiento- de la que es ante todo una película de género, una propuesta que parece no estar destinada a una sala de cine, no a lo convencional, una obra que quiere que mucha gente abandone sus butacas. Curiosamente defiende el derecho a envejecer contento o seguro de sí, pero con un canto de irreverencia juvenil -también como lo es el espíritu del buen amante del cine de género- o de la sabiduría de los años que leen a las juventudes. Pero es un filme coherente. El final desquiciado con litros de litros de sangre y el monstruo en pleno teatro es simplemente el horror psicológico del rechazo de la vejez. Más claro, imposible. El menosprecio que se mete hasta en lo propio, en cómo nos percibimos, como señala la identificación con la estrella del paseo de la fama como punto de retorno tras una mancha de desperdicio de comida rápida. Ese recordatorio de un tiempo otrora de gloria que ha perdido trágicamente su valor, por una sociedad que desmerece una etapa natural de la existencia, como con aquello de que en realidad somos uno, puesto que esa vejez también somos y seremos todos, entonces para que negarla, para que producir complejos, miedos, humillaciones. Pensemos que en realidad llegar a viejo es un especie de triunfo, como quien llega a la meta tras una maratón. El filme es una crítica a la superficialidad del ser humano, de la sociedad. Del ego y la vanidad. A la cultura del espectáculo e incluso a la cultura del sexo, el velar únicamente por nuestros botones más primarios. La trama no hace lección de la inteligencia, de la personalidad, de la experiencia, sólo del cuerpo, en donde la sustancia, como elixir mágico, trata de negar lo natural, el ciclo normal de la vida. El filme satiriza nuestra superficialidad, nuestra búsqueda constante de hedonismo que nos puede llevar a lo peor de nosotros. La propuesta lo hace con entretenimiento extremo, como haciendo una Terrifier arty, festivalera, pero a la vez muy midnight madness, en que se le abre la mente a los del culto de la juventud -a la potencia del físico- mientras nos divertimos con la última locura del cine, puesto que Fargeat lo ha conseguido, ha marcado momento. Es una película a la que no se le puede negar el aplauso, no por tener tremenda profundidad intelectual, si bien es un mazazo como tema de negar la vejez, más allá de la lógica de querer vivir del sexo y esto no remite al coito sino a la fantasía que seduce, como a sus derivados. Sino porque no ha venido a engañar a nadie. Porque se siente que Fargeat es realmente fiel al cine de género. Una maravilla las actuaciones de Demi Moore -sobre todo en el humor- y Margaret Qually -con lo erótico de su rol-. Muy buen manejo con ambas de la desnudez además. También bien por el profesionalismo de Dennis Quaid prestándose para tantos planos detalle desagradables.
domingo, 13 de octubre de 2024
Wajib
Wajib (2017), le pertenece a la palestina Annemarie Jacir. Cuando uno dice, esa película no es mi tipo de película está dando una mala respuesta. Uno tiene que tener la mente abierta, ser curioso, aventurero, intrépido, amar la diversidad, lo impredecible, la originalidad, la creatividad del séptimo arte, del cine como expresión artística, intelectual, como espacio de trascendencia, un lugar para profundizar el mundo y la esencia y las capas, el sentir, el vivir, del ser humano en toda su concepción. No sólo ver al cine como entretenimiento, que también es una arista, de un conjunto mucho más grande y mucho más rico. Ésta diversidad no solo es proponerla propia de un estilo, género o temática sino que cada rincón del planeta pueda expresar su parecer de su existencia, siempre de manera constructiva, pensante. La presente película entra en ese perímetro, dándole voz a los palestinos, mostrando como ven su vida desde Nazareth, ciudad de Israel de las más pobladas por árabes y palestinos. Es la convivencia frente a un poder mayor, como lo demuestra ver algunos militares judíos en pantalla, que se les identifica con una presencia de cierta elíptica tensión o enojo. Pero Annemarie también se permite ser autocrítica con ésta sociedad de convivencia, como indica llamar vacas a cierta población y señalizar literalmente y en más de una oportunidad que hay mucho desperdicio y basura por las calles compartidas entre judíos y palestinos o árabes. El título del filme (Wajib) remite a la tradición de llevar personalmente la invitación para un evento importante, la boda de la hija de Abu (Mohammad Bakri). En lo que vemos ha regresado de Italia, para la boda de su hermana, el hijo de Abu, Shadi (Saleh Bakri, hijo real de Mohammad) y como es normal, tiene algunas discrepancias con su padre, pero nada que resulte extremo o pesado, siempre hay un ambiente de respeto y afecto entre ellos, aun cuando se enojen entre ellos, sobre todo Shadi que reniega un poco de la situación sumisa u oprimida de los palestinos. No obstante Abu -quien es profesor y es alguien muy consciente- remite también a algo importante, la propia familia, a cuidar de ella, de darles prioridad por encima de uno mismo. De ésta manera el filme le enseñará a Shadi que hay que pensar no sólo en uno, en lo que uno cree, sino en los otros, en los demás, sobre todo si los amamos o somos buenas personas, humanitarias, justas. Es como respetar lo ajeno, dialogar entre pensamientos distintos o subjetividades, expresado sutilmente, tal es aquella última imagen de la terraza a oscuras que empieza trasmitiendo cierta discreta melancolía entre una bohemia tranquila o familiar, para pasar a un canto que cierra con optimismo, con aprendizaje. En la trama o gran parte del metraje observamos a Abu y Shadi compartir el auto, uno viejito pero leal, y todo un día entregando montón de invitaciones a la boda de la bella joven hermana (Maria Zreik) que presenciaremos en cierto momento lucir todo su atractivo originario, su escultural figura, de manera formal. Padre e hijo interactúan con mucha gente y vamos ahondando en sus personalidades donde hay su buena identificación clásica. Abu es un hombre sufrido, su mujer lo abandonó con sus 2 hijos (pero el filme será intrépido, producto de la mirada femenina de la directora, y tratará de comprender o sopesar a la madre). Esto habla de resistencia, no de violencia (cuando se suele estigmatizar al árabe o palestino), sino de amar de verdad a Palestina, no solo desde un lugar extranjero y distante o cómodo, sino desde donde las papas queman, amarla con todo su sufrimiento real. Pero el filme no busca ser triste, sino muestra más bien gente inteligente, amable y en situación económica estable, pero al mismo tiempo de alrededor se puede percibir esfuerzo y cierta pobreza. Es una propuesta que muestra que las personas o países se parecen mucho en sí, y que más que ver diferencias, es notar que nos parecemos todos mucho más de lo que creemos o queremos creer. Es una obra austera pero bien hecha, que te engancha, parece cine independiente, de interactuaciones sencillas, cotidianas, pero exhibidas sin el típico toque arty disforzado, forzado o vacío. Éste filme respira comprensión, autenticidad, personalidad real y amabilidad. Tampoco busca ser muy político (aunque se oye decir del padre que el cine es político, mientras el joven no lo cree así). Por el final hay una explosión intelectual en ese orden, una confrontación de miradas o posturas, pero abunda la cotidianidad, lo simple, lo universal, el viaje de la dificultad campechana, de lo que conoceremos a muchos palestinos -de a pie pero con su ligera e interesante distinción- de cara a una familia protagonista particular, próxima pero exitosa, bien palestina.
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