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19 marzo 2020

Sesquidécada: marzo 2005

La literatura en tiempos del coronavirus. Leer para sobrellevar la vida. Desde el Decamerón hasta Onetti, desde Cervantes a Wilde, ahí están conviviendo la literatura y el encierro, físico o interior, qué más da. Con los tiempos de las redes sociales había perdido la práctica de leer durante horas. No es que haya vuelto a aquella disciplina de hace décadas, pero sí que estoy recobrando un modo pausado de leer que me permite abordar libros más allá de la novela negra o la juvenil, con sus ritmos más acelerados. Quizá por eso, en esta sesquidécada voy a recuperar a Luis Mateo Díez, un clásico de este blog, cuya novela Fantasmas del invierno leí hace quince años.
No sé si los jóvenes, entregados a la vorágine de la multitarea y las recompensas inmediatas, llegarán algún día a conectar con autores que para mí fueron un gozoso descubrimiento. Luis Mateo Díez es un narrador espléndido, un autor que cultiva una prosa deliciosa, más cercana que la de Delibes, más evocadora que la de, por ejemplo, Muñoz Molina. Es un novelista de lo cotidiano que, además, tiene un fino sentido del humor. En Fantasmas del invierno nos traslada a la posguerra de Ordial, su ciudad mítica. No creo que sea su mejor novela, aunque en ella se pueden encontrar todos los elementos de su particular estilo. Sí que es una novela de la desolación, un relato que tal vez nos haga conectar en la distancia de los años con sentimientos actuales. En cualquier caso, recuperar una vez más a Luis Mateo Díez es mi obligación como filólogo y como aficionado a la literatura de calidad. Ojalá estos autores no acaben también confinados en los temarios de literatura de libros de texto o manuales universitarios. Sería una gran pérdida cultural. Confiando en que vosotros, buenos lectores, mantenéis viva la pasión incondicional por la lectura, os deseo un feliz confinamiento literario. 

26 mayo 2018

Sesquidécada: mayo 2003

Hablar de literatura es hablar del transcurrir del tiempo, de lo real y de lo imaginado, hablar del valor de las palabras y de los silencios, de lo nuevo y de lo caduco. Por tanto, hacer coincidir esta sesquidécada con el duodécimo aniversario de este blog tiene algo de literario también, por lo cíclico y recurrente, por la magia del número 12, porque el tiempo acaba por hacernos reflexivos, no necesariamente para bien. Doce años dan para muchas palabras y para muchos recuerdos. Cuando nació este blog no había muchas voces en las redes (ni siquiera existían los gigantes de Facebook o Twitter), así que hablar en abierto de lengua, literatura y educación era cosa de cuatro locos. Lamentablemente, apenas hace un mes nos dejó uno de ellos, quizá el más grande, Felipe Zayas, así que para él va destinada este sesquidécada y este aniversario de un blog que creció bajo su mirada siempre amable y maestra.

Hace quince años leía una de las mejores novelas de Luis Mateo Díez: La fuente de la edad. Ya había leído otras de sus obras, admirables todas ellas, pero creo que es en esta en la que mejor se concentra su maestría literaria. La fuente de la edad tiene todos los ingredientes que he mencionado arriba: nos hace pensar sobre el valor de la literatura, sobre los sueños y sobre lo que somos. La grandeza de Mateo Díez es llegar a esa literatura con mayúsculas desde unas tramas centradas en gentes pequeñas, desde lugares despojados de grandeza, desde minúsculas ambiciones. Para mayor satisfacción del lector, esas insignificantes epopeyas provincianas se construyen con una prosa exquisita, digna de los mejores paladares. La fuente de la edad recuerda a las utopías renacentistas y a las disputas cervantinas. En ella se mueven personajes que se parecen a veces a don Quijote y otras a Sancho, pero que hablan también con el ingenio de Quevedo. Si tanto aprecio le tengo a esta novela quizá sea porque la búsqueda de la fuente de la edad es paralela a este viaje en el tiempo que me lleva a lecturas añejas, un viaje en el tiempo que también me hace revivir buenos momentos con mi amigo y maestro Felipe, que siempre tendrá un lugar para el recuerdo en este humilde blog.

Fuente de la imagen: Blog de Felipe Zayas

25 junio 2017

Sesquidécada: junio 2002


Profundamente aturdidos por las temperaturas con las que se inaugura este verano, se agradece recuperar en esta sesquidécada unas lecturas ligeras y frescas, que espero sirvan de consuelo a los librocubicularistas empedernidos que visitan este blog.

La primera lectura es la novela de Dai Sijie, Balzac y la joven costurera china. Se trata de una obra que reúne casi todos los ingredientes que apreciamos los enamorados de la literatura: personajes bien construidos, escasez de artificio, trama sin efectismo y el tono y ritmo preciso para acompañarla. Por si ello no fuera suficiente, hemos de añadir de fondo la pasión por los libros y la defensa de la libertad. Escrita en francés en el original, tuve la osadía de leerla en este idioma, coincidiendo con un periodo extraño en el que también yo impartía clases de francés por azares diversos del destino. Una novela muy recomendable que me dejó un grato recuerdo lector.

La segunda obra elegida es una recopilación de microrrelatos, quizá una de las primeras antes del boom del género y de su expansión a los blogs y las redes sociales. Me refiero a Los males menores, de Luis Mateo Díez, un autor por el que tengo gran aprecio y del cual ya he escrito en otras ocasiones en este blog. Los relatos de esta obra son pequeñas dosis concentradas de literatura, pura esencia poética, ya que también la prosa requiere en este formato un manejo exquisito del ritmo y de la concentración de recursos que caracterizan a la poesía. Uno de esos relatos sigo usándolo casi todos los años para el dictado de las pruebas iniciales en septiembre. Os lo dejo como aperitivo de esas noches de lectura reparadora que os esperan a lo largo de este verano.


EL POZO
Luis Mateo Díez
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Éste es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.

24 enero 2016

Sesquidécada: enero 2001

Empezamos las sesquidécadas del año 2001, aquellas lecturas de hace quince años, con unas recomendaciones viajeras, tanto por los espacios reales como los de la ficción. Los lectores del blog ya conocen mi afición por la literatura de viajes, especialmente la de viajeros de otras épocas, aquellos que ofrecen una visión que permite comparar en qué hemos cambiado y en qué no. 

El primer libro que reseño es el Viaje a los Estados Unidos de Louis L. Simonin, un ingeniero de minas francés, tan aficionado a viajar como a escribir sobre sus andanzas. Esta obra es una recopilación de sus observaciones sobre los Estados Unidos alrededor de 1870. Al margen de las numerosas reflexiones sobre aspectos de la técnica, especialmente del ferrocarril, algunas de sus anotaciones son muy curiosas para el lector de nuestro siglo. Aquí parece vislumbrar el comercio global y el TTIP:
Llegará el día, sin duda, en el que tubos subterráneos recorrerán el globo y donde por un golpe de pistón, por medio de una máquina neumática, se enviarán estas provisiones de un extremo al otro del universo. Será el día en que cada país producirá solamente lo que puede producir y habremos terminado de una vez por todas con los hortelanos parisinos.
Por supuesto, también describe la situación de las clases más desfavorecidas, como los inmigrantes irlandeses o los indios:
Es en este despacho de trabajo donde se consiguen la mayor parte de las sirvientes, tan difíciles de encontrar en América. Son sobre todo irlandesas quienes se ocupan de estas funciones domésticas que ningún americano consentiría en realizar.
Quiero aprovechar la oportunidad de traer la obra de Simonin para mencionar otra lectura que acabo de terminar y con la que está muy relacionada. Se trata de La América de una planta, otra crónica de un viaje por Estados Unidos, en esta ocasión de dos periodistas rusos en el año 1935. Es un libro ameno y delicioso, con el aliciente añadido del choque entre el punto de vista de estos dos comunistas con el mundo que acababa de pasar por el crack de 1929 y que empezaba un nuevo despertar capitalista. Aunque hay muchos fragmentos interesantes (incluyendo el paso por los Estados del Sur y la situación de los negros), os dejo en la imagen una breve cita de las reflexiones de un director sobre el cine de Hollywood:

Por último, esta sesquidécada, como decía al principio, incluye también un viaje a los paisajes de la ficción. Se trata de una novela de Luis Mateo Díez, La ruina del cielo, otra de sus obras ambientadas en Celama. Si hemos de buscar un equivalente a Juan Rulfo, sería éste nuestro autor, un escritor que cuida el lenguaje hasta el extremo y que es capaz de crear un universo lleno de evocaciones, sueños y vidas que nunca sabemos si se extinguieron o no. En tiempos revueltos, recuperar las novelas de Luis Mateo Díez puede ser bastante terapéutico.

28 junio 2013

Sesquidécada: junio 1998

Junio de 1998 tiene sabor de letras hispánicas: Juan José Millás, Adolfo Bioy Casares, Luis Mateo Díez o José Saramago son los pobladores de aquellas lecturas de hace quince años. Esta sesquidécada se ocupará únicamente de los dos últimos, quizá porque más adelante haya tiempo de hablar de los otros.
Luis Mateo Díez es uno de los grandes escritores de finales del siglo XX que, a mi juicio, no ha tenido todo el reconocimiento que merece. Su prosa elegante pero sencilla, su humor fino, la indagación en las relaciones humanas y en los recovecos de la memoria, hacen de sus novelas un remanso de literatura de gran calidad. Tuve, además, la suerte de escucharlo en alguna de sus charlas públicas y pude comprobar que también en las distancias cortas sabe mantener ese discurso ameno y sobrio a la vez. Ya tuve ocasión en otra sesquidécada de recomendar algunas de sus novelas (Las horas completas o La fuente de la edad, geniales), pero la lectura que cumple ahora quince años es Camino de perdición, una especie de road movie o de odisea de lo cercano que, precisamente por lo próximo a la cotidianidad resulta aun más inquietante.

Poco puedo explicar de José Saramago que no hayan detallado ya cientos de artículos y ensayos sobre este escritor y pensador que supo advertirnos en más de una ocasión de que el emperador andaba desnudo. Al igual que con Luis Mateo Díez, resulta difícil seleccionar alguna de sus obras por encima de las demás. Ya hablé en este blog de una de mis preferidas, pero hoy toca mencionar el Ensayo sobre la ceguera, una alegoría sobre la humanidad que considero imprescindible, incluso por encima de otros clásicos de la literatura o la filosofía (menos panfletos de autoayuda y más Saramago, habría que decir). Al hilo de aquella distopía de una sociedad invidente que tanto me impactó, escribí una reseña de la que rescato algún fragmento:
La novela nos lleva a ese umbral del horror que supone un mundo sin referencias, en el que el dominio de la incertidumbre desemboca en la desesperación. Hay mucho de los clásicos del horror: la blancura de la ceguera es la blancura final de la Narración de Arthur Gordon Pym, el magistral relato de Poe, autor también recordado en esa escena dantesca del sótano del supermercado, o cuando los perros despedazan los cadáveres por las calles. (...)  La propia ceguera humana es la responsable del horror, de la aniquilación de unos seres por otros. El camino hacia la destrucción sólo procede de la incapacidad de "ver" lo que somos y de asumir "imaginariamente" lo que constituyen nuestros actos. La ceguera física no es más que una acentuada manifestación de una ceguera más profunda...
Para quienes no saben qué leer este verano, tras esta nota pueden elegir entre el discurso evocador del leonés o la inquietante realidad visionaria del portugués. Felices lecturas.

24 marzo 2012

Sesquidécada: marzo de 1997

En la sesquidécada que celebra los quince años de aquellas lecturas de marzo de 1997, los protagonistas son los ensayos de literatura. La Teoría de la Literatura es una disciplina opaca, hermética y un tanto áspera; ello se debe a la profundidad con que se aborda la materia de su estudio. Del mismo modo que uno no puede gozar de muchos de los poemas de Lope si no ha experimentado el amor, difícilmente se puede disfrutar de la Teoría de la Literatura si no se ha "sentido" el goce literario de obras maestras. Por mi parte, tuve suerte de ir construyendo el aparato teórico a medida que conocía esos clásicos fundamentales, lo que me evitó sufrimientos estériles.
El primer ensayo que quiero reseñar es Obra abierta, de Umberto Eco. Quizá más adelante vuelva para hablar de Eco como narrador, aunque de momento me conformo con destacar que este ensayo me parece esencial para entender los procesos de comunicación entre autor y lector. Según Eco, las obras literarias de calidad son necesariamente 'obras abiertas' en el sentido de que solo se completa la significación cuando el lector ejecuta la lectura, y este ciclo es individual y singular. Ello continúa la línea de teorías como la Estética de la Recepción y entronca con las aportaciones de Roland Barthes y otros críticos del posmodernismo. Por cierto, si no lo conocéis, no os perdáis el divertido ensayo ¿Cómo se hace una tesis doctoral? de Eco: no os servirá ya para preparar una tesis, pero sí para disfrutar del fino humor del piamontés.

El otro ensayo tiene un título más atractivo: La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, de Mario Praz. Es un trabajo exhaustivo sobre las relaciones entre estos temas que se enuncian y la estética romántica. Las referencias literarias y artísticas son innumerables y el buen lector disfrutará con las 'relaciones peligrosas' entre algunos autores malditos y el contexto de su época. En su día recogí algunas citas que me parecieron interesantes y que ahora he subido a la red. Este ensayo fue reeditado no hace mucho por la editorial El Acantilado.

Para cerrar esta sesquidécada, recupero a uno de mis autores españoles preferidos: Luis Mateo Díez, del que traigo aquí la novela Las horas completas. Todas las obras de Mateo Díez están surcadas por un humor elegante que asoma bajo la anodina existencia de muchos de sus personajes. En este caso, cinco sacerdotes que viajan en coche se encontrarán con la sorpresa de un peregrino bastante peculiar que vendrá a alterar sus plácidas vidas. Del mismo autor y con la misma calidad son novelas como La fuente de la edad, Camino de perdición, La ruina del cielo o El diablo meridiano. La prosa de Luis Mateo Díez, un auténtico lujo.