Mi mejor amiga de pequeña se
llamaba Celia.
Ella era perfecta en todo, y su único fallo es que solo existía en mi mente. Celia fue lo primero que inventé. No recuerdo como pasó, simplemente un día estaba ahí, y nada más verla ya sabía que era mía.
—Me llamo Celia—me dijo— y soy tu amiga para siempre.
Nunca me dio miedo y descubrir que
podía hacer realidad lo que inventaba mi mente fue el mejor juego de mi vida.Lo hacíamos todo juntas desde que
me levantaba hasta que me metía en la cama, y entre ella y yo cualquier cosa lo
transformábamos en magia. Mi chándal del colegio era un vestido de purpurina
rosa, la cena de tortilla con queso el mejor manjar de un restaurante Michelín,
y las duchas eran un spa de cinco estrellas.
Celia siempre era mi primera elección, y la prefería más que a cualquier otra amiga de carne y hueso. Lo más que me gustaba de ella era que siempre sabía que decir en todo momento, y sobre todo que no decir. Me escuchaba sin parar, sin poner ojos en blanco para que me callara, y aunque yo me cansara de mi misma, ella ni bostezaba ni siquiera un poquito.
—¿Con quién hablas?, ¿con tu amiga imaginaria?
—Ella no es imaginaria mamá, es muy
de verdad, si tú no la puedes ver no es mi problema.— Y con la
mente me pintaba humo saliendo por las orejas de la rabia.
En el colegio si alguien me
amenazaba con pegarme siempre estaba conmigo.
—¡De qué te ríes niñata!— Y ahí estaba Celia, detrás de la matona de turno haciendo muecas para que me riera. Juro que intentaba controlarme, pero era tan divertida que aunque tuviera un puño gordo frente a mi cara yo estallaba de risa.
Cuando no podíamos dormir rezábamos
y si eso no funcionaba, imaginábamos como seríamos de mayor, en que
trabajaríamos y como de bonito sería nuestro marido.
—¿Nos casamos a la vez? —decía.
—Jajaja, ¡qué divertido!
Celia también era preciosa, claro que todos los días me pedía tener algo diferente. Hoy rubia, hoy pelirroja, ummmm hoy… ¡ya sé!, ¡gemelas! ¡Ay sí, eso me encanta! Y entonces yo también era rubia o pelirroja. Lo peor de todo fue cuando Celia se obsesionó con la Bella y la Bestia y siempre me pedía ser Bella, y hasta me obligaba a llamarla así.
—Tú eres Aurora y yo Bella, ¿te parece?
—Jaja, pero qué dices, no, no. Tú
siempre serás Celia. ¿A qué no te llevo más al cine?- le decía. Y se enfadaba
mucho. Pero luego la llamaba Bella Celia, le ponía un vestido amarillo y se le
quitaba.
Ay mi Celia.
Un día me pidió que me inventara un carrusel. Me concentré fuerte, cerré los ojos, apreté los puños, “carrusel, carrusel, carrusel ven” y ahí estaba en medio del salón, el carrusel más bonito del mundo. Recuerdo que dimos tantas vueltas que el mareo nos duró toda la semana.
—¡Qué divertido ha sido!, mañana más.
Cuando me empezó a costar imaginármela, empecé a escribirle diarios, eran cartas para Celia. Ahí le contaba todo, como me había ido el instituto, lo que la echaba de menos y los juegos a los que jugaríamos cuando ella volviera a hacerse fuerte en mi cabeza. Fue en ese momento cuando entendí el poder de la escritura, y que podía escribir cientos de historias sin que nadie pensará que estaba loca.
Al final dejé de verla del todo. Celia se diluyó entre mis días, y aunque le hable ya no obtengo respuesta. Tendría tanto que contarle.
—Celia que me he casado, y he tenido cuatro hijos con forma de corazón, y todos se llamaban como tú. ¿Te acuerdas cuando nos imaginábamos ese momento?, ¿y a qué no sabes una cosa? ¡Soy escritora!, y escribo cuentos. Todos nuestros cuentos.
Y entonces cierro los ojos, aprieto
los puños y me concentro en el carrusel más bonito del mundo hasta que aparece
en mi salón, me subo a uno de sus caballos y la espero.
Mi Celia.
#auroraysumundo
Ella era perfecta en todo, y su único fallo es que solo existía en mi mente. Celia fue lo primero que inventé. No recuerdo como pasó, simplemente un día estaba ahí, y nada más verla ya sabía que era mía.
—Me llamo Celia—me dijo— y soy tu amiga para siempre.
Celia siempre era mi primera elección, y la prefería más que a cualquier otra amiga de carne y hueso. Lo más que me gustaba de ella era que siempre sabía que decir en todo momento, y sobre todo que no decir. Me escuchaba sin parar, sin poner ojos en blanco para que me callara, y aunque yo me cansara de mi misma, ella ni bostezaba ni siquiera un poquito.
—¿Con quién hablas?, ¿con tu amiga imaginaria?
—¡De qué te ríes niñata!— Y ahí estaba Celia, detrás de la matona de turno haciendo muecas para que me riera. Juro que intentaba controlarme, pero era tan divertida que aunque tuviera un puño gordo frente a mi cara yo estallaba de risa.
—¿Nos casamos a la vez? —decía.
Celia también era preciosa, claro que todos los días me pedía tener algo diferente. Hoy rubia, hoy pelirroja, ummmm hoy… ¡ya sé!, ¡gemelas! ¡Ay sí, eso me encanta! Y entonces yo también era rubia o pelirroja. Lo peor de todo fue cuando Celia se obsesionó con la Bella y la Bestia y siempre me pedía ser Bella, y hasta me obligaba a llamarla así.
—Tú eres Aurora y yo Bella, ¿te parece?
Un día me pidió que me inventara un carrusel. Me concentré fuerte, cerré los ojos, apreté los puños, “carrusel, carrusel, carrusel ven” y ahí estaba en medio del salón, el carrusel más bonito del mundo. Recuerdo que dimos tantas vueltas que el mareo nos duró toda la semana.
—¡Qué divertido ha sido!, mañana más.
Cuando me empezó a costar imaginármela, empecé a escribirle diarios, eran cartas para Celia. Ahí le contaba todo, como me había ido el instituto, lo que la echaba de menos y los juegos a los que jugaríamos cuando ella volviera a hacerse fuerte en mi cabeza. Fue en ese momento cuando entendí el poder de la escritura, y que podía escribir cientos de historias sin que nadie pensará que estaba loca.
Al final dejé de verla del todo. Celia se diluyó entre mis días, y aunque le hable ya no obtengo respuesta. Tendría tanto que contarle.
—Celia que me he casado, y he tenido cuatro hijos con forma de corazón, y todos se llamaban como tú. ¿Te acuerdas cuando nos imaginábamos ese momento?, ¿y a qué no sabes una cosa? ¡Soy escritora!, y escribo cuentos. Todos nuestros cuentos.
Mi Celia.
#auroraysumundo
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