Reseñas de libros/Ficción
Luisa Castro: "La segunda mujer" (Seix Barral, 2006)
Por Rosalía de Frutos, martes, 5 de septiembre de 2006
En su última obra Luisa Castro presenta la tormentosa relación entre Gaspar Ferré y Julia Varela. La protagonista, Julia Varela, encarna a una joven novelista, la mejor de su generación, como afirma ella misma en varias ocasiones a lo largo del relato, que se siente ante todo una mujer libre que se ha hecho a sí misma. Con un toque de soberbia y crueldad a veces, pero también con cierta ternura, se imagina como una diosa al lado de un hombre que se considera superior a ella en todo momento y a la que intenta subordinar de forma sutil a través de la emoción amorosa, de la aludida preeminencia intelectual y de la experiencia vital que marca la diferencia de edad. Gaspar, para Julia, es al principio un niño de 57 años, mientras que Julia resulta ser para Gaspar una muchacha frágil que se hace la fuerte, una heroína en peligro. Este es el punto de partida de una pareja que decide iniciar un proyecto de convivencia.
Antes de adentrarnos en la novela, conviene conocer la trayectoria literaria de Luisa Castro. Nace en Foz, Lugo, en 1966. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado diversos libros de poemas. Entre otros, destacan: Odisea definitiva, libro póstumo (1984), Los versos del Eunuco (Premio Hiperión de Poesía, 1986) y Los hábitos del artillero ( Premio Rey Juan Carlos I de Poesía, 1990). También ha escrito varias novelas, como El somier (finalista del premio Herralde, 1990), La fiebre amarilla (1994), El secreto de la lejía (Premio Azorín, 2001), Viajes con mi padre (2003), Podría hacerte daño (Premio de Narrativa Torrente Ballester, 2004). La última novela, La segunda mujer (Seix Barral, 2006), ha sido galardonada con el Premio Biblioteca Breve 2006 por un jurado del que formaron parte José Manuel Caballero Bonald, Rosa Regás, Pere Gimferrer, Adolfo García y Manuel Longares.
La heroína de la novela, la joven escritora Julia Varela, conoce a su pretendiente justo cuando cuenta con todo un futuro brillante por delante, tras haber demostrado su valía profesional después de años de duro aprendizaje y éxitos. En los brazos de Gaspar se siente amada a conciencia y si a una parte de ella no le entusiasma la idea de estar naufragando en las manos de un hombre experimentado, a la otra le encanta saber que es treinta años más joven porque eso le da cierta superioridad sobre un hombre avejentado. Después de cierta resistencia instintiva a embarcarse en una aventura incierta cuando ya había llegado vital y profesionalmente a un puerto seguro, se inicia el proceso de claudicación con una serie encadenada de renuncias. Así, gradualmente acaba desistiendo de su labor literaria, que tantas satisfacciones le había regalado hasta entonces, y renunciando a la prestigiosa beca Fulbright en pleno curso en Nueva York. Todo lo tira por la borda por vivir ese gran amor que se ha colado en su vida.
Pero la realidad muestra su lado oscuro. La fortaleza y seguridad de Julia se debilita a pasos agigantados según avanza la relación. Ella desea fervientemente que la nueva familia la considere del clan, y espera que con el tiempo aquel trato perfecto, pero inhumano y muchas veces tenso de que es objeto, se irá suavizando, que terminará siendo una más. Sin embargo, las diferencias están bien marcadas. Es considerada una extraña, una permanente invitada, tanto por su educación como por su clase social. Ella sola frente a los demás. La familia Ferré y ella. El tiempo se vuelve en su contra. Ese refinamiento malvado que la rodea, termina asfixiándola. El nacimiento de su hija es otro punto de discordia pues el inmaduro hijo de Gaspar no está dispuesto a renunciar al papel de único protagonista. La separación es inevitable. La relación ha fracasado. Se siente encerrada en un ambiente hostil, donde nada de lo que hace, dice ni piensa es tomado en cuenta, ni siquiera escuchado. No es lo que se dice una familia lo que ella ha creado. Por otro lado, para su marido, aquel hombre educado, que en un principio estuvo a su lado y que parecía enamorado de ella, llega un momento en el que los vínculos con los suyos le obligan a decantarse por ellos, negándole incluso la palabra durante meses. Julia se sabe sola, se siente sola y tiene que marcharse. ¿Pero adónde? ¿A Madrid, dónde había cosechado tantos éxitos y colaborado en los más importantes periódicos? No. Gaspar, que a regañadientes ha de resignarse a dejarla ir con su hijita, decide que tendrá que ir a Galicia, pues es allí donde quiere que la eduque, ya que el resto del tiempo la niña lo pasará con él entre Barcelona y el Ampurdán. Así queda expuesto en el acuerdo de divorcio.
La coincidencia de algunos de los datos biográficos de la autora, casada en su día con el filósofo y antiguo diputado socialista Xavier Rubert de Ventós, perteneciente por vínculos familiares al patriciado burgués que ha dominado la vida pública barcelonesa, dan cierta verosimilitud a los hechos narrados. Es necesario precisar que la escritora se ha preocupado por negar que la narración contenga cualquier tinte autobiográfico
La novela, escrita en una prosa fluida, parece un claro desahogo de la narradora omnisciente, que ha sacado a la luz en estas líneas los sinsabores de su fracasada convivencia. La coincidencia de algunos de los datos biográficos de la autora, casada en su día con el filósofo y antiguo diputado socialista Xavier Rubert de Ventós, perteneciente por vínculos familiares al patriciado burgués que ha dominado la vida pública barcelonesa, dan cierta verosimilitud a los hechos narrados. Es necesario precisar que la escritora se ha preocupado por negar que la narración contenga cualquier tinte autobiográfico. Sin embargo, es irrefutable el hecho de que el tiempo de convivencia de la escritora con su nueva familia en Barcelona le permite conocer una forma de vida, la de la alta burguesía, bien diferente a la que ella había tenido en su Galicia natal.
En algún momento de la novela se llegarán a marcar claras diferencias entre las cultura gallega y catalana, situándolas por encima del choque generacional que se produce en las personas de los protagonistas, una joven de 26 años y un señor de 57, y sus desavenencias personales. (“La composición social de Cataluña es un asunto complicado”, afirma en algún momento Gaspar.) Por lo que se desprende de lo que apunta la narradora omnisciente, sí hay unas claras diferencias culturales y unas pautas de comportamiento bien diferenciadas.
Ahora bien, por lo que se deduce de una lectura atenta, las raíces de la ruptura no están tanto en esas supuestas diferencias culturales como en el distinto origen social y en esa diferencia generacional amalgamada con un condescendiente paternalismo que dificulta crudamente la comunicación de la pareja por la prepotencia de Gaspar, que intenta subliminalmente someter y amoldar a la joven a su particular visión de cómo debería ser y comportarse una esposa. Ella misma, en el momento cenital de la relación, se muestra complacida y dispuesta a asumir este rol con tal de permanecer a su lado y de salvar el matrimonio. Por otra parte, también se puede rastrear que en la personalidad de la escritora Julia Varela existe, en el contexto de la compulsión amorosa, un cierto arribismo social, una vez que se percata de las posibilidades que le ofrece su estatus como pareja de un personaje como Gaspar Ferré.
El naufragio del matrimonio será traducido por éste y su entorno en términos de diferencias culturales entre identidades muy diferentes, se supone que la catalana y la gallega, algo que la joven admite sin pensar, ni siquiera intuir, que sólo es un disfraz del simple fracaso como pareja debido a la diferencia generacional y social. Ella ha caído en la red tendida por la familia Ferré y todo lo que ésta supone simbólicamente, la de que la identidad etnocultural es determinante en las relaciones personales. Quizá es que Julia Varela/Luisa Castro también prefieran pensar que las cosas son así...