Me pone cada día más nerviosa las compras exageradas. Debe ser que nunca las he experimentado de esa manera, bien al contrario, siempre he rehuido pisar los grandes centros comerciales en busca y captura de un regalo.
Es tiempo de compras, es tiempo de regalar y es tiempo también de gastar de una manera compulsiva y desorbitada pensando, tal vez, que uno es más feliz en la ejecución de este acto.
Cuando uno obsequia algo, uno lo hace porque al dar está recibiendo también. O dicho de otra manera; uno recibe, si se quiere, una cierta compensación de “toma y daca”. Y no creo que a esto se le pueda llamar interés, porque en realidad uno no lo hace por ni para pensar exclusivamente en sí mismo. Uno se siente apreciado al ofrecer un regalo y por ello este acto es mutuo. Uno ofrece y el otro recibe. Y consecuentemente uno vuelve a recibir. Es un acto en común unión con el otro en el que cualquier objeto se da de una manera dadivosa. Es un ofrecimiento, además del regalo en si mismo, de afecto y aprecio. Y podría ser, en algunos casos, una expresión de reconocimiento o de valía, también de agradecimiento hacia la persona a la que se regala. Bien pensado, uno regala porque piensa en la otra persona y, poniéndose en su lugar, hasta piensa en lo que le podría gustar, lo que le podría quedar bien o lo que le podría hacer ilusión …etc. Incluso uno piensa en hacerle sacar una sonrisa de los labios al afortunado o afortunada que ha recibido su regalo.
Cuando uno regala, el corazón le salta de alegría y el acto de tomar la decisión de regalar lleva implícito un estado de satisfacción y afabilidad por el mero hecho de pensar en quién va a recibir el regalo. Cierto es que, a veces, uno no atina con el regalo exacto y que lo que aparece en quien lo recibe es un cierto desencanto. Aunque ciertas reglas sociales hacen que uno no exprese esa desilusión ante un regalo que no gustó, que tenía repetido o que le parece poco interesante. Porque en realidad podría aparentar que rechazando ese presente, está despreciando a quien lo está ofreciendo. Pensamos más bien, en este caso, que nos hemos equivocado en la elección.
En el acto de regalar hay una especie de ceremonia, tanto para el que da como para el que recibe; pues desde que lo toma en sus manos, mira el envoltorio, lo abre, lo desenvuelve y lo percibe por sus sentidos, pasan esos segundos de inquietud gustosa que forman parte de ese ritual. Y el que lo da, espera con un ligero cosquilleo de emoción palpable en su interior…
Así un regalo llena notablemente el corazón de la persona que lo ha recibido, a la vez que despierta un sin número de sensaciones visuales, táctiles, auditivas, olfativas y gustativas nada desdeñables. Amén de todo tipo de conexiones neuronales ante tan grata experiencia de generosidad. Y nos lleva a una vivencia lúdica y satisfactoria, si se quiere, y que entra a formar parte de un engranaje de felicidad para el alma.
Sin embargo hay regalos que no los podremos adquirir o comprar con dinero. Tal vez esos regalos valen mucho más de lo que vale cualquiera de los que se adquieren en los centros comerciales o tiendas. Yo diría como ejemplo; regalar una buena charla a un amigo compartiendo un buen café, regalar un poco de compañía para estar más tiempo con la otra persona. Esos momentos pueden llegar a ser inmortales, dando vida y esplendor a nuestro ser así como al otro. Son todos esos regalos de amor, comprensión y atención a los demás y que por supuesto nadie puede comprar…
Parece ser que el regalo es sólo el que se da a los demás. Y sin embargo uno también puede y debe regalarse a sí mismo.
Por eso hoy rompo una lanza por el regalo que hoy me hice, que hoy me regalé y que hoy estrené.
Hoy llegué a casa con más frío del que esperaba. Y hoy decidí estrenar el pijama de franela a rayas azules y verdes que había adquirido el día anterior.
Me enfundé en él, despacito, dejando que su mota suave rozara mi piel. Al ponerme los calzones tuve que estrecharlos y ajustarlos a mi cintura mediante una cinta de color azul celeste, al tiempo que apreciaba cuánto me favorecía. Cuando me coloqué la camisa, me calentó al momento, entibió mi alma y me apretujé a ella no queriendo desprenderme de las miles de sensaciones que me estaba produciendo mi regalo.
Apenas lo tuve puesto y en contacto directo entre su piel afelpada y mi piel sensible y delicada, me llegó la evocación de aquel cálido y largo abrazo que como regalo me fue ofrecido un tiempo atrás y que, probablemente, trasladé a mi pijama. Para este pijama de franela a rayas azules y verdes; atrapar, revivir y guardar un cariñoso y confortable abrazo es un bello recuerdo. Un excelente y grato regalo no esperado y, sin embargo atesorado. Un regalo de los que salen del corazón y para el que no hizo falta ningún gasto pecuniario; pero no por ello deja de ser uno de los mejores regalos que ha podido recibir últimamente.
Mi pijama se encargará de no dejarlo escapar, ni borrarlo de su memoria por el resto de sus días. Sabe que está impregnado de su afectividad y de su aterciopelada y confortable ternura. Mi pijama sabe que fue el regalo apropiado de sorpresa inesperada, lleno de sentimiento y emoción.
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