¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación productiva con alguien con quien suelas estar en desacuerdo? ¿Y la última vez que alguien cambió tu opinión? Algunas ideas que he sacado leyendo sobre cómo estar en desacuerdo con alguien y, aún así, tener conversaciones productivas.
Encuentra «common ground». Identifica la realidad compartida sobre la que los dos podéis estar de acuerdo.
Debátelo mirando a la cara. No escribas. No te escondas en la pantalla.
Separa las ideas de la persona que las comparte. Si estás en desacuerdo, recuerda que lo estás con la idea, no con la persona que la expone. Experimento: ¿Y si debatimos partiendo de una exposición anónima de las ideas o alternativas?
«Embrace humility of uncertainty». Siéntete cómodo con la posibilidad de estar equivocado. No te ates a tus ideas. Experimento: ¿y si probamos a que cada uno debata a favor/en contra de la misma idea? Así verás las dos caras.
Se curioso. Interésate por entender el punto de vista contrario al tuyo. Intenta entender los argumentos del otro.
Tu forma de argumentar tiene que evolucionar. No repitas tus argumentos igual. Cuando te hagan challenge, escúchalo y contra-argumenta explicándote distinto.
No te olvides de lo más básico. En esa conversación, todas las partes tenéis un propósito y un objetivo común: necesitáis llegar a un acuerdo sobre algo. Estáis hablando por un motivo. Así que no llegar a ningún acuerdo NO es una opción.
Algunas TED talks que me han parecido interesantes:
Estas son unas sensaciones muy personales. ¿Qué sientes o qué imágenes/recuerdos/sensaciones vienen a tu cabeza cuando estás en una buena cultura de trabajo? ¿cómo cambia eso en una mala cultura?
Tengo resonando en la cabeza desde hace un par de días esto que decía JL Antúnez. Y hoy, que me he despertado a las 5:30 porque ya no podía estar más rato en la cama con este dolor de espalda, me he puesto a pensar sobre con qué identifico yo una buena cultura de empresa y una mala cultura de empresa.
Una cultura sana es…
La casa y el patio de Pipi Calzaslargas. Un lugar seguro donde puedes crear, inventar, experimentar y hacer que las cosas pasen. Donde tienes la energía y las gana hasta para levantar un caballo blanco con lunares negros con tus propias manos.
Un rincón donde te sientes Mafalda intentando hacer que pasen cosas que arreglen el mundo o lo dejen mejor que como tú lo encontraste. Un espacio donde tienes a tu Equipo A preparado para poder con (casi) todo. Una aventura que recordarás con nostalgia y de la que te quedarás con los logros y con la gente, al estilo de Aquellos maravillosos años.
Una mañana que arranca paseando frente al mar con la brisa dándote en la cara o despertar en una montaña silenciosa mirando a un valle muy verde.
El olor de una vela de lavanda o pino. El olor de un libro nuevo recién abierto, donde las ganas por descubrir cómo empieza te hacen leer las primeras 5 páginas aunque no tengas tiempo. Y lo seguirás en cuanto puedas.
La noche en la que te metes en una cama con sábanas recién lavadas, oliendo a suavizante y bien planchadas. Donde acomodas la almohada y sabes que descansarás bien.
Un escritorio limpio, una mesa donde tienes ganas de sentarte cada mañana y donde empiezas el día con ilusión.
Ese mantel de lino que pones con cuidado sobre la mesa antes de que vengan tus amigos a tomar vinos y una tabla de quesos como aperitivo antes de una comida deseada por todos y una sobremesa reposada y agradable.
Una cultura insana es…
El pantano de la tristeza donde Artax se hundió porque la desgana y la pena le inundaron el alma. O la puerta de las esfinges que Atreyu sufrió atravesando sintiéndose juzgado, con miedo y aguantando la miranda mientras se hacía el valiente como podía.
Una mañana nublada que arrancas con un atasco en la M30 o en un vagón de metro atestado de gente que te empuja para pasar.
El olor a una casa que lleva cerrada demasiado tiempo, donde el aire está viciado. Un armario de ropa gastada que huele a neftalina. O una cocina donde tu madre ha puesto a cocer coliflor en una cazuela que borbotea.
La mesa puesta con ese pequeño mantel de plástico que compraste en Ikea, donde vas a comer rápido algo que seguramente no hayas cocinado tú. Con pocas ganas y mucha prisa. Y, por supuesto, sin amigos ni compañía de confianza contigo.
Un escritorio desordenador, con demasiadas cosas para hacer y donde, muy posiblemente, no sabes por dónde arrancar porque todo te da pereza.
La cultura de una empresa se construye cada día. Y tú formas parte de esa construcción. Es algo genuino, que define cómo te relacionas contigo mismo, con otros y con el mundo. Los productos se copian, la cultura no.