Le temblaban las manos cuando tuvo que elegir a qué última tabla agarrarse en aquel momento que tan duro se le hacía. Nadaba en un mar en calma en el que imaginarios tiburones la acechaban hambrientos de su tranquilidad y deseosos de remover sus entrañas.
Estaba muy pálida. Había pasado demasiadas horas a la deriva aguardando por aquella lancha de salvamento que, tras conocer su situación, prefirió no desviarse de su recorrido y continuar navegando rumbo a la orilla. En la playa se celebraba una fiesta que, para el tripulante de aquella lancha sin duda era mucho más importante que ella.
Jura que sólo pudo verme a mí en medio de las aguas, cuando sus fuerzas estaban a punto de darse por vencidas, pero yo le he asegurado que esta noche, muchas éramos las tablas que nos manteníamos a flote tanto para ella como para cualquier otro náufrago que precisase de nuestro apoyo.
Llegó hasta mi pálida, temblando y profundamente agotada. Me abrazó con todas sus fuerzas, llorando y pidiéndome que no la soltase. No la solté. Jamás podría hacerle algo así.
No tardó en ser consciente de que conmigo ya estaba a salvo. Los tiburones no tardaron en desaparecer e incluso esbozó unas cuantas sonrisas que el cariño y la seguridad de un sinfín de tablas a la deriva, que al fin fue capaz de ver, somos capaces de dibujar.
Nunca hemos sido nada más que simples trozos de madera que flotan sobre el agua, nadie nos ha tenido jamás por otra cosa. No tenemos un botiquín como las lanchas de salvamento, pero somos capaces de apaciguar las tempestades del alma de los que a nosotras acuden.
Entre todas nos unimos, formando una gran tabla sobre la que se durmió como sólo haría una niña inocente y confiada. Nos apresuramos en acercarla a la costa. A la costa opuesta en la que se celebraba aquella fiesta que había sido la causa, muy posiblemente, de su incomprensible abandono.
Ahora sólo nos queda esperar a que la cura de sueño haga su efecto y que las primeras luces del alba la carguen de la energía que precisa para ponerse en pie y caminar tierra adentro. Sin volver la vista atrás. Sin dirigir la mirada al mar que quiso ahogarla y a quienes no quisieron ayudarla. Dónde no existen los tiburones. Más allá de las fronteras de la costa...
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