Sabía que, cuando aceptó estar en otra compañía, no todo iba a ser sonrisas y complacencias. No todo se le iba a poner a sus pies nada más clarear el día, y al abrir su boca y entornar sus ojos en petición de su capricho. Lo sabía tácitamente. Había una cierta disparidad entre el mundo que recién había dejado, en el que la compañía había sido hasta el momento tan cercana y paralela al propio mundo del que había salido. Aquel era un mundo creado y explorado para ella misma, con ella misma y al final por ella misma. Ese mundo, se estaba construyendo aún, perfilándose, dibujándose en finos trazos de pastel coloreados. Por más que un deseo superior le hiciera despegarse de ese otro mundo personal e intransferible para pertenecer al mío, no lo había aceptado en su totalidad. Tendría que romper con viejos moldes, viejos esquemas. No mejor, no peor; tan sólo un mundo distinto, ese mundo del que se lamentaba haber salido, habiéndolo deseado durante días, meses, años; pensando en la eternidad.
La chica de la abierta mirada se presentó, esta mañana, envuelta en blanca espuma de salitre y mar, en pompas de jabón flotantes y no explosionadas, como aquellas que cualquier niño saca de su aro multicolor y eleva hasta el cielo no queriendo hacerlas desaparecer.
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La chica de la abierta mirada había sido creada y formada desde una perspectiva protegida, mimada al calor y al lado de otros tantos mundos tan llenos de matices y a la par tan caprichosos. Su mundo multicolor era el mundo que le llenaba desde que ella fue ella, desde que empezó a abrir su mirada, desde su creación. Esmerada en el trato y en el saber estar, pensaba, y así me lo dio a entender, que el mero hecho de haber aceptado pertenecer a mi mundo supondría abdicar yo del mío propio. ¡Y cuán pueril fue ¡
Su mundo se entrecruzó con el mío, su mundo lleno de vivas tonalidades, de pigmentos distintos, de creaciones pautadas, de tonos finamente elegidos. Tal vez, su mundo puede arrastrar otros mundos, atestiguar idas y venidas, dar crédito de permanencias y desapariciones, hasta formar encantos y desencantos… De ese mundo proviene.
El mío, algo paralelo al suyo, lee en su pensamiento, en sus gestos, en sus poses, en sus colores, en su verbo tan redicho, en sus formas tan rebuscadas, propensas a ejercer una imitación en tiempos y lugares más bien impuestos y deseados. Mi mundo, más intuitivo y, si se quiere, hasta más idealista, tal vez se le quede colgado en su altura, allá arriba desde dónde me atrapa y me vigila, cual centinela que vigila cualquier movimiento capaz de no perder su atención.
Hoy me lo acreditó. Hoy, ella quiso atestiguarme querer salirse con la suya, a poco que le di la espalda por obligación y por mi voluntad interior de libertad y, que, desde el inicio ella conocía a la perfección.
Su voluntad de control frente a mi voluntad de libertad va a estar en entredicho hasta que entre ella y yo lleguemos a los acuerdos y consensos que nuestra amistad propugnó desde que ambas coincidimos, desde que nos encontramos y desde que ambas accedimos a compartir parte de nuestros mundos. En ese camino estamos, por ese camino caminamos y hacia esa altura pretendemos elevarnos.
Me queda la duda de si cada mañana y dependiendo del color en que se transparente el día, volverá a plantearme un nuevo guiño de color inesperado. Tan sensible ella a los cambios bruscos, a la oscuridad, a la falta de claridad y a la ausencia de mimo y atención.
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